Читать книгу Fan fatal - Vicente Molina Foix - Страница 21
ОглавлениеAL OTRO LADO DEL ESPEJISMO
El telespectador recalcitrante está de enhorabuena. El cine, ese arte de masas que día a día se hace más un vicio privado, está siendo últimamente un alimento servido en abundancia en los fogones de TVE. El menú de las semanas pasadas y de las próximas abre el apetito del más saciado; se ha escrito en esta misma página, y por extenso, de las películas irrepetibles de Mankiewicz, de la sorpresa de descubrir en Mitchell Leisen y su Medianoche la gran finesse del cine norteamericano de los grandes estudios tradicionales, del ciclo de Ray el Indio; y la semana próxima veremos otro clásico del placer, El ángel azul.
Se podría hablar, metidos en el símil culinario, de cómo esos manjares nos llegan a la mesa; pero también en el sabor rancio de los doblajes, en la guarnición falsificada de las bandas musicales que TVE improvisa y en otras perversiones del gusto, insisten con suficiente indignación los críticos de El País. Peor o mejor aderezadas, dobladas al catalán o entre chocolatinas y compresas, las películas de televisión se están convirtiendo en la cinemateca del pobre. Mucha gente es feliz creyendo adquirir así una cultura cinematográfica. Un espejismo.
El cine ya nunca podrá vivir desligado de la televisión; negar esa evidencia sería un capricho de utopista inglés de la segunda mitad del XIX. Por un lado, a través de los llamados derechos de emisión, TVE, siguiendo en esto el loable ejemplo de las televisiones alemana occidental e italiana, favorece con su dinero anticipado la realización de las películas españolas que, tras su estreno y vida comercial de dos años, reaparecen en nuestras casas con el formato reducido por el jívaro televisivo (como, en los últimos días, lo hicieron Ultimas tardes con Teresa y Los Santos Inocentes). Es una colaboración necesaria y fructífera, aunque hoy se favorece en exceso él estilo ampuloso, el gran empaque y las adaptaciones literarias de nombre.
Por otro lado, el cine visto en televisión es un magnífico recordatorio y un complemento a la convencional y timorata cartelera cinematográfica española. Pero el verdadero cine, el cine de los que Azorín llamaba, en vez de directores, pantallistas, no puede sino verse y gozarse en la pantalla grande. En el baño de oscuridad de las salas de cine y como acto que fortalece el egoísmo degustativo, en cuanto que, al tiempo que nos hace sentir acompañados entre las sombras, nos aísla intelectualmente.
Aunque soy un decidido partidario de los ciclos y las sesiones cultas (pace Juan Cueto), el riesgo de la programación histórica de TVE es convertirnos en ratas o conservadores de museo (pues, esa es otra, ahí está el vídeo), pero de un museo sincopado y de bolsillo, como los que metía en sus cajitas el dadaísta Joseph Cornell. Y la grandeza del cine es su magnitud. En palabras de Louis Aragon, su atractivo «no es el espectáculo de las pasiones eternamente parecidas ni la fiel reproducción de una naturaleza que la agencia de viajes Cook pone a nuestro alcance, sino la magnificación de unos objetos que, sin el artificio, nuestros débiles espíritus no podrían elevar a la vida superior de la poesía».