Читать книгу ¿Algo pendiente? - Adelaida M.F. - Страница 3
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ОглавлениеEstas dos primeras semanas me están resultando algo extrañas. No es fácil volver a casa cuando, prácticamente, tienes tu vida hecha. Yo tenía mis rutinas, mi privacidad… Había vivido tres años con Raúl y uno sola —bueno, eso es relativo, porque mi compañera de piso no es que fuese demasiado sociable—, pero volver a casa de tus padres es algo para lo que hay que mentalizarse bien.
Mi madre y yo siempre hemos tenido buena relación, aunque tampoco somos de esas madres e hijas que se consideran amigas. Una madre es siempre una madre —al menos, para mí—, y yo nunca he sido de compartir demasiado con ella. Supongo que somos muy tradicionales o algo así. Nos llevamos bien porque ella es tranquila y, aunque a veces puede ser algo entrometida, no se enfada demasiado.
Con respecto a mi padre, es todo lo contrario. Es un tipo serio, lo de militar le viene que ni pintado. Creo que su profesión tiene mucho que ver en su comportamiento. Sonríe lo justo y es bastante temperamental, algo en lo que solemos chocar porque yo también tengo mi genio. Lástima que con Raúl no le eché los ovarios suficientes y me dejé mangonear por él.
En fin, que me lío, a lo que íbamos. Mi padre es todo lo opuesto a mi madre, me parece que por eso llevan treinta años de matrimonio. Se complementan el uno al otro. El problema es que mi padre es demasiado estricto con todo. Y exigente, muy exigente. A veces, incluso nos hemos pasado temporadas sin hablarnos. Mi madre dice que somos muy cabezotas y que nos sobra orgullo. La pobre siempre tiene que mediar entre los dos.
Está volviéndome loca la búsqueda de empleo. Los trabajos son casi todos de lo mismo y los sueldos son precarios. Tengo la ilusión, muy ingenua yo, de volver a trabajar en lo mío. Pero nada de nada. He tenido un par de entrevistas de comercial con sueldos bajos y muchas horas, pero no me han llamado.
Mi madre no para de decirme que me lo tome con calma, que hay mucha gente en mi misma situación, pero la vuelta a casa está haciéndoseme dura. Por suerte, tengo suficientes ahorros para vivir con comodidad unos cuatro o cinco meses; además, cuento con unos meses de paro, lo que me da tiempo para seguir buscando. Pero ¿voy a quedarme a vivir aquí con mis padres durante esos meses? ¿Y qué pasará después? Desde que salí de la universidad, no he parado de trabajar. Primero, dando clases en una escuela de adultos; después, en una oficina y, por último, el trabajo en la editorial. Todavía recuerdo la emoción de trabajar por fin en algo que me gustaba…
Pero ahora ni piso ni trabajo. Mi vida se ha convertido en una sucesión de momentos monótonos y mi madre disfruta de nuevo cebándome. Si no salgo pronto de aquí, voy a acabar rodando por las escaleras.
Es viernes por la tarde, y he quedado con Luci para cenar. Lucía es enfermera y mi mejor amiga. La conocí en mi segundo año de instituto y, no sabemos por qué, al principio nos caímos un poco mal. Ella no habla mucho y yo, cuando me suelto, charlo por los codos; por lo que le resulté bastante pesada y a mí ella, una sosa. Hasta que nos asignaron un trabajo y nos dimos cuenta de todo lo que teníamos en común.
Nuestra vida social tampoco anda mal. Lucía ha tenido más novios que yo, pero todavía no ha encontrado a la persona correcta. Yo solo he salido con Raúl, sin contar los dos meses con aquel chico del instituto —con el que ni siquiera pasé de los besos— y los típicos rollitos esporádicos que o quedan en unos simples besos o en un polvo mal echado. A Lucía y a mí nos gusta salir en plan tranquilo. Ahora, por supuesto. Porque a los veinte nos conocíamos todas las discotecas, pubs y afters de Madrid. Pero desde hace un par años hemos bajado el ritmo. También es verdad que ella está muchas horas en el hospital y yo trabajaba demasiado en la editorial, por lo que el día que estábamos libres eso de «desfase» hasta el amanecer empezaba a quedársenos grande.
El centro de Madrid está hasta los topes un viernes por la noche. Estamos a mediados de junio y el tiempo comienza a ser muy caluroso, por eso las calles están concurridas hasta altas horas de la madrugada. Cenamos en un bar cerca de la plaza Mayor y después vamos a tomarnos algo a un pub que está a dos calles de allí.
—En la barra hay unos hombres que están mirándonos —me informa Lucía, media hora después de llegar—. Pero ni se te ocurra mirar ahora, loca —añade enseguida adivinando mis intenciones—. Están cañones.
—Coño, pues déjame verlos —le digo.
—Está bien. Pero hazlo despacio y con disimulo.
—Bah, ni que ellos disimularan.
Lucía resopla y yo me vuelvo hacia ellos en plan como quien no quiere la cosa. Los dos están tomándose unas cervezas mientras nos miran con atención. Mi amiga tiene razón, son muy guapos.
—No mires más —me reprende Lucía. Y me atiza una patada por debajo de la mesa.
—¿No te gustan? —le pregunto y me vuelvo para mirarla—. Se supone que hay que devolverles la mirada para que sepan que estamos interesadas.
—He dicho que son guapos, no que esté interesada.
—Estás soltera. ¿Qué te lo impide?
Lucía suspira.
—Creo que ya he besado a demasiados sapos. Estoy haciéndome mayor y empiezan a aburrirme los rollos.
La miro alzando una ceja.
—Estás de coña, ¿no? —Ella aprieta los labios—. Si para ti veintiocho años es hacerse mayor, qué va a pasar cuando tengas…, no sé, ¿cuarenta? —Lucía se encoge de hombros—. Además, los tuyos han sido novios formales, no rollos.
—Bueno, ¿y qué me dices de ti?
Y aquí está uno de los defectos de mi amiga. Cuando no le apetece hablar de ella, le da la vuelta a la tortilla.
—Ya sabes que yo, para ligar, tengo que estar mentalizada.
—Pues, chica, a ti sí que te haría falta un rollo de una noche. Desde lo de Raúl, no es que te hayas comido muchas roscas.
—He estado seis años con él, ¿qué quieres que haga? Y los rollos de una noche al final acaban siendo una mierda. Lo suyo es tener alguna aventurilla o un follamigo. Así no tienes que trabajártelo mucho y hay más confianza. Pero ¿polvetes esporádicos? No, gracias.
—Oh, espera —añade Lucía sonriente—, también está aquel tío que conociste en Ávila. ¿Te acuerdas?
La miro con los labios apretados.
—Calla, por Dios. Que aún intento olvidarme de aquello.
Mi amiga suelta una fuerte carcajada, y yo la fulmino con la mirada.
—Tampoco fue para tanto, mujer —me dice sin parar de reír.
No lo sería para ella, que estaba muy a gustito metida en la cama, pero para mí…
Os resumo un poco la historia.
En enero de este año se nos ocurrió hacer una escapadita de un fin de semana a Ávila. Qué frío pasamos, madre mía. Conocí a Nicolás la única noche en la que nos atrevimos a salir aun a riesgo de morir congeladas. Fuimos a cenar y después decidimos ir a un pub a tomarnos una copa. El local estaba bastante lleno y, en una de esas que me dirigía hacia la barra, choqué con este hombre. Era muy guapo y bastante simpático. Incluso nos invitó a una copa a Lucía y a mí. Cuando mi amiga quiso irse, él me pidió que me quedara un rato más. Y lo hice. Estaba allí con un par de amigos, pero al final estuvo todo el tiempo conmigo. Terminamos liándonos y besaba tan bien que, cuando me propuso ir a su casa, no me negué. Al día siguiente yo volvería a Madrid y Nicolás se quedaría allí, era perfecto.
Aunque, cuando llegamos a su casa… Joder, no sé si fue por las copitas de más o porque el muchacho ligaba poco, pero se corrió en menos de dos segundos solo por frotarnos con la ropa puesta. A mí solo me dio tiempo a quitarme el jersey. Cuando salió del baño de limpiarse, fingí que mi amiga estaba llamándome y salí de allí corriendo.
—Han pasado cinco meses desde entonces y todavía no te has comido… nada nuevo. Muchos besuqueos, pero de ahí no pasas.
Sus palabras me devuelven a la realidad. Pongo los ojos en blanco.
—Tampoco estoy tan necesitada. Quiero un tío que sepa hacerlo bien, que después ya sabes lo que pasa.
—Mujer, eso solo te sucedió una vez. No siempre va a ser así.
—Lo sé. Pero, si el hombre en cuestión no me atrae lo bastante, me da pereza, ¿qué quieres que te diga? Además, tengo en casa esperándome a mi aparatito placentero —le digo subiendo y bajando las cejas con una sonrisa.
—Uf, igualito eso a un buen polvo.
—Por ahora me sirve. Aunque con mis padres en la habitación de al lado…
—Si te preguntan, puedes decirles que la vibración de tu teléfono móvil es muy potente.
Las dos comenzamos a reírnos sin parar hasta que empieza a dolernos el estómago. Cuando conseguimos calmarnos, le pregunto:
—Entonces, ¿qué?, ¿qué hacemos con los hombres de la barra? Si es que siguen ahí.
Lucía se mueve un poco para mirar detrás de mí.
—Ahora hay dos chicas con ellos. Han cambiado de objetivo o son sus parejas.
—Pues nada —le digo encogiéndome de hombros—, a casa, a dormir la mona.
—Sí, que empiezo el turno a las doce de la mañana —añade Lucía con cara de fastidio.
Cuando media hora después llego a casa, mis padres ya están en la cama.
Me lavo los dientes, me pongo el pijama y bicheo un rato las redes sociales antes de irme a dormir. Mañana me espera otro día igual, y ya van veintidós siendo una parada más de este país.