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La cuestión hipocrática. ¿Qué escribió Hipócrates?

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No vamos a demoramos demasiado en la cuestión de la autenticidad de los escritos del CH21. Advirtamos que semejante cuestión tiene, en el caso de Hipócrates, un aspecto distinto al que se nos presenta en otras colecciones antiguas, como son el Corpus Platonicum o el Corpus Aristotelicum. Desde muy antiguo se advirtió la gran diversidad, no sólo temática, sino también de ideas y estilos, de los tratados reunidos en la Colección. La atribución a Hipócrates de todos ellos no puede remontar más allá de la colección alejandrina, formada unos doscientos años después de la muerte de Hipócrates y tras una quiebra en la continuidad escolar. Galeno recoge testimonios anteriores sobre la inautenticidad de algunos escritos, y formula sus propias dudas sobre varios de ellos. Pero tampoco el hecho de que Galeno considere auténtico un tratado es para nosotros una garantía de que su autor fuera Hipócrates. Escribe demasiado tarde, y la exactitud en la investigación histórica no es su mérito más acertado. Prefiere como el texto más digno de Hipócrates el tratado Sobre la naturaleza del hombre, porque en él se formula claramente la teoría humoral que el propio Galeno sostiene, a pesar de que otros autores antiguos atribuyen el tratado a Pólibo, yerno de Hipócrates, y de que algunas de las tesis centrales en ese libro no concuerdan con otros tratados considerados auténticos. Incluso la cita de Platón en el Fedro, que es el más importante de los testimonios más antiguos sobre el método de Hipócrates, la refiere Galeno al método de ese tratado. Es un ejemplo de cómo el sabio comentador se deja llevar por sus prejuicios y por el afán de respaldar su propia teoría con el texto más afín al propio sistema22.

La cuestión de atribuir a Hipócrates algún tratado es difícil de solucionar, porque son mínimas las referencias externas a su obra que precisen su método o su estilo, y no hay ninguna cita de una obra concreta por su título. Las referencias más interesantes son dos: la alusión platónica al método hipocrático en el Fedro, que ha hecho correr mucha tinta, y el resumen ofrecido por el fragmento del Anonymus Londinensis, que compendia el texto de Menón, un discípulo de Aristóteles que escribiera una Historia de la medicina23.

Con todo, lo importante es reconocer que, al margen de que se atribuya, con mayor o menor crédito, un opúsculo concreto al mismísimo Maestro de Cos, podemos distinguir en la colección de escritos médicos las trazas de una teoría y un método que podemos calificar de «hipocráticos»24. Es muy interesante advertir cómo en la colección quedan huellas claras de la polémica sobre el método adecuado en la ciencia de la curación —cómo el autor de Sobre la medicina antigua defiende el método tradicional contra los innovadores que basan sus teorías en postulados generales filosóficos, en tanto que, en Sobre los flatos, o en Sobre las carnes, se exponen hipótesis universales como base a la consideración patológica, mientras que el autor de Sobre la dieta, en un estilo que recuerda el teorizar de algunos grandes presocráticos, combina sus postulados con una atención a aspectos concretos de la dietética25—, y reconocer que tras estos debates se encuentra la enseñanza y la impronta personal de un maestro y de una escuela de médicos, incitados a la investigación científica por una gran figura, la de Hipócrates, quien no sabemos si estaba más de acuerdo con el talante empírico del autor de Sobre la medicina antigua o con el discurso especulativo de Sobre la dieta. ¿Cómo determinar si escribió El pronóstico, Epidemias I y III, y Sobre la dieta en las enfermedades agudas? ¿Por qué no seguir atribuyéndole estas obras, como hicieron los antiguos?

Pero cabe también plantearse la pregunta contraria: ¿Por qué seguir haciéndolo sobre una base tan incierta e imprecisa?

Veamos dos testimonios antiguos sobre el método y las doctrinas de Hipócrates, unas líneas del Fedro de Platón y un resumen doxográfico atribuido al peripatético Menón. Primero, Platón:

SÓCRATES. — El mismo es, en cierto modo, el procedimiento de la ciencia médica y el de la retórica.

FEDRO. — ¿Cómo dices?

SÓCRATES. — En ambas es preciso analizar una naturaleza, la del cuerpo en la una, y la del alma en la otra, si pretendes, no sólo por rutina y experiencia, sino de un modo científico, aportarle al uno medicación y alimento para infundirle salud y vigor, y a la otra razones y disposiciones justas para dotarla de la persuasión que quieras y de la virtud.

FEDRO. — Así es, desde luego, lo verosímil, Sócrates.

SÓCRATES. — ¿Crees entonces que la naturaleza del alma es posible entenderla digna y cabalmente sin la naturaleza del todo?

FEDRO. — Si es que algún caso hay que hacer a Hipócrates, el de los Asclepíadas, ni siquiera la del cuerpo se entendería sin ese método.

SÓCRATES. — Bien dice pues, compañero. No obstante, además de a Hipócrates, conviene examinar el razonamiento a ver si concuerda con él.

FEDRO. — Lo apruebo.

SÓCRATES. — Examina entonces respecto de la naturaleza qué dice Hipócrates y el verdadero razonamiento. ¿Es que no hay que reflexionar así acerca de la naturaleza de cualquier cosa? En primer lugar: ¿es simple o complejo eso en lo que queremos ser entendidos y ser capaces de hacer entendidos a otros? Y, luego, si es simple su naturaleza, observar cuál es su capacidad, cuál es la que tiene naturalmente para actuar, y cuál la que tiene para padecer bajo un agente externo cualquiera. Y si presenta varios aspectos, después de enumerarlos, ver en cada uno lo mismo que respecto de la unidad, qué está destinado por naturaleza a hacer y qué dispuesto a sufrir y bajo qué agente.

FEDRO. — Seguramente sí, Sócrates.

(PLATÓN, Fedro 270b-d)

Sobre este texto, breve alusión al método hipocrático, se ha escrito tanto, tratando de identificar, con más o menos agudeza, el texto concreto del CH a que Platón se referiría, o bien negando tal posibilidad, que resulta imposible resumir aquí todas las opiniones expresadas. Indicaremos solamente algunas.

La cuestión viene desde muy antiguo. Galeno pensaba que Platón aludía claramente al tratado Sobre la naturaleza del hombre (tesis que ha vuelto a proponer W. Kranz, en 1944); Ermerins sostenía (en 1839) que un candidato más probable parece ser Sobre los aires, aguas y lugares (opinión respaldada por M. Pohlenz, en 1938); E. Littré veía una alusión directa a Sobre la medicina antigua (y también Th. Gomperz, en 1911); J. Ilberg (en 1894) y W.-H. Roscher (1911) consideraban que era más explícita la referencia a Sobre las semanas. Otros estudiosos consideran que Platón no alude a ninguna obra de las conservadas en el CH, sino que expresa una concepción metódica que subyace en la aproximación de la medicina hipocrática a su objeto: la terapéutica parte de una concepción general del hombre en su entorno y considera la naturaleza del todo, previamente. Esa doctrina podría hallarse subyacente o expresa en las obras más auténticas del CH. En esta misma línea están H. Diels (en 1899), U. v. Wilamowitz (en 1901), Christ-Schmid (en 1902), y otros.

La cuestión dista mucho de estar cerrada, como indican los recientes trabajos de W. D. Smith26, J. Mansfeld27 y R. Joly28. W. D. Smith ha señalado que el texto que parece más directamente aludido, incluso con algún eco verbal directo, en el Fedro, es el tratado Sobre la dieta. Vuelve, pues, a considerar como referencia un texto en el que ya había reparado E. Littré29, quien lo rechazaba por no considerar representativos de Hipócrates ni el método ni el estilo de este escrito, que Smith defiende ahora como el más genuino dentro de la colección.

Traduzco unas líneas de Sobre la dieta (I 2), que parecen bosquejar un programa metódico como el aludido por el Fedro:

Afirmo que quien va a escribir correctamente acerca de la dieta humana debe, en primer lugar, conocer y discernir la naturaleza del hombre en general; conocer de qué está compuesta desde su origen, y distinguir por qué factores está dominada. Pues si no conoce su constitución original, será incapaz de conocer los efectos de sus mismos componentes; y si no distingue lo que predomina en el cuerpo, no será capaz de procurar al hombre el tratamiento conveniente. Eso, pues, debe conocerlo el escritor, y con ello el poder de todas las comidas y bebidas de las que nos servimos en nuestro régimen de vida, qué influencia tiene cada una, sea por naturaleza, por necesidad o por industria del hombre. Porque hay que saber cómo disminuir el poder de las fuertes por naturaleza y de aumentar el vigor de las débiles, mediante nuestra ciencia (dià téchnēs), cuando el momento oportuno para cada caso se presente. Pero quienes conocen lo que acabo de decir no tienen aún el tratamiento suficiente para la persona humana, por el hecho de que el hombre sólo con comer no se mantiene sano, sino que necesita también el ejercicio. Alimentos y ejercicios tienen virtudes contrarias entre sí, pero contribuyen en su contraste a la salud. Porque los ejercicios están dirigidos por naturaleza a desgastar las energías disponibles; los alimentos y bebidas, a colmar de nuevo los vacíos. Es preciso entonces, según parece, discernir la influencia de los ejercicios, tanto de los que son naturales como de los violentos, y cuáles de entre ellos procuran un aumento de las carnes y cuáles una disminución; y no sólo eso, sino además las relaciones adecuadas entre los ejercicios y la cantidad de alimentos, la constitución del hombre, las edades de las personas, su adecuación a las estaciones del año, los cambios de los vientos, la disposición de los lugares en donde se practica esa vida, y la constitución del año. Es preciso conocer las salidas y puestas de los astros, a fin de prevenir los cambios y excesos de alimentos, bebidas, vientos, y del universo entero, que de todo ello les vienen a los hombres las enfermedades.

Realmente parece difícil no advertir que en este programa coinciden los rasgos que Platón atribuye al método de Hipócrates con algunos de los rasgos más característicos de la medicina que suele adjetivarse como «hipocrática stricto sensu». El autor no sólo postula un conocimiento (gignṓskein) de la naturaleza humana en general, sino también un discernir (diagignṓskein) los elementos o componentes de esa naturaleza compuesta y el poder o influencia (dýnamis) de cada una de las partes (mérē). El procedimiento que Platón postula en el Fedro, basado en el análisis (diaírēsis) y en la atención a las partes y al todo (en una synagogḗ posterior), parece estar aquí indicado con toda claridad. La frase más controvertida del pasaje platónico, la que se refiere al conocer la naturaleza del todo (hē phýsis toû hólou), encuentra aquí una clara referencia, tanto si se quiere entender esa «naturaleza del todo» como referida al conjunto del objeto que se investiga, en este caso el hombre, como si se pretende encontrar una referencia al universo entero (ya que Platón citó un poco antes la meteōrología como un conocimiento previo de rigor para toda ciencia que se precie). Ese «conocer y discernir la naturaleza del hombre en general» (prôton mèn pantòs phýsin anthrópou gnônai kaì diagnônai) se funda en un análisis del cuerpo y sus componentes, y de lo que éstos pueden actuar y padecer, y se complementa con una atención a la influencia de las estaciones, los vientos, los lugares, y, en fin, del universo entero (hólou toû kósmou) sobre el hombre.

Creo que es muy inexacto sostener que tenemos aquí una posición que se opone a la doctrina de Cos, por el hecho de que la medicina parezca fundarse en un conocimiento general de base filosófica. Lo que está claro es que el autor de Sobre la dieta necesita recurrir, en su explicación de la naturaleza humana, a postulados generales, a esas hipótesis que el autor de Sobre la medicina antigua (y también el de Sobre la naturaleza del hombre) rechaza como ajenas a la medicina tradicional. El prejuicio de reputar impropio de Hipócrates el tratado Sobre la dieta está fundado —desde E. Littré a R. Joly— en la previa concepción de Hipócrates como un pensador «positivista», enemigo de los postulados generales, como un científico celoso de la autonomía de su téchnē frente a los médicos filósofos. Desde luego el autor de este tratado, que presenta ecos de la lectura de Heráclito y otros presocráticos, no era un médico de ese estilo, sino, más bien, uno de aquellos médicos de nuevas ideas censurados por el escrito Sobre la medicina antigua. Por otro lado, es evidente que no cae en postulados generales tan simples como los que teorizan Sobre los flatos y Sobre las carnes, ya que su concepción terapéutica muestra bien que esa atención a la comprensión general va acompañada de una observación concreta de lo que daña y perjudica al hombre, es decir, de esa atención a la experiencia de lo real, que caracteriza y define al profesional de la época hipocrática. En fin, como ha señalado W. D. Smith, este escrito puede ser también el punto de referencia de las ideas «hipocráticas» resumidas en el Anonymus Londinensis30.

Sobre la cita de Platón hay algo que el lector no debe olvidar tampoco: que cuando Platón alude a otro autor no suele hacerlo con indiferencia, sino que cita de memoria y según su interés, y que, por decirlo con una expresión de R. Joly, interpreta filosóficamente a Hipócrates leyéndolo con ojos platónicos.

El llamado Anonymus Londinensis es un texto papiráceo (del siglo II d. C.) que contiene un resumen de diversas opiniones médicas antiguas, que los críticos han identificado como probable copia, en extracto, de la Historia de la medicina atribuida a Menón, discípulo de Aristóteles. Ya Galeno (XV 25 K) había aludido a esta recopilación de doctrinas médicas (synagogḕ iētrikḗ). E. Littré lamentaba la pérdida total de esta obra que tanto, según pensaba, nos habría aclarado sobre el desarrollo y las teorías específicas de las escuelas y de los médicos griegos. El hallazgo del papiro representó una alegre sorpresa, seguida de una relativa desilusión31, ya que los conocimientos aportados por él han sido de mediano alcance.

El papiro, fragmentario y escueto, de uso escolar, dedica a Hipócrates una sección (V 35-VI 4), relativamente extensa en comparación con las breves menciones que dedica a otros médicos. Pero le adjudica unas teorías médicas de una sorprendente generalidad. El párrafo dedicado a Hipócrates comienza así:

Pero Hipócrates afirma que las causas de la enfermedad son los aires internos (phýsas), según ha explicado Aristóteles al tratar de él. Pues dice Hipócrates que las enfermedades se producen según el siguiente proceso. O bien por la cantidad de los alimentos ingeridos, o por su variedad, o por el hecho de que son fuertes y difíciles de digerir, ocurre que los alimentos ingeridos engendran residuos elementales (perissṓmata) y cuando lo que se ha tragado resulta excesivo, el calor que activa la cocción de los alimentos se ve vencido por los muchos alimentos ingurgitados y no realiza la cocción (o digestión, pépsis), y al ser impedida ésta se originan esos residuos alimenticios (perissṓmata)32.

La mala digestión —sigue diciendo el escrito— origina impedimento de cocción de los alimentos en el estómago, y ésta, la creación, por un proceso de cambio (metabolḗ), de esos residuos orgánicos (perissṓmata) que se transforman en phýsai, aires internos, flatos, o gases, que son la causa directa de las enfermedades.

Esto lo afirmó él (Hipócrates), impulsado por la creencia siguiente: el pneûma (aire respirado) permanece dentro de nosotros como algo de máxima necesidad y de lo más importante, ya que la salud se origina de su libre curso, y las enfermedades, de impedimentos a su fluir. Nos mantiene como sucede con las plantas. Así como éstas están arraigadas en la tierra, del mismo modo nosotros estamos enraizados en el aire, por las narices y por todo nuestro cuerpo. Nos parecemos, al menos, a esas plantas que llaman «soldados». Así como éstas se mueven, enraizadas en lo húmedo, bien hacia lo húmedo, bien hacia otro lado, así también nosotros, como si fuéramos vegetales, nos enraizamos en el aire y estamos en movimiento cambiando de lugar, ora hacia acá, ora hacia allá. Si eso es así, ya se ve lo importantísimo que es el aire.

Sigue el texto hablando de las phýsai y sus cambios, según las bruscas alteraciones del calor, que causan las enfermedades y concluyen reafirmando que tales son las opiniones de Hipócrates según Aristóteles.

Luego añade (un tanto sorprendentemente):

Pero según dice el propio Hipócrates las enfermedades se originan… (hay una laguna en el papiro) se originan las enfermedades por fatigas extremadas, por enfriamiento, por acaloramiento, especialmente por enfriamiento o calentamiento de la bilis y la flema. Y dice, además, Hipócrates que las enfermedades nacen o a partir del aire o según las maneras de vivir (ḕ apò toû pnéumatos ḕ apò tôn diaitēmátōn).

Pasa, después, a indicar que, cuando muchos son afectados por una misma enfermedad, la causa hay que encontrarla en el aire (la atmósfera, aḗr), mientras que, cuando los enfermos tienen varias y distintas dolencias, la causa radica en sus regímenes de vida (tà diaitḗmata).

Algunas veces, pues, lo mismo resulta causa de muchas y variadas dolencias. En efecto el exceso resulta motivador de fiebre y de pleuritis y de epilepsia, que engendra tales enfermedades según la constitución de los cuerpos que lo reciben. Pues, en efecto, no en todos los cuerpos cuando uno solo es el agente causante se produce una misma enfermedad, sino, como ya dijimos, muchos y variados tipos. También ocurre lo contrario cuando a partir de diferentes causas se producen las mismas dolencias. Por ejemplo, el vientre se suelta a causa de un empacho, pero también a causa de la acidez, si hay un flujo de bilis. De esto resulta claro que el hombre (Hipócrates) se equivoca en estas cosas, como demostraremos al avanzar nuestro tratado. No obstante, hay que decir que Aristóteles habla de un modo sobre Hipócrates y éste de un modo distinto dice que se producen las enfermedades.

Importante como es, el texto de esta información doxográfica no deja de ser, al mismo tiempo, decepcionante y un tanto desconcertante, sobre todo en relación con la «cuestión hipocrática». Se han visto en él reflejos de la teoría pneumática defendida por el autor de Sobre los flatos (Perì physôn), y cierta relación (menos continua, pero más profunda, según L. Bourgey) con algunos postulados de Sobre la naturaleza del hombre. Finalmente, W. D. Smith ha detectado en este texto referencias a los planteamientos generales de Sobre la dieta, que él atribuye al mismo Hipócrates.

Conviene destacar también la distinción que el autor marca entre la doctrina de Hipócrates según Aristóteles, y las explicaciones del mismo Hipócrates (que pueden estar extraídas de un determinado texto, y que, en cualquier caso, parecen más complejas y más ajustadas a las sostenidas en varios textos del CH). La frase «dice Hipócrates que las enfermedades nacen o a partir del aire o según las maneras de vivir» encuentra un claro paralelo en Sobre la naturaleza del hombre: «las enfermedades nacen unas de los modos de vida, otras del aire que introducimos al vivir» (hai dè noûsoi gígnontai hai mèn apò tôn diatēmátōn, hai dè apò toû pneúmatos, hò esagómenoi zômen. Las palabras griegas en los dos textos son las mismas).

Quisiera recordar aquí unas claras y oportunas palabras con las que L. Edelstein concluía un famoso artículo sobre las obras de Hipócrates, tras negar la posibilidad de reconocer su autoría en ninguna de las de nuestro CH33.

Si algunos de los libros llamados «hipocráticos» fueron escritos o no por Hipócrates es ciertamente «tema de un interés de anticuario» (en frase de W. H. S. Jones); la solución a este problema ni realza ni menosprecia la grandeza o la importancia de Hipócrates. Por lo demás, un Hipócrates privado de los libros del CH, pero investido por la doctrina que la tradición le atribuye, no pervive tampoco en una sombría existencia. Platón y Menón nos dan suficientes detalles como para dejar claros los esquemas de la medicina hipocrática. Su método científico, su explicación de las enfermedades son conocidos; sus conclusiones específicas pueden ser determinadas por completo al ser contrastadas con las doctrinas contenidas en los llamados escritos hipocráticos; su importancia en la medicina griega está indicada por la historia de su influencia en generaciones posteriores.

Una apreciación del Hipócrates histórico dentro de estos límites es incontestable; mayor conocimiento sobre él y sus escritos no pueden reclamarse con certeza. Si un tal juicio es llamado escéptico, con ello nada cambia. En lo que concierne a la solución de los problemas de nuestro estudio, no veo ninguna diferencia o mérito en ser positivo o negativo o escéptico. Sea lo que sea al respecto, una afirmación sólo es verdadera si y en la medida en que está fundada en razones.

Las razones mejores pueden encontrarse, si es que las hay en alguna parte, en el estudio de los mismos textos, sin duda34. Aunque no nos lleven a identificar como auténticos tales o cuales escritos, nos invitan a reconocer las huellas de un pensamiento sistemático y un método científico dentro de unas precisas coordenadas históricas; y tras esos trazos se perfila la figura de Hipócrates.

Tratados hipocráticos I

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