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Introducción
El poder infinito de la invariabilidad

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Entré a una librería y le pregunté a la encargada: “¿Dónde está la sección de autoayuda?” Ella respondió que, si me lo decía, perdería su propósito.

—George Carlin

Estás ansioso por cambiar. Sabes que de muchas maneras eso te beneficiará. Tu vida será más fácil, más feliz, más exitosa; al final, alcanzarás la pose perfecta, perderás la barriga cervecera, organizarás mejor tu tiempo, saldrás de casa y conocerás a la pareja perfecta, darás ese paso tan esperado hacia una nueva carrera. El cambio te hará sentir orgulloso, elevará tu autoestima, alineará tu vida con tus valores, traerá plenitud y un espíritu de logro. Eso planeas. Estableces un horario diario, empleas la ayuda de un aliado de confianza, fijas recordatorios en tu teléfono, te compras un diario para registrar tus logros. Esta vez lo conseguirás.

Y entonces… nada. No concluyes, no avanzas. Por mucho que desees cambiar, simplemente no lo haces.

Si esto te resulta familiar, entonces quizá conoces el sentimiento que surge cuando un amigo o pariente bienintencionado sugiere unas cuantas cosas “fáciles” para lograr ese cambio: “¿Por qué no sólo bebes menos, comes menos, haces más ejercicio, entras a Tinder?”. Lo cual siempre suena sospechosamente parecido a “¿Cuál es tu problema? ¿Por qué no puedes?”.

Cuando alguien sugiere que el cambio personal es fácil y que sólo requiere un poco de conocimiento o habilidad, por lo regular tiene buenas intenciones. Pero también está omitiendo un punto muy importante. Por desgracia, muchos expertos también lo olvidan.

Suelen presentarnos programas de autoayuda bienintencionados, como si varias tácticas prescritas funcionaran para todos. Sin embargo, para la mayoría de la gente el cambio no es un asunto de seguir instrucciones. Estrictamente no hay respuestas simples para una transformación personal. Como hemos aprendido durante más de un siglo de pensamiento psicoterapéutico, el cambio no es tan superficial como hacer lo que un experto dice o aprender nuevas habilidades.

La verdadera autoayuda es sólo eso: ayudarte a ti mismo. Es un acto de liderazgo y dirección personal. Ciertamente precisa de considerar el consejo y las ideas de otras personas. Pero dejarte llevar por la corriente (seguir el consejo más novedoso, como si fuera a incentivar mágicamente que cambies) no es comprometerte con la autoayuda. No obstante, ayudarte a ti mismo requiere que de verdad asumas con valentía el timón de tu propio camino. De hecho, de todos los comportamientos que adoptas en la vida, el cambio es el que más te enfrenta cara a cara con la responsabilidad de lograr que tu vida funcione.

Por eso el cambio no es fácil ni simple. Conforme forjas tu propio camino, transformarte suele ser arduo y puede dejarte vulnerable: el simple acto de intentarlo te vuelve repetida e incómodamente consciente de que el éxito y el fracaso de tus acciones sólo te pertenecen a ti mismo.

Este viejo chiste entraña mucha sabiduría: ¿Cuántos terapeutas se necesitan para cambiar un foco? Uno, pero el foco tiene que querer cambiar. Sin importar a cuántos expertos sigas, a cuántos terapeutas o consejeros veas, ni cuántos amigos y familiares te apoyen, sólo tú eres responsable del cambio.

Soledad y responsabilidad… ambas son palabras que no necesariamente acogemos con entusiasmo, y rara vez están presentes en los libros y programas de televisión que garantizan que el éxito es cuestión de seguir pasos hacia un yo “más delgado”, “más dichoso”, “más poderoso” (aunque en el fondo sepamos que son promesas vacías). No obstante, nuestra responsabilidad con nosotros mismos radica en el núcleo de cualquier transformación personal. Por eso, el cambio es difícil; nunca fácil. Conforme te acercas a él, también te aproximas a sentimientos y experiencias que comúnmente tratamos de evitar (como la ansiedad de ser artífice de tu propio destino) y te alejas de sentimientos y experiencias que por lo regular parecen atractivas, como el confort, la sensación de certidumbre, evadir las responsabilidades, culpar a otros y llevar una rutina indolora que te adormezca.

Las amables pero mal informadas sugerencias de tus amigos y familiares, así como las instrucciones de los expertos “fáciles de seguir, paso a paso”, ignoran la existencia de fuerzas muy reales y poderosas que evitan que cambies. Éstas no representan debilidad o pereza, sino que son dificultades con las cuales todos lidiamos constantemente.

Y éste es el factor decisivo: la fuerza en nuestro interior que está feliz de mantener el statu quo gana la batalla con más frecuencia que cualquier transformación. Por eso no cambiamos, a pesar de nuestros anhelos y de toda la evidencia que indica que deberíamos hacerlo.

Considera el uso de drogas y alcohol. Hoy en día, el tratamiento para las adicciones en Estados Unidos es una industria de 35,000 millones de dólares,1 con más de un millón de miembros activos de Alcohólicos Anónimos.2 Sin embargo, sólo treinta por ciento de las personas con un hábito adictivo lo supera con éxito.3

Analicemos otro ejemplo: gastamos más de 30,000 millones de dólares al año matándonos para estar en forma,4 pero setenta y tres por ciento no alcanza sus metas de aptitud física.5 La industria de la pérdida de peso amasa 66,000 millones de dólares al año,6 pero sesenta y nueve por ciento abandona la dieta.7 ¿Y qué pasa con esas almas valerosas que logran ser fieles a la col rizada y a la quinoa? Ochenta por ciento vuelve a subir el peso que perdió.8

¿Qué ocurre con los propósitos de año nuevo? Noventa y tres por ciento de las personas que los formula, los rompe.9

La fuerza que nos impulsa a seguir igual no sólo evita que alcancemos esas grandes metas de bienestar y hábitos (como hacer más ejercicio, llevar una dieta o dejar un vicio peligroso) o propósitos personales más profundos que implican un crecimiento como ser humano (como una mayor satisfacción en tu trabajo y tu vida amorosa, o incluso perseguir un propósito mayor). Esa fuerza también está presente en pequeños detalles de la vida. ¿Cuántas veces te has dicho que necesitas apagar el televisor y leer más, poner más atención a tus hijos, ordenar menos comida a domicilio o poner los platos en el lavavajillas y no en el fregadero?, ¿y cuántas veces has realizado estos pequeños cambios durante una o dos semanas, sólo para volver al punto donde empezaste? Te apuesto que ocurre así la mayoría de las veces. Permanecer igual es la norma, no la excepción; sin importar el tamaño o la seriedad de la meta.

Ahora considera esto: aunque la invariabilidad es la ganadora en la mayoría de tus batallas, las consecuencias son típicamente más riesgosas que los resultados que surgen del cambio. La gente se muere de infartos por todo tipo de razones, pero nadie ha colapsado por dejar de comer pan.

Los resultados negativos de la invariabilidad no sólo son personales, son globales; se ven más claramente en cada centímetro del aumento del nivel del mar. Hemos recibido el diagnóstico definitivo con respecto al cambio climático, y los expertos ofrecen estrategias realistas para mitigarlo,10 y aun así seguimos enganchados a hábitos viejos y destructivos de forma colectiva.

A pesar de todos los riesgos potenciales de permanecer igual, y sin importar las innumerables recompensas que podemos obtener al cambiar, por lo regular no transformamos nuestros comportamientos. Y Dios sabe que lo intentamos. De hecho, intentarlo o sentirnos culpables cuando no avanzamos lo suficiente, o planear con frenesí la siguiente estrategia, con frecuencia nos consume. ¿Entonces por qué nuestro esfuerzo termina en más fracaso que éxito?

La respuesta es que la invariabilidad tiene su propia lógica. Aunque comúnmente hay buenas razones para cambiar, con frecuencia hay otras más atractivas, e incluso sensatas, para permanecer igual: sentirnos seguros y estables en los viejos y predecibles patrones, evitar verte fracasar o decepcionar a tus amigos y familiares si no cambias. También existen otras razones todavía más poderosas para permanecer igual (más profundas que yacen debajo del umbral de tu conciencia).

De hecho, cuando sigues un consejo sin considerar de forma cabal e imparcial si realmente quieres cambiar, ves la transformación como la única opción que es razonable elegir, y consideras la invariabilidad como una opción no razonable.

Esa visión del cambio como una conclusión inevitable (como la única definición del éxito) por lo regular no funciona.

Las investigaciones nos muestran que un cambio profundo y duradero es el resultado de la contemplación,11, 12, 13 de sopesar con imparcialidad los pros y los contras de la situación. Eso no quiere decir que seguir el consejo sea del todo inútil. Es sólo que no vas a tomarlo y usarlo de una forma que en efecto te ayude, hasta que hayas contemplado los dos lados de la moneda, en la cual la invariabilidad lleva la ventaja hasta ahora.

Escoge una dieta, cualquiera; síguela y perderás peso. Elige una rutina de ejercicio, estarás más en forma si la realizas. Sigue consejos para dejar un hábito y verás cómo desaparece. Las instrucciones para hacer algo son tan fáciles como decir uno, dos, tres. Pero seguirlas no lo es. Esto es porque el cambio personal sólo sucede desde dentro. Hacer una transformación personal es tomar una decisión y comprometerte con ella. La única forma de tomar una determinación comprometida que puede llevarte a cambiar es realizar el trabajo duro y muy humano de observar las ventajas y desventajas de tu situación antes de actuar. No existe el acertijo del huevo o la gallina entre la observación y el consejo. La observación siempre viene primero cuando “decides” el cambio que deseas.

Cómo cambiamos (y diez razones por las que no lo hacemos)

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