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Prólogo del autor

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La locura cotidiana y los distintos planos de afección donde se desarrollan sus variadas proyecciones constituyen el núcleo central de la presente obra.

La imbricación histórica plantea una secuencia de acontecimientos pretendidamente deshilachada y provocativa. Intenta promover un campo de aprehensión más o menos homogéneo.

El Pasado proyecta sus movimientos en el Presente y se mezcla con la dinámica actual volviendo difusa la línea temporal de causas y efectos. Por ello, el lector deberá realizar un esfuerzo al integrar las escenas transgrediendo el recinto cronológico donde se desarrollan, complejo desafío dada esta cultura hermenéutica que gobierna la analítica humana donde el “antes” parece justificar el “después” y tranquilizar la conciencia en la observación de los actos cotidianos.

Los “sueños de vigilia”, tan comunes entre nosotros pero a su vez poco apreciados en su peso específico dentro del campo de observación, conviven en esta narrativa con los sucesos denominados “normales”. La historia se desarrolla indivisa entre lo fantástico y “lo real”. Es decir, lo primero acompaña el periplo de los acontecimientos naturalizando los hechos a pesar del sabor incrédulo que puedan dejar en su aspecto racional.

Como en toda narrativa donde el juego fruitivo intente explicarse, la lectura de la obra puede ser abordada desde dos planos interpretativos. Uno de ellos es la linealidad de lo fenoménico (aceptando ciertos acontecimientos fantásticos como naturales, según lo planteado anteriormente). El otro plano es la resonancia metafórica donde lo simbólico transporta la conciencia a territorios de mitos y destinos.

El lector podrá recorrer el camino propuesto desde alguna de estas perspectivas, o alternar en ellas según el desarrollo de las escenas. Tal vez pueda contemplarlas en un movimiento de mayor contemplación, es decir, combinar ambas en un único campo virtual e inductivo.

En tanto la narrativa desplegaba sus proyecciones en mi mente, he intentado transgredir, dentro de lo permitido por el simbolismo del lenguaje y su morfo limitador, las viejas fronteras impuestas por la hermenéutica racionalista. Ella separa “lo evidente” (real a los ojos de la visión materialista) de los planos psíquicos sutiles (definidos por este sistema analítico como “estado de ensoñación o irrealidad”). Este axioma separatista encierra la conciencia en la cárcel de Lo Molecular.

Por supuesto, las grietas del racionalismo se instalan en ese territorio donde el deseo, la codicia, la nobleza del corazón, la rapacidad de las acciones egoístas, el amor en sus distintas expresiones (incluyendo su disfraz predilecto: el odio) y demás “inconsistencias” en la mirada materialista pueden transformarse en realidades palpables para quien las experimenta.

En el relato presente no existen los héroes y los villanos. La vida se encarga de mezclar las conductas de quienes la transitamos y nos enseña la llave de la comprensión: “algo malo puede surgir de la bondad, o viceversa”. Quizá mi intención, si fuera posible conocer las propias dado lo impenetrable de las ajenas, haya sido en estas páginas presentar la Existencia como un movimiento continuo afectado por fuerzas psíquicas transparentes a la conciencia de superficie.

La vida recorre nuestras acequias con la turbulencia de un río de montaña. Detener su cauce para someterlo a la indagación exegética resulta una impronta presuntuosa como la de atrapar estrellas con las manos. Y, sin embargo, la búsqueda en los Jardines Floridos se alimenta de este perfume embriagador que sostiene toda su cinética: trascender las Formas en un vuelo mágico.

La lectura abre puertas dimensionales. El lector podrá subirse a este último tren en su periplo rumbo al Norte, territorio indefinido y perteneciente a la Tierra de Nunca Jamás…

El último tren

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