Читать книгу ¿Algo pendiente? - Adelaida M.F. - Страница 10
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ОглавлениеLa mañana siguiente, como no tenemos nada planeado, decido pasarla al sol en la piscina. Desayuno, me pongo el bikini, cojo un libro y me encamino hacia el jardín. Oliver está en el médico, en una revisión, y mi padre y el suyo han ido a ver unos nuevos edificios de esos impresionantes que están construyendo no muy lejos de aquí. Mi madre y Candela están en la cocina, planeando recetas.
Aprovecho la tranquilidad de la casa y que no está Oliver pululando por aquí para lucir palmito. Aunque no me lo crea ni yo, me da un poco de corte que me vea de esta guisa.
Después de unos cuantos chapuzones, me acuesto en una de las tumbonas y cierro los ojos. Durante un instante, me dejo llevar solo por el sonido de los pájaros y el de la depuradora de la piscina, y creo que incluso me quedo dormida. Segundos o minutos después, no sabría decirlo exactamente, un carraspeo me sobresalta.
—Deberías echarte más protección o quitarte del sol, vas a quemarte.
Abro los ojos para encontrarme con Oliver, que está sentado en la tumbona de mi derecha con un bañador azul marino y una camiseta blanca.
—Ya, sí. Creo que me he quedado dormida —le contesto aturdida por su sorpresiva presencia. «Y ahora un poco alelada por ti, gracias»—. ¿Qué tal en el médico?
Muevo mi tumbona hasta que queda a la sombra y no me pasa desapercibido cómo mi examigo me escanea de arriba abajo de reojo. Ahora soy yo la que carraspea, algo nerviosa.
—Bien, en dos o tres semanas podré volver al trabajo.
—Me alegro. —Le sonrío y, por unos segundos, nos quedamos mirándonos.
—Voy… a darme un baño. Hace bastante calor —me anuncia con la voz un poco ronca.
Se levanta y se quita la camiseta. Menudo espectáculo. Tengo que tragarme el gemido que casi me provoca ver su torso desnudo. Ahora compruebo que es verdad que existen los hombres con cuerpos como ese. Gabriel también estaba fuerte, aunque demasiado. Oliver está cachas, pero bien proporcionado. Bronceado, con esos hombros tan amplios y abdominales perfectos y bien marcados. Seguro que puede levantarme con una mano. Me obligo a apartar la vista, aunque tampoco es que me importe que me pille observándolo. Debe ser consciente de lo bueno que está. Saco del bolso las gafas de sol y me las pongo. Así puedo observar todo lo que quiera.
El momento ducha es de lo más caliente. Después, no sé cuántos largos se hace, pero tienen que ser bastantes porque, tras unos interminables minutos, me he aburrido y he perdido la cuenta. Creo que la culpa de este calentón la tiene el sexo exprés del otro día. Y mira que el tipo no estuvo mal, pero, después de meses sin comerme una rosca, habría necesitado mínimo un poco más de preliminares.
Nunca he sido una chica tímida a la hora de ligar y, si noto que la otra persona me corresponde, a veces doy el primer paso. Pero ni siquiera sé por qué estoy pensando en esto. No voy a ligar con Oliver, ni ahora ni nunca. No me conviene y ni siquiera nos conocemos ya. Que sí, que si surgiera una noche loca entre nosotros…, oye, que no iba a decir que no. No soy tonta. Y nuestra amistad tampoco es que vaya a resentirse porque ya lo está. Yo volveré a Madrid y él se quedará aquí.
Ahora mismo solo busco recuperar algo de nuestra historia, y eso solo se centra en el terreno amistoso; no quiero forzar la conversación sobre lo que pasó y que crea que todavía no lo he superado.
«Es que no lo has hecho, Victoria». Sí, es verdad, pero me niego a obligarlo a hablar de eso. Él tuvo la culpa. Yo solo me dejé llevar por mi lado romántico. No me merecía todo ese desprecio y burlas a las que me vi sometida por sus amiguitos mientras el chico con el que había aprendido a montar en bici, me había enseñado a nadar y había compartido mi primer beso, me ignoraba como si fuera una simple pelusa en un chaleco. No, señor. El rechazo de Oliver fue algo que me marcó, y es una pena, pues no recuerdo un momento bonito de mi vida en el que no esté presente.
Regreso de mi viaje al pasado cuando mi examigo sale de la piscina sacudiéndose el pelo y las gotitas de agua vuelan en todas las direcciones, sobre todo, hacia su musculado pecho. Intentando dejar a un lado mis pensamientos impuros, alcanzo el libro que he dejado en el suelo y finjo leer algo superinteresante mientras vuelve a ocupar la tumbona de mi derecha. Durante unos minutos, parece que consigo ignorar su presencia a mi lado, hasta que un carraspeo me distrae de la lectura.
—Bueno, ¿y qué tal se vive en la capital? ¿Te resultó fácil el cambio?
Su interés me sorprende. Y me alegra.
—La verdad es que al principio fue complicado. Ser la nueva e intentar integrarte no es sencillo.
—Me imagino.
—Pero, como nunca he tenido problemas con eso de relacionarme, en solo unos meses la situación mejoró.
—Recuerdo que en mis últimos años de instituto tú empezaste a juntarte con aquellas chicas que no paraban de meterse en líos. Teníais esas ideas locas… —Sonríe para sí mismo.
Lo miro alzando una ceja. Es verdad. Fue después de lanzarme a sus brazos y de ser la comidilla de sus amigos.
—Tampoco fui la malota del colegio, ¿eh? —Oliver se ríe—. Esas dos fueron una mala influencia para mí. Y, respecto a mis ideas locas, te recuerdo que tú —lo señalo con el dedo— participaste en algunas de ellas.
—Lo sé, lo sé. —Suelta una carcajada, y yo no puedo evitar sonreír y babear por sus hoyuelos—. Es que la de la tinta a la profe de religión fue muy buena. Y mira que fue una tontería, pero la cara que puso…
Los dos estallamos en carcajadas al recordarlo. Aunque a Oliver y a mí nos separaban dos cursos, en los recreos siempre estábamos juntos y por las tardes también. Lo de la profesora de religión se nos ocurrió un día durante el recreo. La que siempre nos daba clases estaba de baja, así que, durante un mes, tuvimos una sustituta. Desde el primer momento en que la vimos, con la mirada en el suelo, esas gafas de pasta enormes y esa falda hortera nos miramos y tuvimos una pequeña epifanía.
En esos tiempos lo de la tinta de los bolis estaba de moda y no se nos ocurrió otra cosa que manchar su silla con tinta roja. Oliver fue el que se coló en mi clase y lo dispuso todo. Yo, mientras, me hice la desentendida. Cuando aquella mujer se levantó de la silla, los niños empezaron a reírse, y casi le da un síncope al darse cuenta de la gran mancha en su trasero. Se puso tan colorada que pensé que su cabeza iba a explotar allí mismo.
—Menos mal que nunca descubrieron que habíamos sido nosotros —sigue riéndose Oliver.
—Mi padre me hubiese mandado derechita a un internado. Pero mi gran obra maestra fue cortar el agua caliente en las duchas del vestuario masculino.
—Esa no me gustó. Ahí actuaste por libre con tus nuevas amigas —me dice con retintín.
Ahora soy yo la que se ríe a carcajadas.
—No te gustó porque tú caíste también. Saliste corriendo de los vestuarios con esos calzoncillos de Doraemon que llevabas.
Oliver me mira ceñudo mientras yo sigo riéndome.
—Qué memoria tienes —bufa.
Su comentario frena un poco mi risa, pero le guiño un ojo, despreocupada, para evitar que note que mi capacidad de memoria sobre él es bastante ilimitada.
—Tus calzoncillos molaban.
Sonríe en respuesta y durante unos segundos —que a mí me parecen eternos— no decimos nada. Después, Oliver carraspea y aparta sus ojos de los míos para centrarlos en la piscina.
—Aunque no te lo creas, me dio mucha pena que te fueras —añade a continuación en tono serio. Lo contemplo sorprendida—. A pesar de que nuestra amistad esos últimos años se torciera.
—Bueno, son cosas que pasan a esas edades —lo interrumpo.
Sé que desde que llegué he querido tener esta conversación con él, pero ahora no me apetece, no sé por qué. Me parece demasiado pronto abordar el tema de mi loco enamoramiento. Su confesión también me ha dejado algo descolocada, lo que me lleva a fijar la vista al frente sin saber qué más decir.
—Siempre que recuerdo mi infancia, no hay una imagen en la que no aparezcas tú.
Giro la cabeza para mirarlo de nuevo, asombrada. Mi estómago se sacude un poco.
—A mí me pasó igual, también te eché de menos.
Oliver se gira, con la expresión seria y esos ojos negros que dan la sensación de poder ver más allá de tu alma. Su manera de mirarme me sobrecoge un poco, así que esta vez soy yo la que, algo cohibida, la aparta.
—¡A comer! —La voz de mi madre nos sobresalta, dándonos un respiro.
Tengo la sensación de que el ambiente se ha enrarecido. Antes de irse, me dedica una sonrisa rápida y lo veo alejarse con una sensación extraña en la boca del estómago. Respiro con fuerza al darme cuenta de que estaba conteniendo el aire. Asimilando esta pequeña conversación, recojo mis cosas y lo sigo.
No es que haya sido una charla profunda ni mucho menos, pero sí que me ha dejado un poco descolocada.
Oliver en aquel tiempo tampoco era el niño maligno de la película La profecía, pero su manera de pasar de mí fue tan radical de un día para otro que su confesión sobre echarme de menos me ha pillado desprevenida.
En fin, que mi labor en este viaje era limar asperezas pasadas, y por ahora creo que voy por buen camino. Lo que me preocupa es toda esta tensión sexual que parece amenazar mi cuerpo. Quizá con el paso de los días vaya acostumbrándome a su presencia y se suavice. Hasta entonces, no tendré más remedio que contener a mis alocadas hormonas.