Читать книгу Hechos y dichos memorables. Libros VII-IX. Epítomes. - Valerio Máximo - Страница 17
CAPÍTULO 8 Sobre testamentos que siguieron siendo válidos, aunque hubieran podido ser anulados
ОглавлениеTras ocuparnos de ejemplos concernientes a testamentos anulados, pasemos ahora a aquellos otros que siguieron teniendo validez pese a existir motivos por los que podrían haber sido anulados.
¡Qué manifiestas y notorias muestras de locura exhibió [8 , 1] Tuditano! No en vano se había puesto a repartir monedas entre el pueblo, se le había visto en el foro, en medio de la carcajada general, arrastrando su toga como si fuesen ropajes propios de una tragedia, y otras muchas cosas por el estilo. Pues bien, en su testamento nombró heredero a su hijo, algo que Tiberio Longo, pariente suyo muy cercano, trató sin éxito de revocar en el tribunal de los centúnviros 100 . Creyeron éstos que debían tener más en cuenta lo que aparecía escrito en el testamento que la persona que lo había redactado.
[2] Si trastornado fue el comportamiento de Tuditano, el testamento de Ebucia, la que había sido esposa de Lucio Menenio Agripa, estaba lleno de disparates. A pesar de tener dos hijas idénticas en virtud, Pletonia y Afronia, se dejó llevar más por su propio antojo que por la animadversión o el afecto que sintiera por una u otra, y designó a Pletonia como su única heredera. Asimismo, de su inmenso patrimonio, a los hijos de Afronia sólo legó veinte mil sestercios. No obstante, Afronia no quiso querellarse con su hermana previo pago del depósito, y consideró que era más apropiado respetar con resignación el testamento de su madre que impugnarlo ante los tribunales, demostrando con esta actitud que era tan poco digna de aquella afrenta cuanto mayor era la dignidad con que la sobrellevaba.
[3] Quinto Metelo 101 logró que el error de aquella mujer causara menos asombro. Pese a haber en Roma muchos y muy notables miembros de su misma familia, pese a hallarse en todo su esplendor la familia Claudia, a la que le unía un estrecho vínculo de sangre, dejó como único heredero a Carrinate y, con todo, nadie se atrevió a tocar su testamento.
[4] También Pompeyo Regino, natural de la región transalpina, fue excluido del testamento de su hermano. A fin de demostrar la injusticia que se había cometido contra él, leyó ante una gran afluencia de miembros de uno y otro orden las dos tablas con su testamento, esculpidas en el cornicio, en las que su hermano era nombrado heredero de gran parte de su patrimonio, y le legaba de antemano 102 un total de quince millones de sestercios. Durante mucho tiempo se quejó amargamente junto con sus amigos, que participaban de su misma indignación. Sin embargo, por lo que se refería a celebrar el juicio ante los centúnviros, permitió que las cenizas de su hermano descansaran en paz. Los que habían sido nombrados beneficiarios no eran ni consanguíneos de Regino ni tampoco allegados a él, sino unos extraños de baja condición, por lo que no sólo su silencio podría parecer escandaloso, sino injuriosa la preferencia.
Los testamentos de los que ahora hablaré también quedaron [5] felizmente sin castigo, aunque no sé yo si constituían un delito aún más detestable.