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Capítulo 9
ОглавлениеA LA mañana siguiente, Pam, Alex y Yelena se reunieron en el despacho de esta.
Yelena iba vestida con un recatado pantalón gris y camisa de seda azul, pero cada vez que Alex la miraba, se le calentaba la piel como si hubiese estado en ropa interior. Y luego recordaba lo ocurrido la noche anterior. Yelena se había quedado con una incómoda sensación de anhelo.
Al volver a Diamond Bay, se había bajado de la moto antes de que Alex apagase el motor, le había dado las gracias por la cena y se había ido casi corriendo a su habitación.
–¿Quieres café, Yelena?
Levantó la vista para mirar a Pam, que tenía una taza en la mano.
–Sí, gracias –le respondió, con una sonrisa en los labios.
Dio un sorbo y luego dejó la taza encima de la mesa.
–He pensado que podríamos hablar de qué queremos con esta campaña. Todos sabemos lo que ha publicado la prensa durante los últimos meses, y mi intención es darle la vuelta.
–¿Cómo vas a hacer que todo el mundo olvide lo que se ha dicho en los periódicos? –preguntó Alex, con una ceja arqueada.
–Eso no puedo hacerlo. Tenemos que centrarnos en las cosas buenas: las obras de caridad, los trabajos con la comunidad, para contraatacar. Por ejemplo, Pam… –sonrió a la madre de Alex–. Tu idea de la fiesta me encantó. Ya tengo un plan de acción en el que podemos trabajar.
A Pam se le iluminó el rostro.
–Estupendo. He pensado que podríamos alquilar ropa de la boutique a la gente de aquí, para que puedan venir vestidos de manera elegante, pero que no sientan que estamos haciendo un acto de caridad con ellos.
–Buena idea –dijo Yelena sonriendo–. Tiene que ser una acción lenta, pero constante a lo largo de los próximos meses. También quería hablaros del tema de las entrevistas.
–¿Qué quieres que digamos? –la interrumpió Alex.
Yelena lo miró a los ojos, pero antes de que le diese tiempo a responderle, él añadió:
–Espera, quería decir que qué es lo que debemos decir.
–La verdad –respondió ella.
El rostro de Alex se ensombreció.
–El público ya tiene la verdad.
–Pero no dicha por vosotros.
–Yelena tiene razón, Alex –comentó Pam–. Tú no has dicho nada acerca de… esa noche.
–Mamá. ¿De verdad quieres que vuelva a desenterrar el tema?
Madre e hijo se miraron con complicidad y Alex frunció el ceño.
–Está bien –dijo después–. ¿Qué más tienes, Yelena?
–Alex –dijo ella con firmeza–. Llevo trabajando en esto desde que salí de la universidad, hace casi ocho años. He llevado cientos de campañas de músicos, políticos, médicos y banqueros de toda Australia.
–Lo que…
–Por favor, deja que termine. Me elegiste porque soy buena, así que, ¿te importaría confiar en mí?
–Confío en ti –respondió él sin dudarlo.
–¿Y piensas que voy a hacer algo sin tu aprobación?
–No.
–Entonces, confía en mí –le dijo, tendiéndole una lista–. Habrá entrevistas, sí, pero solamente con periodistas a los que conozca bien. Personas justas y compasivas.
–Claro –replicó él, en tono irónico.
Eso la molestó.
–Sí. Lo creas o no, también hay buenas personas en la prensa. Diamond Bay tiene una excelente política medioambiental, y eso le encanta a la gente. Si quieres, podemos hablar del tema.
Pam asintió entusiasmada y Yelena supo que había acertado.
–¿Prácticas de Chelsea en una revista de moda? –leyó Alex de la lista.
–Sí. Esa tiene una ventaja adicional –dijo Yelena–. Conozco al editor jefe de Dolly’s. Está preparando una serie de artículos sobre trabajos de ensueño para enero, y uno de ellos es sobre una becaria en una revista de moda. Un fotógrafo y un periodista la seguirán durante todo un día –miró a Pam y añadió–: Por supuesto, no le he dicho nada del tema a Chelsea. Son solo ideas que he tenido y me tenéis que dar vuestro visto bueno.
Hubo unos segundos de silencio hasta que Pam respondió:
–Creo que a Chelsea le encantaría.
–¿Y sus clases? –inquirió Alex.
–Le va bien con los tutores.
–¿Y el tenis?
–Nunca ha querido dedicarse profesionalmente a él, cariño. Y ahora tiene la oportunidad de hacer algo que le apasiona de verdad.
Alex guardó silencio, su expresión era indescifrable.
–Ya hablaremos de esto luego –dijo por fin.
–No hay nada de qué hablar. Yo ya he tomado la decisión –respondió su madre.
Él la miró sorprendido.
–De acuerdo.
Yelena tuvo una sensación extraña, que le duró hasta que la reunión se hubo terminado. Entonces, se sintió obligada a actuar.
–¿Alex? ¿Puedo hablar contigo un momento?
Él asintió, cerró la puerta, pero se quedó de pie. Nerviosa, ella se levantó y pasó unos segundos pensando lo que le iba a decir.
–Ya sé lo que estás pensando –comentó Alex.
–¿Sí?
–Sí. Y la respuesta es que sí, que fue… estupendo. Y que no, no tiene por qué cambiar todo.
Ella lo miró sorprendida.
–No era eso lo que iba…
–Yelena, no me debes nada. No nos hemos prometido fidelidad el uno al otro. De todos modos, dado tu pasado, no sería posible.
«¿Qué?». Yelena frunció el ceño, confundida. Hasta que lo entendió, Alex se estaba deshaciendo de ella por haberse quedado embarazada de otro hombre. O, lo que era peor, estaba insinuando que, lo que habían tenido juntos, no había sido importante. Se le encogió el corazón.
Desde el punto de vista de Alex, tenía sentido.
Se tragó el dolor y se dijo que ya sufriría más tarde, cuando estuviese sola.
–Lo cierto es que no era eso de lo que quería hablarte. Sino de tu madre.
–¿Por qué? –le preguntó él con el ceño fruncido.
–¿Quieres sentarte?
–No.
Ella suspiró.
–De acuerdo. Mira, yo creo que hay algo… –hizo una pausa, buscó las palabras adecuadas–. Hay algo que no nos está contando.
–¿El qué?
–Es una sensación que me dio cuando hablé con ella –continuó–. Por ejemplo, nunca habla de tu padre si yo no saco el tema. Y no la veo demasiado afectada por las acusaciones de infidelidad. Sé que tu padre era un hombre de negocios brillante, un hombre hecho a sí mismo y casi todos son muy perfeccionistas.
–¿Adónde quieres ir a parar?
–¿Tus padres tuvieron un buen matrimonio? ¿Todo fue bien? –le preguntó.
Él la estudió con la mirada y luego inquirió:
–¿Y por qué iba a ser eso asunto tuyo?
Yelena se ruborizó.
–Pensé…
–Te he contratado para que hagas un trabajo, Yelena, no para que psicoanalices a mi familia. Te agradecería que no te excedieses en tus funciones. Ahora, si no te importa, tengo que atender una llamada del extranjero.
Alex se giró y, dejándola boquiabierta y colorada, salió por la puerta.
Aquello formaba parte del pasado, estaba muerto y enterrado junto con su padre. Alex no podía… no iba a desenterrarlo. El tema no lo afectaba solo a él, sino a toda su familia.
Era mejor así. Era mejor haber puesto a Yelena en su sitio.
Entonces, ¿por qué se sentía como un cretino?
Cerró la puerta de su despacho tras de él y el golpe retumbó por todo el pasillo.
Entre toda la porquería que había en su vida, estaba el deseo abrasador, constante, que sentía por aquella mujer. Sí, Carlos lo había traicionado y eso no lo olvidaría en toda su vida, pero Yelena… lo había dejado muerto cuando había desaparecido. Había creído que podía contar con ella, y se había quedado mentalmente destrozado.
Se apartó de la puerta y fue hacia las ventanas.
Su mundo había sido en blanco y negro hasta que había vuelto Yelena, trayendo con ella el color. No obstante, Alex no podía volver a rendirse a su poder. No podía permitir que lo volviese a destrozar.
Yelena agradeció estar tan agobiada de trabajo con los preparativos de la fiesta, así no tenía tiempo para pensar en lo ocurrido durante los últimos días. Y Alex debía de sentirse igual, porque había evitado estar a solas con ella.
Y se sentía aliviada cuando daban las seis de la tarde y podía volver con su hija. Chelsea se pasaba por su suite todas las noches y ella le agradecía la compañía y las atenciones que le dedicaba a Bella. Por suerte, Pam apareció por allí el viernes por la noche y cenaron las tres.
Cuando el teléfono de Yelena sonó, ella estaba riéndose de algo que había dicho Chelsea. Era Jonathon, que la llamaba para darle el visto bueno para quedarse otra semana más. No obstante, en su breve conversación, Yelena notó que pasaba algo y, cuando colgó, estaba de mal humor.
–¿Pasa algo? –le preguntó Pam.
–Trabajo. ¿Puedes ocuparte un rato de Bella? Quiero hablar con Alex un momento.
Poco después estaba llamando a la puerta de su suite. Sin decir palabra, entró en ella en cuanto Alex abrió y se quedó en medio de la habitación con los brazos cruzados.
–Acaba de llamarme mi jefe –empezó Yelena sin más preámbulos–. ¿Le has dicho que tenemos una aventura?
–No.
–¿Estás seguro?
–Yelena, no he hablado con él desde hace casi una semana.
Alex ladeó la cabeza. Tenía las manos en las caderas y fue entonces cuando Yelena se dio cuenta de cómo iba vestido. Llevaba la camisa blanca desabrochada, dejando al descubierto su magnífico torso. Y el cinturón del pantalón sugerentemente desabrochado.
Nuevamente levantó la vista hasta sus ojos, sonrojada.
–¿Has terminado ya? –le preguntó él con voz ronca, pero divertida.
Ella hizo un esfuerzo por calmarse.
–Entonces, si no has sido tú, ¿quién ha sido?
Él se encogió de hombros.
–¿Quién más sabe que estás aquí?
–Mi padre. Carlos –contestó ella, molesta.
Alex no tuvo que decir nada. Ambos sabían que el padre de Yelena jugaba al squash con Jonathon.
Arrepentida y avergonzada, Yelena rompió el contacto visual.
–Yo… lo siento. Tal vez me haya precipitado.
–No pasa nada.
Yelena volvió a mirarlo a los ojos y lo vio sonriendo en el peor momento. Entonces, solo pudo pensar en esos labios mordisqueándole la piel caliente.
–De acuerdo. Esto… Será mejor… –señaló hacia la puerta– que me marche.
–De acuerdo.
Ella se quedó donde estaba, hasta que Alex le preguntó:
–¿Algo más?
–Sí. ¡No! No, yo… –se giró hacia la puerta.
«Estúpida. ¿No estarás esperando que te invite a meterte en su cama?», se dijo a sí misma.
Con la mano en el pomo y dándole la espalda a Alex pensó que, gracias al comentario de su padre, se sentía otra vez como si tuviese quince años, confundida, sola y enfadada.
Y pensó que así debía de ser como se había sentido Alex desde la muerte de su padre. Sin ella.
–Siento no haber estado ahí cuando falleció tu padre.
Yelena esperó, pero su silencio lo dijo todo. Abrió la puerta con el ceño fruncido y se preparó para hacer una salida digna.
Todo ocurrió tan rápidamente, que casi no le dio tiempo ni a sorprenderse. Alex cerró la puerta, la agarró y la hizo girar para apoyarla contra la madera.
Estaba invadiendo su espacio personal, tan cerca, que podía ver los puntos negros que había en sus ojos azules, la barba que le empezaba a salir, sintió su respiración caliente contra la mejilla.
Y entonces, Alex la besó.
Sus alientos se mezclaron, sus lenguas se entrelazaron y Yelena notó cómo se le endurecían los pezones. Sintió su erección contra el vientre y cuando se movió, él gimió con una mezcla de desconcierto y deseo.
Ella también lo sintió. De repente, le ardía la piel y estaba perdiendo el sentido común. Notó cómo Alex le metía las manos por debajo de la camisa y le acariciaba la piel antes de agarrarle los pechos.
Lo oyó murmurar con aprobación y se excitó todavía más.
Él le desabrochó el sujetador mientras seguían besándose, y luego Alex le desabrochó la camisa también y bajó la boca hacia su pecho.
–Alex… –gimió ella.
–Eres mía –murmuró él.
Y era cierto, la estaba abrazando con fuerza, contra la pared, le había puesto una pierna entre los muslos, sirviéndole de sensual apoyo.
Alex estaba en todas partes, en sus sentidos, en su mente, en su corazón. En su sangre. Yelena respiró y también lo aspiró a él. Abrió los ojos y lo vio. Le acarició los hombros y se aferró a su nuca.
Alex siempre la excitaba. Metió los dedos entre su pelo y lo oyó gemir. Pero a pesar de desearlo y de estar desesperada por tenerlo dentro, no pudo entregarse. Esa noche, no.
–Alex… –susurró, desesperada por ignorar el placer que le producía acariciándole el pecho con la boca–. Tengo que irme…
Pero él le metió la mano por el pantalón y le acarició entre las piernas.
–¿Sí?
–Tu… madre… y Chelsea… están… con… –intentó decir Yelena mientras su cuerpo se estremecía de placer, cerró los ojos e intentó recuperar el control– Bella.
Él dejó de mover la mano y Yelena suspiró. ¿Fue un suspiro de alivio o de decepción? Ni siquiera ella lo sabía en esos momentos.
Él la miró con fuego en los ojos y Yelena estuvo a punto de perderse.
–Tengo que irme –repitió, casi sin aliento.
Y después de un par de segundos inmóvil, Alex cedió por fin. Sacó la mano de su pantalón y ella se sintió decepcionada a pesar de saber que hacía lo correcto.
–Alex…
–No –le dijo él, dándole la espalda–. Tienes que irte.
Ella parpadeó, todavía aturdida. Luego, sin decir palabra, abrió la puerta y escapó por fin.
Alex se giró hacia la puerta cerrada y notó su abultada bragueta, que le recordaba lo que había tenido, y lo que todavía quería tener. A Yelena.
Murmuró un par de improperios entre dientes y se dijo que aquel no era él, incapaz de solucionar el más sencillo de los problemas. Su misión había sido destruir a Carlos acostándose con su adorada hermana, pero en vez de sentirse triunfante, estaba amargado. Y se sentía culpable.
Y eso era algo que no había sentido en mucho, mucho tiempo.
La había utilizado para vengarse, a pesar de no haber estado seguro de que su plan funcionaría, a pesar de haber empezado a pensar que ella no tenía nada que ver con las mentiras de Carlos.
Lo peor era que Yelena no tenía ni idea de lo cretino que era su hermano.
Mientras iba a la cocina por una cerveza, Alex pensó que era injusto. Entonces su mirada se posó en la carpeta que Yelena le había dado sobre la fiesta. Todavía no le había entregado su lista de invitados…
Entonces, se le ocurrió la genial idea. Si Yelena no podía ver por sí misma la clase de persona que era Carlos, él se lo enseñaría. Y sabía muy bien cómo hacerlo.