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Al final termino aceptando el viaje a Barcelona.

Mi madre seguía insistiéndome, con fingido disimulo, por supuesto, y yo… Bueno, mi lado curioso se muere de ganas de ver a Oliver.

Cuando le comento mi decisión a Lucía, esta me sugiere que, además de retomar nuestra vieja amistad, podríamos incluso llegar a intimar. Según ella, si es bombero, tiene que estar tremendo; pero Oliver siempre ha sido un palillo, no me lo imagino todo cachas. Además, que no voy a enredarme con el hombre que me rompió el corazón a los doce años. Y hay demasiada confianza y años de relación entre nuestras familias, por no hablar de lo que puede costarnos retomar nuestra amistad, para tener un rollito de verano. Ni siquiera sé cómo va a tomarse mi visita. Aunque tengo entendido que vive solo, a lo mejor no tendré que verlo todo el rato.

Esta semana he tenido dos entrevistas de trabajo. En una me pedían doscientos niveles de inglés que no tengo; bastante que conseguí sacarme el B1 siendo la más torpe con los idiomas y con el pastizal que me costó. Y la otra era un buen trabajo de administrativa, pero estoy a la espera de que me llamen.

Todavía quedan dos semanas para el viaje, pero mis padres ya están como locos preparándolo para que a última hora no se nos olvide nada.

Como nos vamos en coche, mi padre tiene que llevar el suyo al taller y revisarlo de arriba abajo. Le he ofrecido el mío, pues hace tres meses que le hice la puesta a punto, pero me ha dicho que vamos a ir los tres y las maletas como sardinas enlatadas. Es cierto que mi coche, un Nissan Micra del 2012, no es demasiado grande, pero tanto como eso…

He llamado también a dos amigas de allí para contarles lo de mi visita, pero, por desgracia, a una le coincide con sus vacaciones y se va de crucero, y la otra está trabajando fuera de España.

Estupendo. Diez días allí más sola que la una, sin nadie con quien salir. No espero que Oliver y yo nos volvamos amigos de la noche a la mañana. Y, si encima está de baja, no me lo imagino como compañero de salidas. Pero ¡oye!, quizá yo estoy dejándome llevar por toda mi frustración y traición infantil, y Oliver me haya echado incluso de menos.

Ah, se me ha olvidado contaros. Lucía ha dado un paso más con Jaime, el doctor buenorro. Él le envió una petición de amistad por Facebook. Me ha llamado tan emocionada que parece que le han pedido matrimonio en vez de una solicitud de amigos. Según ella, ahora hablan por los pasillos; aunque nada de temas profundos, se interesan por sus fines de semana y poco más. Ya estoy temiéndome que Lucía se conformará con ser su mejor amiga antes de tener el valor de lanzarse a su cuello. Y todos sabemos que no hay nada peor que entrar en la llamada friendzone.

El viernes, tres días antes de mi viaje, quedo con Lucía para cenar en un mexicano y después darnos una vuelta y tomarnos algo. De día hace bastante calor, pero las noches son fresquitas. Me pongo un vestido azul marino de manga corta y mis sandalias de cuñas más cómodas. Cuando Lucía llega adonde hemos quedado, la miro con los ojos como platos. La muy zorra está impresionante. Lleva puesto un pantalón negro cortito, un bodi con los hombros al descubierto y unos taconazos de infarto.

—Eh…, ¿hola? —la saludo divertida—. ¿Estás segura de que has quedado conmigo?

—Qué idiota, pues claro que sí —me responde con una amplia sonrisa.

—Pues menudo modelito, chica. ¿Cómo pretendes que ligue contigo a mi lado?

—Anda ya. Tan solo me apetecía ponerme mona —me contesta evitando mi mirada y rascándose la punta de la nariz.

Vale. Está ocultándome algo. Ese es su gesto característico cuando está nerviosa.

—Suéltalo, anda. Que parece mentira que todavía quieras engañarme, bellaca.

Me mira y resopla, viéndose pillada.

—Está bien —acepta—. Esta mañana Jaime tuvo que acompañarme con dos pacientes y, cuando terminamos el turno y nos dirigíamos a cambiarnos, lo llamó un amigo suyo y le dijo que esta noche iban a salir por la zona de Huertas. Así que…

—Así que has sacado la artillería pesada —la señalo de arriba abajo con la cabeza— por si te lo encuentras.

Lucía se encoge de hombros, pero asiente mordiéndose el labio.

—Puede.

—Bueno, pues cenamos y nos damos una vuelta por allí. A ver si tienes suerte y así me lo presentas.

Lucía me dedica una sonrisa, emocionada.

Huertas es el centro de la fiesta madrileña, al menos para mí. También está La Latina o Chueca, pero me gusta más esta zona. Hay de todo un poco, está cerca de la Puerta del Sol, y es más accesible.

Mi amiga está de los nervios desde que hemos salido de cenar del mexicano, en el que nos hemos puesto como dos cerdacas, por cierto.

Decidimos probar suerte en uno de los pubs más concurridos, pero no demasiado asequible para un bolsillo como el mío. Lucía ha dicho que quizá frecuente estos sitios, por eso de que es médico y tal, que tiene un sueldo alto y podrá permitírselo; suponemos. Que conste que he aceptado porque va a invitarme, que mi nula vida laboral no está para tirar la casa por la ventana y gastarme un pastón en una copa.

Nos sentamos en una mesa alta frente a la puerta para poder estar pendientes de quién entra y quién sale. Pedimos la bebida y nos tomamos nuestro tiempo en acabarla.

Mi amiga no para de mover la cabeza de un lado a otro, atenta a cada movimiento a su alrededor.

—Relájate —le pido—. Que pareces una espía camuflada.

Lucía resopla.

—Si es que con la mala suerte que tengo, verás cómo no me lo encuentro.

—Mujer, no seas tan negativa, que apenas llevamos aquí veinte minutos.

Tres cuartos de hora después, mi amiga ya está que se sube por las paredes.

—Ahora nos damos otra vuelta y entramos a otro sitio si quieres —le digo intentando animarla.

—No. Déjalo. Estoy comportándome como una cría persiguiéndolo. Si me lo encuentro, bien, y si no, es que el destino lo quiere así —sentencia apretando los labios.

—Yo soy de las que prefieren luchar contra el destino. Así que vamos a probar en ese pub nuevo que han abierto al final de la calle. Venga. —Y tiro de su mano para que se baje de la silla.

El sitio nuevo es mucho más tranquilo, y la música no es tan estrambótica; estoy ya del Despacito hasta el… alma.

Pedimos otras dos copas y nos dirigimos hacia unas mesas bajitas que hay junto a los ventanales que dan a la avenida.

—Tendrás que mantenerme informada en todo momento desde Barcelona —me dice con una sonrisilla socarrona.

Alzo las cejas.

—Pero ¿qué esperas que pase allí? ¿Que tengamos una tórrida aventura?

—Por ejemplo… —me responde guiñándome un ojo.

—Pues vas a quedarte con las ganas, chica, porque ni loca.

—No seas sosa. Todos los bomberos están buenos. Tienes que mandarme una foto.

—Sí, claro. Mis dotes de paparazi dan para eso. —Pongo los ojos en blanco.

—También puedes hacértela tú con él.

—Espérate a ver cómo va nuestra relación inexistente y ya te cuento —le replico.

—Tienes que superarlo de una vez, Victoria. Te dio calabazas a los doce años, erais críos. Él empezaba la pubertad, y ya sabes que los niños a esas edades se creen los amos del mundo. Además, las hormonas comienzan a descontrolarse y todo ese…

—Si enfermera, te he entendido —la interrumpo—. Y ya te he dicho que no tengo un puñetero trauma con eso. —Desvío la mirada hacia la calle.

—Reconoce que todavía le guardas un poco de rencor. —Giro la cabeza hacia ella y la fulmino con la mirada—. No estoy diciendo que sigas coladita por él, solo que tu orgullo no te permite perdonarlo. Ya está.

Resoplo con fuerza.

—Dejemos el tema, anda. Que te pones más pesadita… Solo sigo un poco resentida porque fue una dura traición de amigos. Ya está.

—Está bien. Pero te aconsejo que, si está muy bueno, no desaproveches la oportunidad y…

De repente, la atención de Lucía se desvía hacia la barra, a mi derecha, y se queda callada.

—¿Qué ocurre? —me intereso.

Giro la cabeza para ver dónde está mirando, pero me agarra de la mano.

—¡No mires! Espera —exclama visiblemente nerviosa—. Oh, joder. Gracias, Victoria, por arrastrarme hasta aquí. Esta copa también corre por mi cuenta.

—¿Eh? —La miro sin entender nada.

—¡Es Jaime! Con unos amigos —me susurra emocionada.

—Pues déjame que me gire y le eche un vistazo, que me muero de la intriga.

—Sí, sí. Míralo. Uf. Está guapísimo. Va a darme un síncope.

Giro la cara, ansiosa, y lo veo. Hay que reconocer que en persona es mucho más guapo que en las fotos. Y muy alto. Está con otros dos. Uno más bajito que no está mal y otro un poco más alto y anchote que está tremendo.

—¿A qué esperas para saludarlo? —le pregunto centrando la atención de nuevo en ella.

Esta me mira como si me hubiese vuelto loca de repente.

—¿Con los amigos? Paso. Si eso, me acerco si va al baño o algo. No sé —me contesta revolviéndose en el sofá, nerviosa.

—No seas sosa. Llevas puesto un modelito impresionante, así que haz el favor y ve a por él.

Mi amiga frunce el ceño.

—Vale, pero primero voy a ir a la barra a pedir otra —señala su vaso—, me pondré cerca y haré como que no lo he visto.

—Como quieras —accedo—, pero ni se te ocurra desaprovechar esta oportunidad, ¿eh?

—No, no. Tú déjame a mí.

¿Algo pendiente?

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