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HABLAR SIN ACENTO

Para mí una de las mejores noticias televisivas de los últimos tiempos ha sido el que a los granadinos no les gustase el serial Proceso a Marianita Pineda, entre otras razones, por el falseamiento de la forma de hablar. Es decir, por la falta de acento, porque tanto Marianita como los liberales, sus verdugos y el pueblo llano de Granada se expresasen en esa jerga átona, uniforme, que llamamos castellano como lugar común de una realidad que todo lo es menos común.

¿Recoge la televisión española la variedad idiomática de los pueblos de España? Por supuesto, existen los canales autonómicos, que emiten en las lenguas vernáculas, pero no me refiero a ellos. Pienso en las diferencias y matices que enriquecen, lejos de desvirtuar, a una lengua, que dan color a una provincia y zona, y que en un conjunto tan heterogéneo como España componen un mosaico de voces saludablemente discordantes.

A muchos les parece una cuestión baladí, tanto cuando surge en el cine como, ahora, en la televisión. A mí, por el contrario, me parece crucial. Y cuando se considera que el gran despertar de las cinematografías nacionales europeas a partir de los años cincuenta se basó en parte en la autenticidad de los modos autóctonos de hablar (respetados igualmente por Hollywood, que si produce un film situado en Tejas, por ejemplo, tiene todo el plantel de actores hablando en tejano, por peculiar o incomprensible que resulte), cuando se considera, digo, todo eso, la comparación con nuestro cine produce desmayos.

Aquí, excepto como burla o anécdota menor, todo el mundo ha hablado de la misma y aséptica manera, estuviese la cinta ambientada en Gerona o en Guadalajara. Aún recuerdo el impacto de una película como Pascual Duarte, de Ricardo Franco, por el hecho de que, aparte de su calidad dramática, los actores, y en especial el protagonista José Luis Gómez, ensayaban con éxito el habla extremeña.

Si Pepa Flores y los demás intérpretes de Proceso a Mariana Pineda hablaban a su aire en un marco tan genuinamente andaluz como el de la historia de la heroína granadina, otro tanto podría decirse de El balcón abierto, el homenaje de Jaime Camino a la figura de García Lorca, coproducido por TVE.

Aquí, por un lado, el Amargo y otros personajes menores sí sacaban acento, pero justamente ese detalle de autenticidad chocaba con la manera en que Amparo Muñoz y otros actores se expresaban; la voz del poeta, recitada por José Luis Gómez de forma maravillosamente expresiva, se mantenía –siendo el actor de Huelva– en un término medio cálido y sinuoso, que renunciaba a las ricas inflexiones que Lorca tenía al hablar.

La veracidad lingüística surge en la pequeña pantalla por otros cauces. Aparece cuando la calle y su ruido y su olor entran en Prado del Rey: en alguno de los magníficos reportajes de investigación que se hacen en la casa, o en programas como Si yo fuera presidente, que el pasado martes tuvo otro de sus aciertos, entrando –sin paliativos– en el mundo de los huérfanos e internos. Esos adolescentes le contaban a Tola sus problemas entrecortadamente, con frases muy largas o muy cortas, enrevesadas algunas, otras hermosamente dichas; pero qué gran alivio oír voces sin filtro y sin freno.

Acostumbrados al run-run monocorde de los doblajes cinematográficos y televisivos y a la pobreza vocal de muchos dramáticos, cuando se escucha a un catalán o a un gallego hablar por la pantalla a su manera la lengua española, muchos españoles llegan a sorprenderse. El pasado desprecio sistemático, fomentado por el franquismo, no sólo a las lenguas periféricas, sino a las modalidades regionales de pronunciar el castellano, es una de las razones fundamentales del babel autonómico de hoy.

Fan fatal

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