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Proceso de rehabilitación cognitiva

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Psicoeducación de las secuelas por intoxicación, los objetivos de tratamiento y, por sobre todo, las expectativas respecto de este y las estrategias a desarrollar en la vida diaria para generalizar los logros. La psicoeducación es considerada uno de los pilares fundantes de la rehabilitación. Pensemos juntos: ¿cómo adheriríamos nosotros a un tratamiento sin explicación de lo que estamos haciendo? ¿Cuál sería la motivación para el cambio? Esta disminuye ansiedades y achica la brecha entre las expectativas de tratamiento y la evolución. En este caso, esto fue pensado junto con la familia, dado que JQ no podía reconocer ni identificar sus déficits. Se les explicó la patología, las secuelas y su posible evolución, la importancia de comprender y acompañar el proceso de rehabilitación y el reconocimiento familiar de las dificultades de JQ.

Registro de emociones básicas y sensaciones corporales: Por medio de escalas del 1 al 10, medir cansancio, ganas de realizar sus necesidades, sensación de frío o calor, etc. En un comienzo, de forma metódica previo al inicio de cada sesión. Con el correr del tiempo se pasó a realizar sin necesidad de apoyatura visual. El paciente mostró buena respuesta y en varias ocasiones refirió espontáneamente un malestar. Se trabajó mediante apoyo gráfico con las emociones básicas. Teniendo en cuenta el déficit marcado en el reconocimiento y el registro de emociones, comenzamos trabajando con emociones básicas (alegría, tristeza, miedo, asco, ira y sorpresa). El objetivo principal fue poder asociar cada emoción con sus tres componentes: fisiológico, conductual y cognitivo. De esta manera, se logró que JQ comenzara a asociar “sensaciones previas” y respuestas automáticas de su cuerpo frente a diversas emociones. Por ejemplo, se hizo especial énfasis en las respuestas fisiológicas de la ira (incremento de la frecuencia cardíaca, tensión arterial, resistencia vascular, aumento de ni­veles de hormonas vinculadas a la conducta agresiva, etc.). A lo lar­go del tratamiento se evidenció un mayor control de estas emociones, y JQ pudo referir cómo se sentía, siendo esto una alerta y paso previo a tener una conducta agresiva. Se trabajó con diapositivas de las diferentes emociones, pudiendo asociar cada una a un color, identificando su valencia (siendo estas positivas, negativas, o neutras en caso de la sorpresa), y su intensidad. A su vez, trabajamos en identificar en qué situaciones se despiertan estas emociones y de qué manera las expresamos. JQ pudo identificar, a lo largo de las sesiones, qué era la ira, qué cosas le producían esta emoción y un color asociada a esta. Una vez avanzado este proceso, proseguimos con la identificación de estas emociones en rostros conocidos, para luego poder ejercitar su generalización, identificándolas en rostros poco frecuentes para el paciente.

Entrenamiento ejecutivo en control inhibitorio: Se trabajó en la implementación de ayudas externas para un mejor manejo de conductas disruptivas. Así, incorporamos apoyaturas visuales con carteles que indicaban la necesidad de realizar un conteo de segundos antes de realizar una respuesta tanto verbal como conductual. Asimismo, se trabajó entrenando la función per se a partir de ejercicios propiamente dichos de control inhibitorio. Se comenzó trabajando en formato gráfico con ejercicio de mandalas. Este es un ejemplo simple de cómo inhibimos conductas de forma automática. Los ejercicios constaban de pintar distintos segmentos del mandala con distintos colores, siguiendo una lógica planteada en la consigna. Por ejemplo: “Todos los segmentos numerados con ‘1’ deben ir en azul; todos los segmentos numerados con ‘2’ deben ir en amarillo; todos los segmentos numerados con ‘3’ deben ir en rojo”. Este ejercicio nos permitió marcar límites conductuales y cognitivos, a los que JQ adhirió. Dichos ejercicios fueron realizados gradualmente en cuanto a su dificultad y su intensidad. Con el objetivo de lograr mejores resultados en su vida diaria, los ejercicios contemplaron contenido relacionado con sus propios intereses y actividades. El objetivo fue lograr que las actividades cumplieran con ser lo más ecológicas posibles. Una segunda etapa consistió en utilizar un soporte audiovisual y permitirle cantar solamente en las partes seleccionadas. En caso de querer cantar (y sabiendo que no era objetivo de la consigna) debía pedirlo. Esta herramienta nos permitió que JQ comprendiera que hay conductas “correctas” e “incorrectas”. Poco a poco pudo ir generalizando logros. Podía identificar y hacerse entender cuando precisaba ir al baño o cuando tenía calor. Con la intención de medir los cambios conductuales llevamos un registro de la frecuencia en la que JQ presentaba episodios agresivos (en sesión). Estos disminuyeron con el correr de las sesiones, mostrando así una buena respuesta a las intervenciones planteadas.

Entrenamiento per se del control inhibitorio: En complemento de lo mencionado anteriormente, utilizamos conductas aprendidas por modelado. Para esto, trabajamos con tarjetas de colores y palabras con diferentes consignas. Por ejemplo, una tarjeta con la señal de “alto”, una con la palabra “baño”, una con “estoy cansado”. Tanto JQ como los profesionales podíamos utilizarlas en el momento que quisiéramos para poder intervenir o para expresarnos correctamente. Más allá del uso de la tarjeta en sí, el objetivo fue logrado. Consiguió comenzar a utilizarlas y pudo evitar sus conductas disruptivas y agresivas. Un claro ejemplo fue al solapar estas tarjetas del “Entrenamiento per se del control inhibitorio” con el “Registro de emociones básicas y sensaciones corporales”. En estas oportunidades, trabajamos de la siguiente manera: se le ofrecían diferentes ejercicios para el entrenamiento del control inhibitorio, pero con el agregado de una consigna: “Debe estar atento a las caras del profesional para inferir si lo que está haciendo es correcto o incorrecto y, a su vez, debe estar atento al uso de las tarjetas”. De esta manera, mientras JQ realizaba los ejercicios, los profesionales señalábamos la tarjeta de “alto”. Así, JQ nos miraba y podía inferir si era correcto o incorrecto lo que estaba realizando: una cara de los profesionales contenta, alegre y sonriente significaba “correcto”, e “incorrecto” una cara de preocupación o de duda. Poco a poco entrenó esta capacidad de mirar al otro para frenar, corregir o continuar con lo que estaba realizando. Asimismo, JQ pudo comenzar a reconocer emociones en los demás a través de conductas no verbales como las expresiones faciales y los gestos, para identificar e inferir si nos encontrábamos cansados, alegres, asustados, tristes, etcétera.

Rehabilitación cognitiva. Casos clínicos

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