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Capítulo 3
Ansiedad, esperanza y fe:
las tres leyes del cambio personal

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Somos nuestras elecciones.

—Jean-Paul Sartre

 primera ley: El “vértigo de la libertad” y su restricción

 segunda ley: La fuerza motriz de la esperanza

 tercera ley: La fuerza motriz de la fe y el poder de contención de la impotencia

El cambio tiene que ver con la tensión entre el lugar donde estás ahora y aquél en el que quieres estar. Digamos que el cambio es trivial: decides poner las llaves de tu casa en el mismo lugar todos los días antes de irte a la cama. Este tipo de tensión es fácil de manejar. Es como sujetar una liga entre los dedos índice de las manos, con un ligera tensión entre ellas (figura 2). Pero si intentas un cambio más sustancial que tiene que ver con cambiar algo de tu persona (un nuevo régimen alimenticio o una forma diferente de tratar a los compañeros de trabajo) la tensión será mayor y más difícil de mantener (figura 3). No es sólo que el objetivo sea mayor y, por tanto, más exigente; no se trata de un simple aumento lineal, como pasar de una pesa de cinco kilos a una de veinte kilos. Más bien, cuando se persigue un objetivo que en realidad cambia la vida, se añade mucho más. En primer lugar, atribuyes más importancia a ese objetivo, y también reconoces que ese objetivo, recién considerado relevante, es necesario en tu vida. En otras palabras, el objetivo adquiere importancia y se convierte en un reto simplemente porque lo has convertido en un objetivo y lo deseas.

Figura 2

Por lo tanto, lo que está en juego para alcanzar el objetivo aumenta cuando lo tienes en la mira. Tienes esa sensación de anhelo, como si no pudieras vivir sin alcanzarlo, y una preocupación simultánea por lo que significará no obtenerlo. Por lo tanto, la tensión de realizar un cambio personal es mayor que la leve tensión que experimentas cuando te propones alcanzar otros objetivos que no alteran tu vida (como el hábito de poner las llaves en un lugar determinado). No puedes mantener esta tensión de forma constante, durante todo el día, pero puedes soportarla durante un tiempo.

Figura 3

Cuando te diriges a un objetivo personal importante, también sientes la presión de hacer que tu vida finita sea lo más significativa, saludable y profunda posible. Lo que quiero decir con esto es que ya no estás en piloto automático; ahora estás manejando el avión y eso significa seleccionar un rumbo, trazarlo y alcanzarlo, lo cual requiere decisiones grandes y pequeñas. Eso significa que la liga se tensa aún más (figura 4). Por mucho que intentes mantener tus dedos temblorosos en posición vertical, se inclinan uno hacia el otro. Estás esperando que se rompa.

La forma más difícil y dolorosa de acabar con esta tensión es trabajar, a duras penas, hacia tu objetivo. Hay una forma fácil e indolora de reducir la tensión, y es permanecer igual.

Al tener en cuenta la atractiva simplicidad de seguir igual, y compararla con la desorientadora complejidad del cambio, no es de extrañar que tendamos a elegir la primera opción más que la segunda. Quedarnos en donde estamos es nuestro lugar preferido. En el campo de fuerzas de Lewin1 hay todo tipo de cosas que nos empujan hacia nuestra meta, como nuestros talentos y competencias, el apoyo que recibimos de los demás, nuestro lugar en la sociedad y los recursos materiales que poseemos. Y hay todo tipo de fuerzas que restringen este impulso, como nuestra ineptitud en una tarea concreta, la falta de apoyo social, las fuerzas políticas opresivas y la pobreza material. Estas fuerzas cambian en cuanto a su importancia, algunas suelen estar ausentes como energía impulsora o restrictiva en nuestro campo, dependiendo de lo que intentemos conseguir. Por otro lado, la ansiedad por nuestra soledad y responsabilidad siempre está presente cuando nos dirigimos hacia el cambio personal. Son las influencias de nuestras fuerzas impulsoras y restrictivas, lo que diferencia el cambio personal de otros actos que requieren motivación.

Figura 4

Cómo cambiamos (y diez razones por las que no lo hacemos)

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