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TERCERA LEY DEL CAMBIO PERSONAL:
LA FUERZA MOTRIZ DE LA FE
Y EL PODER RESTRICTIVO DE LA IMPOTENCIA

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Si la esperanza es el anhelo de algo que has designado como importante y de lo que sientes que careces, entonces la fe es el mensaje de que tienes la capacidad de alcanzar esa cosa importante. Es difícil, si no imposible, avanzar en la esperanza sin tener también fe.

Solemos hablar de esperanza y fe como si fueran conceptos intercambiables. Pero no lo son. De hecho, ambos son muy diferentes, aunque cada uno forme parte del otro.

He aquí una historia de mi propia práctica que creo que ilustra la diferencia entre la esperanza y la fe, y cómo estas diferentes experiencias están intrínsecamente entrelazadas. Se trata de Bridget y sus padres, un trío extraordinario con una extraña capacidad para mantener intacta su confianza, sin importar sus decepciones.

“Le confiaría mi vida”

Bridget era una mujer de 25 años, muy inteligente, y con una creatividad extraordinaria. Diseñaba su propia ropa, realizaba cortometrajes documentales y organizaba fastuosas y caprichosas fiestas con sus numerosos amigos. Diagnosticada con trastorno bipolar, también experimentaba largos periodos de manía aguda, un síntoma caracterizado por una gran exuberancia y una sensación ilusoria de invencibilidad. En su fase maníaca, Bridget se comportaba de forma que corría un riesgo importante, como acostarse con extraños, viajar largas distancias en su coche mientras bebía y, en una ocasión, entrar sin permiso en un parque de atracciones. Entraba y salía de los hospitales psiquiátricos durante estas fases maníacas, y era incapaz de mantener un trabajo o terminar la universidad. Pero, de alguna manera, Bridget seguía adelante, sin dejar de crear, con resultados brillantes.

A diferencia de muchas personas con las que trabajo que han entrado y salido de centros de tratamiento, Bridget no tenía una visión negativa de sus problemas relacionados con el estado de ánimo. No es que fuera arrogante en cuanto a los riesgos que corría cuando era maníaca. Pero también sentía que sus estados de ánimo “le daban mensajes claros sobre la vida” y, aunque a veces eran extremos, “siempre daban en el blanco con respecto a la realidad”. Quería ayuda para controlar sus estados de ánimo, pero también decía a cualquiera que quisiera escucharla que “no renunciaría a ser bipolar por nada del mundo”.

Me reunía con regularidad con los padres de Bridget mientras lidiaban con su casi persistente estado de crisis. Sus padres eran muy parecidos a ella. Nunca parecían estar demasiado disgustados cuando volvía a ingresar en el hospital, y siempre esperaban al día siguiente como una nueva oportunidad para enderezar las cosas. Cuando algo salía mal, buscaban con energía soluciones y nuevas ideas. El mantra de su madre era: “Siempre hay un camino”.

Los padres de Bridget no se doblegaron ante mi experiencia. Me trataron como a un igual, encontrando algunas de mis ideas buenas, pero también me decían si pensaban que mi visión estaba fuera de lugar. Eran amables y afables, pero tenían poco tiempo para todo lo que consideraban poco útil.

Me reuní con ellos a lo largo de tres años, y durante ese tiempo Bridget fue capaz de construir una vida mucho mejor, regresó a la universidad, no volvió al hospital y continuó con sus actividades creativas. Sabía que su futuro sería notable, excepcional y emocionante. De hecho, una parte de mí sentía un poco de envidia por la pasión y la voluntad de Bridget de probar cosas nuevas y abordar la vida con tanta creatividad.

Pedí que Bridget se uniera a nosotros para mi última reunión con sus padres.

—Tengo que preguntar —comenté casi al final de nuestra sesión—, ¿qué les ha hecho seguir adelante? Me sorprende lo positivos y enérgicos que han sido.

—Es Bridget —respondió su madre—. Sé que todos los padres dicen esto, pero ella es realmente increíble. Estábamos convencidos de que estaría bien. Conociéndola como la conocemos, era obvio que las cosas iban a funcionar. Nunca perdimos la esperanza, jamás.

—Es muy fuerte —añadió su padre—, le confiaría mi vida más que a nadie. Para nosotros es obvio que siempre le irá bien.

—Ay, caramba —dijo Bridget, aportando un poco de humor a la habitación para aligerar el peso de los cumplidos de sus padres—. El asunto es el siguiente: mis padres creen por completo en mí. En definitiva los he asustado con mi comportamiento, pero tienen una confianza real en que estaré bien. Supongo que la mejor manera de decirlo es: tienen fe en mí.

Bridget tenía razón. Sus padres tenían una gran fe en ella y en su capacidad para seguir adelante, a pesar de lo que sucediera. Su fe les daba esperanzas con respecto a su futuro. Por decirlo de otro modo, no podían esperar que se pusiera bien sin tener fe en que lo conseguiría.

La forma más sencilla de pensar en la diferencia entre la esperanza y la fe comienza con dos palabras al parecer insignificantes: para (ir hacia algo) y en (algo dentro de otra cosa). Al igual que Bridget y sus padres, con respecto a sus capacidades para alcanzar por fin un estado más estable en su vida, cuando uno tiene esperanza, está esperando que algo suceda para conseguirlo. Al igual que su creencia en sus habilidades, cuando tienes fe, estás confiando en algo que crees que ya va a ocurrir y que puede llevarte al lugar que esperas. Cuando la madre de Bridget pronunció su mantra de “Siempre hay un camino”, estaba hablando de opciones hacia algo que todos querían y hacia lo que avanzaban. Cuando su padre dijo: “Le confiaría mi vida”, afirmaba su confianza en Bridget, tal y como era en el presente.

Cuando pienso en la experiencia de Bridget con su familia, mi corazón se rompe por Mark. Mientras Bridget tenía todo lo que necesitaba para mantener la frente en alto y seguir confiando en sí misma, Mark tenía recursos trágicamente bajos, o ninguno, para hacerlo. Cuando, como Mark, careces de esperanza, pierdes el sentido de un futuro, que siempre es un ir adelante. Cuando pierdes la fe, pierdes la confianza en ti mismo, en los demás y en el orden establecido. Cuando tu fe está herida, frena o detiene el movimiento de la esperanza, que de otro modo iría hacia delante. No puedes perseguir un futuro esperanzador sin tener fe en que llegarás a él.

La información de las corazonadas de la fe

Martin Luther King12 se une a Churchill en el monumento de los grandes oradores de la esperanza. En su discurso más famoso, capta de maravilla la relación entre la tenacidad de esta emoción y la confianza de la fe.

“No olvido que muchos de ustedes están aquí tras pasar por grandes pruebas y tribulaciones”, dijo King en su discurso “Tengo un sueño”.

Algunos de ustedes acaban de salir de celdas angostas. Algunos de ustedes llegaron desde zonas donde su búsqueda de libertad los ha dejado golpeados por las tormentas de la persecución y sacudidos por los vientos de la brutalidad policial. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen su trabajo con la fe de que el sufrimiento sin recompensa asegura la redención.

Transformar el “sufrimiento inmerecido” en algo “redentor” es la mayor de las órdenes. Al implorar a la gente que participe en este acto de vulnerabilidad, les pide que den un gran salto de fe, y expresa su propia fe en que pueden hacerlo.

Las palabras fe y confianza comparten un parentesco léxico. Su raíz latina común es fid (que significa “confianza”), como en la fidelidad y la buena fe (por no hablar de Fido, el nombre que damos a nuestro compañero animal más querido). La fe es la confianza sin una declaración firmada. Cuando dices a alguien: “Creo en ti”, estás expresando una confianza basada en la fe. Cuando le dices: “Puedes hacerlo”, estás haciendo lo mismo. Estás pensando en la voluntad, en términos de Snyder; actuando sobre el sentido de autoeficacia en términos de Bandura.

Estás avanzando hacia la meta que te has fijado, y cada paso aumenta la importancia de la meta y hace más evidente su ausencia en tu vida. La esperanza de que tus esfuerzos tengan éxito te fortalece.


Pero lo que valida tu esperanza es tu confianza (una de esas palabras provenientes del latín fid, que significa “con fe”) en que puedes seguir escalando y en que serás capaz de levantarte si te caes.

Entonces, ¿qué indica esta confianza sobre mantener la esperanza hasta esa montaña? ¿De dónde obtienes la información suficiente para saber que las posibilidades de lograrlo son buenas, que el riesgo merece la pena y que estarás bien si fallas? Parte de la confianza proviene de hechos externos comprobables: has conseguido muchas cosas observables en tu vida, por lo que sabes que eres capaz, y como has trabajado para conseguir estas cosas, has descubierto que el entorno que te rodea es lo bastante benigno como para darte oportunidad para conseguirlas. Como dice Bandura,13 “un sentido de eficacia resistente requiere experiencia en la superación de obstáculos mediante un esfuerzo perseverante. Cuando las personas se convencen de que tienen lo que hace falta para triunfar, perseveran ante la adversidad y se recuperan con rapidez de los contratiempos”. En otras palabras, cuantos más datos tengas sobre tu capacidad para conseguir cosas, más crecerá tu sentido de la eficacia, ya que tu cabeza está llena de pruebas de que puedes lograrlo.

Hechos y datos son cosas muy importantes que aportan mucho a tu capacidad para decidir y luego actuar. Sin embargo, no son suficientes.

Cuando avanzas hacia un objetivo, también te apoyas en otra información menos objetiva, menos derivada de la lógica, que te da esa confianza para tomar una decisión y ponerte en marcha. Esa información proviene de tus sentimientos. Incluso cuando tienes todos los datos y te inclinas por una opción, la decisión que eliges y el siguiente paso para actuar en consecuencia provienen de una combinación entre tu lógica y tus emociones.

Piensa en una decisión que hayas tomado sobre tu futuro: a qué universidad ir, qué trabajo aceptar, con quién casarte, qué casa comprar o qué departamento rentar. Quizá pensaste en todos los pros y los contras, e incluso hiciste una lista. Pero cuando llegó el momento de decidir, ¿no se redujo a lo que sentías?, ¿no fue la fuerza de las emociones positivas (como el entusiasmo, el anhelo, la anticipación, el deseo) lo que te impulsó hacia la decisión final?, ¿o elegiste contra la fuerza de las emociones negativas (como el miedo, la ansiedad, la repulsión)?

Eso es lo que postula el enfoque del afecto como información14, 15 en psicología social: utilizamos nuestras emociones como información importante cuando deliberamos sobre nuestro próximo movimiento.

Las investigaciones sobre el afecto como información demuestran que las emociones ayudan a planificar de forma más creativa y flexible (resultado de la inteligencia emocional), a distinguir las cosas como buenas o malas y a decidir la actitud a tomar y la rapidez con la que hay que responder ante un acontecimiento importante.16 En otras palabras, mucho de lo que hacemos al tomar decisiones depende de una respuesta visceral.

Y por “visceral” puede que no estemos hablando metafóricamente. Como describe el neurocientífico Antonio Damasio en sus investigaciones, dependemos de los “marcadores somáticos” para tomar decisiones. Se trata de sensaciones corporales (aumento de los latidos del corazón, sudoración de las palmas de las manos y náuseas en el estómago) que están vinculadas a las emociones. Las investigaciones sobre los marcadores somáticos17 demuestran que las personas que dependen de estos marcadores toman decisiones más rápido y sus decisiones suelen conducir a resultados más positivos que los individuos que no pueden acceder a estos marcadores somáticos (por ejemplo, los sujetos con lesiones cerebrales). De hecho, las personas que han sufrido daños en los centros emocionales del cerebro, como la amígdala, pueden divagar por innumerables razones por las que deben y no deben tomar una determinada acción sin poder llegar a una resolución.

Entonces, ¿qué tienen las emociones que son fuentes de información especialmente importantes en nuestra toma de decisiones, y que las diferencian de una dependencia de la lógica? Los teóricos del afecto como información, Gerald Clore y Stanley Colcombe, escriben que “la información procedente de los sentimientos es convincente porque se experimenta como si surgiera con espontaneidad en nuestro interior”, y el hecho de proceder de nuestro interior otorga a esta información una validez especial, ya que “nos consideramos fuentes especialmente creíbles”.18

Gran argumento, pero no siempre es cierto.

Primero tenemos que vernos a nosotros mismos como creíbles (en otras palabras, tener fe en que la fuente de nuestras emociones es digna de confianza) para creer que las emociones contienen información importante.

Los resultados de las investigaciones del psicólogo social Kent Harber (que es también el investigador principal del proyecto del temor a la esperanza), apuntan en esa dirección. Su trabajo demuestra que las personas con un menor sentido de autoestima son menos propensas a utilizar sus emociones a la hora de tomar decisiones que las personas con más autoestima.19 Harber está totalmente de acuerdo con los teóricos del afecto como información, pues considera que se toman decisiones mejores y más rápidas cuando las personas dependen de sus emociones como señales. Pero la gente primero tiene que “confiar y respetar la fuente de estas señales, es decir, a sí misma”. En otras palabras, hay que tener fe en uno mismo para tener confianza en las emociones y poder utilizarlas para tomar decisiones y luego actuar en consecuencia.20

La forma en que deliberamos sobre una decisión se parece mucho a la lectura de un periódico. Lees una información que se presenta como un hecho. Sin embargo, aceptas esta información como un hecho porque sientes que el periódico es fiable. Y si a alguien (digamos, por ejemplo, un presidente populista) no le gustan los hechos del artículo, y tampoco quiere emprender el duro trabajo de hacer su propia investigación, puede intentar persuadirte de que el periódico no es creíble, y señalar que tal vez sean noticias falsas. Si no confías en el periódico, no creerás en los hechos que contiene. Si se desacredita al mensajero, todos sus mensajes quedan también desacreditados.

Volvamos a esa lista de decisiones importantes: trabajo, matrimonio y casa. Según Harber, no pudiste tomar las decisiones en estas áreas sólo porque tus emociones eran fuertes: pudiste hacerlo porque creías y tenías fe en ellas, probablemente porque tenías fe en ti mismo. Piensa en este tipo de decisiones en una situación en la que no logras elegir. Quizá tuvieras la misma cantidad de emociones positivas y la misma ausencia de emociones negativas, o viceversa, pero no sentías que podías confiar en tu instinto porque no confiabas en ti mismo.

Así es como funciona para todos cuando estamos a punto de cambiar o comprometidos con una transformación. Tienes algunos hechos válidos que apoyan una elección afirmativa. Pero al final, también dependes de cómo te sientes con respecto a la decisión, y esa confianza en los sentimientos depende de tu fe en ti mismo. Quizá también requieres fe en que el mundo que te rodea te dejará avanzar hacia lo que quieres. Sin esa fe (en ti mismo y en el mundo) la información siempre será insuficiente, y los sentimientos necesarios para actuar sobre ellos se considerarán noticias falsas: como fuentes de información poco fiables.

Permíteme volver a Bridget y a sus padres para aclarar este importante punto sobre las emociones y la fe.

A lo largo de mi carrera he trabajado con cientos de personas que, como Bridget, han experimentado episodios maníacos seguidos de otros depresivos. Todas han sido inteligentes, y muchas han tenido el mismo espíritu creativo y el mismo enfoque innovador y espontáneo de la vida que Bridget. Como mucha gente, estoy convencido de que hay algo que conecta la manía con el genio y la creatividad. Desde Vincent van Gogh hasta Virginia Woolf, pasando por Winston Churchill, Vivien Leigh, Buzz Aldrin, Ernest Hemingway, Graham Greene, Lou Reed y muchos otros, la historia está llena de líderes y creativos famosos a los que se les ha diagnosticado (eso sí, desde el escritorio) experiencias bipolares. Sin embargo, también he visto un resultado especialmente conmovedor de tener estos vaivenes emocionales: la pérdida de fe en las propias emociones. ¿Soy feliz en este momento, o se trata de una manía?¿Terminar con mi amado me entristeció, o me dirijo hacia una profunda depresión? Y, en ambos casos: ¿Me están llevando mis emociones hacia el peligro y el riesgo otra vez?

Esa pérdida de fe en las propias emociones, tal y como yo lo veo, lleva a una persona a desaprovechar sus propios talentos significativos. La fe de los padres de Bridget en ella, y su fe incondicional en sí misma, la protegieron del posible trauma de sus cambios emocionales, ya que esta fe llevaba el mensaje de que siempre era creíble, sin importar de dónde la llevaran sus emociones, y que sus propias emociones también eran creíbles. Como me dijo, las emociones “me dan mensajes claros sobre la vida” y “siempre dan en el blanco con respecto a la realidad”. Son extremas, pero precisas.

En el caso de Mark no puede decirse lo mismo sobre las emociones. Mark aprendió a no confiar en las emociones importantes, positivas y primarias relacionadas con la espontaneidad y la alegría, porque en su situación estas emociones lo traicionaban la mayoría de las veces, llevándolo al castigo cada vez que actuaba conforme a ellas. Y esa desconfianza hacia sus emociones le hizo no tener fe en sí mismo (la fuente de estos sentimientos, por tanto, la fuente de las cosas que le ocasionaban problemas). Ver los sentimientos positivos como algo que conduce a malos resultados lo hizo limitar de forma muy severa su crecimiento personal y experimentarse a sí mismo como algo descompuesto, fallido. Llevaba una vida en la que no podía seguir ninguna brújula interior, porque en su familia eso significaba desviarse hacia experiencias muy dolorosas.

En la idea de Harber, la falta de fe en ti mismo provoca la falta de fe en tus emociones, lo que lleva a la dificultad para tomar una decisión y luego actuar. Creo que la herida en tu fe puede funcionar en la dirección opuesta. Algo malo te sucede por una decisión que tomaste y una acción que realizaste basada en esta decisión. Entonces ves que tus emociones, que son información que proviene de tu interior, te llevan por el camino de la decepción. A partir de ahí, pierdes la fe en ti mismo (que eres quien genera estas emociones).

Para ampliar este punto, permíteme recapitular la historia de Mark con el tocadiscos, cuando primero bailó con alegría y luego se burlaron de él por ser alegre. Mark utilizó ese episodio como metáfora para describir un patrón repetido de interacciones en su familia y su efecto en él. Ofrece una imagen completa de todos los elementos del campo de fuerza del cambio, y una narración sobre cómo la decepción puede conducir a la falta de fe en uno mismo.

Cuando Mark empezó a bailar, actuaba con base en la información de sus emociones. Y eso requería mucha fe, pues tenía información de que las cosas no acabarían bien si se dejaba guiar por sus emociones. Así que en ese momento, invirtió una cantidad significativa de credibilidad en sí mismo como fuente de información. Una parte de él conocía los peligros del baile y de arriesgarse a expresar de forma abierta su plena autonomía en el mundo (su única capacidad de moverse de forma espontánea y con alegría al ritmo de la música) y sabía que podía acabar en catástrofe. Pero esperaba un minuto de alegría en una vida sin ella, su anhelo de diversión pesaba más que su preocupación por el probable castigo por su gesto autónomo. Como esperaba, en ese momento se sentía bien bailando, por encima de la típica negación de su propia autonomía.

Pero, de nuevo, Mark no podría haber actuado con su esperanza si no tuviera fe en que sus emociones contenían información válida de una persona en la que podía confiar (es decir, él mismo). Cada movimiento que hacía, confiando en su fuente creíble de que estaba bien hacerlo, era una subida a esa cima de aspiraciones, desde la cual la caída hacia la decepción se hacía más profunda cuanto más alto subía. La dura respuesta de su padre lo hizo caer. Y cuando experimentó la profunda decepción de su caída, aprendió un par de lecciones paralizantes: que es mejor desconfiar de la persona que envía esas señales emocionales para actuar (su propio yo, en otras palabras), y que es peligroso ser una persona autónoma, espontánea, esperanzada y fiel. Aprendió que quedarse quieto era mucho más seguro que bailar. Al igual que la inmovilidad tónica, esa postura congelada que adoptan los animales para escapar del peligro: permanecer igual, rígido y en su sitio, fue el refugio de Mark.

R. D. Laing, un importante y controvertido psiquiatra, tenía un término para esta posición congelada que asumía Mark: petrificación. Para Laing, la petrificación, resultado de una profunda inseguridad, es una “ley general que consiste en que, en algún momento, los peligros más temidos pueden ser englobados para prevenir que ocurran en realidad”. Así, renunciar a la propia autonomía se convierte en un medio para salvaguardarla en secreto; hacerse el flojo, fingir la muerte, se convierte en un medio para preservar la propia vida”.21

Petrificación: ¿crees que esta idea se parece mucho a seguir igual? Así es.

La petrificación y permanecer igual

El acto de petrificación que describe Laing puede rastrearse hasta la cuna, así como la esperanza de sustento y calidez y el terror a no ser alimentado. Cada vez que un bebé llora, actúa según su instinto (sensación de hambre, necesidad de calidez) y también actúa con base en la esperanza, pidiendo lo que necesita y llorando con el dolor de no tenerlo. Cuando los psicólogos estudiaron por primera vez la relación afectiva entre los niños y sus madres (entonces sólo las madres), dieron un nombre a un tipo de depresión que se producía cuando las necesidades del bebé no se satisfacían con regularidad: depresión anaclítica22 (“anaclítica” significa el anhelo de recibir atención de un cuidador (con raíces en la palabra griega que significa “apoyarse”, “depender”). La depresión anaclítica se caracteriza por una severa resignación.

Los bebés que han sufrido la ausencia de sus padres, que reciben todas sus necesidades físicas (alimentación, ropa, atención médica), pero no conexiones emocionales fiables, parecen afligidos. A finales de la década de 1940, el psicólogo René Spitz visitó un hogar de niños abandonados, un orfanato para bebés cuyos padres estaban en la cárcel o no podían cuidar de ellos.23 El personal era responsable y comprometido, pero no podía proporcionar a cada bebé la respuesta emocional que cada uno de ellos requería. Las fotos y las películas que hizo Spitz son devastadoras, incluso hoy en día. Muchos bebés aparecen inconsolables en su desolación, llorando de forma parecida a la reacción de duelo de un adulto. Y peor aún eran los que mostraban una lánguida resignación. Comúnmente, esta incapacidad de ver satisfechas sus necesidades emocionales, de verse defraudados en sus peticiones de conexión, deprime el crecimiento físico (una condición llamada enanismo por privación), así como la enfermedad e incluso, trágicamente, la muerte.

Los trabajos relacionados24, 25 sobre los estilos de apego muestran, de forma menos grave pero igual de dramática, lo que les ocurre a los bebés cuya esperanza no verbalizada de conexión no se hace realidad de forma fiable. De hecho, se puede observar esta resignación de forma directa en el comportamiento de los bebés que han sido privados de calor y alimento: una trágica renuncia, ya que se apartan de sus padres cuando éstos entran en una habitación y suelen rechazar su alimento emocional (también llamado apego evasivo). En los casos graves, estos niños y bebés se resignan por completo, se mueven poco y no responden a nada. “Fracaso en el desarrollo” es la etiqueta que se les aplica de manera acertada cuando esto ocurre.

Aunque las típicas decepciones que puedes sentir cuando intentas hacer un cambio personal no son tan traumáticas como la devastadora experiencia de los niños con carencias, sigues participando en una versión de esto cuando te arriesgas a esperar, dependes de tu fe para actuar y potencialmente descubres que no puedes conseguir lo que necesitas. Y cuando te arriesgas a pedir ayuda e intentas que se satisfagan tus necesidades, y las cosas no salen como esperabas, tu tendencia se dirige a algo parecido a las posturas anaclíticas y evasivas: quedarse en el mismo lugar, no moverse. Te apartas del alimento de la fe para evitar el dolor de la decepción, te congelas.

Digamos que anhelas encontrar pareja. Ha pasado un año desde una ruptura muy mala, y has sido tímido a la hora de volver a intentarlo. Pero al final te apuntas a un sitio web de citas y descubres a alguien interesante. Tienes una primera cita con esa persona y vuelves a casa entusiasmado con la posibilidad de una relación. Sientes que esa persona es la adecuada para ti; lo sabes en tu interior. Y te permites tener esperanzas, dejando que tu entusiasmo haga brotar escenarios románticos imaginados. Pero entonces esa persona no te devuelve las llamadas ni los mensajes. Te quedas destrozado; la profundidad de tu decepción coincide con el nivel de tu esperanza. Si no hubieras confiado en tus emociones en primer lugar, no habrías designado con entusiasmo a esta persona como alguien que querías y necesitabas en tu vida. Pero ahora que has dado importancia a esta persona, el fracaso de la relación hace que tu deseo de tener una pareja sea aún más descarnado y apremiante. ¿Por qué me he dejado llevar por mis emociones?, te preguntas.

Aunque sólo se trate de un primer intento, no puedes evitar cuestionar tu capacidad para encontrar a alguien. Sin embargo, sigues intentándolo. La próxima vez que entras en la web y conoces a alguien con perspectivas reales, tu instinto te dice que esa persona parece la adecuada. Pero también te dices a ti mismo que te lo tomes con calma, que no te lances. Tienes varias citas con esa persona. Pero al no tener confianza en lo que te dicen tus emociones, y preocupado por sentir esa horrible sensación de decepción que tuviste la última vez, te muestras reticente, distante. De hecho, cada vez que te sientes un poco emocionado por esta nueva perspectiva, empiezas a cerrarte emocionalmente. La última vez, tus emociones te dominaron; esta vez no lo harán.

Tu mano abierta de esperanza es ahora un puño cerrado. Y como estás más contenido, también lo está la persona con la que sales, y también lo está cualquier sentimiento de conexión a partir del cual pueda crecer una relación. Decides que “no hay conexión” y sigues adelante. Sin embargo, una vez que terminas con esa persona, la ves bajo la misma luz que al principio: tu instinto te dice que es una posibilidad real. Sientes que podría ser lo que necesitas. Le envías un mensaje de texto para intentarlo de nuevo, pero ya ha pasado página. Piensas: ¿Por qué no le hice caso a mi instinto?

Ahora te sientes decepcionado contigo mismo y te cuestionas adónde te ha llevado tu indecisión respecto a tus sentimientos. Empiezas a perder la fe en ti mismo, preguntándote si no eres bueno para el compromiso. También pierdes la fe en que el mundo es lo bastante generoso como para ofrecerte más opciones, dudando de que haya alguien por ahí que realmente atraiga tu interés y afecto. En algún momento tuviste sentimientos muy fuertes hacia esa persona. ¿Y si fuera “la elegida”? La próxima vez que entras en la página de citas y encuentras una posible pareja, cierras de inmediato el navegador. No quieres seguir tus sentimientos, porque te llevarán de nuevo a la esperanza de que una persona pueda hacerte sentir completo, con toda la posibilidad de que acabes sintiéndote perdido si las cosas se convierten en una decepción. En cuanto a las citas, tu vida está congelada.

En este ejemplo, la petrificación es específica de las citas, no una postura general ante la vida como en el caso de Mark. Y no te deja acurrucado en tu cama, sin querer responder a ninguna de las formas en que la vida puede atraer el riesgo, de una manera verdaderamente anaclítica, pero sí te mantiene en tu campo de fuerza particular con respecto a las citas.

Aunque puede haber muchas áreas en tu vida en las que avanzas con gusto, puede haber otros lugares en los que te haces el flojo porque no soportas la idea de esperar algo que necesitas y luego no conseguirlo.

Tómate un segundo y haz una lista de todas las cosas que estás haciendo ahora mismo y que tienen que ver con mejorar algo de ti mismo que en realidad anhelas mejorar, cosas que sientes de verdad que faltan. Si te diera un pequeño sello de tinta, apuesto a que podrías encontrar fácilmente esos aspectos de la lista que no has podido conseguir. Yoga: sin sello; comer sano: sello; llamar a tu madre con más regularidad: sin sello; pedir un ascenso laboral: sin sello; volver a jugar al tenis: sello. Cada lugar marcado con el sello representa estados petrificados, en los que tu lucha con la fe supera la fuerza de tu esperanza, debilitando la capacidad de tu fuerza motriz para hacerte avanzar.

Esta pérdida de fe también exalta las fuerzas restrictivas que te detienen. Cuando pierdes la fe en ti mismo y en el mundo, la ansiedad fomentada por la conciencia de tu responsabilidad existencial y tu soledad puede volverse insoportable.

La pérdida de la fe y la impotencia:

la cicatriz de la decepción

Se te ha dado la estimulante y desafiante crayola morada del albedrío humano, la capacidad de decidir y elegir. Ésta te ofrece una gran oportunidad, pero también te produce ansiedad. Estás preocupado porque con esta capacidad de decidir viene la conciencia de que estás solo en tus decisiones y de que eres responsable de tus resultados, que éstos importan mucho ya que no vives para siempre.

La doble ansiedad de la soledad y la responsabilidad se hace más evidente cuando decides algo. Y puedes amortiguar esta conciencia buscando formas de no decidir. El cambio personal es una decisión particularmente importante, porque estás haciendo una elección sobre una transformación en ti mismo. Y ese tipo de decisión tiende a exponer aún más tu responsabilidad. Entonces, ¿qué ocurre si sospechas que la crayola morada de la voluntad personal no es fiable o, peor aún, que está defectuosa? Cuando eso ocurre, te sientes responsable de tu vida pero sin los medios para hacerla funcionar. ¿Qué se siente?, ¿cuál es el resultado de la ruin aritmética de la responsabilidad existencial + la falta de fe?

Creo que es la experiencia de una impotencia extrema para satisfacer tus necesidades.

Quizás esa experiencia de impotencia es lo que encadenó a Mark, atrapándolo en un círculo vicioso de necesidades insatisfechas pero esenciales y su incapacidad para satisfacerlas. Y aunque los bebés no tienen que enfrentarse a las experiencias adultas de responsabilidad y mortalidad, esta misma sensación extrema de impotencia para satisfacer sus necesidades está en la raíz de su comportamiento anaclítico y evasivo. Esta impotencia provoca la resignación entre los aspirantes a citas, cuya decepción inicial conduce a una cautela que inhibe la chispa necesaria para encender un nuevo romance. De este modo, la desesperanza se convierte en una profecía cumplida.

Ya te causa suficiente ansiedad el hecho de tener la enorme responsabilidad de navegar por tu vida. La impotencia (esta disminución del pensamiento de voluntad y de la autoeficacia) dice que estarás perpetuamente perdido, incluso si eres capaz de reunir el valor para asumir esta responsabilidad. Si te consideras como un barco deteriorado y roto, incapaz de llegar a su destino sin hundirse, o si te piensas como el marinero que se acerca a un remolino imposible, o ambas cosas, creo que el mensaje de la impotencia es que no puedes alcanzar lo que eres responsable de alcanzar. Es una experiencia insoportable, como la angustia indescriptible articulada en el llanto de un bebé. Te dice que no puedes ser el autor de tu vida, aunque quieras.

En esta situación, la mala fe parece bastante atractiva. ¡Sólo dime qué hacer!, suplica tu mente al mundo, pues ya no confías en ti mismo para tomar las riendas y guiar el barco de tu vida.

Una escena de la serie de la bbc Fleabag capta a la perfección esta postura. La heroína, Fleabag, siempre comete errores y de forma regular se decepciona de sí misma y del comportamiento de los demás. Pero sigue adelante, mantiene la frente en alto y sigue siendo valiente y auténtica.

Nunca deja de ser ella misma, no está dispuesta a quedarse petrificada (Fleabag es heroica en este sentido, y pienso que la serie trata del valor existencial). Sin embargo, la tentación de detenerse y entregarse a una postura de mala fe siempre está ahí. En una escena, tras una serie de dolorosas decepciones, anhela rendirse y actuar como si no tuviera elección. Está en un confesionario con un sacerdote del que se ha hecho amiga (y con el que, en su tendencia al catastrofismo, quiere acostarse). Él le pregunta qué quiere de la vida. Ésta es su respuesta:

Quiero que alguien me diga qué debo ponerme por la mañana. Quiero que alguien me diga cómo vestirme cada mañana. Quiero que alguien me diga lo que tengo que comer. Qué querer, qué odiar, qué escuchar, qué grupo musical me debe gustar, para qué comprar entradas, con qué bromear, con qué no bromear. Quiero que alguien me diga en qué creer, por quién votar, a quién amar y cómo decírselo.

Sólo quiero que alguien me diga cómo vivir mi vida, padre, porque hasta ahora creo que lo he hecho mal, y sé que por eso la gente quiere a personas como tú en sus vidas, porque tú les dices cómo hacerlo. Les dices lo que tienen que hacer y lo que van a conseguir al final, y aunque no me creo tus peroratas, y sé que científicamente nada de lo que hago marca la diferencia al final, sigo teniendo miedo. ¿Por qué sigo teniendo miedo?26

Simplemente brillante, perfecto. Es justo eso: cuando no tienes fe en tu propia capacidad de acción debido a las decepciones de tu vida, tu responsabilidad y tu soledad (esas cosas que todos tratamos de mantener fuera de nuestra conciencia, pero que el cambio personal siempre trae a la conciencia) ahora se sienten más aterradoras que nada. Y así, hacerse el flojo empieza a tener cierto sentido. Te protege de la horrible experiencia de estar solo, ser responsable, porque no eres una fuente creíble para lograr ir de aquí a allá. Y así empiezas a buscar respuestas fuera de ti. No porque esas respuestas estén realmente disponibles, sino porque ya no puedes soportar la idea de que tú eres la fuente de todas las respuestas relativas a tu existencia.


Sólo creo que quiero que alguien me diga cómo vivir mi vida.

Es insoportable verse a sí mismo como indefenso o roto para emprender ese camino que sólo tú eres responsable de recorrer. Y cuando te encuentras en este estado, preocupado por cualquier mensaje de que no eres capaz de dominar tu propia vida, hay una experiencia que amenaza con sacarte de tu estado de petrificación y hacerte avanzar por ese aterrador camino: la esperanza.

Cuando pierdes la fe en ti mismo y en el mundo, ves la esperanza como tu mayor amenaza, porque te tienta a tener aspiraciones que temes no poder cumplir, y te transmite una sensación de fracaso si no las cumples.

Temor a la esperanza

Recordemos la compleja anatomía de la esperanza. La esperanza requiere identificar un objetivo importante, trazar un camino hacia ese objetivo y sentirse confiado en tu capacidad para seguirlo con éxito. ¿Qué ocurre cuando falta la voluntad? Cuando sabes lo que quieres, ¿puedes ver cómo llegar a ello, pero te falta fe en ti mismo como alguien que tiene la aptitud de actuar? Cuando te falta esa creencia crucial en tu eficacia (tu fe en tu capacidad para realmente llevar a cabo todo esto, o levantarte si no lo haces) no avanzarás.

La esperanza vacía de fe es una experiencia horrible y agitada. Designas algo como importante, ves que te falta, y no te crees capaz de conseguirlo, ni de construir una barca lo bastante fuerte para mantenerte a flote si no lo consigues. Anhelas llegar a casa, y te aterra dar el siguiente paso.

Piensa en un cambio personal que quieras hacer ahora mismo. Puede ser pequeño y sencillo, o grande y complejo. No importa. ¿Qué se interpone en el camino? He fracasado en esto un millón de veces; esta vez no será diferente. O, Realmente no quiero sentirme mal conmigo mismo si fracaso. Es tu falta de fe la que habla, y te corroe porque ves la cosa que tienes delante como importante. Una parte de ti intenta sofocar la esperanza denigrando lo que buscas. No es tan importante hacerlo. Puedo esperar. Hay cosas más importantes que conseguir en mi vida.

En este punto, tu relación con la esperanza se vuelve conflictiva. La esperanza te hace avanzar hacia las cosas que quieres. Y cuando avanzas hacia las cosas que quieres, también te enfrentas a la ansiedad de que estás solo al hacerlo. Cuando no tienes fe en que puedes alcanzar lo que quieres, o no te recuperas del fracaso de no alcanzarlo, la esperanza se convierte en algo aterrador. Te asusta porque convierte la aspiración y el deseo en decepción y frustración. Y porque amenaza con hacerte perder la fe en ti mismo y en el mundo.

En esta situación, la esperanza (la emoción que te impulsa a avanzar hacia tu objetivo y, por tanto, desafía tu confianza a cada paso) parece peligrosa: un provocador que parece engatusarte hacia un camino condenado. Al carecer de fe en la esperanza, y por lo tanto sentir terror ante el siguiente paso, rechazas la guía y el estímulo que necesitas para avanzar. Yo llamo a esta actitud un angosto y defensivo temor a la esperanza.

El temor a la esperanza amplifica la fuerza la ansiedad existencial al hacer que te preocupes por no alcanzar los objetivos de los que eres responsable. El temor a la esperanza también debilita tu capacidad de beber del pozo del cambio. Sin importar tu situación, tanto si has sufrido contratiempos debilitantes como el de Mark, como otros menos catastróficos, creo que cuando te enfrentas a un cambio personal, tu capacidad para alcanzar tu objetivo viene determinada por lo mucho o poco que temas a la esperanza.

En el próximo capítulo leerás sobre la sorprendente, compleja y difícil relación entre tener esperanza y temer la esperanza, y la forma en que la fe juega en la forma de seguir adelante.

Cómo cambiamos (y diez razones por las que no lo hacemos)

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