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Perfiles de Sarmiento

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La mayoría de los historiadores, tanto quienes lo defienden como quienes lo critican, reconocen –por ejemplo Manuel Gálvez– que “sobre todas las grandezas que haya podido tener, él fue escritor, un poderoso escritor”,51 aunque lo dice en el marco de un libro que titula Vida de Sarmiento. El hombre de autoridad. El historiador Pedro Di Paoli disiente de Gálvez: “Sarmiento era un hombre de mando, mando arbitrario, pero no de autoridad. La autoridad en estos casos es una cualidad moral, o intelectual, o política. Tal fue la autoridad de Sáenz Peña, de Irigoyen. Sarmiento fue hombre de mando, pero no de autoridad”.52

Por su parte, Galasso sostiene que “hay varios Sarmientos que difícilmente puedan identificarse y valorarse de una sola manera”. Sin embargo, “el más conocido es el Sarmiento ideólogo, que ofrece a sus contemporáneos un cuerpo de ideas, centrado en la alternativa civilización o barbarie […] para hegemonizar ideológicamente al resto del país […] A través de esas ideas […] logra el consenso, impone, como diría Gramsci, el sentido común de la sociedad argentina o, como sostenía Marx, logra que las ideas de la clase dominante sean las ideas dominantes en la sociedad”.53

Pero el Sarmiento hombre, para Galasso, “era bastante distinto […] En su personalidad conviven los antagonismos que él pretendió hallar en los avatares de la sociedad de su época. Es un hombre tensionado entre su pasión argentina y bárbara, y su inteligencia colonial, reverente ante el hecho externo. Su vida y su obra aparecen signadas por ambas influencias contradictorias, siempre en turbulenta pugna y quizás pueda concluirse que de ahí vienen aciertos y desaciertos, estallidos imprevistos y declaraciones descomedidas, que le ganan la fama de loco”.54

A su vez, Atilio García Mellid, es quien da en el clavo al caracterizar al sanjuanino de la siguiente manera: “también él fue un perfecto unitario. Solamente que en él restaba algo de primitivismo provinciano, para ablandar su petulancia, y había el chispazo del genio, que le permitió mofarse de los principios que enfáticamente proclamaba. La inautenticidad de sus cofrades unitarios, Sarmiento la volvió del revés, y esto es lo auténtico suyo: la barbarie y la ferocidad, como cualquiera de los otros, pero desnuda de simulaciones, hora de estupideces doctrinarias, vaciada de todo aparato de formulación legal…”.55 Una descripción que lo diferencia de Mitre, “que piensa en frases y se embriaga con ellas”, al decir de José María Rosa.56

Esa “inautenticidad de sus cofrades”, que menciona García Mellid, la describe brillantemente el mismo Sarmiento en el Facundo: “El unitario tipo marcha derecho, la cabeza alta; no da vuelta, aunque sienta desplomarse un edificio; habla con arrogancia; completa la frase con gestos desdeñosos y ademanes concluyentes; tiene ideas fijas, invariables, y a la víspera de una batalla, se ocupará, todavía, de discutir en toda forma un reglamento, o de establecer una nueva formalidad legal, porque las fórmulas legales son el culto exterior que rinde a sus ídolos, la Constitución, la garantías individuales. Su religión es el porvenir de la república, cuya imagen colosal indefinible, pero grandiosa y sublime se le aparece a todas horas cubierta con el manto de las pasadas glorias y no lo deja ocuparse de los hechos que presencia. Es imposible imaginarse una generación más razonadora, más deductiva, más emprendedora y que haya carecido en más alto grado de sentido práctico”.57

Sentido práctico que Sarmiento en su gobierno tradujo en mano dura, sin la cual, a su juicio, no habría sido posible ocuparse de los hechos que se vivían.

Loncongüé, los fusilados de Sarmiento

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