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CAPÍTULO 4 Estratagemas

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Existe un tipo peculiar de astucia, completamente exenta de cualquier reproche, y es aquél que, por no poder expresarse convenientemente con una palabra romana, se designa con el término griego de estratagema .

Después que Tulo Hostilio invadiera con todas sus tropas [4 , 1] la ciudad de Fidenas (una ciudad que con sus continuas revueltas no sólo impidió que los orígenes de nuestro naciente imperio quedasen eclipsados, sino que también nos enseñó que un valor alimentado con trofeos y victorias sobre los pueblos limítrofes hacía albergar grandes esperanzas en el futuro), Metio Fufecio 56 , jefe de los albanos, reveló de pronto y en el mismo campo de batalla las dudas y sospechas que siempre había despertado su lealtad de aliado. En efecto, tras abandonar un flanco del ejército romano, se situó en una colina cercana con la intención más de observar la batalla que de intervenir en ella. De este modo, si caíamos derrotados, se burlaría de nosotros, y si resultábamos vencedores, nos atacaría cuando estuviéramos cansados. Y no había duda de que esta conducta iba a debilitar el ánimo de nuestros soldados, dado que verían al mismo tiempo que los enemigos atacaban y los aliados desertaban. Así pues, Tulo tomó precauciones para que esto no sucediera: picó espuelas a su caballo y recorrió todos los contingentes de soldados, pregonando que, por orden suya, Metio se había apartado hasta la colina y que, cuando él mismo diese la señal, atacaría a los fidenates por la retaguardia. Con aquella artimaña nacida de sus conocimientos militares, transformó el temor en confianza, y colmó los corazones de los suyos de entusiasmo, en lugar de inquietud.

[2] Y por continuar aún con nuestros reyes, proseguiré con Sexto Tarquinio, el hijo de Tarquinio 57 . Indignado el joven porque las fuerzas de su padre no eran capaces de someter Gabios 58 , ideó un plan más efectivo que las propias armas, por el cual conquistaría aquella ciudad y la incorporaría al poder de Roma. De repente, se pasó al bando de los gabinos, como si huyera de la crueldad y los azotes de su padre (azotes que se había infligido voluntariamente). Por medio de falsas y premeditadas lisonjas comenzó poco a poco a atraerse la benevolencia de todos los ciudadanos. Cuando gozó de gran influencia entre todos ellos, envió a un amigo suyo junto a su padre para que le informara de que lo tenía todo controlado y le preguntase qué quería que hiciese. A la sutileza del joven respondió la astucia del viejo. Por más que aquella noticia le colmaba de alegría, Tarquinio no quiso fiarse del mensajero y no dio ninguna contestación, sino que lo llevó con él hasta un jardín y con un bastón arrancó las cabezas más grandes y crecidas de las adormideras. Cuando el joven Sexto tuvo conocimiento del silencio y la conducta de su padre, comprendió el motivo de aquél y el significado de ésta, y supo que le ordenaba relegar al exilio a los gabinos más notables o bien darles muerte. De este modo, una vez privada la ciudad de sus más valiosos defensores, se la entregó prácticamente con las manos atadas 59 .

También el siguiente ejemplo de nuestros antepasados [3] fue concebido de manera juiciosa y concluyó felizmente. Cuando los galos, después de conquistar la ciudad de Roma, asediaban el Capitolio 60 , comprendieron que la única esperanza de tomarlo se fundaba en el hambre de los sitiados. Fue entonces cuando los romanos, valiéndose de un plan sumamente astuto, privaron a los vencedores de lo único que los animaba a continuar: comenzaron a lanzar panes desde diversas posiciones. Estupefactos ante semejante espectáculo, y pensando que los nuestros disponían de cantidades de trigo hasta sobrarles, los galos se vieron empujados a levantar el asedio. Ciertamente Júpiter se apiadó entonces del valor de aquellos romanos que hallaban un remedio en la astucia, cuando contempló que, ante tan gran escasez de alimentos, derrochaban el remedio para dicha escasez. Así pues, concedió un exitoso final para aquel plan tan astuto como arriesgado.

El propio Júpiter inspiró luego las sagaces determinadones [4] de nuestros generales más aguerridos. En efecto, mientras Aníbal diezmaba una parte de Italia y su hermano Asdrúbal había invadido la otra 61 , el penetrante arrojo de Claudio Nerón, por un lado, y la afamada prudencia de Livio Salinátor, por el otro, lograron que las tropas reunidas de ambos hermanos no abrumaran nuestra delicada situación con una carga insostenible. Una vez cercado Aníbal en territorio lucano, Nerón engañó a su rival haciéndole creer que se hallaba allí presente (así lo exigía la operación militar), mientras recorría a marchas forzadas un largo trecho para prestar ayuda a su colega Salinátor. Éste, cuya intención era entrar en combate al día siguiente junto al río Metauro, en Umbría, acogió de noche a Nerón en su campamento con gran disimulo. En efecto, dispuso que los tribunos albergasen a los tribunos, los centuriones a los centuriones, los de caballería a los de caballería y los de infantería a los de infantería. Y así, sin ningún tumulto, introdujo dos ejércitos en el espacio en que apenas cabía uno solo. De este modo sucedió que Asdrúbal ignoraba que tendría que enfrentarse a los dos cónsules antes de caer abatido por el valor de ambos. Y fue así como la astucia cartaginesa, lamentablemente famosa en todo el mundo, fue burlada por la prudencia romana: Nerón engañó a Aníbal y Salinátor a Asdrúbal.

[5] Memorable por su determinación fue también Quinto Metelo 62 . Cuando se encontraba como procónsul en Hispania haciendo la guerra contra los celtíberos, al no ser capaz de tomar con sus fuerzas Contrebia 63 , capital de aquel territorio, encontró al fin, después de mucho meditar consigo mismo y durante bastante tiempo, la manera de llevar a cabo su objetivo. Tomaba con gran ímpetu un determinado rumbo y luego cambiaba repentinamente de dirección: ahora ocupaba estos montes, poco después atravesaba aquellos otros y, en todo ese tiempo, ni sus hombres ni los enemigos acertaban a comprender el motivo de aquel inesperado y repentino ir y venir. Al preguntarle un íntimo amigo suyo por qué razón seguía una estrategia tan errática y vacilante, él respondió: «No me hagas este tipo de preguntas, pues si yo me llegase a enterar de que la parte interior de mi túnica conoce mi plan, al instante haría que la quemaran». Así pues, ¿en qué acabaron tantas reservas y cuál fue su resultado? Después de mantener en la incertidumbre a su ejército y sembrar la duda en toda Celtiberia, cuando había emprendido su marcha en una dirección, de repente regresó a Contrebia y la tomó por sorpresa y ante el desconcierto general. De este modo, si no hubiese apremiado a su mente a idear un ardid, se habría visto obligado a permanecer armado junto a las murallas de Contrebia hasta su más avanzada edad.

Hechos y dichos memorables. Libros VII-IX. Epítomes.

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