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Prólogo

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Cuando era niño, siempre me acompañó una extraña sensación que no podía describir. Sentía que algo no funcionaba bien en este mundo, pero no podía precisarlo, ya que el mundo de los adultos me era incomprensible.

Más tarde entendí que ese sentimiento era el anhelo de un mundo feliz, presente en mí ya desde la niñez. Deseaba un mundo tan perfecto como el de los cuentos de hadas con un final feliz. Me preguntaba qué habría sido de los personajes de los cuentos de hadas, y si aún serían felices. Siempre quise saber por qué en el mundo de los adultos las cosas rara vez terminaban bien como en los libros infantiles y por qué nuestro mundo no era tan perfecto como el de los cuentos que me leían antes de dormir.

Observé con la mayor atención los gestos de mis padres y comprendí que no eran realmente felices ni juntos ni con su propia vida. Cuando descubrían mi expresión preocupada, me sonreían como lo hacen los adultos que quieren consolar a un niño. Pero tan pronto giraban su cabeza, su gesto cambiaba y yo podía advertir cómo se sentían. Podía vislumbrar sus sentimientos de duda y tristeza, sus preocupaciones y una buena cantidad de problemas imposibles de resolver.

Entendí que existe una gran diferencia entre el mundo fantástico de los cuentos de hadas y el mundo real.

Los cuentos solo servían para que nos durmiéramos más fácilmente y tuviéramos sueños agradables. Pero el mundo real era una pesadilla desprovista de un final feliz. Eso me entristecía y por las noches lloraba a escondidas. Sobre todo me invadía una tristeza inconsolable cuando veía a mis padres afligidos y desesperados.

Una y otra vez, mi madre y yo teníamos conversaciones como la siguiente:

- "¿Por qué papá se va temprano de la casa y no regresa hasta tarde en la noche?”

- "Se va a trabajar."

- "¿Por qué?"

- "Porque tiene que ganar dinero para nosotros."

- "¿Para qué?"

- "¡Si queremos comprar comida, necesitamos dinero! Nadie nos regala nada.”

- "¿Por qué no?"

- ...

Esta clase de preguntas y respuestas existen en todas las familias. Preguntas, cuya respuesta final siempre es que somos niños pequeños y todavía no podemos entenderlo todo. Pero tampoco como adultos hemos obtenido respuestas a nuestras preguntas. En algún momento dejamos de preguntar y, con ello, también dejamos de reflexionar.

Cuando éramos niños, nos leían cuentos infantiles porque el mundo real tiene pocas cosas bellas que ofrecer. Esos cuentos debían calmarnos, distraernos de la realidad y hacernos la vida más agradable.

Como adultos perdemos, sin percatarnos de ello, la fe en el bien y así perseguimos afanosamente solo sueños inalcanzables. Los niños son consolados con cuentos de hadas, mientras que los adultos son seducidos, engañados y explotados con los sueños.

Al reflexionar en todo ello, nunca perdí de vista un aspecto fundamental, y me he preguntado siempre: ¿por qué existen el sufrimiento, el hambre, la violencia, las mentiras, el engaño, las guerras y las demás circunstancias que afean nuestra existencia en este mundo?

¿Por qué somos infelices?

Estos interrogantes nunca han abandonado mi mente. ¿Cómo podría olvidarlas, si este mundo me obliga a tenerlas siempre presentes?

Mis observaciones siempre me llevan a la misma conclusión: sufrimos debido a nuestra posición egoísta, actuando de tal forma que nos hacemos mutuamente la vida difícil.

Nuestro ego ha creado malentendidos y errores de pensamiento que convierten nuestra vida en un infierno. Estos pensamientos erróneos que en su mayoría hemos adoptado de nuestros semejantes, de las generaciones anteriores, de nuestros amigos y profesores, sin recapacitar si son correctos o no.

En este libro vamos a tratar de descubrir y dilucidar algunos aspectos en el manejo de nuestro ego. Sería maravilloso si esta obra pudiese contribuir a hacer de este mundo un lugar más bello, pacífico y feliz. Sin embargo, ello depende de nuestra voluntad de corregir nuestra conducta tanto como nos sea posible.

El lector honesto encontrará tanto en sí mismo como en sus semejantes una infinidad de errores de pensamiento, de ideas adquiridas equivocadamente. El reconocer esta verdad es el primer paso hacia la felicidad individual, la felicidad colectiva y la global.

Lo que no podemos reconocer, no podemos comprender.

Así como no podemos mejorar para bien, lo que no comprendemos.

Quien logra liberarse poco a poco de su propio ego transforma una parte significativa de nuestro mundo en algo más bello, armónico y pacífico: a sí mismo.

Seamos o no conscientes de ello, creámoslo o no, todos tenemos la misma responsabilidad: legar a nuestros hijos un mundo mejor del que recibimos de nuestros padres.

Cuanto mayor sea el número de individuos que coincidan con este comportamiento, cuantos más sean quienes actúen con amor, respeto, consideración y entrega, tanto mejor será el resultado y más bella se podrá tornar nuestra existencia en este mundo.

Todos anhelamos un mundo en el cual no sea necesario recurrir a los cuentos de hadas para calmar a nuestros hijos de sus miedos y distraerlos. Un mundo en el que no existan para los adultos sueños comprables, sino medios para poder realizar una vida plena y feliz

Si todos anhelamos un mundo así y, sobre todo, deseamos transferir un mundo mejor a nuestros hijos, estamos ante la ineludible obligación de vivir y luchar por lo que es bueno, verdadero y bello. Una lucha contra el ego propio, colectivo y global. Solo el amor verdadero y desinteresado puede lograr que esta lucha culmine en un triunfo:

¡El triunfo del amor sobre el ego!

Saeed

El triunfo del amor sobre el ego

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