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CAPÍTULO 3 Dichos y hechos llenos de astucia
ОглавлениеExiste otro tipo de hechos y dichos que, aun hallándose muy cercanos a la sabiduría, son afines al concepto de astucia. Ésta, si no viene acompañada de cierta sagacidad, no alcanza el fin que se propone y antes procura la gloria por una oculta senda que por un camino despejado.
Durante el reinado de Servio Tulio, a un padre de familia [3 , 1] de la región sabina le nació una vaca de extraordinarias dimensiones y singular belleza. Consultados sobre la cuestión, los más infalibles adivinos respondieron que los dioses inmortales la habían engendrado para que la patria de aquél que la inmolase en honor de Diana sobre el Aventino alcanzara la hegemonía en el mundo entero. Alegre por tales presagios, el dueño del animal lo llevó a toda prisa hasta Roma y lo colocó en el Aventino, ante el altar de Diana, con la intención de sacrificarlo y otorgar a los sabinos la supremacía sobre la raza humana. Cuando tuvo conocimiento de ello, el sacerdote del templo, alegando un pretexto religioso, no permitió al extranjero sacrificar su víctima sin antes purificarse en las aguas del río cercano. Cuando aquél se dirigía al cauce del Tíber, el propio sacerdote inmoló la vaca y, por medio del piadoso engaño de este sacrificio, convirtió a nuestra ciudad en dueña y señora de tantas ciudades y naciones 35 .
[2] Pero, a la cabeza de este tipo de trucos, debemos situar a Junio Bruto 36 . Cuando tuvo noticia de que el rey Tarquinio, su tío materno, se deshacía de todos los que eran de naturaleza noble y que había mandado asesinar, entre otros, a su hermano por ser de ingenio muy agudo, fingió ser de corta inteligencia, y por medio de esta artimaña encubrió sus excepcionales virtudes. Partió luego a Delfos junto con los hijos de Tarquinio, a los que éste había enviado para honrar a Apolo Pitio con regalos y sacrificios. Como ofrenda a la divinidad llevaba Bruto un báculo hueco relleno de oro, pues temía que venerar al dios con tan franca largueza no fuese seguro para él. Cumplido el encargo de su padre, los jóvenes consultaron a Apolo sobre quién de ellos creía él que habría de reinar en Roma. La divinidad respondió que el poder supremo de nuestra ciudad recaería sobre aquél que, antes que ninguno, le hubiera dado un beso a su madre. Entonces Bruto, como si se hubiese resbalado casualmente, se echó al suelo con picardía y besó la tierra, al considerar que ella es la madre común de todos nosotros. Ese beso que con tanta astucia dio a la madre Tierra otorgó a Roma su libertad y al propio Bruto el primer lugar en los fastos 37 .
[3] También Escipión el Mayor 38 conquistó el favor de la astucia. Cuando se dirigía a África desde Sicilia, quiso completar el número de trescientos caballeros con los más esforzados soldados romanos de infantería. Al no poder equiparlos en tan poco tiempo, consiguió con la agudeza de su inteligencia lo que la urgencia del momento le negaba: de entre los sicilianos que tenía de su lado eligió a los trescientos jóvenes más nobles y acaudalados y, como estaban desarmados, les ordenó que se equiparan cuanto antes con vistosas armas y caballos escogidos, como si fuese a llevárselos consigo a asaltar Cartago. Después que éstos habían obedecido la orden con tanta celeridad como inquietud (habida cuenta de lo prolongada y peligrosa que resultaba ya aquella guerra), Escipión declaró que los eximiría de aquella expedición si quisiesen entregar armas y caballos a sus soldados. Aquellos jóvenes, ajenos a la guerra y completamente atemorizados, aprovecharon las condiciones y gustosamente cedieron sus bagajes a los nuestros. Y así fue como la destreza del general procuró que aquella orden perentoria, tan molesta un poco antes, se convirtiera luego, una vez disipado el temor a la milicia, en el mayor de los beneficios.
Lo que sigue es digno de ser narrado. Quinto Fabio Labeón 39 , [4] tras ser nombrado por el senado mediador para fijar las fronteras entre los habitantes de Nola y de Nápoles y realizar una primera inspección sobre el terreno, aconsejó por separado a unos y otros que pusieran freno a su codicia y optaran por retroceder un poco en la controversia antes que seguir adelante. Así obraron ambas partes, persuadidas por la autoridad de aquel hombre, y dejaron en medio de ambos territorios un trozo de terreno sin dueño. Establecidos por fin los límites tal y como ellos mismos habían determinado, Labeón adjudicó al pueblo romano el espacio intermedio. Por lo demás, aunque con tal maniobra nolanos y napolitanos no pudieron protestar, puesto que se había dictado sentencia conforme a sus propias condiciones, lo cierto es que aquella nueva posesión se había incorporado a nuestros dominios por medio de un sutil fraude.
Cuentan del propio Labeón que, tras vencer en combate al rey Antíoco y obligarle por medio de un tratado a entregar la mitad de sus naves, las partió todas por la mitad para despojarlo de toda su flota.
[5] Debemos rechazar las críticas vertidas contra Marco Antonio cuando dijo que no ponía por escrito ninguno de sus discursos para así poder asegurar, en caso de haber ofendido en un proceso previo a alguien que tuviera que defender después, que él no había dicho tal cosa. Para este comportamiento poco honesto tenía él una excusa razonable, y era que, en favor de los reos de muerte, estaba dispuesto no sólo a usar su elocuencia, sino también a abusar de su decencia 40 .
[6] Sertorio 41 , al que la bondad de la naturaleza había dotado por igual de fuerza física y de cordura, obligado por culpa de las proscripciones de Sila a convertirse en jefe de los lusitanos, al no poder convencerlos con palabras de que desistieran de enfrentarse a los romanos en una batalla campal, los volvió de su misma opinión por medio de una aguda artimaña: colocó a la vista de ellos dos caballos, uno muy impetuoso, el otro sumamente débil. A continuación ordenó a un endeble anciano que arrancara poco a poco la cola del caballo robusto, y a un joven de extraordinaria fuerza que de un solo golpe arrancara la cola del débil. Ambos obedecieron sus órdenes. Sin embargo, mientras los brazos del joven quedaban exhaustos ante aquel esfuerzo inútil, la frágil mano del viejo cumplió su cometido. Entonces Sertorio, ante aquella asamblea de bárbaros que ansiaba saber a qué venía aquella demostración, explicó que el ejército romano era similar a la cola de un caballo, cuyas partes cualquiera puede vencerlas si las acomete por separado; sin embargo, quien intente derrotarlo en su totalidad, antes tendría que ceder la victoria que poderla obtener. Así fue como aquellos bárbaros, desabridos y difíciles de gobernar, que estaban a punto de precipitarse a su perdición, pudieron comprobar con sus propios ojos los beneficios que sus oídos no habían querido escuchar.
Por su parte, Fabio Máximo 42 , cuya táctica para vencer [7] consistía en no luchar, contaba entre sus ejércitos con un soldado nolano de infantería dotado de extraordinaria fortaleza, pero cuya dudosa lealtad levantaba sospechas, y otro lucano de caballería, de gran valor, aunque perdidamente enamorado de una prostituta. Para valerse de las buenas condiciones de ambos soldados, en vez de imponerles un castigo, disimuló las sospechas que tenía del primero y, con respecto al segundo, mitigó un poco la rigidez de la disciplina militar. Efectivamente, elogiando cumplidamente a aquél desde su estrado y rindiéndole todo tipo de honores le forzó a volver sus simpatías desde los cartagineses nuevamente hacia los romanos; en cuanto al segundo, permitiendo que rescatara ocultamente a la meretriz, lo convirtió en uno de nuestros mejores exploradores.
[8] Me ocuparé ahora de aquéllos que hallaron en la astucia su propia salvación. El edil de la plebe Marco Volusio 43 , después de ser declarado proscrito, se atavió como un sacerdote de Isis y se puso a pedir limosna por caminos y vías públicas, sin permitir que ningún caminante supiese quién era en realidad. Oculto tras este mañoso disfraz, logró llegar al campamento de Marco Bruto 44 . ¿Qué hay más triste que aquella situación? ¡Todo un magistrado del pueblo romano se veía forzado a renunciar al honor de su cargo y marchar por la ciudad disfrazado con el atuendo de una religión extraña!
¡Oh, qué codiciosos de su propia vida los unos, de la muerte del prójimo los otros! Aquéllos tuvieron que soportar estas vicisitudes, éstos obligaron a otros a padecerlas.
[9] Un poco más lúcido fue el remedio que, en un trance similar, encontró Sencio Saturnino Vetulón 45 para librarse de la muerte. Nada más enterarse de que los triúnviros habían añadido su nombre a las listas de proscritos, cogió inmediatamente las insignias de pretor y, haciéndose preceder de una falsa escolta de lictores, subalternos y esclavos públicos, se adueñó de vehículos, ocupó hospedajes y apartó a cuantos le salían al paso. Mediante esta abusiva usurpación del cargo, a plena luz del día cubrió los ojos de sus adversarios de las más espesas tinieblas. Más adelante, después de arribar a Pozzuoli 46 , como si desempeñase una misión de estado, se apropió con el mayor descaro de unas cuantas naves y llegó hasta Sicilia, que por aquel entonces era el refugio más seguro para los proscritos.
A estos ejemplos añadiré otro de menor importancia, para [10] luego pasar a ejemplos extranjeros. Uno que quería muchísimo a su hijo, al verlo inflamado de un amor inmoral y peligroso, como quisiera apartarlo de aquella malsana pasión, atemperó su condescendencia de padre por medio de un saludable consejo: le pidió que, antes de ir junto a la que amaba, gozase del amor de una vulgar ramera. El joven accedió a los ruegos del padre y, tras satisfacer los impulsos de su ánimo afligido por medio de aquella unión aceptada, fue postergando y entibiando cada vez más aquella ilícita pasión hasta que terminó por desaparecer.