Читать книгу El último tren - Abel Gustavo Maciel - Страница 22

Оглавление

3

—¿Qué hacemos? —preguntó Alicia permitiéndose una leve y burlona sonrisa.

—Lo de siempre. Es bueno tener un tiempo de relajamiento —respondió don Alexis. Aflojó el nudo de su corbata y se acomodó en uno de los sillones ubicados frente a la imponente cama matrimonial.

—¿Te sirvo una copa?

—Sí. Por favor. Un cognac. Debe ser de buena cosecha. La semana pasada hice renovar los barcitos de todas las habitaciones.

—Siempre cubriendo el detalle como todo buen jefe.

Alicia se desplazó hasta el bar. Era un mueble de color oscuro ubicado en uno de los rincones del cuarto. Sirvió dos copas con gran habilidad manual. Le alcanzó una al colombiano dejándose caer luego en el otro sillón tapizado de color ámbar. Haciendo uso del control remoto la mujer seleccionó la música funcional. Una melodía suave acarició el ambiente.

—¿Por qué brindamos? —preguntó ella alzando su copa.

—Por estos momentos donde podemos olvidarnos quienes creemos ser…

—Muy bien. Será por estos momentos, entonces.

Alzaron las copas y bebieron el primer trago. El colombiano parecía disfrutar plenamente la ocasión. Habló con buen ánimo:

—Imagino los comentarios de los asistentes al Olimpo sobre el asunto. Todos estarán hablando sobre el hermoso polvo que nos estamos echando… Así lo llaman ustedes los porteños... Polvo, ¿no es así?

Alicia rio. A ella también le gustaba disfrutar de la paz que solían tener en aquellos supuestos encuentros amorosos. Hacía años que no practicaban sexo. En realidad tan solo lo habían hecho en un par de ocasiones al principio de la relación. En esos tiempos don Alexis se encontraba instalándose en el país y ya tenía decidido el dispositivo de negocios que terminaría imponiendo. El colombiano necesitaba contactos políticos, hacerse de una fama que lo precediera y mujeres ilustres a su alrededor. Entre los socios resultaba importante la virilidad bien declarada. Esta era una situación que el colombiano adolecía dada su condición de neutralidad en lo que a sexo se refería. Las mujeres no representaban su debilidad como todos creían en ese ambiente reducido. En realidad, sentía cierta aprehensión por el sexo opuesto. Eso no lo convertía en gay dado que los hombres tampoco le presentaban atracción alguna para canalizar sus deseos.

Don Alexis era persona especial. Los gustos refinados lo habían hecho famoso. Música clásica, buenos vinos y trajes exquisitos exponiendo su pulcra figura. Un complicado proceso mental remplazaba los embates sexuales de la naturaleza inferior. Sabía que en el terreno donde debía desarrollar los negocios resultaban importantes las apariencias. El culto a la virilidad era uno de los dogmas en esa liturgia. Al principio Susana sirvió para sus fines. Luego apareció Alicia Larreta Bosch, haciendo gala del doble apellido y una historia familiar cargada de misterios y tragedias. Una dama perteneciente a la casta floreciente de principios del siglo veinte, pero venida a menos en los tiempos actuales. Un personaje crucial para desarrollar sus planes. Alicia aportaba en su proyecto todo lo que un monarca de la droga podía aspirar. Pronto se convirtió en su as de espadas. La llamaron la “figurita difícil” los socios y clientes de alta gama. Una carta usada con el propósito de conseguir importantes posiciones en el tablero de ajedrez que el poderoso narcotraficante debía jugar.

La conoció en un ágape ofrecido por la embajada de Colombia a propósito de incentivar el comercio entre los países. Algunos peces gordos asistirían a la reunión y don Alexis resultaba un buen operador en las relaciones públicas. Luego de establecer los contactos previstos la vio allí, sentada y bebiendo en soledad su copa de champagne. Un vestido de corte lujoso cubría su delicada figura. El profundo escote motivaba comentarios entre los varones presentes.

—¿Quién es esa mujer? —preguntó a uno de sus socios argentinos.

—Una gatita difícil, jefe. Desciende de la más imponente nobleza militar del país. Esos que cortaban orejas y conquistaron el Sur… Además, dicen que está loca. Nadie se atreve a encararla.

—Veremos qué tan difícil resulta —el colombiano mostró decisión en la voz.

Tomó asiento a la mesa donde la mujer dejaba transcurrir el tiempo. Le sonrió sin hablar. Ella retribuyó el gesto. A partir de ese día don Alexis incorporó a la misteriosa mujer en su estructura de poder. Podía confiar en su profesionalidad para alternar con los socios de mayor jerarquía.

A su vez, desconocía la vida paralela que ella llevaba. En ciertos períodos la mujer se ausentaba sin aviso previo y no había manera de localizarla. Se contaban historias rayanas en el horror sobre ese extraño personaje y la familia de la cual provenía. Don Alexis no hacía caso a ninguna. Le parecían tonterías. De hecho, tampoco le interesaba su pasado. Alicia era un alma libre. Como tal, sabía él que ella no respondería a ningún mandato humano. A pesar de estos reparos en los últimos tiempos había investigado algunos pasos de su socia. La información resultaba fragmentada, aleatoria, repleta de oscuridad.

—¿Cómo van las cosas con el muchacho?

La pregunta pareció casual. Inofensiva. Semejante a un comentario realizado para matar el tiempo. Alicia estaba bebiendo. Su rostro se puso rígido. Apretó los labios convirtiéndolos en una delgada línea apenas perceptible.

—No sé a qué te referís —fue la respuesta, nerviosa pero controlada.

Don Alexis intentó confraternizar con un tono amistoso.

—Mirá, querida. No me interesa tu vida privada. En realidad, tus asuntos íntimos pertenecen a un territorio alejado de nuestro mundo. Simplemente no quisiera que te metas en problemas…

—No entiendo el comentario. ¿Qué problemas debo evitar?

El colombiano sonrió, indulgente. Sentía aprecio por su socia y se daba cuenta de haber tocado un punto neurálgico en la armadura de esa mujer.

—No es bueno acostarse con chicos, linda. Ya sabés lo que dice ese refrán que tienen ustedes…

Alicia encendió un cigarrillo. Al principio el golpe bajo la había movilizado de su natural semblante impasible. Ahora asimilaba el comentario con gran serenidad.

—Es solo un juego que me permito —respondió, echando al aire una voluta de humo—. Los niños pueden ser tan interesantes como los adultos. Es cuestión de perspectiva.

—De todas formas, cuídate. No me gustaría que sufras más de la cuenta.

—Las personas como yo, querido Alexis, no nos podemos dar el lujo de sufrir. El dolor simplemente es un indicador de la debilidad humana. Te dije, solo se trata de un juego.

Vallejo no insistió con el asunto. Le alcanzaba que ella supiera que él sabía… En esos difíciles tiempos donde la guerra entre traficantes arreciaba necesitaba más que nunca a esa mujer para realizar intervenciones calculadas. Los informantes hablaban de un muchacho del bajo Belgrano. Aparentemente, un desequilibrado amante de las drogas blandas y con profundos problemas para establecer vínculos. Tal vez Alicia decía la verdad. Podía tratarse solo de un juego. Siempre le había interesado experimentar con manipulaciones y personas. Pero con los chicos nunca se sabe.

“Vamos a cuidarnos las espaldas”, se dijo esa mañana cuando recibía mayor información sobre el joven en cuestión. Dio precisas instrucciones de que vigilaran los movimientos del joven y su familia. Luego decidiría si solo se trataba de un juego o de alguna otra cosa de mayor importancia. No se atrevía a oficializar la investigación. En el fondo, le temía a esa enigmática mujer de mirada lejana y garbo distinguido.

—¿Y qué pasa con los hermanitos...? —preguntó Alicia mostrando un dejo de revancha en la voz.

—Descansan en la habitación de al lado —respondió el colombiano con desgano.

—Llegaste a tiempo —dijo ella con sarcasmo—. Los dos juntos representan una carga difícil de soportar, principalmente en la cama…

—No era esa mi intención, querida. Perdona por la contingencia, pero debía tenerlos en posición de total indefensión.

—En algún momento sentí que debía cargármelos a ambos. Por suerte tus hombres aparecieron en el momento preciso… Pobres muchachos. Esperaban otro tipo de servicio.

Don Alexis apuró el último trago de la copa que descansaba en su mano. Encendió un cigarrillo. Comenzaba a sentirse liberado de la carga cotidiana que debía soportar.

—No les tengas compasión, hermosa. Son dos chacales. Operan comprando socios en la frontera del norte para traicionarme.

—Eso suena duro, Alexis. Significa que violaron el código.

—De eso se trata. Son traidores. Hay mucho en juego en estos momentos… Debo manejar la situación con gran tacto. Estamos en tierra de nadie…

Alicia volvió a servirse coñac en el pequeño barcito. No le ofreció al colombiano otra copa. Sabía que era espartano en sus modales.

—¿Y qué vas a hacer con ellos? —preguntó, demostrando desinterés en el asunto.

—No existen demasiadas opciones, queridas. A veces no queda más remedio que matar…

El último tren

Подняться наверх