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La barbacoa ha ido bien, de hecho, incluso me he divertido. Mirar a Oliver se ha convertido en mi mejor entretenimiento, sobre todo, las veces que lo he pillado observándome y, rápidamente, me ha quitado la vista de encima, abochornado.

No hemos vuelto a hablar, su madre me ha acaparado preguntándome detalles de mi vida. Pero, aunque él está charlando con mi padre, lo he notado interesado en mis respuestas. Cuando terminamos a eso de las doce, decidimos irnos a dormir. Hemos planeado ir a Barcelona mañana y tendremos que madrugar. Por desgracia, Oliver no vendrá con nosotros porque, aunque su pierna está mejor, tampoco puede excederse con el ejercicio.

Volver a pasear por las calles de mi ciudad, mejor dicho, exciudad, es un soplo de aire fresco. Me siento de nuevo en casa. Recuerdo aquellas tardes de paseo con mis amigas, con mis padres o los domingos correteando con Oliver por Las Ramblas. Mi infancia entre estas calles fue feliz, y quizá sea eso lo que echo de menos en Madrid porque, aunque mi adolescencia la he vivido allí, son más los momentos que tengo grabados de esta ciudad. Incluso a mis padres se les nota lo felices que les hace regresar aquí.

Candela vuelve a interrogarme, esta vez sobre mi vida personal. Siempre ha sido una persona cercana con la que podía compartir cosas que con mi madre no hacía. Cuando era pequeña, me daba la charla sobre los chicos mientras mi madre le decía que no me hablara de ese tema, que yo aún era demasiado joven. Por supuesto, jamás le conté nada sobre mi primer beso con su hijo y sé que fue una de las que más sufrió con nuestro distanciamiento. Siempre decía que era como una hija para ella y, a veces, después de que mi relación con Oliver ya no existiera, venía a casa a verme y a interesarse por mí.

Paseamos agarradas del brazo por el Puerto Olímpico. Después de toda la mañana dando vueltas, vamos a detenernos para comer aquí; hay unas marisquerías muy buenas.

—Entonces, ¿ese tonto de tu exnovio va a casarse?

Candela y yo vamos detrás de mis padres y de Juan, algo apartadas para poder hablar mejor. A mi madre no le conté toda la verdad cuando Raúl se marchó. A mi padre le caía bastante mal y mi madre se limitaba a ignorarlo. No quería confesarles que había salido corriendo y que me soltaran el típico «te lo dijimos». Me limité a informarles de que habíamos decidido dejarlo de mutuo acuerdo porque ya no sentíamos lo mismo el uno por el otro.

Pero a Candela sí que se lo he contado todo y sé que va a guardarme el secreto.

—Pues sí. En menos de un año desde que terminamos.

—Tranquila, cariño, que no hay mal que por bien no venga.

—Ya lo sé, Candela. La verdad es que Raúl es lo que menos me preocupa. Es cierto que en un primer momento me sentí como una mierda, con esa sensación como de haber perdido años de tu vida. No sé si me entiendes.

—Claro que sí, mujer. A mi Oliver le pasó igual que a ti con Elena, su ex. Y lo peor es que ellos ya habían hablado de boda, incluso.

La miro sin poder ocultar mi sorpresa.

—¿En serio?

—Sí, hija. Llevaban saliendo apenas tres años, pero mi hijo estaba enamoradito de ella. Lo tenía comiendo en la palma de su mano. Al principio, cuando nos la presentó, la chica nos cayó muy bien; era muy simpática y amable. Pero un tiempo después, empecé a notar el cambio en ella.

—¿Y eso?

—Comenzó a ejercer un control sobre mi hijo que no era normal. Si salía con los amigos una tarde o una noche, se pasaba todo el tiempo llamándolo. O se presentaba en mi casa por sorpresa y, si no estaba, la tenía esperándolo en el sofá toda la tarde. Incluso le molestaba que trabajara tanto.

—Joder con la muchacha.

—Es verdad que la profesión de mi hijo es bastante dura. Aunque tiene días libres a la semana, también tiene turnos, tanto de noche como de día. Pero él hacía todo lo posible por pasar tiempo con ella. Había veces que, incluso aunque viviese con nosotros, ni lo veíamos. Ella lo acaparaba. Intenté hablar con él, abrirle los ojos; pero, hija, lo tenía hechizado.

Se me encoge un poco el estómago mientras Candela me habla casi con pena.

—Dímelo a mí. Cuando una persona no quiere ver más allá de sus narices…

—Lo sé, Victoria. Al final, se tuvo que dar de bruces con la realidad para darse cuenta.

—¿Qué pasó? —Mi madre ya me lo ha contado por encima, pero no puedo evitar querer conocer la historia completa.

—Un par de meses después de decirnos que tenían planes de boda, ella lo engañó con un compañero de trabajo de mi hijo. Los pilló en la casa de ella.

—Qué putada.

—Creo que Oliver pensaba que, casándose con ella, Elena se relajaría con eso del control.

—Yo creo que hubiese sido al revés.

—Yo también lo pensé. Pero demasiadas broncas y discusiones habíamos tenido ya, no quería perderlo. Sabía que ella terminaría separándonos si yo seguía dándole la espalda a su relación.

—Tuvo que ser duro pasar por todo eso, Candela. Mi madre también me daba la tabarra con mi ex, pero tampoco la escuché. Aunque tengo que reconocer que mi relación no fue tan tormentosa como la de ellos. Bueno, ¿y qué hizo Oliver cuando los pilló?

—Mi hijo nunca ha sido de armar broncas, pero no pudo aguantarse con ella y le dijo de todo. Y su amigo se llevó un buen puñetazo en la nariz.

—Pues poco le hizo.

—Lo pasó realmente mal tanto por Elena como por Andrés, su supuesto amigo. Estuvo unos meses que no levantaba cabeza. Juan y yo incluso quisimos que viera a un psicólogo, pero Oliver se negó. Se refugiaba en su trabajo, echando más horas de las que podía sobrellevar, y unos meses después le ocurrió lo de la pierna.

Las palabras de Candela y su tono amargo me dejan un poco angustiada.

—¿Fue trabajando?

—Sí. En un incendio gordo en una barriada de las afueras, creo. Mi hijo a veces se cree que es inmortal, porque no lo entiendo. Casi se le viene una casa encima.

—Madre mía.

—Menos mal que no fue nada grave y la rotura de la pierna fue limpia. Pero entre los meses de baja y todo lo que venía arrastrando, mi Oliver se ha convertido en un hombre decaído y bastante irritable.

—Me lo imagino. Se le ha juntado todo. ¿Y la casa la compró con su ex?

—No, menos mal. Habían estado viendo algunas y a él le había encantado esa. Pero ella no quería moverse del centro. Cuando la relación se acabó, se decidió a comprarla.

—¿Comemos en este?

La voz de Juan nos sobresalta a ambas. Él y mis padres están en la puerta de una marisquería, esperándonos.

—Ese mismo —le contesta Candela. Después, me sonríe y me da un apretón en el brazo—. Voy a contarte un secretillo —me susurra—. Cuando eráis pequeños, teníamos muchas esperanzas puestas en vosotros.

—¿En nosotros? —inquiero extrañada.

—Sí, en que vuestra amistad os llevara a algo más.

Un nudo me encoge el estómago.

—Creo que era un poco imposible —le respondo encogiéndome de hombros.

—Lo sé, pero me hubiese encantado tenerte como nuera, cariño. Y no es tarde todavía —añade guiñándome un ojo.

Me dan ganas de decirle que toda la culpa la tiene su hijo, que fue el que me partió el corazón y el que acabó con esa posibilidad; pero la verdad es que éramos dos chiquillos.

A lo mejor, incluso aunque me hubiese correspondido, habría sido duro para los dos tener que separarnos. Y hay poca probabilidad de que los amores de colegio duren para toda la vida.

¿Algo pendiente?

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