Читать книгу Hechos y dichos memorables. Libros VII-IX. Epítomes. - Valerio Máximo - Страница 7
CAPÍTULO 2 Dichos y hechos llenos de sabiduría
ОглавлениеHablaré ahora de aquel tipo de felicidad que tiene que ver íntegramente con la disposición del espíritu y que no se pretende con ruegos, sino que, connatural a los corazones provistos de sabiduría, reluce por medio de dichos y hechos juiciosos.
[2 , 1] Hemos oído que Apio Claudio 5 a menudo solía manifestar que era preferible que el pueblo romano permaneciera en acción antes que inactivo, no porque ignorase cuán placentero es estar tranquilo, sino porque advertía que el estado de agitación incita a los imperios muy poderosos a tratar de alcanzar la virtud, en tanto que el excesivo descanso viene a dar en desidia. Y es que la palabra negotium , por muy estridente que resulte, mantuvo en su condición las costumbres de nuestra ciudad, mientras que quies , un término bastante agradable al oído, la salpicó de innumerables vicios.
[2] Afirmaba Escipión Africano 6 que, en temas militares, era indecoroso decir «no lo había pensado», ya que, en su opinión, las acciones armadas había que ejecutarlas después de haber sopesado y ensayado el plan correspondiente. Y con toda la razón, pues un error no admite enmienda cuando se abandona a la violencia de Marte. El propio Escipión aseguraba que no debía entablarse combate con el enemigo si la ocasión no se presentaba o no había necesidad. Y también aquí discurrió sabiamente, pues del mismo modo que dejar pasar la oportunidad de lograr un triunfo es la mayor de las locuras, así también abstenerse de luchar cuando las circunstancias obligan a ello viene a desembocar en una perniciosa indolencia. Y de quienes obran de esta manera, unos no saben aprovechar las ventajas de la fortuna, otros no saben hacer frente al agravio.
Tan razonables como sobresalientes fueron asimismo las [3] palabras que en el Senado pronunció Quinto Metelo 7 . Éste, tras la derrota de Cartago, aseguró que no sabía si aquella victoria había acarreado más beneficios o más perjuicios a la república, pues igual que había sido ventajosa por haberse restablecido la paz, así también causaba cierto daño por haber alejado de nosotros a Aníbal. En efecto, la entrada de éste en Italia había despertado el valor del pueblo romano, entonces adormecido, y era de temer que dicho valor, libre de tan implacable rival, volviera a su antiguo estado de indolencia. Y es que consideraba que quemar las casas, devastar los campos o empobrecerse el erario público no eran menos nocivos que el enervamiento del valor romano primitivo.
¿Y qué decir de aquella acción del consular Lucio Fimbria 8 ? [4] ¡Qué sabio! Tras ser designado juez en un proceso contra el ilustre caballero romano Marco Lutacio Pincia, por un compromiso verbal que éste había contraído con su adversario aduciendo como única garantía la de ser una persona honrada, no quiso jamás pronunciar una sentencia definitiva. De este modo, no privaría a un hombre íntegro de su reputación, en caso de que el veredicto fuera desfavorable, ni tampoco tendría que jurar que era un hombre bueno, puesto que tal condición encierra en sí misma un sinfín de alabanzas.
[5] El ejemplo de prudencia que acabamos de ver pertenece al mundo de la política, este otro se muestra en el ámbito militar. Durante el asedio a Aquilonia, el cónsul Papirio Cúrsor 9 se aprestaba a atacar la ciudad. Pese a que las aves no se mostraban favorables, el augur que guardaba los pollos sagrados le anunció el mejor de los auspicios. Al percatarse el cónsul de este engaño, tomó aquello como un augurio propicio para él y su ejército, e inició la batalla, no sin antes colocar al mentiroso en primera línea. De este modo los dioses, en caso de enojarse, tendrían una víctima que aplacara su resentimiento. Ya sea por casualidad o por divina providencia, la primera flecha arrojada desde el bando contrario vino a clavarse en el pecho del augur, que cayó al suelo sin vida. Cuando el cónsul recibió la noticia, se lanzó confiado al asalto de Aquilonia y la tomó. Así, de pronto advirtió de qué manera debía vengarse el agravio cometido contra un general, cómo había que castigar la violación de los ritos sagrados y de qué forma se podía alcanzar la victoria. Actuó como hombre austero, como cónsul respetuoso y como general esforzado, fijando de una sola vez un límite al temor, una forma de castigo y un camino a la esperanza.
[6] Pasaré ahora a los hechos ocurridos en el senado. Cuando éste envió contra Aníbal a los cónsules Claudio Nerón y Livio Salinátor 10 , después de comprobar que eran tan parejos en virtud como incompatibles por culpa de una acérrima enemistad, los reconcilió a toda costa, no fuera que, a causa de sus diferencias personales, administraran los asuntos públicos con nulo provecho. Y es que si no hay acuerdo en el poder de ambos cónsules, surge entre ellos más afán por entorpecer la labor del otro que por realizar la propia. Cuando además se interpone entre ellos un odio obstinado, el uno se enfrenta al otro con una hostilidad más terminante que la que ambos han de mostrar ante las tropas enemigas.
Después que el tribuno de la plebe Gneo Bebio 11 los acusara ante la asamblea por haber desempeñado el cargo de censor con excesiva dureza, un decreto del Senado los eximió de tener que defenderse. Fue así como el Senado libró del temor ante cualquier juicio a esta magistratura, cuya obligación era pedir cuentas, no rendirlas.
Similar fue este otro ejemplo de sabiduría del Senado. Después de condenar a muerte al tribuno de la plebe Tiberio Graco 12 , por haberse atrevido a promulgar su ley agraria, con gran acierto decretó que, en virtud de la ley promulgada por el propio Graco, los triúnviros repartieran las tierras públicas entre el pueblo de forma individual. Y así, se eliminó de un golpe al causante y al origen de tan grave sedición.
¡Con qué prudencia obró el senado en el caso del rey Masinisa! 13 . Tras servirse de su cooperación siempre solícita y fiel en la lucha contra los cartagineses, y al verlo cada vez más ansioso por extender los dominios de su reino, presentó al pueblo una proposición de ley por la cual se concedía a Masinisa la libertad absoluta con respecto al poder del pueblo romano. Con esta actuación, el senado no sólo preservó el afecto al que Masinisa se había hecho sobradamente acreedor, sino que además alejó de sus puertas la agresividad de Mauritania, Numidia y el resto de pueblos de aquella región, agresividad que nunca una paz firme pudo aplacar.