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AGUSTÍN Y LA HISTORIA. LAS DOS CIUDADES
ОглавлениеAgustín en De civitate Dei propone una explicación de la historia diferente de aquella propia del pensamiento antiguo y más próxima a los postulados cristianos. Frente a una concepción cíclica del tiempo, que puede verse ya en el pensamiento mítico griego y oriental, y que adoptó buena parte de las escuelas filosóficas clásicas, el obispo de Hipona propone un tiempo histórico finito, creado, con comienzo y fin, en contraposición a la eternidad de su Dios creador. La historia aparece regida por la providencia y la gracia divinas, pero dentro de ella el ser humano posee en todo momento libertad de decisión 128 .
Para exponer su particular concepción de la historia Agustín recurre a la idea de dos ciudades antagónicas que nacen con ella y coexisten durante el devenir de la misma: la ciudad terrena y la ciudad de Dios, destinada esta última a prevalecer al final de los tiempos. Para comprender qué sentido le daba Agustín al término civitas y cómo concebía la civitas Dei es preciso acudir a toda una serie de antecedentes que se hallan tanto en el pensamiento clásico como en el cristiano 129 . Como señala TE SELLE 130 , el que Agustín recurra a la metáfora de la civitas se debe esencialmente a su multivalencia en el pensamiento político antiguo. Como es sabido, en el mundo griego se produjo una profunda reflexión sobre el concepto de ciudad como conjunto de ciudadanos regidos por unas mismas leyes y tradiciones, donde se incluyen los cultos religiosos, y, en un momento dado, los filósofos tratan de trazar las características de lo que sería una de carácter ideal. El punto de partida es la República de Platón, pero es en época helenística cuando el concepto se hace más integrador. A partir de ese momento la concepción de ciudad se amplía frente a la más restrictiva de la polis griega tradicional, especialmente en los estoicos. Según unos autores ésta constituirá la unidad de todo el género humano, para otros sólo de los hombres buenos, para otros de dioses y hombres, etc. Una visión restrictiva sería la que ofrecen los fragmentos de la República de Zenón 131 donde se presenta una visión del mundo como un Estado en el que se integran los dioses y los mejores hombres, poseedores de todas las virtudes, mientras que el estoicismo medio de Panecio y Posidonio extiende la ciudadanía a toda la humanidad. Esta universalidad se mantiene en el estoicismo transmitido por Cicerón 132 , Séneca 133 y Marco Aurelio 134 .
Sin embargo, las concepciones clásicas de ciudad no bastan para explicar las propias de Agustín. Según BARROW 135 , en Agustín la ciudad posee un carácter selectivo, pues se entra en ella por la gracia y el esfuerzo. Agustín construye su interpretación de la historia sobre su idea de ciudad de Dios, una forma de vida y actitud mental en el presente que es asimismo una esperanza para el futuro. La ciudad tiene existencia histórica y no es una mera abstracción sobre la razón universal como en el caso de los filósofos paganos. Para BARDY 136 , la originalidad de Agustín consiste en haber introducido la idea de un amor en virtud del cual cada persona puede libremente elegir la ciudad a la que pertenece. Esta concepción agustiniana de la civitas no se entiende sin recurrir a las escrituras 137 , tanto al Antiguo Testamento, donde según BARDY 138 , designa a Jerusalén en sentido propio, como al Nuevo, donde Jerusalén aparece en sentido figurado 139 , y especialmente al Apocalipsis, donde se opone la Jerusalén celeste a la Babilonia terrena 140 . Hay que tener en cuenta asimismo otras influencias procedentes del pensamiento cristiano, como la de Ambrosio de Milán 141 , y la del donatista Ticonio 142 .
La génesis de la contraposición entre las dos ciudades es en Agustín anterior a la redacción del De civitate Dei 143 . Textos como De libero arbitrio I XV, 31 —de 388—, y sobre todo De vera religione 27, 50 —de 390—, ya aluden a la existencia de dos tipos de personas, de dos categorías distintas en las que se puede distribuir el género humano: la de los impíos, y la del pueblo consagrado al Dios único. En las Confesiones se habla de los ciudadanos de la ciudad de Dios para referirse a los fieles de la Iglesia Católica (IV 15, 26) y para aludir a los ángeles, ciudadanos de la ciudad del cielo (XII 11, 12). Más adelante, en De catechizandis rudibus XIX 31 y 37 144 , Agustín ya menciona explícitamente las dos ciudades contrapuestas y caracteriza detalladamente a sus ciudadanos: los impíos, amigos del orgullo y del poder temporal frente a los santos espíritus que en su humildad buscan la gloria de Dios y no la suya. A partir de este momento Jerusalén es alegoría de la ciudad celeste como Babilonia lo es de la terrestre 145 . En las Enarrationes in Psalmos se observa ya una concepción completamente desarrollada sobre las mismas. De especial interés resulta el comentario del salmo 64, datable en 412 146 , donde se dice lo siguiente:
Conoced los nombres de estas dos ciudades, Babilonia y Jerusalén. Babilonia significa confusión, Jerusalén visión de paz. Dirigid ahora vuestras miradas hacia la ciudad de la confusión, para que comprendáis la visión de paz. Soportad aquélla, suspirad por ésta. ¿Cómo pueden conocerse estas dos ciudades? ¿Podemos acaso separarlas ahora una de la otra? Están mezcladas, y desde el mismo origen del género humano corren mezcladas hasta el final de los tiempos. Jerusalén tuvo su comienzo en Abel, Babilonia en Caín; lo cierto es que la edificación de ambas ciudades se hizo después.
Y más adelante continúa:
Dos amores construyen estas dos ciudades. El amor a Dios construye Jerusalén, el amor al mundo Babilonia. Pregúntese cada uno qué ama y descubrirá a qué ciudad pertenece. Si se reconoce ciudadano de Babilonia, arranque de sí la codicia y plante la caridad; pero si se descubre ciudadano de Jerusalén, soporte el cautiverio y espere la libertad 147 .
Como se puede apreciar, la evocación de las dos ciudades se realiza de un modo similar a como se hace al final del libro XIV del De civitate Dei , donde idénticamente se oponen los dos amores que crean las mismas, el amor a Dios (Jerusalén) y el amor al mundo (Babilonia). Así pues, Agustín en De civitate Dei no hace sino desarrollar de forma completa una serie de argumentos que ya aparecían en su producción anterior de forma constante, y que continúa tratando de forma paralela en otros textos redactados durante el largo periodo de tiempo que le ocupó su obra maestra.
La crítica moderna ha ofrecido interpretaciones muy diversas del pensamiento agustiniano sobre las dos ciudades. H. LEISEGANG 148 , a partir del análisis de Civ . XV 2 y su comparación con Gal . IV 21 desarrolla una teoría según la cual Agustín piensa en realidad en tres ciudades, una caelestis spiritalis , otra terrena spiritalis , y finalmente otra terrena carnalis , clasificación aceptada y desarrollada por VAN HORN 149 . La teoría ha sido criticada por diversos autores. Para BARDY 150 , resulta totalmente extraña a las afirmaciones de Agustín, y en su opinión sólo existen dos ciudades opuestas por sus destinos eternos, pero cuya realización no culmina hasta el juicio final. LAURAS considera que el pensamiento agustiniano ha ido evolucionando con el tiempo, y que en éste pueden distinguirse tres etapas: una en torno al año 400, en la que lo importante son las relaciones históricas entre Jerusalén y Babilonia, otra, en 410, donde domina la idea de que el cristiano, miembro de la Iglesia, es ciudadano de Jerusalén, pero pertenece físicamente a Babilonia, donde debe convivir con el pecado, y, finalmente, la etapa que precede a la redacción de la segunda parte del De civitate Dei , donde se hace hincapié en la confusión de ambas ciudades y la lucha de sus respectivos ciudadanos hasta el final de los tiempos. TE SELLE 151 , siguiendo a HAWKINS 152 y frente a VAN OORT 153 , que, a su modo de ver, enfatiza en exceso la idea de antítesis entre las dos ciudades, considera que éstas se entremezclan en la historia. A pesar de que somos hijos de Caín y de la ciudad terrena, es posible renacer en la ciudad de Dios por la inclinación natural al bien del ser humano. Es precisamente la ciudad terrena, y no una tercera, lo que se afirma por sus logros positivos y sus potencialidades para el bien futuro, y es así como las virtudes de Roma, la Babilonia contemporánea 154 , pueden servir de ejemplo para los ciudadanos de la ciudad de Dios, que, a pesar de haber renacido en ella, permanecerán vinculados a la ciudad terrestre hasta el final de los tiempos, cuando ambas se separen definitivamente.