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4. Día peronista

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Murió uno de esos domingos de invierno fríos y a puro sol que, por más que busques, no vas a encontrar una nube ni de casualidad. Un cielo azul de lado a lado, diáfano, peronista. El Mudo tenía que irse un día así, de madrugada, sin joder a nadie, aunque de algún modo ya había jodido bastante los meses que estuvo tan venido abajo y la última semana internado en la clínica.

Me avisó uno de los muchachos, que tenía a la hija trabajando de instrumentista ahí. Yo todavía estaba en pantuflas, preparándome un café para acompañar el diario. No había manera de que la zafara, pobre, estaba hecho bolsa. El cielo peronista le hizo honor a su partida. Nada de lluvia, ni grises, un día radiante y alegre como fue el Mudo la mayor parte de su vida. Además, siempre tuvo simpatía por los peronistas. A su manera, claro, todo a su manera. Porque el Mudo no era un peroncho de Perón, sino más bien antirradical. Blanco o negro, River o Boca, capo o pelotudo; el Mudo no tenía medias tintas. Odiaba a los radichetas por pecho fríos y por el fiasco alfonsinista de los 80: tenían todo servido y la tiraron a la tribuna. Ahora surgió esta ola de reivindicación, «Alfonsín, el padre de la democracia», pero después de la catástrofe de los milicos, hasta Alf el extraterrestre hubiera quedado en los libros como el salvador de la patria. Eso decía el Mudo, que lo tenía montado en un huevo al tipo y al gestito ese que hacía con las dos manos juntas, y se la pasaba jodiendo con el chiste de que el bicho Alf se llamaba así porque hacía la mitad de las cagadas que Alfonsín. Igual el Mudo era un peronista raro, de Menem, le gustaba ese riojano zorro que terminó cagándolo de arriba de un pino cuando privatizó SOMISA. El germen de todo el despelote, para mí, porque después se volvieron para acá y Gualeguaychú ya no era lo que antes. Tal vez las calles y la gente no cambiaran demasiado, pero el Mudo se volvía con una patada en el culo, veinte años de matrimonio y tres gurises colgando. Fácil no iba a ser.

El velorio se hizo en la Mutual, la mejorcita de las casas velatorias que hay acá. Yo fui con mi señora, que lo quería mucho al Mudo pero hacía rato que no lo veía. Demasiado sensible para ciertas cosas. Yo, mal que mal, estaba acostumbrado. Había un mar de gente, personajes del año del ñaupa que me costó reconocer, todos dando el presente. Algunos no lo habían visitado en años, pero se ve que guardaban el afecto de cuando éramos pibes. Se notaba por cómo saludaban a los hijos y la familia. No los culpo, el Mudo estaba hecho un esqueleto, había que tener estómago para verlo. La cosa es que ese domingo el cuerpo esquelético del Mudo estaba ahí, duro y frío adentro del ataúd. Y afuera hermoso, el sol entibiando el aire y la gente en la vereda conversando y tomando mate, como todos los domingos. Para algunos quizá no queda bien, se pasan de compungidos, pero qué otra cosa vas a hacer en un velorio en Gualeguaychú.

La exmujer del Mudo estaba, por supuesto, acompañando a los hijos. Amigos en común y conocidos de tantos años, más su propia parentela y las otras familias dueñas del diario. De los hijos había dos, los más grandes, rodeados de gente que yo no había visto nunca. Salvo alguna cara en las peñas de enero o febrero. En verano, el mayor venía con sus amigos de Buenos Aires y San Nicolás a ver el carnaval, y de vez en cuando pasaba a tomarse algo. A los gurises del Mudo se los veía tristes pero enteros, un poco excitados por el revuelo de tanta gente yendo y viniendo. Y supongo que, en el fondo, se sentían aliviados de no tener que cargar más con el viejo. Cuando se me cruzó este pensamiento tuve el impulso de arrimarme a decirles algo, echarles en cara que lo habían dejado solo, que aunque no supiera cómo pedir ayuda su padre los necesitaba, si al Mudo le costaba hasta manguear un salero… y se ve que se me notó porque mi mujer me dedicó una de sus miradas. No pasa seguido, pero cuando pasa sé que me tengo que quedar en el molde. Quién era yo para meterme, y a fin de cuentas el Mudo estaba muerto. Además, ella sabía que yo me reprochaba no haberlos alertado lo suficiente cuando todavía la cosa se podía revertir. Los gurises estaban lejos y yo podía haber hecho algo. Si no, para qué están los amigos. Al hijo más chico no lo vi. Conocía al detalle la historia, el Mudo me la contó cientos de veces, pero me llamó la atención que no apareciera. ¿Qué podía haber hecho el padre para que su hijo, además de no hablarle por años, no asomara la caripela? Era su familia.

Fue una despedida amarga, como cualquier despedida, pero el cielo y la gente la hicieron amena. Qué palabra para semejante momento, pero así fue. Ahí estábamos todos dándole el último adiós al Mudo, callado y opaco adentro del féretro, como nunca lo habíamos visto y como me niego a recordarlo. Van casi tres semanas y no hubo día que no me despertara pensando en mi amigo. Hoy retomamos la peña con los muchachos, el primer jueves sin él. Nos va a costar. Charlar, reír, cantar… la puta madre, hacer de cuenta que no estamos pensando en eso, en que falta uno de nosotros y quién será el próximo.

Harry y yo

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