Читать книгу Loncongüé, los fusilados de Sarmiento - Sergio F. Carciofi - Страница 17
V. Línea dura La violencia en todo
ОглавлениеSarmiento heredó de la administración mitrista una serie de conflictos: el tramo final de la guerra exterior contra Paraguay (la llamada guerra del Paraguay o de la Triple Alianza), la guerra interior contra los caudillos federales –liderada, primero, por Felipe Varela y después de la muerte de Urquiza, por López Jordán–, un ejército en constantes sublevaciones y deserciones, con las escasas y desordenadas fuerzas instaladas casi Tierra Adentro,43 y las dificultades que la línea de frontera debía enfrentar ante los temibles e insistentes ataques y saqueos de los malones comandados por el Gran Gulmen de la confederación araucana: Juan Calfucurá.
El mismo Sarmiento relata tales circunstancias a su amigo José Posse, en una carta fechada en febrero de 1869:
Se necesita la violencia en todo. En el momento en que te escribo hay paz general, si no es que Guayama se levanta en la Rioja, los blancos amenazan invadir Entre Ríos, los liberales de Corrientes no contentos con vivir quisieran vengarse de Urquiza. [Felipe] Varela nos costará cien mil pesos, inútilmente gastados. La guerra del Paraguay sigue, sin que podamos distraer un soldado ni economizar un centavo; y Calfucurá nos amenaza con una guerra formidable.44
Estanislao S. Zeballos da testimonio de este momento político del país en su libro Callvucurá…:
Las invasiones se sucedieron desde 1862 hasta 1868 con una frecuencia y resultados que llenaban de espanto a las desgraciadas provincias colindantes con el país de los indígenas. La ruina y el incendio, la matanza y el cautiverio, la despoblación, en fin, eran en los campos del sur el espectáculo de todos los días. Agregábase la profunda desmoralización del ejército, producida por la guerra civil, lo cual arrebataba a las campañas sus últimas esperanzas.
Antes de comenzada la guerra del Paraguay se sublevaron de una manera sangrienta y bochornosa las guarniciones de las Tunas, Fraile Muerto, San Rafael, Melincué y Patagones, y, después de emprendida aquella, la guardia nacional movilizada se amotinaba con mayor frecuencia y desertaba miserablemente del puesto de honor.
A las solemnes y extraordinarias exigencias de la lucha contra el Paraguay […] se añadía el nuevo y formidable estallido de la rebelión de los caudillos del interior, tenientes del Chacho los unos, fanáticos de la extinguida Confederación los más, nobles defensores de las autonomías locales los otros, todos ignorantes, movidos por una grande resolución de trastornar el orden establecido en la República después de la batalla de Pavón, derrocando sus autoridades para restaurar la influencia de los hombres de Paraná.
[…] Los ejércitos organizados de la Nación y las fuerzas improvisadas en las provincias eran escasas para luchar contra el Paraguay en el exterior, y contra la montonera en el interior; y la defensa de las fronteras nada podía esperar de semejante estado de cosas, durante el cual se aumentaban las calamidades públicas con el saqueo causado por los indios y con el desenfrenado pillaje a que la rebelión se entregaba en la mitad de la República.45
Zeballos no sólo transmite con su relato la preocupación de los sectores dirigentes, puesto que él fue uno de los más fervientes impulsores de la que llamaron “conquista del desierto” –y así lo hizo saber como redactor del diario La Prensa–,46 sino que también nos informa claramente que la situación política y militar recibida por Sarmiento representaba la puesta en marcha de la instrumentación definitiva del proyecto unitario que venció en Caseros y que se instaló definitivamente en Pavón, para luego sentar las bases el modelo agroexportador que se extendió exitosamente a fuerza de fuego y fraudes electorales. Más allá de las diferencias de métodos, lo cierto es que Mitre había logrado en Pavón doblegar a Urquiza, la única amenaza real de federalismo47; y Sarmiento, ahora, debía terminar la tarea procurando una urgente victoria en todas las guerras que al proyecto liberal se le presentaban contra los paraguayos, los caudillos federales, la confederación de indios araucanos en las fronteras y las deserciones, sublevaciones y amotinamientos de las propias tropas, que no sentían como propio el proyecto liberal, unitario y porteñista.48
Fácilmente, entonces, puede suponerse que Sarmiento haya tomado las más extremas decisiones y, como escribió Evaristo Carriego, haya tenido “propensiones sanguinarias” y tendencia a “permanecer malo y atrabiliario”.49 Su mirada adusta, malhumorada, severa, tan típica de sus retratos fotográficos, representa la imagen perfecta del momento político que le tocó presidir y el rol que tuvo que asumir.50
Sin embargo, no es que Sarmiento hubiera decidido descuidar las formas. Era un hombre práctico, estaba en su personalidad y temperamento avanzar más allá de cualquier formalidad que detuviera o demorara sus propósitos.