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La recepción de Vitruvio en España

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La acogida de la Arquitectura en España fue relativamente morosa, y no por falta de interés, que lo hubo ya desde finales del siglo XV , pues hay constancia de la circulación de manuscritos, de ediciones latinas y de versiones traídas de Italia 262 . Sin embargo, la necesidad de contar con un Vitruvio español se percibió más tardíamente acaso porque los humanistas españoles estaban familiarizados con la lengua toscana. También constituyó un factor de peso el gran éxito que alcanzó un breviario de arquitectura que pasó por un compendio del texto vitruviano, a saber: las Medidas del Romano o Vitruvio , del burgalés Diego de Sagredo 263 , capellán de Juana la Loca y del Cardenal Cisneros, obra que fue publicada en Toledo en 1526, y que hasta 1608 conoció trece ediciones, dentro y fuera de España, para caer luego en el olvido.

Así pues, la tarea de verter al español el De Architectura no se emprendió hasta mediados del siglo XVI , si bien algunas de las versiones documentadas no llegaron a conocer la imprenta y varias de ellas no eran más que fragmentos. De las traducciones completas que no fueron publicadas, tenemos, en primer lugar, la del arquitecto granadino Lázaro de Velasco, guardada en la Biblioteca Provincial de Cáceres 264 , basada en el texto editado por Giocondo, que puede datarse entre 1554 y 1564; otra traducción completa, anónima y fechada en 1587, se encuentra en un manuscrito guardado en la Biblioteca Nacional de Madrid, dentro de la Colección Usoz, y contiene comentarios de la traducción italiana de Barbaro 265 . Entre las traducciones incompletas inéditas, pueden reseñarse una anónima, de datación controvertida, cuyo manuscrito se conserva en el Archivo Histórico Nacional 266 , y otra, igualmente anónima, datada en 1595, propiedad de Luis Menéndez Pidal 267 ; existe otra más, limitada al libro primero de Vitruvio, que Hernán Ruiz el Joven 268 realizó para incluirla en su Manuscrito de Arquitectura , que escribió siendo maestro mayor en la catedral de Córdoba, entre 1547 y 1562. El valor de estas traducciones es muy desigual, aunque todas son poco fieles al original, y especialmente la de Hernán Ruiz, que ofrece una interpretación muy deficiente del texto de Vitruvio. En cuanto a la de Lázaro de Velasco, al comparar el método de trabajo de éste con el de su coetáneo francés Jean Martin se aprecia en el español un menor respeto hacia el texto original, por cuanto no duda en alterar la estructura de algunos libros y suprimir determinados pasajes 269 ; manifiesta además una mayor pobreza de recursos léxicos, que le lleva a sustituir muchos tecnicismos griegos o latinos por una glosa o una definición 270 . Con todo, la traducción de Lázaro de Velasco no es desdeñable para el filólogo actual pues presenta la peculiaridad de citar en sus comentarios, además de diversos autores griegos y latinos, otros medievales, tanto cristianos como árabes; por otra parte, el autor demuestra también conocimiento de fuentes contemporáneas históricas, numismáticas, medallísticas, y menciona a algunos tratadistas italianos, como Alberti, Serlio y Palladio.

La primera versión castellana impresa de la Arquitectura apareció en 1582, en Alcalá de Henares, y se debió a Miguel de Urrea 271 , y contrariamente a lo que había sucedido en Italia no vino precedida de una edición latina, por lo que se había creado una cierta expectación. Apareció justo cuatro años antes de que culminara la construcción del monasterio-palacio de El Escorial. En ese contexto, el editor y corrector de la obra, Juan Gradán, le dedica a Felipe II la primera versión castellana de Vitruvio; tal dedicatoria se explica precisamente por la comunión de los planteamientos estéticos de Felipe II y de Juan de Herrera, que hacían suyo, bien que de modo difusamente idealizado, el discurso clasicista, romanceado ahora en el Vitruvio de Urrea. Pese a su declarada—y no por ello menos sincera—pretensión de mantener la pureza de la lengua castellana, la calidad literaria de esta traducción es muy escasa y su excesiva literalidad lleva al lector a conceder la palma sin vacilación a las anteriores traducciones en lengua italiana y francesa. Por otra parte, la integridad del texto se quebranta a menudo con aclaraciones insertadas en la traducción que proceden, entre otras fuentes, de Philandrier, en cuya edición latina se basó Urrea, sin establecer distinción o marca alguna para avisar al lector de lo que corresponde al original y de lo que no figura en él.

De la traducción de Urrea no consta otra edición que la de 1582, por lo cual es de suponer que pronto se convertiría en una rareza sin atractivo para los arquitectos de años posteriores, que prefirieron, aparte de la obra de Sagredo, las ya citadas ediciones de Serlio traducidas por Villalpando, y el Vignola de Cajés o el De Varia Commensuracion para la Sculptura y Architectura , de Juan de Arfe 272 . Por lo demás, no era extraño que los arquitectos dispusiesen de varias ediciones latinas de Vitruvio o de las traducciones publicadas ya en otros países para intentar remediar los problemas de intelección contrastando la forma en que cada autor había interpretado los pasajes especialmente complicados 273 . En esas circunstancias, poco podían aportar las versiones castellanas de Vitruvio debido a su deficiente calidad.

Durante el siglo XVII y la primera mitad del XVIII la arquitectura española, que, afectada por la inflación económica, veía disminuida su actividad, y que seguía con cierto retraso las corrientes francesas e italianas, se nutrió de diversos escritos más o menos originales, muchos de los cuales no fueron publicados 274 , y los que lo fueron parecen más bien orientados hacia los aspectos prácticos del arte de construir antes que a difundir los cánones clásicos. La formación artística se adquiría durante ese período en los talleres y con el aprendizaje a pie de obra tutelado por oficiales trazadores, maestros de obras, canteros y arquitectos, sin que Vitruvio representase en esa formación algo más que un nombre venerable, no ya porque los conocimientos que se le exigían al arquitecto se refirieran principalmente a la aritmética y la geometría 275 , sino porque los arcos, las bóvedas, el amaneramiento ornamental o los juegos de perspectivas del gusto de la época no podían encontrar apoyo teórico en el texto vitruviano.

Una de las escasas publicaciones de esta época en que perviven reminiscencias de Vitruvio es la de Fray Lorenzo de San Nicolás, Arte y Uso de la Architectura 276 , publicada en Madrid en 1633, en la que dedica cuatro capítulos al romano.

Si en los primeros decenios del siglo XVIII español el nombre y la obra de Vitruvio pasaron prácticamente en silencio, a medida que avanzaba el siglo, algunas señales sugerían un cambio de tendencia que hacía presagiar la recuperación del clasicismo que se avecinaba; así, es de destacar la figura del benedictino Fray Pedro Martínez, maestro mayor de la catedral de Burgos, activo en el primer cuarto del siglo XVIII , que en sus manuscritos presentó sus teorías arquitectónicas bajo la forma de diálogos con Vitruvio en persona; o Francisco Brizguz y Bru 277 , que en su obra da autoridad a muchas de sus afirmaciones, remitiéndolas a Vitruvio, a quien llama «príncipe de los arquitectos».

La fortuna de Vitruvio cambió en España con la instauración de la dinastía borbónica. La idea de fundar una Academia de las Artes, a ejemplo de las que ya existían en diversas capitales europeas, se materializó en 1752, durante el reinado de Fernando VI, con la fundación de la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Fernando 278 La Academia nació lastrada por el tradicionalismo y era reticente a las ideas emanadas de una corte abierta a los artistas extranjeros, pero finalmente el pensamiento oficial se impuso. Primero se abrió a la influencia del rococó, pero a partir de 1760, impulsada por Diego de Villanueva 279 que era su director desde 1756, adoptó definitivamente el clasicismo como principio estético. Se produce a la sazón una sintonía plena con las opiniones de eruditos y arquitectos europeos como Algarotti, Laugier, Cochin, Winckelman, Piranesi o Milizia, que refutaban con vehemencia la tradición barroca y rococó. En España fueron varios los factores que influyeron en la nueva orientación del arte oficial, pero cabe señalar el interés que mostró la monarquía por los descubrimientos arqueológicos de Pompeya y Herculano, pertenecientes entonces a la Corona española.

Los académicos pretendían que los aspirantes a ejercer la profesión, además del conocimiento práctico tuviesen una formación clásica y científica, y para ello se necesitaban textos en que basar su programa de instrucción. Fue así que la Academia mandó traducir obras de antiguos maestros del Renacimiento italiano como Serlio, Vignola o Alberti, pero interesa aquí destacar el encargo que se le hizo a José Castañeda para que tradujera el Abregé del francés Claude Perrault, que fue publicado en Madrid en 1761 280 , y que ofrecía una interpretación controvertida del canon clasicista, que entraba en colisión con la de aquellos teóricos que pretendían valorizar nuevamente a Vitruvio.

En vista de que la traducción de Urrea estaba ya totalmente desfasada, y además era difícil de encontrar 281 , la Academia encargó la realización de una nueva versión castellana al erudito y sacerdote José Ortiz y Sanz 282 . Éste, para perfeccionar su trabajo, marchó a Italia donde estudió por sí mismo las antigüedades romanas de Pozzuoli, Herculano, Pompeya, Paestum y Roma. Acabada la obra, regresó a España en 1786, y al año siguiente el propio Carlos III se hizo cargo de la impresión en la Imprenta Real. La traducción de Ortiz y Sanz aspiraba a superar tanto el desviacionismo de la escuela de Perrault 283 , como el sesgo excesivamente arqueologicista de la obra de Galiani, devolviendo la Arquitectura a la condición de texto canónico, por encima de las modas, criterio que, a su juicio, solo respetó Philandrier en sus comentarios 284 . En definitiva, para Ortiz y Sanz solo Vitruvio debía ser la referencia para Vitruvio—permítase el pleonasmo—, en lugar de serlo sus epígonos, divididos ahora en la plétora de los palladianistas, viñolistas, perraulistas, etc. 285

En el prólogo de su traducción, Ortiz y Sanz rinde cuentas del método empleado, que se encuentra a gran distancia de todo lo que se había hecho hasta entonces. Así, manifiesta que no ha seguido una edición impresa o manuscrito en particular, sino que ha tenido presentes la edición de Sulpicio de 1487, las tres de Giocondo (1511, 1513 y 1523), la de Philandrier de 1562, la de Barbaro de 1567, la de Laet de 1649 286 , la de Galiani de 1758, así como cuatro códices de la Biblioteca Vaticana y dos de El Escorial, sobre los que ha trabajado empleando un criterio selectivo orientado «con cautela y parsimonia» 287 , criterio que hoy podríamos calificar como el de un discípulo de Lachmann avant la lettre . Respecto al estilo, se esforzó por hacer inteligible un texto de por sí difícil, huyendo de la oscura literalidad y buscando la claridad sin apartarse del sentido. La notas que aparecen al pie del texto son un alarde de erudición y de capacidad crítica, y constituyen, además, una preciosa fuente de información sobre el debate arquitectónico de su tiempo.

La traducción del De Architectura de Vitruvio realizada por José Ortiz y Sanz —la primera de las traducciones modernas, a nuestro juicio— constituye un hito señero en la historia de la transmisión del texto vitruviano en España 288 , y aunque el ocaso del neoclasicismo terminó por hacerla caer en un relativo olvido, las ediciones facsimilares aparecidas en los últimos años han servido para reivindicar la figura y la obra de este ilustrado español, cuyo trabajo fue tan meritorio que sigue haciéndose indispensable su consulta todavía en la actualidad.

Arquitectura. Libros I-V

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