Читать книгу Yoga y Psicoterapia Gestalt - Andrea Álvarez Sánchez - Страница 10
TRES PARADIGMAS
ОглавлениеLa civilización occidental ha pasado por varios paradigmas, entre ellos el religioso, el científico y el holista.
El paradigma religioso rigió la Edad Media, en aquel entonces reinaba la fe, había un vínculo con dios, pero no era racional, sino afectivo y dogmático. La vida humana se concebía como un mero peregrinaje que, en realidad, conducía a la salvación en otra vida. Al respecto, Armando Roa comenta: “El hombre medieval creía estar de paso en el mundo a fin de ser probado sobre si era digno o no de merecer la otra vida, la verdadera salvación” (Roa, 2001: 13). Las obras de San Francisco de Asís, Santo Tomás de Aquino y Dante, entre otros, enmarcan esta perspectiva (Roa, 2001:14). El concepto de dios explicaba el funcionamiento del universo y sobresalía una relación orgánica entre dios y el hombre: Los antiguos inventaron una noción metafísica, mitológica y metafórica del cosmos que poblaron de entidades diferentes, desde los hombres hasta los dioses, pasando eventualmente por toda una serie de intermediarios. Todo tenía un sentido, más o menos oculto, pero siempre un sentido (Nicolescu, 1996:8).
El paradigma científico comienza con el fin de la Edad Media. Martín Lutero y la Reforma protestante en el siglo XVI son el punto de partida de la modernidad (Roa, 2001:15). En oposición a los principios de la Edad Media, surge la era moderna, que acentúa la parte racional y cognitiva del hombre; se busca que todo tenga un fundamento matemático, la objetividad triunfa sobre la subjetividad, la realidad tiene que ver con la vida y “el deber”, deja de concederse importancia a las emociones y al cuerpo (en la posmodernidad estos temas vuelven a tomar fuerza desde otra perspectiva, que en la era moderna hubo una falta de atención a ellos). La modernidad empieza con la separación dual cartesiana del alma y el cuerpo (Roa, 2001:29). La modernidad cosifica y trae consigo el utilitarismo, que implica una relación de las personas con el avance tecnológico. Así inicia el paradigma científico. La ciencia empieza a dividir, subdividir y clasificar el conocimiento. Lo importante es la información particular de cada elemento y no una lectura general. Se conforman las especialidades.
La ciencia moderna nació de una ruptura brutal con la antigua visión del mundo. Está fundada sobre la idea, sorprendente y revolucionaria para la época, de una separación total entre el sujeto que conoce y la Realidad, supuesta ser completamente independiente del sujeto que la observa (Nicolescu, 1996:8).
El conocimiento se vuelve un arma de dos filos porque en este plano, el conocimiento digno de ese nombre no puede ser sino científico, objetivo. La sola realidad es la realidad regida por leyes objetivas. Todo conocimiento diferente al científico se relega al infierno de la subjetividad, se tolera en tanto adorno o es rechazado con desprecio en tanto fantasma, ilusión, regresión o producto de la imaginación. La misma palabra “espiritualidad” se vuelve sospechosa y su uso prácticamente se abandona (Nicolescu, 1996:11).
En la modernidad cientificista la división entre ciencia y cultura toma su lugar. El físico cuántico Basarab Nicolescu explica que, al principio de la historia humana, ciencia y cultura fueron inseparables. Las animaban las mismas interrogantes sobre el sentido del universo y de la vida. En el Renacimiento, el vínculo no se había roto todavía. La primera Universidad, como su nombre lo indica, tenía por objetivo estudiar lo universal. Nicolescu sostiene que el problema de la situación actual de autodestrucción material, biológica y espiritual que atraviesa la especie humana arranca con la ciencia moderna, que nace de una ruptura brutal con la antigua visión del mundo (Nicolescu, 1996:81). Un ejemplo de tal cambio de paradigma es la división entre ciencia y cultura.
La ruptura entre la ciencia y el sentido, entre el sujeto y el objeto, estaban presentes, ciertamente, como germen en el siglo XVII, cuando la metodología de la ciencia moderna fue formulada, pero se hizo visible hasta el siglo XIX, cuando el big bang disciplinario tomó su desarrollo. La ruptura se ha consumado en nuestros días. Ciencia y cultura no tienen nada más en común; por otra parte, todo gobierno que se respete tiene un ministerio de la cultura y otro que se ocupa de la ciencia. La ciencia no tiene acceso a la nobleza de la cultura y la cultura no tiene acceso al prestigio de la ciencia. En el interior mismo de la ciencia, se distinguen las ciencias exactas de las humanas, como si las primeras fueran inhumanas (o sobrehumanas) y las ciencias humanas inexactas (o noexactas). La terminología anglosajona es todavía peor: se habla de ciencias duras (hard sciences) y de ciencias blandas (soft sciences). Eliminemos la connotación sexual de estos términos, para explorar sus sentidos (Nicolescu, 1996:82).
En la modernidad se dan la Revolución industrial y el capitalismo. El modernismo llega a México cuando en 1910, para modernizar al país, Porfirio Díaz despliega la ferrovía a lo largo del territorio nacional.
Es fin de la Segunda Guerra Mundial marca el fin de la modernidad, el autoritarismo y las ideologías que manipulaban a las masas.
La modernidad hace sentir al hombre su poder gracias a los avances científicos, tecnológicos, industriales. Sin embargo, el mundo moderno evoluciona de forma que muchas veces el individuo va en contra de sí mismo. El astrofísico británico Stephen Hawking comentó en los Reith Lectures 2016, una serie de conferencias organizadas por la BBC que exploran los grandes desafíos de la humanidad, que la humanidad es su peor enemiga y que podría causar su propia destrucción mediante una guerra nuclear, el calentamiento global, los virus creados con ingeniería genética o el actual desarrollo en la ciencia y la tecnología (Singer, 2016:15).
Swami Muktananda, guru de la India perteneciente al linaje de Siddha yoga, vive justo el final de la era moderna y al respecto opina:
Se dice que hoy en día el mundo progresa más y más, pero ¿de qué modo ha crecido? El robo y el asesinato, la lucha y la destrucción aumentan por todas partes. En todo el mundo hay odio entre naciones, hostilidad entre partidos políticos, animosidad entre sociedades y enemistad entre razas y clases. La gente habla de reforma e innovación, pero en nombre de esas cosas sólo ha conseguido destruir el ambiente, arruinar la vida familiar y aumentar el egoísmo y la hostilidad (Muktananda, 2000:3).
La modernidad no cuidó el entorno, el ambiente, la naturaleza. A la Tierra le tomó millones de años procesar lo que ahora es el petróleo y ahora el hombre explota este recurso sin reservas. En la contemporaneidad ha tomado fuerza una concienciación del daño hecho al planeta y se ha comenzado a actuar para contrarrestarlo.
La ONU, a través de su programa para el medio ambiente (PNUMA), aprovecha este día para impulsar la protección ambiental en todo el mundo. Entre los objetivos de esta conmemoración destaca involucrar a la ciudadanía en estos temas y motivarla a convertirse en agente activo del desarrollo sostenible y equitativo, así como promover el cambio de actitud y fomentar la cooperación, garantizando que personas y naciones disfruten de un futuro más próspero y seguro (INEGI, 2015:1).
El paradigma holista llega en la era posmoderna, y el arribo de los conceptos de multidisciplinariedad, interdisciplinariedad y transdisciplinariedad, se aprecia una unificación abierta entre ciencia y cultura que concilia así la cultura científica y la humanista, artificialmente concebidas como antagonistas por el paradigma científico moderno (Nicolescu, 1996:85). Más adelante se abunda sobre este tema.
Existe una parte de la humanidad preocupada en sembrar conciencia en virtud de un cambio que beneficie al planeta. Es la tendencia actualizante que existe en todos los seres vivos, que percibe y entiende que, para preservar la especie, tiene que cuidar el ambiente; a pesar de lo que Hawking comenta en los Reith Lectures, 2016, al final de su intervención dice: “Al final soy un optimista, creo que la humanidad reconocerá los peligros y conseguirá superarlos” (2016:15). La contemporaneidad vive una era donde rasgos como el aprendizaje individualizado (aprender por sí mismo) y el aprendizaje permanente (actualizarse constantemente), son características que permiten al individuo sobrevivir y funcionar en el mundo actual, pero también generan una sociedad caótica y ecléctica.
Además, en la era moderna se dio una gran expansión demográfica, como resultado de las revoluciones agraria, industrial y tecnológica de la segunda mitad del siglo XVIII. Estas revoluciones suministraron excedentes alimenticios con los cuales disminuyó el hambre y se liberó mano de obra para las actividades agrarias. Una de las causas primordiales del acelerado crecimiento de la población es la disminución de la mortalidad como consecuencia de los avances sanitarios, económicos y tecnológicos (Pellini, 2014:1).
El hombre actual a menudo se percibe desbordado, neurótico, enfermo. En las ciudades la vida se ejerce de forma automatizada, con una prisa crónica; las personas no se detienen a reflexionar, a contemplar el sentido de sus vidas, a meditar sobre sus objetivos.
Swami Chidvilasananda expone que el problema es cuando un ser humano ha olvidado las preguntas básicas: “¿qué estoy haciendo?”, “¿adónde voy?”, “¿qué es lo que quiero en realidad?” (Chidvilasananda, 1995:24). No asumir objetivos que corresponden a necesidades reales, no llevan a un contacto íntimo propio; se viven desde el deber ser y no desde el ser. Hay una diferencia entre las personas que viven desde su ser, que se aman a sí mismas incondicionalmente, con aquéllas que lo hacen desde el deber ser o del creer valer por tener, quienes muestran menos amor incondicional por sí mismas con menor plenitud y libertad, pues viven desde el mundo externo (Huelsz Lesbros, 2009:2).
En los años setenta crece inmensamente la tecnología y comienza la era de una realidad virtual que implica un mundo relativo. Los medios de comunicación le permiten al hombre estar en más de un sitio a la vez. Las redes sociales son características esenciales de esta época. Los hippies, la Gestalt y la terapia no directiva de Rogers son un puente entre dos eras. La psicoterapia humanista pertenece a la era holistica. Ginger y Ginger comentan al respecto:
¿Debe hacerse rimar necesariamente “terapia” con “enfermedad”? […] Pero también, por otro lado, los problemas existenciales más comunes, ya que desde hace mucho tiempo las estadísticas de todos los países nos recuerdan que los suicidios son mucho más numerosos entre los que se dicen “normales” que entre los enfermos mentales “identificados” […] ¿Quién puede decir si el duelo de un ser querido o una ruptura amorosa son más fáciles de asimilar que una neurosis compulsiva o una frigidez primaria? […] Me rehúso a tomar partido entre la “enfermedad” y el “malestar existencial”, yo no estoy contra “la terapia de los normales”, alabada por Perls a quien le daba pena reservar su método sólo para los enfermos o los marginados” (Ginger y Ginger, 2012:16).
La terapia Gestalt se practica hoy en variados contextos: en psicoterapia individual, en terapia de parejas, en terapia familiar, en grupos abiertos de terapia, pero también en grupos de desarrollo del potencial personal, así como en el seno de las instituciones, o también en el área de empresas del sector industrial o comercial.
En nuestra era actual, Occidente voltea hacia Oriente y encuentra respuestas que no tenía; lo que se busca es integración, equilibrio entre la parte yang occidental y la parte yin oriental. En respuesta al mundo dual moderno surge la visión holística. Poco a poco el paradigma holístico comienza a ganar terreno con su visión integral del mundo, desde la dimensión física, fisiológica, mental, emocional y espiritual. Autores como Stanislav Grof, Edgar Morin, David Bohm, Ken Wilber, Allan Watts, Fritjof Capra, Ilya Prigogine, entre otros, han contribuido con sus conceptos sobre este paradigma.
La aparición del nuevo paradigma acrecienta las discusiones; estamos en el momento en el que se impone la necesidad de que el viejo paradigma newtonianocartesiano, tan lúcido en su momento (siglo XVII), sea superado por un nuevo paradigma que ayude a entender el mundo y la sociedad en la que vivimos al inicio del siglo XXI; que venga de la mano de “la necesaria cosmovisión holística que se caracteriza por la integración de diversas escuelas así como diferentes tradiciones espirituales” (González Garza, 2009: 40, en Velázquez, 2013:8).
La sociedad occidental omite en alto grado la cultura interna, característica de la modernidad. Pareciera que el mundo externo tiene más atracción que el mundo interno, en tanto que centrarse en el exterior implica un acto más pasivo y sencillo, la búsqueda interna representa trabajo constante y disciplina. El pensamiento egocéntrico, se caracteriza por vivir hacia el exterior. Para sobrevivir, el ser humano pugna por cumplir las expectativas familiares, sociales o económicas que el ambiente exige, y busca una salida que muchas veces es práctica, pero no siempre la mejor. Así, el hombre posmoderno está insatisfecho, pues aunque pueda gozar lo material siente vacío, un vacío existencial y espiritual que lo perfila en situaciones tales como que un futbolista joven y exitoso, o un actor de Hollywood con una carrera brillante, se suiciden. La gente se pregunta cómo personas reconocidas pueden quitarse la vida. Julie Cerel, docente de la Universidad de Kentucky y presidente de la Asociación Americana de Suicidio, habla del poder de la enfermedad psiquiátrica y asegura que las personas con grave depresión no son capaces de ver más allá de sus fracasos, incluso si su vida está plagada de éxitos (Charpienter, 2014). La OMS informa que en el mundo cada año se suicidan casi un millón de personas, lo que supone una tasa de mortalidad “global” de 16 por 100 mil, o una muerte cada 40 segundos (OMS, 2012:1).
En nuestros días no se vive integrado en un todo, las experiencias son parciales y fragmentadas; las personas no viven plenamente, sobreviven con incompletud y carencia interna, lo que es campo de siembra para la neurosis y la patología emocional.
El suicidio es una cuestión de salud pública, por ello, en la mayoría de los países la tasa de suicidio es considerada un indicador de la salud mental de su población. Es un complejo problema en el que intervienen factores psicológicos, sociales, biológicos, culturales y ambientales. Tanto los padecimientos mentales como las crisis existenciales, entonces, requieren un adecuado manejo terapéutico, con una mayor vigilancia. Una sociedad que ha incrementado este indicador de salud requiere de nuevas respuestas y la psicología humanista y el yoga las ofrecen abiertamente. Al respecto, Muktananda cuestiona:
¿Cuál es el propósito de la vida humana? Según los sabios del vedanta, la meta de la vida es eliminar todo sufrimiento y alcanzar la felicidad suprema […] Queremos felicidad. Queremos éxtasis. Queremos amor, vigor y entusiasmo […] Queremos la felicidad, pero sin cesar practicamos el yoga del dolor. Sembramos las semillas del sufrimiento y nos preguntamos cuándo florecerá el fruto de la felicidad (Muktananda, 2000:1112).
¿Cuál es el sentido de avanzar si se hace en dirección contraria a donde se quiere ir, si el camino es contraproducente, si no hay meta real; si el camino lleva hacia el sufrimiento, la enfermedad, la autodestrucción, en vez de hacia la vida, la dicha, la salud?
Este texto aborda la problemática humana actual con sus síntomas y propone soluciones específicas para contribuir en la prevención de la salud pública.