Читать книгу Fan fatal - Vicente Molina Foix - Страница 15
ОглавлениеEL BESO DE LAS ONDAS
Hace tres días, El País publicó un editorial (al que desde esta antepenúltima carilla me adhiero con la boca grande) en defensa del beso y sus peligros. Y en él se hacía justa referencia a lo mucho que el cine ha promovido el arte de besar, no solo en pantalla (recordemos que una muestra muy pionera, The kiss, realizada por Edison en 1896 con su vitascopio, consistía en un largo beso ante la cámara de los actores May Irwin y John Rice), sino en las salas oscuras y las filas de atrás, tan propicias al apretón furtivo.
Leyendo dicho comentario me acordé de un estupendo texto sobre cinematografía publicado por Corpus Barga, en la primera etapa de la Revista de Occidente, en el que se hace un canto a lo que el gran escritor llama el «cultivo del beso»: «No puede negarse que el cinematógrafo ha venido a intensificar el cultivo de una de las suficiencias más sospechosas de los humanos, la suficiencia de los escasos y monótonos excitantes sexuales, especialmente el más vulgar y menos limpio, que junta unos labios con otros y mezcla los alientos y salivas (...). El cinematógrafo no ha traído ninguna imagen superadora del amor. Ha traído la imagen subrayadora de los labios al besar, ninguna invención: un descubrimiento. Antes del cinematógrafo, sobre todo el cinematógrafo al ralenti, no se había visto besar».
Mi pregunta es esta: ¿se besa tanto y con tanto detalle en la televisión? Todo indica que no. Dejemos hoy de lado lo poco que estimula realizar esa fusión bucal el cuartito de estar de nuestro domicilio, saturado de niños, animales domésticos y lámparas de pie, y en el que el aparato receptor no tiene más prestigio que el de un electrodoméstico, por lo común situado en un aparador entre enciclopedias básicas, fotos de boda y tiestos. Hablemos de los besos originales, propios, dispensados por la pequeña pantalla. Del erotismo, en suma, que es una ciencia humana que nuestro ente, tan inclinado a otras enseñanzas científicas, cultiva escandalosamente.
Es cierto que las locutoras de continuidad desgranan a veces sus anuncios de futuros programas tan aterciopeladamente y con tanta riqueza de aceites y abalorios que uno se ve envuelto en efluvios dulcísimos. Pero eso yo no lo cuento como beso. Beso es lo que hubo el viernes en La clave, y no precisamente dado por Balbín a un contertulio, sino por Anthony Quinn a Sofía Loren en la película que ilustraba el debate sobre los godos, ese tema de palpitante actualidad. Quinn hada de Atila, y en una escena memorable mostraba indiscriminadamente su apetito; se metía en la boca un muslo de pollo, lo mascaba y, con las manos y labios aún grasientos, se abalanzaba sobre la hermosa patricia y le daba un beso profundo, de esos que no temen el contagio de gérmenes. Pero a mitad del beso apartaba bruscamente a la chica y masticaba otro poco el muslo, se tragaba el bocado y volvía a la Loren. ¡Qué apogeo carnal!
No se defiende aquí que en todos los programas haya besos y transporte amoroso. En debates, conciertos, telediarios y reportajes sobre la fauna animal es hasta conveniente que nos los haya y el contacto corporal se vea limitado a lo que estrictamente exija el guión. Pero, entre tanta serie histórica y tanto cine clásico, ¿dónde está la válvula de escape a los «escasos y monótonos excitantes sexuales»? Ya sabemos, por lo visto hasta ahora, que la sesión golfa de esos indefinidos viernes de mes es un fraude, donde lo fuerte puede llegar a ser un pezón peruano. ¿Se quedará atrás TVE, también en esto, hasta que la televisión privada levante la liebre y tenga que penetrar con prisas en ese terreno virgen, a riesgo, claro está, de quedarse corrida?