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CARA AL SOL Y OTRAS CARAS

Al igual que el almirante Carrero ardió en las alturas y el general Franco se consumió en su lecho, ahora ya no sabemos si por el fuego interno de su enfermedad o por los flashes de sus enfermeros, los rostros de la televisión franquista se quemaron. O eso se ha dicho siempre. El locutor que tuvo que anunciar una grave noticia en aquel señalado 20 de noviembre, y los que la glosaron en los días siguientes, no podían dar otras en tiempos diferentes, porque a unos espectadores les parecería que venían a aguarles la fiesta del presente, y a otros a burlarse con noticias vulgares de su misión sublime del pasado. Habían sido mensajeros no de una muerte, sino de un tiempo muerto. Sus rasgos eran ya, en el libro sin páginas de la historia visual, la ilustración de una manera tendenciosa de informar.

Y en efecto, poco a poco, casi todos los antiguos rostros de los Telediarios –que son los más conspicuos y los más recordados– han ido desapareciendo. Hoy hay otros. ¿Son nuevos? ¿Se ha logrado una iconografía facial de la otra España? ¿Una galería fisonómica acorde con el cambio? Yo diría que no, con una notable excepción.

Da gusto –es la excepción– oír el castellano de Luis Carandell (con ese ligerísimo acento catalán tan trabajado que parece, más bien, acento de polaco) y son magníficas sus crónicas parlamentarias, no exentas de humor, ponderadas, escuetas. Quizá algún directivo perverso de TVE, si es que Prado del Rey alberga tales cosas, pensó al contratarle que el autor de Celtiberia show y otras tantas exequias a la España eterna nos daría a diario una crónica negra, llena de cuchufletas, de los usos tribales de nuestros tribunos. Un Hemiciclo show, unas Cortes de mangas. Carandell, por el contrario, se muestra muy respetuoso, pero posee, sin duda, otro modo, otro estilo, incluso otra cara. Hubiera sido impensable durante el franquismo ver a un señor así, con ojillos de burla y perilla satánica, hablar de alta política.

Si examinamos hoy a los conductores principales de los tres grandes Telediarios, veremos que sus caras dicen mucho. Hubo algún optimista que creyó sentir los aires de una revolución cuando llamaron a un guapo oficial para leer noticias de encuentros en la cumbre, conversiones papales y reconversiones navales. La guapeza de Pepe Navarro –se decía– era más agresiva que la del otro guapo que hizo Telediarios en el pasado, Matías Prats jr. Pero quiso Navarro prosperar. Le pareció poca cosa leer lo que escribían otros para él, y pasó, en mala hora, a presentar: perdió él los papeles, y nosotros perdimos a alguien que daba buena cara a las malas noticias.

Tras esa convulsión, las aguas se han calmado. El rostro principal de los tres noticieros diarios es masculino, lo cual pretende dar, me imagino, un sesgo duro, bronco, a la femineidad genérica de la noticia. Confundiendo quizá fisonomía con autonomía, a las autoridades televisivas les debió parecer una medida audaz el que un canario, Paco Montesdeoca, nos arrullara suavemente a la hora de comer. Conozco yo personas que se indignan aún por esa entonación, por ese castellano templado y tropical, habituados, ellos, a tantísimos años de acentos marciales de la vieja Castilla. Yo, la verdad, puesto a oír canarios, me quedaba con los dulces vocalismos de Cristina García Ramos, que ocultaba menos su pasado insular y encima es guapísima.

Pero, en cualquier caso, tanto Montesdeoca como Campo Vidal, responsable del Telediario de las 8.30, responden a prototipos trillados de lo que debe ser un newscaster: correctos, bien planchados con traje o uniforme ejecutivo, y un poco relamidos. Lo cual convierte el acto de verles en un ejercicio previsible y pasivo, desprovisto de sorpresas. Ahora bien, ¿qué pasa con los innovadores? Porque haberlos, haylos. Aún tengo grabados en la mente los guiños fraternales y ese espíritu de artificial camaradería que impuso Arozamena. O la noticia hecha susurro, para ser escuchada a la luz de la lumbre y con el gato, que propició Victoria Prego.

Ese mismo estilo lo cultivó en sus primeras apariciones de madrugada Felipe Mellizo, quien no daba jamás una noticia, sino que la contaba, como si fuera un chiste o una leyenda. Ante el clamor de ultraje que se alzó, Mellizo fue cambiando. Su Telediario es ahora, qué duda cabe, el mejor de los tres, el menos convencional, y en gran parte se debe al aspecto un poco estrafalario del presentador, a su ropa cambiante y refrescante, y a ciertas complicidades que Mellizo sabe establecer con el espectador. Su acento cultural es muy de agradecer (aunque no hay un criterio en la elección: tanto se habla de un libro o una música interesante como se nos ofrece la pintura del pompier más paleto) y tiene cierta gracia dar el cupón de los ciegos. Es una gracia cosy, y estoy seguro de que un anglófilo como Mellizo conoce bien el significado de esa palabra (acogedor), pues es el tono que trata de infundir a su espacio.

Fan fatal

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