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Año 1897

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El horizonte se va reduciendo y la enferma divisa cercana la meta de su carrera en este mundo. Se convence de que no puede vivir mucho. Ya en enero, en una carta dirigida a la M. Inés, menciona a la muerte como algo que está a la vista (cf C 186). Poco después, con otra misiva, manifiesta: «Creo que mi carrera aquí abajo no será larga» (C 187). Vuelve a repetirlo en otras cartas. Lo tiene ya asumido. La única pena que tiene para morir en plena juventud es la de tener que renunciar a la realización de sus proyectos apostólicos. ¿Podré seguir salvando almas desde el cielo?, se pregunta. En una pieza de teatro que compone y cuyo protagonista es san Estanislao de Kostka, un santo que murió muy joven, plantea este a la Virgen el mismo problema. María le asegura que podrá continuar su labor de salvar almas desde el cielo. Con esta garantía el joven acepta en paz la muerte prematura. La preocupación no fue de san Estanislao. Por lo menos, no nos consta. Es de sor Teresa. Ella se siente asegurada por el cielo. Allí proseguirá su misión de ayudar a los misioneros, de salvar almas hasta el fin de los tiempos. Lo promete con toda solemnidad unos meses más tarde, el 17 de julio (cf UC 17.7).

El mes de abril su hermana, la M. Inés, empieza a tomar nota de las conversaciones que sostiene con la enferma. Nos ha conservado, en cuanto pudo, hasta las últimas palabras que pronunció poco antes de expirar. Un tesoro inapreciable. La enferma languidece. Poco a poco va perdiendo fuerzas, se va retirando de los oficios y de los actos de comunidad. Durante el mes de mayo escribe la preciosa poesía «Por qué te amo, ¡oh María!» (P 44). En ella expone lo que piensa acerca de la Madre del cielo y cómo se figura que fue su vida en la tierra.

Historia de un alma

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