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Año 1895: el Manuscrito «A»
ОглавлениеEl 1895 será para Teresa «un año de paz, de amor y de luz» y de valiosa producción literaria. Superadas las inquietudes interiores, que la retraían, descubierto plenamente el Dios-Amor, y Amor misericordioso, inundada de luces, que la han conducido en esta exploración y la orientan definitivamente, se puede decir que ha tocado el techo de la madurez. Se halla ya en condiciones de echar una mirada hacia atrás e interpretar, a la luz de estos últimos descubrimientos, lo que ha sido su vida, o mejor, la presencia y la obra de Dios en su carrera. En la introducción a la Historia de un alma expone en estos términos lo que va a hacer: «No es mi vida propiamente dicha la que voy a escribir sino mis “pensamientos” acerca de las gracias que Dios se ha dignado concederme» (MsA 3rº). Su obra no va a ser una simple biografía sino un mensaje. Descubre la presencia y la acción de Dios en la vida de una persona. Y esa vida es un paradigma, un modelo. Es como decir: así es Dios y actúa de esta manera.
El origen de este escrito tan interesante no se debe a un plan premeditado. Fue completamente casual. Sucedió de esta manera. Durante una conversación con sus hermanas, la menor de ellas contó algunos episodios graciosos de su infancia. Entonces, la mayor pidió a la M. Inés que le mandara poner por escrito esas historias para recuerdo familiar, pues presentían que la joven narradora no iba a vivir mucho. La M. Priora, después de pensar si semejante labor estaría justificada, le mandó ponerse a trabajar. Como obediencia a esta orden de la Priora nace la primera parte de la Historia de un alma, a la que ahora denominamos Manuscrito «A». La autora le puso un título un poco romántico: Historia primaveral de una Florecilla blanca... Trabajó en los ratos libres durante todo este año, de modo que pudo entregar su obra a la M. Priora el 20 de enero del año 1896, víspera de santa Inés.
Durante este año, además de esta obra principal, compuso varias poesías entre las que cabe destacar la 17, «Vivir de amor», fechada el 26 de febrero.
Desde las primeras páginas de la autobiografía se plantea un problema muy interesante. Ella dice que lo había pensado muchas veces, pero no sabemos desde cuándo le preocupó. Se trata de la manera de conducirse de Dios con las distintas personas. A algunas las inunda de gracias como a ella, a otras, aparentemente, no les concede ni lo más elemental, ni siquiera la fe.
A pesar de ello, Dios tiene que ser necesariamente bueno, justo y hasta generoso con todos. ¿Cómo se explica esto? Como en la naturaleza hay flores de distintas dimensiones y colores y todas, cada cual desde su condición, contribuyen a la belleza general, lo mismo ocurre en el reino de las almas. Hace falta que cada una acepte su propia condición y puesto. La obra de Dios se desarrolla en todos con la misma perfección tanto en los grandes santos como en las almas pequeñas y en los mismos salvajes que no tienen otra brújula que la ley natural. Hay que reconocer y aceptar así el plan de Dios. «La perfección consiste en ser lo que Dios quiere que seamos» (MsA 2vº). La santa se encuentra entre las almas pequeñas y quiere explicar cómo ha realizado Dios en ella su obra maravillosa. Ese va a ser el núcleo de su mensaje. Lo más admirable que encuentra en Dios es ver cómo se abaja, cómo se humilla, para amarnos en nuestra pequeñez e imperfección.
Son verdaderamente maravillosas, optimistas, las primeras páginas de este libro (cf MsA 2vº-3rº).
Así llegamos al segundo gran acontecimiento espiritual para Teresa. El primero fue la «gracia de Navidad».
Este año de 1895 recibe una gracia especialísima. El hecho ocurrió el 9 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad. Comprendió que Dios desea amar a las criaturas y necesita personas que se le ofrezcan como víctimas para aceptar ese amor y tratar de corresponderle. Hay almas que se ofrecen como víctimas a la justicia divina, pero Teresa ha comprendido que Dios tiene más deseo de descargar su amor que la justicia. Ese amor es desconocido o despreciado. Está obligado a permanecer represado en su corazón. Si hubiese quienes se ofrecieran como víctimas para recibirlo, ese amor las consumiría rápidamente (cf MsA 84rº). Esta idea la impresionó tanto que en adelante no pensará más que en ser víctima de ese amor. Esa es una concepción genial de cuál es la actitud y el proyecto de Dios para con nosotros.
Pidió permiso a la M. Priora para hacer este ofrecimiento de sí misma al Amor Misericordioso. Y esta, sin darse cuenta de lo que esto podía significar, le concedió la autorización.
Teresa no se contenta con ofrecerse ella misma; quiere comunicar a otras personas su descubrimiento y hacerlas partícipes de esta gracia. Convence inmediatamente a su hermana Celina para que se ofrezca con ella, y así, a los dos días, arrodilladas ambas ante la estatua de la Virgen, se ofrecen como víctimas al Amor Misericordioso. Para este acto, Teresa compuso una fórmula. Este texto, con algunas correcciones hechas por la misma autora, es el que actualmente viene entre sus Obras.
Durante este período le preocupa otro tema: «He oído decir que no se ha encontrado todavía un alma pura que haya amado más que un alma arrepentida. ¡Ah! Cuánto me gustaría desmentir estas palabras» (MsA 39vº). Ella, alma inocente, desea amar a Dios más que nadie. No quiere pensar que ella ama poco porque se le ha perdonado poco. Ve, en la conducta de Dios para con ella, motivos más que suficientes para amarle como nadie. Dios le ha perdonado previamente, no dejándola caer como ha dejado a otras almas. Pero esa manera de actuar de Dios no es menos generosa. A ella le ha perdonado no mucho sino todo. Más que a la mujer pecadora. Le ha perdonado prevenientemente, que es la manera más admirable de perdonar y la que debe despertar mayor agradecimiento (cf MsA 39rº). Insiste sobre el tema en la poesía 19, compuesta en julio de este mismo año.
El 17 de octubre la M. Inés encomienda a sor Teresa un hermano misionero todavía seminarista, el abate Mauricio Bellière, a quien escribirá once cartas muy interesantes. Ante una fotografía suya, en la que aparece vestido de militar, Teresita, ya enferma de gravedad, exclama: «A este soldado de aire marcial le doy consejos como a una niña. Le enseño el camino del amor y de la confianza» (UC 12.8.2).
El 30 de mayo del año siguiente, por mediación de la M. María de Gonzaga, se le encomienda otro misionero llamado Adolfo Roulland (cf MsC 33rº). Le dirigió siete cartas.
La fraternidad espiritual con estos dos misioneros resultó providencial para estimular el espíritu misionero de la ardiente carmelita. La M. María de Gonzaga le permitió sostener con ellos una correspondencia, que no era habitual en el convento.
Este mismo año compuso para Navidad una especie de paraliturgia titulada «El divino pequeño mendigo de Navidad pidiendo limosna a las carmelitas». Desarrolla en ella la idea que tanto le impresionaba de que Dios se muestra como un menesteroso que mendiga nuestro amor, el amor de sus pobres criaturas. Con estos descubrimientos, que aparecen en estas exposiciones de su mensaje, se puede decir que ha encontrado su «camino completamente nuevo», un verdadero atajo para llegar pronto y con seguridad a la cumbre de la montaña de la santidad. Es como un ascensor que eleva a uno. Está hecho para los niños, para los que son demasiado pequeños «para subir la ruda escalera de la perfección» (MsC 3rº).