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PRIMERA LEY DEL CAMBIO PERSONAL:
EL “VÉRTIGO DE LA LIBERTAD” Y SU RESTRICCIÓN

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Cuando te diriges hacia el cambio personal, estás apoderándote de tu existencia para hacerla mejor. Eso significa que perseguir el cambio personal te enfrenta a tu responsabilidad existencial y a tu soledad, con más intensidad que la alternativa de permanecer igual. Estas comprobaciones suelen producir ansiedad existencial. Por lo tanto, cada movimiento hacia el cambio personal suele llevar consigo la fuerza contraria de la ansiedad existencial que se opone a dicho cambio (figura 5).

Como ya mencioné, cuando avanzas hacia una transformación, todo tipo de cosas se interpondrán en tu camino. Pero habrá una fuerza restrictiva que siempre estará presente, independientemente de quién seas y de lo que te ocurra en ese momento o de la meta que quieras alcanzar. Esta fuerza de contención proviene de la conciencia de tu responsabilidad y soledad existencial; la confrontación con el hecho de que tienes esa crayola morada y estás a cargo de lo que sucederá a continuación.

Cuando eres consciente de tu responsabilidad y de tu soledad, dos hechos que tu cerebro, temeroso de la muerte, trata de sofocar, te pones ansioso de forma abrumadora.

Aunque es demasiado complejo y variado para abordarlo aquí, un enfoque existencial4 de nuestra psicología nos ofrece unas cuantas ideas importantes y un tanto ordenadas respecto a la contención fundamental de nuestra ansiedad existencial.

Figura 5

El existencialismo afirma que todos vivimos sólo durante un cierto tiempo y después no hay nada más. A este hecho, podemos añadir la suposición de que, en nuestro recorrido entre el nacimiento y la muerte, estamos solos en esencia. Incluso cuando estamos profundamente conectados y tenemos grandes momentos de amor, participación comunitaria y fusión espiritual, lo que obtenemos de estos eventos depende de nosotros, de nuestro yo individual. E incluso cuando nos enfrentamos a momentos significativos de opresión y trauma, en última instancia estamos solos en cuanto a la forma en que elegimos enfrentarnos a estos desafíos y a las lesiones que podamos sufrir. Nuestras opciones en estas situaciones son limitadas, y los resultados de estas elecciones limitadas pueden llevarnos a objetivos también muy limitados en cuanto a la satisfacción, pero aun así, tenemos que elegir.

La palabra existencial tal vez evoca la imagen de un filósofo francés fumando sombríamente un cigarrillo en un café de París. Está sintiendo lo que los existencialistas llaman angustia: la ansiedad que experimentas cuando reconoces tu propia responsabilidad de actuar y tu propia soledad al hacerlo. Da miedo pensar que tus resultados dependen en última instancia de ti mismo, que eres el autor final de tu vida. Por eso la responsabilidad es una conciencia tan aterradora. “¿Y si me equivoco al dar forma a mi vida?” “¿Y si el camino que tomo me lleva al sinsentido?” “¿Y si muero vacío y solo?” “¿Cómo me enfrento a mí mismo, si lo único que tengo es a mí mismo?” “¿Cómo afronto las duras experiencias de soledad y aislamiento?” “¿Qué hago para conseguir consuelo para mí mismo cuando justo depende de mí conseguir ese consuelo y experimentarlo?” Este tipo de preguntas están en la raíz de la ansiedad existencial.

Tanto si decides darte cuenta de ellas o no (para la mayoría de nosotros es un “no”), este tipo de preguntas suelen surgir cuando te diriges hacia el cambio personal. De hecho, el cambio personal es un momento existencial definitivo: es el punto en el que te ayudas a ti mismo de forma independiente, asumes la responsabilidad de tu vida al darle un valor a algo y tomas la decisión de actuar en consecuencia. Requiere que te mires al espejo y observes atentamente el reflejo de ti mismo: estás ahí solo, de forma insoportable.

Piensa en un momento en el que hayas perseguido un objetivo personal importante, incluso si tomaste esta decisión en una conversación con otra persona, ¿no te diste un apretón de manos contigo mismo? Luego, al emprender este cambio, ¿no sentiste una creciente sensación de estar solo? Aunque estuvieras rodeado de un conjunto de corredores en la línea de meta, ¿no fuiste también consciente de una sensación de profunda soledad?

Ahora piensa en un objetivo que no hayas podido alcanzar. Probablemente sentiste desesperación (leve o intensa) sobre ti mismo, experimentaste tu propia incompetencia. Ahora piensa en una ocasión en la que alcanzaste tu objetivo. “¡Lo logré!” Sentiste un orgullo exultante por tus propios poderes, quizá teñido de un poco de ansiedad por mantenerlo. En cualquier caso, y sin importar lo insignificante que fuera tu objetivo, el proceso te dio una mayor conciencia de tu responsabilidad para apoderarte de tu vida.

Cuando haces cambios, nadie más realizará esas transformaciones. Eres tú el que está ahí fuera, solo. Si fracasas, te enfrentas a tu responsabilidad por ese fracaso y, por extensión, recordarás que eres el único responsable de tu vida. Si logras el cambio, debes reconocer tu responsabilidad si quieres continuar en el nuevo rumbo. De cualquier manera, una vez que metes la punta del pie en las aguas del cambio personal, te adentras en las mareas de la eterna soledad. Por eso, la mayoría de las veces nos quedamos en Tierra.

Permanecer igual es nuestro santuario frente a la abrumadora experiencia de que estamos al mando. En otras palabras, es una elección oculta que hacemos para sentir que no somos responsables. Y esa tendencia a evitar la responsabilidad es un elemento central en nuestras vidas, incluso cuando los desafíos son mucho menos poderosos que el vigoroso acto de cambiar.

Buena y mala fe

Se acerca el cumpleaños de mi amiga y tengo que comprarle un regalo. De camino a la tienda, me detengo en un par de semáforos. En la tienda, elijo lo que necesito. Ahora tengo que comprar una bonita bolsa de regalo o un bonito papel de envolver, y luego tengo que formarme en la fila. Una vez en la caja, tengo que pagar. Todos estos momentos en los que me siento obligado a hacer cosas son en realidad elecciones: No quiero decepcionar a mi amiga. Prefiero no obtener una multa. Quiero que a mi amiga le guste lo que le compro, y quiero que aprecie mi esfuerzo hasta en la envoltura. Colarse en la fila no merece todos los problemas que voy a crear. Si robo el artículo puedo ir a la cárcel. Resulta que no tuve que hacer nada. Tras bambalinas, hay un director de escena que sopesa los pros y los contras de mis decisiones.

Jean-Paul Sartre, el célebre existencialista francés, denominó “mala fe” a esta forma de autoengaño, en la que se niega la capacidad de decisión de uno mismo y de los demás.5 La mala fe viene en diversas presentaciones: desde algo tan mundano como comprar un regalo de cumpleaños hasta las grandes mentiras que nos decimos, siendo la más reprobable: “Sólo cumplía órdenes”.

Es la postura en la que el ser humano niega su libertad absoluta y se comporta como un objeto inerte que simplemente está a merced de los eventos fortuitos. Entonces, en oposición, la “buena fe” tiene que ver con la libertad para elegir y dirigir nuestras vidas hacia el objetivo final que hemos escogido. La mayoría de nosotros escoge el camino de la buena fe más raramente que el de la mala fe, preferimos elegir nuestras opciones, pero inevitablemente decidimos protegernos de la ansiedad que surge de ser responsables y estar solos en nuestras decisiones. Por eso, cuando intentas cualquier transformación, actúas más de buena fe que de mala fe. Eso significa que intentar siempre viene con su propia fuerza de restricción. Cuando te comprometes con un cambio personal, te enfrentas de forma automática a grandes dilemas sobre tu existencia, los cuales comúnmente intentas evitar. Así que una postura de mala fe, en la que te quedas igual, supuestamente incapaz de hacerte cargo y avanzar, aparece como una alternativa razonable.

Por suerte, también hay fuerzas que te movilizan al cambio como tu capacidad de esperar y tener fe.

Cómo cambiamos (y diez razones por las que no lo hacemos)

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