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La comida resulta tranquila, aunque el protagonista indiscutible es Oliver. Tiene a mi padre encandilado con sus «hazañas apagallamas». Lo mira con fascinación, como si acabara de conocer a Bruce Willis, su ídolo.

Oliver, por su parte, parece venirse arriba con cada halago de mis padres; y eso que al principio parecía no hacerle mucha gracia ser el protagonista. Yo me limito a escucharlo y a contestar las preguntas que Candela me lanza de vez en cuando. Me anima a que busque trabajo por aquí y vuelva, pero ahora mismo no entra en mis planes regresar; tengo mi vida en la capital, y no me disgusta. Aunque no descarto la idea si no encuentro nada en Madrid.

Cuando acabamos de comer, me retiro a mi habitación a cambiarme y dedico la tarde a ver algunos capítulos de Stranger Things.

El tiempo pasa volando y, cuando me doy cuenta de la hora, son cerca de las siete de la tarde. Estoy apagando el ordenador cuando llaman a la puerta. Un segundo después, mi madre asoma la cabeza.

—Cariño, baja que hay visita —me informa con una sonrisa.

Me extraño y mi rostro lo refleja.

—¿Qué visita?

—Baja y lo sabrás —me responde enigmática. Y se va.

Me pongo las zapatillas mientras le doy vueltas al tema. No puede ser ninguna de mis amigas puesto que contacté con ellas antes de venir, y las dos estaban ocupadas. Y no tengo a nadie más aquí.

Escucho las voces de mis padres y de los de Oliver mientras voy bajando las escaleras. Cuando entro en el salón, me sorprendo al ver una chica rubia subida en unas cuñas de infarto. Al darse cuenta de mi presencia, se gira y me sonríe.

—¡Vaya, Victoria, cuánto tiempo! —exclama con una voz demasiado estridente.

Entonces la reconozco: la prima de Oliver.

—¡Sofía! Qué sorpresa. —Finjo una emoción desmesurada mientras se acerca a mí y me abraza.

—Pero qué guapa estás. ¿Dónde has dejado esas trenzas que llevabas siempre?

Las cosas de mi madre. Cuando era pequeña, tenía el pelo tan largo que le encantaba hacerme o bien una trenza o dos; dependía de la paciencia y las ganas de esmerarse que tuviera ese día. Oliver siempre estaba tirándome de ellas. Y estoy segura de que Sofía se moría de envidia porque su madre no sabía hacerlas.

—Tú estás espectacular —le digo, y ella se atusa la melena con una amplia sonrisa—. ¿Dónde has dejado tu melena pelirroja?

Ya que estamos avivando recuerdos…

Poco queda de aquella niña de melena roja y pecas que dejé aquí. Siempre llevaba vestidos y falditas, a diferencia de mí, que vestía vaqueros y volvía a casa con las rodillas de los pantalones rotas.

Ahora tiene la melena muy lisa, hasta la mitad de la espalda, y de un color entre blanco y amarillo… despintado. Me es imposible describir el tono exacto. Lleva tanto maquillaje que parece mucho más mayor. No lo critico, que conste; es una apreciación.

—Me dijo mi tío que ibas a venir y he querido pasar a verte.

—Pues gracias. ¿Y cómo te va todo? —le pregunto.

—Bien, no puedo quejarme. Hoy voy algo apurada de tiempo, pero si quieres podemos vernos antes de que te vayas y ponernos al día. O, mejor —se interrumpe—, el sábado por la noche he quedado con unos amigos para cenar y después tomarnos algo en Barcelona. Vente, y así sales de aquí.

Uf, la idea de salir con Sofía me da un poco de pereza. Pero también necesito pasar unas horitas alejada de Oliver, porque estando cerca mi cerebro se embota.

Y me seduce el plan de pasear de noche por Barcelona.

—Pues… —empiezo a decirle.

Pero Sofía me interrumpe:

—A mi primo no le digo nada porque es un aburrido. —Se gira hacia Oliver, que está sentado en el sofá.

—Gracias, prima. Eres un encanto —le responde con una sonrisa falsa y sin dejar de mirar la televisión.

—Con lo divertido que era de pequeño y lo soso que se ha vuelto el pobre —murmura Sofía.

—Te he escuchado —gruñe el susodicho.

—¿Qué pasa, que estás pendiente de todo? —le pregunta su prima alzando una ceja.

Oliver no contesta y Sofía, triunfante, se vuelve hacia mí.

—¿Qué me dices, entonces?

Cuando estoy a punto de contestar de una puñetera vez, mi madre interviene en la conversación:

—Claro que se apunta, ¿no, Victoria? Te vendrá bien salir un poco.

Uf, cómo detesto que intente actuar como mi secretaria personal. Le dedico a mi madre una sonrisa falsa y después me dirijo a Sofía:

—Me apunto.

—Estupendo —me contesta con un gritito—. Dame tu número y te aviso con la hora.

Después de que hayamos intercambiado los teléfonos, se despide de mí con otro abrazo, reparte besos a los demás y se va murmurando que tiene mucho que hacer.

Entonces mis padres y los de Oliver se dirigen al jardín; ellas, cargadas con el cesto del ganchillo y ellos, con dos cervezas y unos álbumes de fotos.

Oliver sigue pegado a la televisión.

No sé si es buena idea salir con Sofía y sus amigos. Nunca hemos sido amigas, más bien, compañeras de clase… y de Oliver. Era él quien nos unía. Pero ¡oye!, a lo mejor tiene un amigo guapo que presentarme.

—Oliver, voy a servirme un vaso de agua —le anuncio.

—¿Vas a pedirme permiso cada vez que tengas sed? —me pregunta apartando los ojos de la televisión y mirándome con una sonrisa.

—Puede, es tu casa —le respondo encogiéndome de hombros.

Y me dirijo a la cocina.

—Sí, es mi casa, pero nos conocemos desde hace años. Y antes pasabas más tiempo en la casa de mis padres que en la tuya.

Su voz suena más cerca, sobresaltándome, y cuando me vuelvo, está al otro lado del mostrador.

—Ya, pero han pasado años desde aquello. Y soy muy educada. —Le sonrío.

—Anda, ponme a mí otro vaso, señorita educada —suelta con una sonrisa repleta de dientes blancos y perfectos.

Cuando voy a pasarle el vaso, nuestros dedos se rozan y un extraño escalofrío me recorre de arriba abajo. La retiro con rapidez y miro a Oliver esperando que no se haya dado cuenta de la sensación tan rara que acabo de tener. Entonces veo que observa su vaso de agua.

El ambiente ha vuelto a enrarecerse, así que, intentando aligerarlo, suelto con sorna:

—¿Qué pasa? No te he echado cianuro, ¿eh?

Oliver levanta la vista, me contempla y se rasca la nuca.

—Ya. Solo… No importa. —Se bebe el vaso de agua mientras, absorta, veo cómo el líquido baja por su garganta y su nuez se mueve. Cuando acaba, me dice—: Como has podido comprobar, mi prima sigue igual de repipi.

Me obligo a apartar la vista de él y a beber antes de responderle:

—Me ha costado reconocerla. No me la esperaba tan… rubia.

Oliver suelta una pequeña carcajada.

—Creo que fui el único que tuvo el valor de decirle que el pelo rubio le sentaba fatal. Se mosqueó y todo. Pero si ella es feliz con su melena a lo Barbie Malibú…

—Supongo que tu manera de decírselo no sería la más acertada —lo reprendo ocultando una sonrisa.

—Mis palabras fueron: Oye, Sofía, ¿no había otro color menos espantoso? No pareces tú. —Me echo a reír mientras cojo la botella, la guardo en el frigorífico y llevo los vasos al fregadero—. Nosotros no hemos cambiado tanto —me comenta Oliver. Lo miro de arriba abajo, bastante descarada, y alzo una ceja en plan ¿en serio? Su cara adquiere un ligero rubor que le otorga incluso un aspecto más sexi—. Bueno, no tuve más remedio que volverme adicto al deporte. Las pruebas para entrar en el cuerpo de Bomberos son bastante duras, así que, prácticamente, me pasé dos años dentro de un gimnasio.

—Fíjate, y antes detestabas cuando te ponían a correr en Educación Física. Querías jugar al fútbol todo el tiempo —me burlo.

—El que algo quiere, algo le cuesta. Pero me refiero a que mi prima se ha vuelto más repipi de lo que ya era y va por la vida con aires de grandeza. Yo, por dentro, sigo siendo el mismo.

—Uf, no sé si eso es bueno o malo —le suelto sin pensarlo. Y al momento me retracto de mi comentario.

Oliver me mira sorprendido.

—Vaya, yo pecaré de sincero, pero tú no te quedas atrás.

—A ver, no he querido decir… —Oliver alza las cejas, como diciéndome: ¿Primero tiras la piedra y ahora escondes la mano?, por lo que no me queda más remedio que apechugar con las palabras que han salido de mi boca—. Bueno, sí. He dicho lo que quería decir, la verdad. Los últimos años que pasé aquí, tu actitud no es que fuera la mejor; así que, si sigues siendo el mismo…, dejarías mucho que desear.

Me cruzo de brazos, expectante. He dejado salir todo ese rencor en unas simples frases y espero que esto no tense nuestra relación de ahora en adelante. Creo que pasar unas vacaciones bajo el mismo techo con alguien con quien te sientes incómodo no es lo mejor.

Oliver parece que sigue en proceso de asimilación, porque tarda un poco en contestarme.

—Joder, Victoria. Me has dejado descolocado.

Me ha gustado escucharle decir una palabrota. Mucho, a decir verdad. Tengo la sensación de que intenta ser demasiado correcto. Y hasta me siento un poco orgullosa de haber podido sacarle un simple taco.

—Lo siento. A veces me salen las palabras antes de que pueda filtrarlas —me disculpo.

Lo reconozco, ahora quiero quitarle hierro al asunto y recular. Pero es que lo que he dicho ha sonado demasiado a reproche. Que también lo es.

Oliver se rasca la nuca mientras aparta su mirada de la mía. Cuando era pequeño y estaba nervioso, siempre lo hacía, y me enternece que todavía tenga ese gesto.

—No, no. Valoro a las personas sinceras, en serio. Y tienes razón. Quizá deberíamos hablar de eso.

El sonido de su teléfono interrumpe la conversación. Se lo saca del bolsillo del pantalón y, con un gesto de disculpa, acepta la llamada y se aleja de mí.

En menudo marrón me he metido, murmuro para mí misma, encaminándome hacia el jardín y con el corazón un poco acelerado.

A veces me molesta ser tan bocazas. Lo tengo asumido. He perdido amigos y rolletes por esto. Me cuesta contenerme cuando quiero decir algo con urgencia, no puedo evitarlo. Sé que a veces hay que morderse la lengua antes de hablar porque no todas las personas saben afrontar las verdades con la misma entereza. Y una de ellas soy yo. Si yo las digo, no pasa nada. Pero, si me las dicen a mí, ya es otro asunto.

No quiero que Oliver piense que su rechazo es un trauma que llevo acarreando desde entonces o vete tú a saber, que crea que aún sigo colgada por él y que no he pasado página, porque no es así.

Es verdad que he pensado en él ciertas veces o que, al recordar los malos momentos que pasé en mi adolescencia por su culpa, me ponga un poco tristona. Pero es algo que veo normal. Oliver fue mi mejor amigo durante años, cualquier recuerdo de mi infancia va ligado a él. Pero nada más, no hay nada romántico en eso.

¿Algo pendiente?

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