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Capítulo 8

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ESA tarde, Yelena estaba trabajando en su habitación, con Chelsea sentada enfrente, en la alfombra de su habitación, cuando esta le preguntó:

–¿Desde cuándo sales con mi hermano?

–¿Qué te hace pensar que salimos juntos? –le preguntó ella, levantando la vista del ordenador.

–Que os miráis como si estuvieseis deseando quedaros solos para devoraros el uno al otro.

–¡Chelsea! –exclamó ella–. Eso… eso…

–¿No es asunto mío?

–Exacto –respondió Yelena, cerrando el ordenador–. Ahora, tengo que ir a ducharme.

–Para la cena, ¿no?

–Sí.

–¿Con Aaaalex? –inquirió Chelsea guiñándole un ojo.

–¡Eres…!

Sonriendo, Yelena tomó a Bella en brazos y desapareció por el pasillo. Cuando volvió al salón media hora más tarde, toda compuesta, Chelsea la miró con desaprobación.

–¿Qué pasa? –le preguntó ella.

–¿Por qué te has recogido así el pelo?

–¿No te gusta?

–No. Déjatelo suelto y recógetelo solo en los lados. Ve al espejo, te enseñaré cómo.

La adolescente hizo que se sentase en una silla y encendió la luz.

–Se te da bien –le dijo Yelena al ver cómo la peinaba–. ¿Nunca has pensado en dedicarte a la moda?

–Me paso el día pensándolo –admitió Chelsea.

–¿Y por qué no lo haces?

–Porque es complicado. Alex y yo discutimos la otra noche al respecto. Se me da bien el tenis y se han gastado mucho dinero en mis entrenamientos. Y Alex y mamá…

–Olvídate de lo que piensen los demás un instante. ¿Qué quieres hacer tú?

–Quiero… estudiar diseño. Tal vez trabajar en una revista. Ya está, terminado.

Yelena se levantó.

–Pues deberías hacerlo.

Ambas se miraron a los ojos a través del espejo y Yelena vio algo en la expresión de la chica.

–Necesito contarte algo… algo personal.

–Está bien –le dijo Yelena, dispuesta a escucharla.

–Se trata de mi padre… Yo… Quiero hacer una declaración oficial. ¿Puedes ayudarme?

Yelena frunció el ceño.

–¿Qué quieres decir?

–Estoy harta de que todo el mundo piense que mi padre era un Dios.

–¿Qué hizo tu padre, Chelsea? –le preguntó Yelena.

–Era un controlador. Elegía a mis amigas dependiendo de sus padres. Decidió que yo debía jugar al tenis y entrenar cuatro horas diarias. Era un asco. Se puso como loco cuando le dije que quería ser diseñadora de moda. Y… –apartó la mirada–. Trataba a mamá como si fuese idiota, siempre supervisaba su ropa, decidía quiénes debían ser sus amigas. Gritaba por cualquier cosa y ella… yo… –se ruborizó–. Lo que está saliendo en la prensa no es suficiente para hacer justicia.

–Chelsea… ¿Tienes pruebas de que le fuese infiel a tu madre?

–No, pero no me extrañaría.

–¿Has hablado de esto con Alex?

–No –respondió ella–. Ese es mi problema. No quería contárselo, con todo lo que está pasando.

–Yo creo… –empezó Yelena, pero en ese momento sonó el timbre de la puerta–. Debe de ser Jasmine. Mira, Chelsea, deberías hablar antes con tu madre. Y luego, lo hablaremos también con Alex, ¿de acuerdo?

–De acuerdo.

–Bien. Quiero ayudarte.

Chelsea asintió y señaló la puerta con un movimiento de cabeza.

–Deberías marcharte. Alex odia que lo hagan esperar.

Yelena puso los ojos en blanco y sonrió.

–Lo sé.

Al llegar a recepción, Yelena se quedó de piedra nada más ver a Alex, al otro lado de las puertas de cristal.

Era la fantasía de cualquier mujer hecha realidad, todo vestido de cuero. Ella se llevó la mano al colgante y se sintió aturdida. Entonces, Alex se miró el reloj, levantó la vista y le sonrió, y ella deseó salir corriendo hacia él, poner los brazos alrededor de su cuello y besarlo.

Pero no podía hacerlo.

Ruborizada, miró a su alrededor y vio una…

–Moto.

Alex sonrió más y a ella se le volvió a cortar la respiración.

–Pero no una moto cualquiera… Una Shinya Kimura. El único modo de conocer los alrededores del complejo. Toma –añadió, dándole un casco.

Ella se lo puso e intentó abrocharlo.

–Déjame a mí –le dijo Alex, ayudándola.

Yelena notó cómo reaccionaba su cuerpo al tocarla y se sintió como una adolescente nerviosa.

Alex tomó una chaqueta de cuero que había encima del asiento de la moto y se la puso sobre los hombros. Esperó a que ella metiese los brazos y, luego, se la abrochó.

Mientras lo hacía, la miró a los ojos con sentido del humor… y con algo más. Luego, se apartó.

–Ya está. Vamos.

Alex se subió a la moto y ella apoyó las manos en sus hombros y lo imitó. Su cuerpo golpeó el de él y Yelena intentó echarse hacia atrás, pero no pudo.

–Deja de moverte o me vas a desequilibrar –le advirtió él.

Luego, encendió el motor y la moto echó a andar.

–¡Agárrate! –le dijo Alex.

Y ella se aferró a su cintura con fuerza.

Era una experiencia extraña y maravillosa. Era la primera vez que Yelena montaba en moto. La velocidad, el aire golpeándola, haciéndola sentirse completamente vulnerable, hizo que dejase escapar una carcajada. Era normal que tuviese que ir pegada al cuerpo de Alex.

Pero, según fueron pasando los minutos, empezó a excitarse al tenerlo entre sus muslos.

Cuando este disminuyó la velocidad, Yelena ardía de deseo por él y tenía la boca como si llevase una hora besándose con alguien.

Alex detuvo la moto y a ella le costó mover las piernas.

–Al principio es un poco duro, pero te acostumbrarás –le dijo él, quitándose el casco y sonriendo.

«¿Me acostumbraré?», se preguntó ella, quitándose el casco también.

Alex la agarró de los hombros y la hizo girar.

–Mira eso.

El sol se estaba poniendo entre las montañas y ambos pasaron varios minutos allí, inmóviles, viendo cómo el cielo se oscurecía y se teñía de rojo.

–Guau –dijo ella después de un rato.

–Sí. Es increíble, como Diamond Bay. Nunca me canso de ver esta puesta de sol –admitió Alex–. ¿Cenamos?

La guio hacia unas luces y salieron a un claro rodeado de calefactores. Sorprendida y en silencio, Yelena vio a un camarero que estaba terminando de poner una mesa.

Miró a Alex, que sonreía satisfecho, y luego volvió a mirar la mesa sin dejar de tocarse el colgante.

Alex hizo un gesto al camarero para que se marchase. El hombre asintió, se subió a un todoterreno y desapareció en la noche.

Alex la acompañó hasta la mesa y le ofreció una silla.

Nada más sentarse, Yelena tomó la copa de agua y le dio un trago.

–¿Espaguetis a la carbonara? –dijo él.

–Gracias –dijo ella, sirviéndose de un cuenco–. Esta tarde he hablado con Kyle de las cuentas. Debería darme un presupuesto completo mañana. Cathie, tu jefa de prensa, me está ayudando con todo el tema local y estamos redactando un comunicado juntas –tomó el tenedor–. Cuanto antes lo anunciemos, mejor. Luego haremos las invitaciones. ¿Puedes darme tu lista mañana?

–Claro.

Yelena dejó el tenedor y tomó su copa de vino.

–Gracias por contarles a Pam y a Chelsea el motivo de mi estancia aquí.

Él asintió y siguió comiendo.

–Pensé que era mejor ser sincero –dijo él–, pero ¿te importaría no estropear las vistas hablando de trabajo?

–Ah, pero…

–Por favor.

Ella se estremeció solo de oír aquellas dos palabras.

–Está bien.

Desconcertada, se concentró en su cena.

–¡Está delicioso! –exclamó, poniendo los ojos en blanco–. Creo que estoy enamorada.

Alex se echó a reír.

–Lo siento, pero Franco está ocupado.

Yelena suspiró de forma exagerada.

–Los buenos siempre lo están.

Se miraron a los ojos, ambos sonriendo, pero el momento duró más de lo necesario y Yelena se dijo que aquello era mucho más que una cena.

Tomó otro bocado de pasta.

–No corras tanto –le dijo él, bromeando–. La comida no va a marcharse a ninguna parte.

–Está tan rico.

–A veces, es mejor ir despacio –continuó Alex–. Es mejor saborearlo todo: el sabor, la textura, que querer llegar demasiado pronto al final. La recompensa es mucho más… placentera.

Yelena estuvo a punto de atragantarse. Intentó mirarlo con frialdad, pero no fue capaz, con Alex dedicándole aquella sonrisa.

Bajó la vista al plato un momento y luego lo miró a los ojos.

–¿Me has invitado a cenar para intentar seducirme, Alex? –le preguntó directamente.

Él no se inmutó.

–¿Quieres que lo haga?

–No –mintió Yelena.

–¿Por qué no?

«Porque no creo que pudiese volver a olvidarte por segunda vez», pensó.

–¿Por qué querrías hacerlo? Nos hicimos daño, Alex, y nuestro pasado es complicado.

–Sí, pero aquí estamos. Ahora.

Alex se levantó con la gracia de un bailarín muy masculino y se puso a su lado.

Ella se levantó también, nerviosa.

–Soy tu agente, Alex.

–¿Tiene Bennett & Harper alguna cláusula de moralidad que yo desconozca?

Yelena se preguntó cómo podían estar tan cerca, el olor de Alex estaba invadiendo todos sus sentidos. Olía a cuero, a pasión, a desafío y a calor. A perder el control. A Él.

–¿Cláusula de moralidad…? –repitió–. No.

Él la tomó de la mano, haciendo que se estremeciese.

–¿Ves? –añadió–. Tenemos algo.

–Pero eso no significa que esté bien.

–Ni que esté mal tampoco.

–Alex…

–¿Sabes cómo me afecta, oírte decir mi nombre? –murmuró él.

Y, de repente, se había acabado el tiempo de hablar.

Alex la tomó como si supiese que ella estaba de acuerdo. Y lo cierto era que Yelena lo había echado de menos. Había echado de menos el modo en que su risa la envolvía. Había echado de menos su sentido del humor y sus coqueteos. Había echado de menos la suavidad de su piel. Había echado de menos la sensual curva de su boca y el modo en que hacía que ella desease perderse.

Cuando Yelena se inclinó hacia él, con los labios temblorosos, Alex tuvo la sensación de que había triunfado. Lo deseaba. Había conseguido que lo desease. Gimió y se sintió como siempre lo hacía sentir Yelena, y la apretó contra su pecho.

Ella no protestó, lo que lo excitó todavía más, pero cuando iba a besarla, Yelena le puso la mano en el pecho y se lo impidió.

Él la miró a los ojos. ¿No quería…?

–Déjame.

Él la deseó aún más al oír aquello. Deseó desnudarla y hacerla suya allí, en el suelo, rodeados de vegetación.

Yelena puso las manos en su cuello y las enterró en su pelo. Luego, sus labios acariciaron los de él un segundo. Después, otro. Tomó aire como si besarlo fuese algo doloroso, pero entonces lo miró a los ojos y sonrió. Y él le devolvió la sonrisa.

Ya nada podría detenerlo.

Ella volvió a besarlo, con los ojos abiertos, haciéndole perder el control por completo.

Alex la abrazó y frotó la erección contra su vientre. El familiar aroma de su piel la asaltó. Y su sabor… Su sabor era algo que siempre le había encantado. Lo había echado de menos. Él le mordisqueó el labio superior, jugó con él unos segundos. Después, la besó con pasión.

Luego, la apoyó en la mesa y dejó de besarla para decirle:

–Siempre he querido hacer esto.

Limpió la superficie con el brazo y ella rio al oír cómo se rompían los platos y las copas al caer.

–No puedo esperar –añadió Alex.

La levantó y la sentó en la mesa antes de volver a besarla. Aturdida y borracha con sus besos, Yelena casi no se dio cuenta de que le estaba desabrochando los vaqueros para meterle la mano y acariciarle entre las piernas. Gimió y sintió que el deseo invadía sus piernas, sus pulmones.

Alex le bajó los pantalones y las braguitas y ella dio un grito ahogado al notar el frío de la mesa. Él le acarició los muslos.

–¿Tienes frío? –le preguntó.

Ella negó con la cabeza y él le sonrió. Los ojos azules le brillaban de deseo.

La estaba estudiando con la mirada, captando su expresión, cada pequeño movimiento de su rostro mientras seguía acariciándole los muslos y subiendo las manos hacia la parte más íntima de su cuerpo. Cuando notó que Yelena se estremecía, él se echó a reír, sin separar la mirada de la de ella, decidido a no ser el primero en romper el contacto.

Arqueó una ceja de forma seductora y ella sonrió.

De pronto, Alex se puso de rodillas, le separó las piernas y el mundo dejó de girar.

La besó entre los muslos, y su respiración caliente hizo que Yelena se volviese a estremecer.

–Relájate, Yelena, y disfrútalo.

Ella se echó hacia atrás y se dejó llevar por el placer.

–Alex… –gimió, y no le dio vergüenza.

Él seguía acariciándola con la boca y la lengua, hasta que Yelena notó que estaba a punto de llegar al clímax. Entonces Alex se apartó y la besó en el muslo.

Ella apretó los dientes, frustrada.

Y él le acarició las piernas.

Yelena empezó a acariciarle la erección hasta hacerle perder la cabeza. Se puso a temblar y notó que llegaba al clímax.

Alex se controló, quería esperar a que Yelena hubiese terminado antes de hacerlo él.

La oyó gritar, casi de manera triunfante. Y sintió una gran satisfacción. La besó por última vez entre las piernas, se incorporó y se bajó los vaqueros.

La vio echada hacia atrás, apoyada en los codos, y le pareció una imagen tan erótica que no pudo esperar más para colocarse un preservativo rápidamente y penetrarla.

Ambos empezaron a respirar al unísono y Alex tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse. Quería saborear el momento. Casi ni se dio cuenta de que Yelena se había quitado la camiseta y el sujetador y se había quedado completamente desnuda para él.

Se quedó sorprendido al verla. Se inclinó hacia delante y enterró el rostro entre el valle de sus pechos.

–Dios, Yelena –susurró contra su piel–. Si el mundo se acabase esta noche, me moriría feliz.

Ella se echó a reír, pero cuando Alex le acarició un pecho con la lengua, dio un grito ahogado.

Él sonrió. Siguió lamiéndole el pecho y notó cómo Yelena se contraía por dentro.

La miró a los ojos sin dejar de sonreír, y pasó al otro pecho sin prisas mientras notaba que ella volvía a prepararse para el clímax.

–Alex, por favor…

–Tranquila –le dijo él, poniendo una mano en su vientre, como si fuese un caballo.

Yelena levantó las caderas y contrajo los músculos internos de su sexo mientras gemía suavemente. No pudo controlarse, se abrazó a su cuello y le susurró al oído algo tan erótico que se sorprendió hasta a sí misma.

Pero tuvo el efecto deseado. Alex gimió como un animal y empezó a moverse con más fuerza hasta que notó que llegaba al orgasmo, solo unos segundos después de ella. El placer explotó en su interior y oyó un gruñido, que debía de ser suyo y que le sorprendió, aunque al mismo tiempo se sintió orgulloso de que aquella mujer fuese suya.

Luego le apoyó una mano en el pecho y se quedaron así unos segundos, recuperando la respiración.

La notó temblar y se apartó de ella.

De repente, Yelena se sintió perdida, con el aire frío golpeándole la piel. Buscó su ropa enseguida y oyó cómo Alex hacía lo mismo.

Sin saber por qué, se puso nerviosa, pero de un modo negativo. Se puso los pantalones vaqueros mientras oía cómo Alex llamaba por teléfono y pedía que fuesen a recoger la mesa. Ella siguió en silencio, aunque quería, necesitaba, decir algo más, pero no podía. Se inclinó a subirse la cremallera de las botas. «Di algo, lo que sea».

–Yelena.

–Por favor, no digas nada que lo estropee –le pidió ella, negándose a mirarlo a los ojos mientras se abrochaba la chaqueta.

No le hacía falta levantar la vista para saber que Alex tenía el ceño fruncido.

–¿Nos vamos? –le dijo él en voz baja un momento después.

Ella se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y asintió.

Fueron hacia donde estaba la moto en silencio. Y, de camino a Diamond Bay, Yelena se permitió disfrutar del calor del cuerpo de Alex, a pesar de sentirse culpable por ello.

Empezó a hacerse preguntas. Tenían química, pero ¿y futuro? Su pasado pesaba demasiado, había demasiados secretos que no eran de ella y que no podía revelar.

«No se lo puedes contar a nadie. A nadie». Por el bien de Bella, por el de Yelena, Gabriela le había hecho jurar que guardaría el secreto.

Miró hacia la oscuridad de la noche y las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.

E-Pack Jazmín B&B 1

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