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Dirección errada

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Todos conocemos esta situación: conducimos de mal humor de casa hacia el trabajo e igualmente del trabajo a casa. En consecuencia, no solucionamos nuestros problemas, sino que los llevamos siempre con nosotros, ¡precisamente allí donde no es posible solucionarlos!

La situación se complica, especialmente cuando pretendemos transferir nuestros asuntos a otra persona que no tiene nada que ver con ellos. En estos casos desahogamos mal genio, furia, agresividad, frustración y otras molestias en alguien que nada tiene que ver con todo esto.

Pero ¿por qué hacemos esto?

Porque no somos ni valientes ni honestos.

Casi nunca solucionamos nuestros problemas allí donde surgen, sino que elegimos el camino de la menor resistencia. ¿Y qué personas nos oponen la menor resistencia? Aquellas que nos aman y que están cerca a nosotros. ¿Es justo y correcto transferir nuestros problemas a quienes más nos aman y que, por ello, nos tienen la mayor paciencia? De este modo no solucionamos ningún problema, sino que le pasamos el problema a los demás por falta de valor y honestidad. Reprimimos nuestras emociones y sentimientos en vez de hacer saber a los que desencadenan y causan nuestras dificultades que no nos convienen. La consecuencia de este silencio es que la presión interior se hace cada vez mayor y entonces, con cualquier pequeñez, explotamos. ¡Esta explosión, lamentablemente, recae sobre las personas equivocadas, aquellas que carecen de culpa: nuestros seres más queridos!

Si llegamos de mal humor a casa y descargamos nuestras emociones y agresiones en nuestros hijos, no se reducirán nuestros problemas. Por lo contrario, tendremos incluso problemas nuevos. Si no solucionamos nuestros problemas allí donde surgen, continuarán sin resolver, se incrementarán y contaminarán también otros aspectos de nuestra vida. Nuestros hijos se sentirán menos a gusto en su propia familia y buscarán la sensación de protección fuera del querido hogar. Se convertirán así en seres cada vez más temerosos, ya que extrañan el amparo de su propia familia. La inseguridad de tener que valerse por sí mismos en el mundo exterior y la falta de un hogar protector los convertirá paulatinamente en seres temerosos y agresivos. Con ello también aumenta la disposición a consumir alcohol y drogas y a actuar con violencia. La mayoría de las características negativas de estos jóvenes resulta de la desesperación y de la acumulación de agresiones, que desahogan en actos criminales.

Si, por ejemplo, un hombre tiene conflictos con su madre dominante y no los resuelve con ella, siempre conocerá a mujeres dominantes para vivir y – ojala – solucionar a través de ellas estos conflictos. Esto se hace necesario ya que el individuo ha evitado la confrontación y la aclaración de los problemas con su madre.

Imaginemos a otro hombre que, por lo contrario, siempre fue mimado por su madre y aún no quiere asumir la responsabilidad de sí mismo y de su propia vida, ya que le resulta más fácil y cómodo seguir siendo un niño. En el futuro, este sujeto también atraerá a mujeres que, más que desear una pareja, desean tener un niño. Si llega a conocer a una mujer que prefiera ser madre a ser pareja, encajarán seguramente "como uña y mugre". Graciosamente, estas parejas hablan de la suerte que tienen, ya que supuestamente se acoplan a la perfección. No reconocen, lamentablemente, que son sus egos los que encajan, mas no sus verdaderas personalidades. ¡Una vida auténtica de pareja no puede darse bajo estas circunstancias, pues un egoísta solo busca satisfacer sus necesidades y no convivir con los demás!

Una relación interpersonal sin crecimiento espiritual no aporta amor ni vida. Solo vive de rutinas y costumbres. Una relación de pareja que nació de motivos egoístas no logra hacer feliz a nadie, porque la vida es una eterna transformación. Pero el ego niega los cambios reales. Allí donde comienza el ego, termina la capacidad de convivencia en pareja.

En el ejemplo anterior, la madre tiene temor de perder a su hijo si lo deja ser adulto y le permite que lleve una vida propia, sin ella. El hombre, por su parte, igualmente teme ser adulto, pues así perdería a su madre y tendría que hacerse responsable de sí mismo. Mientras no tome las riendas de su vida, no buscará ni encontrará a una pareja, sino solo un reemplazo de su madre. Por lo tanto, si en su búsqueda de pareja alguien encuentra frecuentemente candidatos que se comportan como niños, por ejemplo, esto podría ser un signo de que sigue una motivación errada.

De la manera como nos tratan nuestros semejantes podemos sacar conclusiones sobre:

- quiénes somos

- cómo nos comportamos

- qué deseamos en realidad

- hacia dónde nos dirigimos.

Si no nos entendemos con nuestros semejantes, podemos reemplazarlos, pero con ello no solucionaremos nuestros problemas. Los problemas de una persona surgen de su propia conciencia. Son las dificultades que esta persona tiene consigo misma.

¡Pocas veces tenemos problemas con otras personas, casi siempre los tenemos con nosotros mismos!

Nuestras dificultades, insuficiencias, características y pensamientos negativos se manifiestan en nuestras relaciones interpersonales. Modificar las circunstancias de la vida sirve poco si el cambio no tiene lugar en la conciencia de la persona. La mayoría de nosotros cree que cambiando de pareja, de trabajo o de vivienda se pueden solucionar los problemas. Pero si no aprendemos las lecciones necesarias, no habrá una verdadera transformación. Habrá un cambio de actores, pero el guión seguirá siendo el mismo.

Allí donde los temores unen a los seres humanos y dominan sus relaciones, no florece ni el amor ni la vida.

Muchas personas deciden ser abogados porque tienen un sentido muy definido de la justicia. La razón de ello puede ser que, en su opinión, se les ha hecho muy poca justicia. Otros deciden ser banqueros para realizar así sus sueños de riqueza. Las personas que sienten que no se les estima, se les reconoce o ama quieren ser famosas y exitosas a toda costa para que finalmente las reconozcan y amen. Muchas veces intentamos, inconscientemente, reemplazar las cosas que no funcionan por otras sin indagar la causa. ¡Pero tenemos que abordar nuestros problemas allí donde nacen, en nosotros mismos!

Quien habla abiertamente y con valor y comunica a los demás qué efecto tienen sobre él será cada vez más feliz y exitoso.

Quien no acepta y asume sus problemas, sino que los ignora, omite, niega o disimula, los llevará consigo adonde vaya.

El triunfo del amor sobre el ego

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