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Algunas notas históricas y rasgos característicos de la ciencia de Hipócrates35.

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La medicina hipocrática se configura en un horizonte histórico e intelectual que podemos delimitar con precisión. Los tratados más significativos del CH (El pronóstico, Sobre la medicina antigua, Epidemias I y III, Sobre la dieta en las enfermedades agudas, Sobre la enfermedad sagrada, Sobre los aires, aguas y lugares, Sobre la dieta, etc.) están escritos en los últimos decenios del siglo V o a comienzos del siglo IV a. C. Son obra de Hipócrates o de otros médicos de su generación. Esto es lo que nos interesa destacar: estos profesionales de la medicina pertenecen a un momento muy bien caracterizado de la cultura griega, el del apogeo de la ilustración y del racionalismo. Tienen un patrimonio tradicional, en cuanto technítai de la curación y dēmiourgoí, formado por un repertorio de observaciones y experiencias adquiridas en la práctica propia y en la enseñanza recibida de sus maestros y precursores en el arte, médicos ambulantes, y también maestros de gimnasia y educadores de atletas. Pero, bajo el influjo de la teoría filosófica acerca de la regularidad de la naturaleza, estos escritores médicos tratan de explicitar los fundamentos teóricos de su arte y de confirmar la validez de su ciencia exponiendo sus principios generales. Siempre sin perder de vista el objetivo final: combatir las dolencias y devolver al hombre la salud, su condición natural. Se empeñan en demostrar que la medicina, como ciencia real, téchnē eoûsa, no sólo es una práctica benéfica, sino también un saber operativo acerca del hombre y del mundo en el que vive y perece. La hazaña intelectual de estos médicos ha pervivido como impulso hacia el conocimiento del hombre, más allá de sus limitados logros en motivos concretos de su dominio científico.

Uno de los pocos datos firmes que tenemos sobre Hipócrates es el de su nacimiento en Cos hacia el 460 a. C. Esto quiere decir que era un estricto coetáneo de Demócrito de Abdera y que era unos diez años más joven que Sócrates. Bien pudo escuchar, como señala la tradición biográfica, al famoso Gorgias, y tomar lecciones de su hermano, el médico Heródico de Selimbria, reputado por sus tratamientos dietéticos. Sabemos también que ejerció la actividad médica en el norte de Grecia (en Tesalia y en Tracia, como el autor de Epidemias I y III) y en la isla de Tasos y cerca del Ponto Euxino, y que murió en Larisa a una edad avanzada. Debió de gozar pronto de prestigio como profesional ilustre, a juzgar por la referencia de Platón en el Protágoras (31 1b) que lo nombra como ejemplo de un maestro en su oficio, dispuesto a enseñar a otros mediante salario. (El Protágoras fue escrito hacia el 395 a. C., y sitúa el coloquio allí narrado unos treinta años antes.)

Era uno de los Asclepíadas, es decir, uno de los descendientes de Asclepio, el héroe fundador de la medicina. Al remontar su genealogía hasta el sabio hijo de Apolo, los médicos de Cos sólo destacaban el carácter gremial y familiar de su oficio, lo mismo que los rapsodos de Quíos, los «Homéridas», remontaban la suya hasta el patriarca de la épica, Homero. También sus hijos fueron médicos, Tésalo y Dracón, y a su yerno Pólibo le atribuyeron algunos autores antiguos el tratado Sobre la naturaleza del hombre.

La Antología Palatina (VII 135) nos ha transmitido un hermoso epitafio honorífico, que le rinde alabanzas como a un noble guerrero, y que pudo estar grabado sobre su tumba en Larisa:

El tesalio Hipócrates, de linaje coico, aquí yace,

que, nacido del tronco divino de Febo, trofeos múltiples

erigió derrotando a las enfermedades con las armas de Higiea,

y consiguió inmensa gloria no por azar, sino con su ciencia.

Pero en ese combate «con las armas de Higiea», que logra sus victorias no de la casualidad, sino del saber técnico, ou týchēi, allá téchnēi, Hipócrates no era, sin duda, un guerrero solitario. Su actividad profesional se inscribe en una tradición larga dentro de la historia social griega, ya que desde los poemas homéricos está atestiguado el prestigio de algunos médicos. (Cf. Ilíada XI 514; Odisea XVII 383.) Sabemos, luego, de la estimación y altos emolumentos de destacados médicos, como Democedes de Crotona, que trabajó en Egina, en Atenas, y en la corte del tirano Polícrates en Samos (según cuenta Heródoto, III 131), o como Ctesias de Cnido, que lo hizo en la corte persa de Artajerjes II, o como Onasilo y sus hermanos, a los que alude una inscripción chipriota de Edalion (de mediados del siglo V) prometiéndoles una elevada suma o tierras por atender a los heridos en un asedio de la ciudad. Tanto en la guerra como en la cotidiana práctica de la vida ciudadana, el médico era un demiurgo necesario y apreciado, un «artesano» itinerante, hábil en su oficio, en una praxis que requiere la habilidad manual y el ejercicio constante de la inteligencia. Ya desde mucho antes de Hipócrates la medicina griega se había desarrollado sobre unos supuestos empíricos y técnicos, al margen de la medicina religiosa y de la superstición popular36.

La distinción entre el médico que cura heridas de guerra mediante la cirugía y diversos cauterios, y el médico de enfermedades internas, está ya en la épica, según unos versos de Arctino en su poema El saco de Troya (compuesto a fines del siglo VIII a. C.), que se refiere a Macaón y Podalirio, hijos de Posidón aquí (o de Asclepio, según la versión homérica):

Su padre, el ilustre Sacudidor de la tierra, les concedió sus dones a ambos, pero a uno lo hizo más glorioso que al otro. A uno lo dotó de manos más ligeras para sacar dardos de la carne, y para cortar y aprontar remedios a todas las heridas. Al otro le infundió en el pecho todo lo preciso para reconocer lo escondido y para curar lo incurable. Él fue el primero en advertir los relampagueantes ojos y la abotargada mente de Áyax enloquecido37.

Volviendo a ello, es importante destacar que la medicina griega se había desligado, desde muy antiguo, de cualquier vinculación con las prácticas religiosas y con la magia. Ya en Homero hay testimonios de ese médico que actúa al margen del sacerdote purificador. Es el caso de Macaón, hijo de Asclepio, que «vale como médico por muchos hombres» y sabe «extraer los dardos y aplicar suaves remedios a las heridas» (Il. XI 514-5). Aunque en Grecia perduraron con éxito los santuarios y templos donde, bajo el patrocinio de Asclepio, se operaban milagrosas curas, y la medicina popular que recurría a prácticas mágicas y a remedios supersticiosos siguió contando siempre con numerosos adeptos, la medicina científica discurrió por caminos propios, bien diferenciados de los frecuentados por magos, adivinos, curanderos de varios tipos y trazas, y adivinos de diversa catadura. Tanto el autor de Sobre la enfermedad sagrada (1, 2, 17) como el de Sobre los aires, aguas y lugares (que bien pudiera ser el mismo) expresan su desdén hacia los practicantes de esos turbios remedios, y manifiestan su confianza en que todas las enfermedades son naturales y deben tratarse por medios naturales.

Por otro lado, la deificación de Asclepio no parece un proceso demasiado antiguo. Según L. Edelstein38, se produjo a fines del siglo VI a. C., cuando, en la tendencia a personalizar la relación religiosa del enfermo con la divinidad curadora, se habría desplazado a Apolo, el Sanador por excelencia, Péan, en favor de Asclepio, el héroe, hijo del dios y de la ninfa Corónide. El culto a Asclepio, atestiguado en Epidauro hacia el 500 a. C., se introdujo en Atenas hacia el 420 a. C. y en Cos a mediados del siglo IV. Es decir que en Cos no existía ni el templo ni el culto en tiempos de Hipócrates, cuando la escuela de medicina era ya famosa. Con este dato queda rechazada la hipótesis de E. Littré que pensaba en una influencia de los casos recogidos en los anales y tablillas votivas de los templos en las notas de los médicos (en Prenociones de Cos y Predicciones I). El culto es posterior y subsistió en buenas relaciones con las prácticas de los médicos, que podían enviar a sus enfermos deshauciados a visitar los templos como último recurso.

Ya antes de Hipócrates había médicos y escuelas médicas en diversas ciudades griegas; las había en el sur de Italia, donde Crotona fue, en el siglo VI, la escuela más prestigiosa, en Cirene, en Cnido y en Cos. Hipócrates es un heredero de técnicas y saberes que él y sus contemporáneos harán avanzar mediante una mayor conciencia metódica y con una teoría mucho más ambiciosa en cuanto a su visión de la medicina como un saber causal en torno a las enfermedades y la salud. Para este progreso, la medicina recibió un impulso decisivo de la filosofía presocrática, de esa physiología jónica que aspira a describir una concepción del mundo ordenado según unos principios fundamentales inmanentes a los procesos naturales. Y tampoco fue Hipócrates de los pioneros en pretender expresar una concepción filosófica de la enfermedad y la salud, o del hombre como un organismo complejo sometido a la acción de diversos factores naturales. A una generación anterior pertenecen Alcmeón de Crotona, y Empédocles de Agrigento, y Diógenes de Apolonia, por citar los nombres de tres influyentes pensadores del período presocrático39. En el CH hay huellas de diversas teorías filosóficas, pero hay también un empeño por destacar la autonomía del saber médico respecto de esas teorías generales. En este punto se inserta, creemos, el empeño hipocrático de fundamentar la medicina como saber, como téchnē ejemplar, en una cosmovisión racional de las últimas causas del acontecer humano; pero, a la vez, en una serie de prescripciones para la actuación del médico con una bien definida finalidad: la de velar por el mantenimiento de la salud y la de alejar las dolencias del cuerpo.

La concepción de la salud como un equilibrio interno, y de la enfermedad como un excesivo predominio de un elemento sobre otros, fue expuesta por Alcmeón y recogida por los médicos hipocráticos. También la teoría de que el cerebro es el centro de la actividad mental procede de él; así como la teoría acerca del pneûma vital procede de Diógenes. Pero lo que define a la medicina hipocrática no es tanto la aceptación de estos conceptos, como su aprovechamiento. El conocimiento de la naturaleza, y en especial de la naturaleza del hombre, por parte del médico tiene una finalidad práctica: la conquista de la salud, la restauración del equilibrio somático. El afán especulativo por conocer las causas de los procesos naturales se combina, en la actividad médica, con la observación y la experiencia clínicas. Esta combinación es lo que otorga un sello característico al saber hipocrático. Aun en los autores que recriminan el uso de postulados filosóficos o de hypothéseis (como el autor de Sobre la medicina antigua) encontramos una gran dosis de espedilación40. Y en los escritores más especulativos, como el autor de Sobre la dieta, encontramos constantes referencias al dato sensible y a la observación de los síntomas específicos. La medicina encuentra en la «sensación del cuerpo», aísthēsis toû sómatos, el criterio fundamental para la verificación de la teoría. Atento a los síntomas, el hipocrático interpreta una semiótica que le conduce a un empirismo muy concreto41. Los signos corpóreos son la base de la terapia, las indicaciones por las que se rige el pronóstico y la medicación. Hipótesis, observación de los síntomas, conjetura de las causas morbosas, medicación, son etapas de un proceso metódico en el que se complementan la experiencia sensible (aísthēsis) y la reflexión (logismós) para aplicar los recursos de la ciencia (téchnē siempre y no epistḗmē) en favor del paciente. La naturaleza, el médico y el enfermo han de colaborar en esa reconquista de la salud42. Y el conocimiento del médico es el instrumento fundamental, aunque limitado, para obtener la victoria.

Una gran importancia en esta concepción tiene el haber identificado la enfermedad como un proceso morboso que afecta al organismo en su conjunto; es más, como un proceso determinado por causas concretas que se desarrolla con síntomas típicos y predecibles en un curso regular. El médico hipocrático sabe predecir ese curso, como sabe, desde un momento definido del mismo, conjeturar el pasado del mismo, y emitir su juicio a partir de los síntomas presentes y el recuento de los anteriores: eso es el pronóstico.

La enfermedad presenta en su decurso unos momentos decisivos. Son las crisis, en las que se decide el rumbo del proceso patológico, bien hacia la salud (mediante la evacuación o el depósito o apóstasis de los elementos dañinos), o bien hacia una muerte irremediable. Junto con este concepto es también interesante la concepción de que los elementos morbosos sufren una especie de cocción (pépsis, pepasmós) por la que pierden su carácter dañino y quedan, por así decir, digeridos por el organismo. Hay días críticos y momentos en que la intervención del médico puede ser decisiva. El médico debe estar atento y actuar aprovechando el kairós, ya que el tiempo es un factor incuestionablemente valioso en toda terapia.

Por lo demás, el médico hipocrático parece advertir de antemano que la enfermedad es una abstracción y que lo que él tiene ante sí es siempre a un enfermo, a un hombre sufriente al que ha de salvar con unos medios muy limitados. Muchas veces, ante las enfermedades más graves el médico se ve obligado a prescribir una dieta que ayude al enfermo a mantenerse con fuerzas para resistir y a procurar no exacerbar las dolencias. Son escasos los medicamentos que el médico tiene a mano, y los conocimientos de fisiología y anatomía tampoco le proporcionan una ayuda eficaz en el tratamiento de las enfermedades agudas. Por ello se confina en la observación minuciosa y atenta43.

En los libros I y III de Epidemias se nos cuentan cuarenta y dos casos clínicos, de los que veinticinco (un 60%) concluyen con la muerte del paciente. Son raras las referencias a los tratamientos aplicados, mientras que la atención se concentra en los síntomas del enfermo. Estos casos historiados son una muestra del talante científico con que el médico periodeuta, probablemente el mismo Hipócrates, atiende a los enfermos más graves. Sin ambages, en algunos textos se aconseja al médico no tratar los casos desesperados (sin duda, para evitar posibles censuras posteriores)44.

Para diagnosticar un caso son múltiples los factores que el médico debe observar, como advierte un texto citado con frecuencia (Epidemias I 23):

En lo que respecta a las enfermedades, las reconocemos a partir de los siguientes datos, teniendo en cuenta la naturaleza humana universal y la particular e individual, la de la dolencia, la del paciente, las sustancias que se le administran, quién se las administra — si a partir de esto el caso se presenta de solución más fácil o más arduo—, la constitución atmosférica general y la de los astros y cada terreno en particular, y lo que respecta a los hábitos, el régimen de vida, las ocupaciones, y la edad de cada uno, con sus palabras, gestos, silencio, pensamientos, sueños, insomnios, pesadillas, cuáles y cuándo, y sus tics espasmódicos, sus picores, sus llantos, junto con sus paroxismos, deposiciones, orinas, esputos, vómitos, y todo aquello que indica las mutaciones de la enfermedad y sus depósitos en un sentido crítico o mortal: sudor, tensión, escalofríos, tos, estornudos, hipo, respiración, eructos, ventosidades, silenciosas o ruidosas, hemorragias, hemorroides. Hay que atender a todo esto y a lo que con estos síntomas se indica.

La observación detenida del paciente en su contexto doméstico y en su situación más general requiere del practicante de esta medicina un enorme esfuerzo de atención, al que el médico presta todos sus sentidos: «Es una tarea el examinar un cuerpo. Requiere vista, oído, olfato, tacto, lengua, razonamiento», dice una sentencia de Epidemias (VI 8) (Tò sôma érgon es tḕn sképsin ágein, ópsis, akoḕ, rìs, haphḕ, glôssa, logismós). Hay que tener en cuenta —como remacha en Sobre el dispensario médico 1— «lo que es posible ver, y tocar y escuchar. Y lo que es posible captar (aisthésthai) por la vista, el oído, el tacto, el olfato, la lengua, y la reflexión (gnṓmēi), cuantas cosas es posible conocer con todos nuestros medios».

Los reproches que al comienzo de Sobre la dieta en las enfermedades agudas se hacen a los tratamientos terapéuticos de la escuela cnidia nos ayudan a precisar aquellos puntos en los que el autor estaba orgulloso de la superioridad de su perspectiva. Allí se centra la crítica a la doctrina de las Sentencias cnidias en tres puntos: los cnidios dan poca importancia al examen prognóstico del enfermo y se guían sólo por las declaraciones del paciente, como podría hacerlo un profano; sus tratamientos son rígidos y usan unas cuantas recetas demasiado estereotipadas de antemano; en su afán por clasificar y denominar las enfermedades se fijan demasiado en pequeñas distinciones, a veces irrelevantes para la tipología, y creen que la denominación distinta requiere un tratamiento distinto45. Frente a estos trazos, el médico hippocrático se fija menos en dar nombre a las enfermedades y mucho más en el estado general del enfermo y en la evolución del proceso morboso; atiende a la dieta con cuidado de evitar cambios bruscos, a la vez que procura no debilitar demasiado al paciente con un régimen alimenticio severo o contraproducente; su examen profesional de los síntomas le conduce a emitir un pronóstico sobre la evolución del enfermo.

El escaso interés por la nomenclatura y por el diagnóstico diferencial es característica notable del autor de El pronóstico y de Sobre la dieta en las enfermedades agudas. En su comparación del hombre sano con el enfermo, que es una regla básica para el juicio médico, el hipocrático atiende al conjunto orgánico dañado más que a los órganos concretos afectados; deja un tanto de lado los diagnósticos locales para atender al cuadro sintomático general. Y, del mismo modo, atiende al curso de la enfermedad más que al estado momentáneo del paciente. Cada paciente presenta al cuidador su historia clínica, recogida en los casos narrados en Epidemias, y aludida en El pronóstico. Pero el sujeto de esa historia no es la enfermedad (en cuanto realización de un tipo abstracto), sino el paciente con su naturaleza individual y su organismo humano46.

Los autores del CH tenían escasos y rudimentarios conocimientos de anatomía, ya que no practicaban la disección de cuerpos humanos (sin duda por motivos religiosos y legales). Desconocían el sistema nervioso. Tenían una vaga y errónea idea del sistema vascular y de la circulación de la sangre. (Los textos en que se reconoce al corazón como centro del sistema son postaristotélicos.) Su fisiología se centraba en la explicación de la función de los humores (flegma o flema, y bilis, amarilla y negra), la mezcla de éstos (la krâsis, esencial para la salud y de la que dependía el temperamento determinado de una persona), la circulación interna del aire vital (el pneûma) y de la sangre y el agua, junto con los humores ya citados. Los mutuos impedimentos eran el agente de numerosas dolencias. Las causas de las mismas estaban fundamentalmente en la alimentación inadecuada —que produce residuos superfluos difíciles de eliminar (perissṓmata), o gases (phýsai)—, o en los trastornos producidos por el ambiente, que es especialmente perturbador en los cambios de estación y que afecta al organismo de muy diversos modos. Sin conocimientos de química, especulaban sobre las reacciones del organismo humano ante factores elementales: lo cálido y lo frío, lo seco y lo húmedo, y lo amargo y lo dulce, lo crudo y lo cocido, etc. Las explicaciones pueden variar, y son de hecho bastante variadas, pero todas ellas pueden reducirse a unos esquemas etiológicos muy similares. Por otro lado, el instrumental médico era muy limitado (excepto en cirugía, donde las intervenciones eran más efectivas y precisas47) y los remedios de la farmacopea antigua muy sencillos48. «La actitud ante la enfermedad era racional, pero los medios empíricos para su posterior conocimiento estaban ausentes, ya que ni la estructura celular del cuerpo ni los microbios que lo invaden podían ser vistos ni estudiados»49.

Calibrar el nivel de la ciencia hipocrática es difícil. Calificar esta medicina como «precientífica» nos parece inadecuado e injusto. Es una ciencia incipiente, con un esfuerzo metódico y sistemático por alcanzar la condición de una ciencia positiva, basada en principios objetivos y en una percepción ajustada y minuciosa de la realidad. Desde sus comienzos tiende a servirse de postulados generales y, a la vez, a desligarse de las especulaciones filosóficas, en su afán por obtener un conocimiento del hombre y su entorno que le permita una actuación eficaz. Desde luego, no logra prescindir de esas especulaciones arriesgadas, ni comprueba sus hipótesis mediante la experimentación. Los experimentos son casi inusitados y la tecnología apenas se desarrolla. Como señala R. Joly, «el médico griego quiere atenerse a la observación estricta; incluso cree atenerse, pero en realidad, a menudo proyecta sobre los hechos que observa unos a priori inconscientes que los recubren o los enmascaran completamente»50.

Pero, ¿es que acaso podíamos esperar que sucediera de otro modo? Todo nuevo saber, todo avance científico, se inscribe en el marco de un sistema de ideas y creencias precedentes; las generalizaciones, que en parte heredó de la physiología presocrática y en parte construyó ella misma, condicionaron y limitaron la objetividad científica de la medicina hipocrática. A pesar de su denodado empeño de observación y experiencia, los médicos griegos no pudieron liberarse de tales concepciones erróneas, sino que encasillaron sus datos empíricos en esos esquemas de explicaciones vagas y poco adecuadas. Phýsis phileî krýptesthai, «la naturaleza gusta de ocultarse», como decía Heráclito, y el proceso de desvelamiento (que es lo que etimológicamente significa el término alḗtheia «verdad») es arduo. La medicina hipocrática camina, creemos, por el sendero que conduce a la ciencia médica moderna, pero dista largo trecho de la ciencia actual. Ello no resta interés a su estudio. Al contrario, apreciando bien la distancia, se pueden justipreciar mejor sus méritos y admirar con justicia su audacia.

Tratados hipocráticos I

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