Читать книгу ¿Algo pendiente? - Adelaida M.F. - Страница 14

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Espero que de verdad haya ido a cambiarse y no me deje tirada.

Yo subo sin hacer ruido hasta la mía y, sin dudarlo, me pongo el bañador que me he comprado hoy. Tiene un escote que llega casi hasta el ombligo, y por detrás es estilo brasileño. Mi madre puso el grito en el cielo en cuanto lo vio, pero Candela me dijo que con el cuerpo tan bonito que tengo lo que debo hacer es lucirlo.

Me recojo el pelo en un moño alto para que no se me moje. Después de un último vistazo en el espejo, me pongo una camiseta blanca que me queda hasta medio muslo y me encamino escaleras abajo. Para mi sorpresa y disfrute, las cristaleras que dan al jardín están entreabiertas y Oliver está sentado en el borde de la piscina. Ahora dudo de que mi plan haya sido una buena idea, pero ya no hay vuelta atrás.

—¿Está fría o qué? —le pregunto mientras me acerco.

—Está bien. Solo estaba esperándo… —su voz se corta mientras me quito la camiseta— te.

Sonrío por dentro al saberme la causa de su titubeo. Me vuelvo hacia él con una amplia sonrisa y su mirada me recorre de arriba abajo con muy poco disimulo.

—Pues gracias, entonces.

Ignorando su persistente mirada, voy hasta los escaloncitos de la piscina y me siento allí. El contacto del agua fría con el calor que hace provoca que toda mi piel se erice y un ligero escalofrío me hace temblar un poco.

—Al final, tu idea descabellada va a provocarte un resfriado.

La voz de Oliver suena algo ronca, sacudiendo mi estómago y otra cosa que está más abajo.

—Si esto te parece descabellado, no puedo imaginarme lo que sería para ti tirarte de un avión en paracaídas —me burlo.

—Una locura. Pero he hecho puenting, así que supongo que tan soso no soy.

—¿En serio? No te imagino haciendo eso, pareces más un hombre tranquilo, correcto. Ya sabes.

Alza las cejas inquisitivamente.

—¿Correcto? —pregunta.

—Bueno, no sé. Hace años que no te veo, no tengo ni idea de cómo eres ahora. Me has dado esa impresión.

Oliver suelta una carcajada y empieza a reírse mientras yo lo miro desconcertada, entrecerrando los ojos

—Lo siento, pero es verdad que no me conoces.

—Normal, llevamos trece años sin vernos —añado con retintín.

—Cierto. Pero toda esa tranquilidad que tú ves en mí yo la llamo serenidad y nueva vida. —Suspira y lo miro intrigada—. Hace unos años… era muy diferente a como soy ahora. Y se lo debo todo a mi profesión.

Su confesión me deja descolocada.

—¿Y eso?

—Hubo una época en la que no paraba en casa. Llegué a consumir drogas. —Mis ojos se abren con sorpresa—. No me convertí en un adicto ni nada parecido —añade con rapidez—, apenas fueron tres o cuatro meses, pero un día se me fue de las manos una borrachera en la que había consumido otras sustancias… y vi la luz. Me di cuenta de que estaba desperdiciando mi vida; tenía veinte años y había estado a punto de pasar al otro barrio.

—Joder, Oliver, supongo que tus padres… Yo no sabía nada de esto —le digo con una ligera presión en el pecho.

—Mis padres lo pasaron fatal. Seguro que les daría vergüenza decírselo a los tuyos. Fui un cabrón con ellos. Los trataba como una mierda, y a veces me iba de casa un viernes y no llegaba hasta el domingo. Pero el día que toqué fondo, ellos estuvieron ahí, escuchándome. Me había juntado con la gente equivocada y, en el momento de la verdad, me vi solo. —Se queda pensativo, mirando un punto de la piscina. Yo lo observo desde las escaleras, sin saber qué decirle. Aún sigo sopesando todo lo que acaba de contarme—. ¿Te acuerdas de Rubén?

—Creo que sí. Era uno de tus amigos de la época en la que ya no nos hablábamos, ¿no? El que estaba rapado.

La verdad es que recuerdo a ese muchacho bastante bien. Una vez me puso una zancadilla a la salida del colegio. Suerte que caí en el césped y no en el cemento, si no, me hubiese destrozado la rodilla. Las risas de mis compañeros me acompañaron durante toda una semana. Era un niño cruel. Después de declararme a Oliver, me volví el centro de sus burlas y comentarios jocosos.

—Sí, ese mismo. —Suspira—. Después del instituto, seguimos saliendo juntos. El día de mi borrachera, él estaba conmigo y, en cuanto me llevaron al hospital, se quitó de en medio. —Su voz se vuelve algo inestable—. Yo lo consideraba mi amigo, y mira que la gente me advertía sobre él. Pero yo me mantenía en mis trece y lo defendía a capa y espada. Fue con él con quien me fumé mi primer porro, el que me descubrió el mundo de las drogas.

—Uf, pues menudo amigo.

—Ahora soy consciente de eso, pero en aquellos tiempos mi vida giraba en torno a él. Si ligaba con alguna chica y a él le gustaba, siempre terminaba llevándosela a su terreno y apartándola de mí. Era un poco obsesivo con eso. Le molestaba que yo llamara más la atención de ellas y él no.

—¿Y nunca dudaste de su amistad? Porque si te hacía eso con las chicas…

—Rubén era mi mejor amigo, Victoria, así que supongo que era más el miedo a perderlo que otra cosa lo que me unía a él. Cuando salí del hospital, le dije que no quería volver a verlo, que necesitaba recuperarme y cambiar de vida. Y no sé lo tomó muy bien. Estuvo cerca de dos meses acosándome, por mensajes o persiguiéndome cuando iba solo. También para pedirme dinero. Hasta que mis padres lo amenazaron con llamar a la policía. Entonces dejó de venir. Después de aquello, lo detuvieron varias veces por robo y tráfico de drogas. Le perdí la pista hace cuatro o cinco años. Lo último que supe fue que estaba en un centro de desintoxicación en Valencia.

—Madre mía.

—Así que esa es mi historia. O, al menos, parte de ella.

—¿Y la que falta? —le pregunto.

—Otro día —me responde con una sonrisa y mirándome con una intensidad que me pone los pelos de punta. Entonces carraspea y me dice—: ¿Tu no querías darte un baño?

—Sí, pero me has entretenido.

—Ya he terminado de hablar. —Señala con un gesto de la cabeza la piscina—. Toda tuya.

Asiento con una sonrisa, me levanto y, poco a poco, voy entrando en el agua. Uf, pensé que iba a estar más calentita. Ahora no me queda otra que fingir que estoy super a gustito, por lista.

—¿No piensas meterte? —le pregunto. Poco a poco, mi cuerpo empieza a acostumbrarse a la temperatura.

—Ya veré —me contesta sin dejar de mirarme.

Mi corazón golpea un poco fuerte mi pecho y trato de ignorar que está allí.

Nado durante unos minutos y después vuelvo a las escaleras; me recuesto en ellas con las manos apoyadas en el suelo y las piernas estiradas. Cierro los ojos y me dejo llevar por el silencio de la noche. En todo momento soy consciente de sus ojos en mí, por eso no quiero abrirlos; no quiero estropear este momento de paz y, para qué negarlo, tampoco quiero que deje de mirarme.

Unos minutos después, me pregunta:

—¿Y qué me dices de ti? ¿Hiciste muchas locuras o fuiste la hija ejemplar?

La cercanía de su voz me sobresalta, provocando que abra los ojos y mire hacia atrás. Oliver está de pie, justo dos escalones por encima de mí. Desde abajo su cuerpo se ve imponente, con un bañador negro que le queda demasiado bien. Si quería alejar mis pensamientos pecaminosos, estoy haciéndolo de puta madre.

Trago con fuerza y vuelvo la vista al frente.

—Definitivamente, tú fuiste más malote que yo —le respondo. Oliver baja los escalones hasta adentrase en la piscina. Se coloca frente a mí y me mira en silencio, supongo que esperando que añada algo más—. Como ya te conté, adaptarme a un instituto y a una nueva ciudad no fue una tarea fácil. Hubo personas que me hicieron sentir bien, y otras no tanto. A esa edad es lo que hay. La nueva siempre es el centro de atención.

—Me lo imagino. Suele pasar.

—Por fortuna, solo fueron los primeros meses. Nunca he tenido problemas para hacer amigos, así que me integré bien. —Sonrío y él me devuelve la sonrisa. Sus hoyuelos provocan un pequeño cosquilleo en mi tripa—. Salí de fiesta, a discotecas y me pillé mi primera borrachera a los dieciocho, en la celebración de mi graduación de Bachiller.

—¿Con los profesores y todo? —me pregunta Oliver después de soltar una pequeña carcajada.

—Sí. Uno de esos profesores fue el que llamó a mi padre. Madre mía, qué vergüenza. Pero todo quedó en una anécdota divertida. Bueno, para mi padre no.

—Parece que estoy viéndolo, con su pose de militar y cantándote las cuarenta.

—Tal cual. Como cuando nos echaba la bronca por lanzar trocitos de gomas de borrar a la gente por la ventana de mi habitación.

—Hostias. Eso fue buenísimo. ¿Te acuerdas de aquellos dos que estaban comiéndose la boca en la acera? —Esa expresión saliendo de sus labios me pone a mil, pero intento ignorar el escalofrío que me recorre la espina dorsal—. Les lanzamos casi tres gomas y ni se percataron.

Comenzamos a reírnos y Oliver se deja caer a mi lado, en el escalón. Cuando nos calmamos, se gira hacia mí y se queda mirándome con intensidad. Sus ojos negros parecen más oscuros aún, y trago con fuerza. Entonces dirige una mirada rápida hacia mi boca y el ambiente se enrarece. Puedo sentir la tensión que se ha creado y cómo mi piel cosquillea bajo su mirada. El recuerdo de nuestro primer beso aparece en mi mente, provocándome la necesidad de acercarme para probar sus labios otra vez. Él también parece estar pensando, pero no se aparta. Aun sabiendo que puede adivinar mis intenciones porque ahora mismo soy como un libro abierto, me niego a alejarme de él.

—¿Qué estáis haciendo?

Los dos saltamos como un resorte y nos volvemos para ver a Candela en las cristaleras del salón. Oliver se separa enseguida de mí y se pone de pie con rapidez.

—Dándonos un baño.

—Pues me habéis dado un buen susto —nos dice su madre acercándose—. He bajado a por una pastilla para tu padre, que tiene un poco molestias en la cabeza, y me ha extrañado ver las cristaleras del jardín abiertas.

—Lo siento. Es que hacía calor —se disculpa Oliver, algo nervioso.

Yo me pongo también de pie.

—Fue idea mía —intervengo.

—No pasa nada, cariño —sonríe—, solo que me he asustado. Anda, aprovechad, que hace una noche muy buena. Pero cerrad bien las puertas después. —Y, con una última sonrisa, se va.

—Creo que… —empieza a decirme Oliver.

—Sí, será mejor que nos vayamos a dormir. Comienza a refrescar.

Como un rayo, la mirada de Oliver baja a mis pechos, pero la aparta con tanta rapidez que por un momento creo que me lo he imaginado.

—Hasta mañana, Victoria. Cierra bien el pestillo cuando entres, ¿vale?

Sin ni siquiera esperar a que conteste, vuelve dentro con una velocidad asombrosa.

Miro hacia mis pechos, donde los pezones se me señalan con descaro.

En vez de arreglar esto, creo que voy a cargármelo definitivamente.

¿Algo pendiente?

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