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LEY

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El arte de la medicina es de todas las artes la más notable, [1] pero, debido a la ignorancia de los que la practican y de los que a la ligera los juzgan, actualmente está relegada al último lugar. En mi opinión el error, en este caso, se debe fundamentalmente a la siguiente causa: que el arte de la medicina es el único que en las ciudades no tiene fijada una penalizatión, salvo el deshonor, y éste no hiere a los que han caído en él1. Pues son éstos parecidísimos a los actores extras en las tragedias: así como éstos tienen figura, manto y máscara de actor, pero no son actores, también muchos médicos lo son de nombre, pero en la práctica muy pocos2.

Debe, pues, aquel que vaya a aplicarse a un conocimiento [2] auténtico del arte de la medicina estar en posesión de lo siguiente: capacidad natural3, enseñanza, lugar adecuado, instrucción desde la infancia4, aplicación y tiempo.

Lo primero que necesita es capacidad natural, ya que teniendo a ésta en contra todo resulta baldío. Mientras que, cuando ella te guía5 hacia lo mejor, viene entonces la enseñanza del arte, que debe irse adquiriendo con reflexión, tras recibir instrucción durante la infancia, en un lugar adecuado para el aprendizaje. Además de todo esto debe añadir, por largo tiempo, una aplicación constante al trabajo, a fin de que el aprendizaje, haciéndose naturaleza propia, produzca buenos y abundantes frutos.

[3] Porque el aprendizaje del arte de la medicina es como la eclosión6 de los frutos en la tierra. A saber, nuestra capacidad natural es comparable a la tierra; las enseñanzas de los maestros, a las simientes; la instrucción en la infancia, a la siembra de éstas en su momento oportuno; el lugar en el que se recibe el aprendizaje, al alimento que, procedente del medio ambiente, llega a los frutos; el trabajo constante, al laboreo de la tierra; finalmente, el tiempo va fortaleciendo todas estas cosas para hacerlas madurar completamente7.

[4] Por consiguiente, eso es lo que necesita el que se aplica al arte de la medicina; y es preciso que, habiéndose hecho con el conocimiento real y auténtico de ésta, al marcharse a recorrer las ciudades sea considerado médico no sólo de nombre, sino también de hecho8. La falta de experiencia es mal tesoro y pobre despensa para los que la tienen, tanto de noche como de día9; se ve privada de alegría y felicidad10 y es nodriza de cobardía y temeridad. Pues la cobardía significa incapacidad y la temeridad desconocimiento del arte. Y dos cosas distintas son la ciencia y la opinión, de las cuales la una produce conocimiento y la otra ignorancia.

[5] Las cosas que son sagradas11 les son reveladas a hombres sagrados; a los profanos no les están permitidas en tanto no hayan sido iniciados en los misterios de la ciencia12.

Tratados hipocráticos I

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