Читать книгу Me respiré lo bueno del mundo - Amalio González Ramírez - Страница 23
BAHIA DE HALONG
ОглавлениеTras días cansados
por el viejo Hanoi,
nos vamos al mar.
Llegada nocturna
privada de visión.
¿Que nos deparará
esta nueva ubicación?
Amanece temprano,
brumoso comienzo,
que aclarará en el día.
Nos vamos al puerto,
al barco de madera,
de velas bermellón,
que se inflan al viento,
cuando sopla burlón.
Cientos de islotes
a nuestro alrededor,
con calas diminutas y
cuevas en su interior,
de caliza piedra y
con mucha vegetación.
Cuenta la leyenda,
que el país fue invadido
por ejércitos extraños,
en naves imponentes.
Entonces el cielo
se puso de su parte.
La madre dragón
envío en su defensa
a sus hijos dragones.
Estos trataron
de parar los navíos,
y de jade y joyas
hicieron un envío,
que formó montañas
contra las que
chocaron los navíos,
destrozándose enteros.
Las rocas que volaron
formaron este
conglomerado,
hoy tan conocido.
El sol iluminó
nuestro crucero,
belleza natural,
alegre compañía,
y sabrosa comida.
Reptó cual dragón
entre farallones
del mar, invadido
de rocas asesinas,
que más que destrozarlo,
de belleza lo enriquecían.
¡Que imponente paisaje!
el del Mar de la China.
MASAJE SUTIL
(Bahía de Halong)
Caminaba difuso
entre largos pasillos
de aquel hotel exótico,
plagado de salones,
salas de reunión
y muchas habitaciones.
Después de la belleza natural
de aquella Bahía diferente,
no me imaginaba encontrar
otro tipo de belleza
en aquel hotel refulgente.
Al doblar un recodo
quédeme sorprendido,
jóvenes beldades
esperaban sentadas
a clientes decididos.
Miré el rotulado
de la sala involucrada,
“Massage room” anunciaba, sugerente, al ver el vestuario
de las comparecientes.
Su juvenil belleza,
de rasgos orientales,
trataba de ocultarse
en batitas blancas,
de mínima largura,
mostrando a los curiosos
sus lindas hechuras.
Una, decidida,
se acercó a mi lado.
Negoció un precio
y acabe acostado
en blanca camilla,
sintiendo sus manos,
y presintiendo el pecado.
Como presentía,
mi cuerpo no engañaba,
y hubo un momento
que cruzamos las miradas,
y nuestros ojos decidieron
el fin de aquel juego,
que solo tenía un final;
dejar al placer triunfar.