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EL ORDEN NATURAL, PSICOLOGÍA HUMANISTA Y YOGA

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Muñoz Polit conecta una idea existencialista sobre el orden neutral: “El mundo tiene un orden natural que se da en la libertad. Libertad y orden no se excluyen; al revés, si no hay libertad, no se puede llegar al orden natural” (Muñoz Polit, 2008:3).

La psicología humanista y la visión del yoga coinciden en este concepto. Existen formas de meditar que sugieren observar la naturaleza, pues allí se encuentra toda la sabiduría necesaria para la sobrevivencia. “Cuando enfocas tu mente en algo, sea lo que sea, absorbes sus cualidades. De una manera muy real, lo llevas a tu interior” (Chidvilasananda, 1996:29). En el orden natural se encuentra gran sabiduría; en la naturaleza se pueden encontrar ejemplos de todas las virtudes y podemos descubrir grandes revelaciones de la vida: “el más grande se come al más chico” o “el que se aísla de la manada se expone a ser devorado por el depredador con mayor facilidad”. Estos ejemplos ofrecen una enseñanza que se puede aplicar a la vida diaria y que ayuda a la sobrevivencia. “La naturaleza tiene la capacidad de atraernos hacia sus propios ritmos naturales para darnos la experiencia de una virtud o cualidad del Ser” (Siddha Yoga, 2006:18).

Meditar es observar hacia dentro y hacia fuera. La meditación y contemplación son formas de acceder a la sabiduría interna, que es natural, libre y divina. En la Antigüedad los sabios observaban de manera natural. Gran parte del conocimiento adquirido desde la infancia se obtiene a través de la observación del entorno. Sin embargo, el hombre moderno se ha desviado de esta forma natural de aprender, está siendo bombardeado por información dirigida que lo manipula a través de los sentidos. La gente ha dejado de escucharse a sí misma, ha dejado de contactar con su observador natural.

El observar, contemplar o meditar en los animales nos enseña un conocimiento profundo: ¿por qué los animales hacen lo que hacen? González observa que la selección natural muestra cómo cada animal cuida a sus hijos de la mejor manera posible: desde hace millones de años los que mejor criaban a sus hijos fueron los que más hijos vivos tuvieron y los que más sobrevivieron; esto se ha visto favorecido por la selección natural. Así, la conducta maternal de los animales está controlada por los genes; veamos el siguiente ejemplo.

La madre conejo pasa el mayor tiempo posible a unos metros de distancia de su madriguera para no atraer a los lobos con su olor [claro], ella no sabe lo del olor, ni lo de los lobos [es decir, ella no está consciente de esto] Ella lo hace porque sus genes la obligan a hacerlo, y a lo largo de millones de años las conejas cuyos genes las impulsan a mantenerse apartadas de la madriguera han tenido más hijos vivos que las que tenían el gen que las hacía quedarse dentro de la madriguera. El triunfo de esa conducta es la prueba de que resultaba útil en el ambiente evolutivo de la especie, es decir, cuando había lobos. Ahora que en muchos países no quedan lobos ni apenas otros depredadores, esa conducta de la coneja puede ser inútil, pero la coneja no lo sabe y se sigue comportando igual [...] cuando se quedan solos en la madriguera, los conejitos están absolutamente quietos y callados, pues si llorasen llamando a su madre, podrían atraer a los lobos (González, 2014:44-45).

Cada especie en el reino animal se comporta de la forma en que lo necesita. Los simios requieren estar pegados a sus madres, como los humanos y esto responde a una condición natural; tratar de ir en contra de esto y pretender que un bebé se comporte con independencia sería antinatural, absurdo: “La conducta de la madre y las crías es distinta y característica de cada especie, y está adaptada a su forma de vida y a sus necesidades […] Los primates en general necesitan un contacto continuo con la madre” (González, 2014:45). González sostiene que si uno observa la reacción de un bebé al alejarse su madre, sabrá cuál es la necesidad normal de nuestra especie. Claro que como las personas viven alejadas de su ambiente natural, ya no es tan obvio lo que antes sí lo era. Al vivir en ambientes artificiales creados por el hombre, se ha perdido el sentido común.

¿Cuál es la mejor manera de criar a un niño humano? Sólo tenemos que observar a algunas cuantas madres que vivan en libertad [pero] todos vivimos “en cautividad”, es decir, en ambientes artificiales y en el seno de grupos humanos con normas culturales […] muchas madres actuales parecen haber perdido la capacidad de criar a sus hijos siguiendo sus propios instintos (González, 2014:32).

Que el hombre civilizado haya engendrado la creencia de que precisamos los consejos de un experto para criar a nuestros niños muestra cómo éste ha ido perdiendo contacto con su auténtica naturaleza, con lo que su instinto animal le dicta: las intuiciones, lo que el cuerpo le dice con su lenguaje. En las ciudades hay demasiado ruido externo, distracciones que ocupan los sentidos y dirigen la atención al exterior; un constante bombardeo de mensajes nos dice qué hacer, cómo hacerlo, lo que se espera de la gente, de su comportamiento. Los medios de comunicación dominan al hombre a través de la publicidad y lo manipulan para un consumo innecesario. El hombre de las ciudades ha perdido mucho contacto con su naturaleza.

En realidad, los padres lo hacen en general bastante bien, como lo han hecho durante millones de años. La mayoría de los errores que cometen no se les han ocurrido a ellos, sino que provienen de expertos anteriores. Fueron médicos los que recomendaron hace medio siglo dar el pecho diez minutos cada cuatro horas, lo que llevó al fracaso casi total de la lactancia. Fueron farmacéuticos los que apenas hace sesenta años vendían “polvos para la dentición” a base de mercurio, sumamente tóxicos, que había que administrar a los bebés para hacerles babear, pues la “baba retenida” causaba graves enfermedades. Fueron médicos y educadores los que hace dos siglos advirtieron que la masturbación “secaba el cerebro”, e idearon terribles castigos y complejos aparatos para evitar que los niños se tocasen. Fueron expertos los que hace siglos recomendaban envolver a los niños como momias para que no pudieran gatear, porque tenían que andar como las personas y no arrastrase por el suelo como los animales (González, 2014:31).

En el ser humano la conducta no depende sólo de los genes sino del aprendizaje, así que las conductas se transmiten no sólo en los genes sino a través del ejemplo y la educación. Años de observación han demostrado que el castigo y la separación dan tan mal resultado en el mono como en el niño humano. La inteligencia humana en relación con los demás animales es un arma de doble filo, pues si bien ha sido un avance en el desarrollo de la conciencia, también las creencias que se van formando pueden alejar de los instintos más naturales e ir en contra del verdadero orden y la auténtica libertad. Por esta causa, no todas las conductas humanas tienen una razón de ser lícita, pues no todas ellas dependen de los genes, como en el caso de los animales salvajes.

En los otros animales, casi cada conducta tiene un carácter adaptativo (es decir, útil para la supervivencia). Cuando vemos a una madre animal hacer algo con su hijo, es razonable pensar: “Para algo debe de servir, porque si no sirviera, no lo haría”. La primera gacela que se pasó el día lamiendo a su cría no lo hizo por capricho […] ni de forma deliberada pensando: “Así los leopardos no olerán a mi cría” […] en cambio la primera persona que pegó una bofetada a un niño o que le dejó llorar sin tomarle en brazos, o que le dio pecho siguiendo un horario […] sí que lo hizo porque se le ocurrió. Son conductas voluntarias que no obedecen a los genes (González, 2014:40).

Ante conductas que ya no dependen de los genes, sino de la cultura, no se puede aplicar el razonamiento de que “si lo hace todo mundo es porque servirá para algo”.

La visión de la psicología humanista propone acercarse nuevamente a esta primera naturaleza, que vive dentro de cada ser y es la fuerza instintiva que sabe de manera espontánea y natural qué es lo mejor para nosotros mismos y para la supervivencia de la especie. Es el reconocimiento de que el mundo tiene un orden natural que se da en la libertad.

En el campo de las constelaciones familiares se habla del mismo orden natural.* Hellinger habla del orden del amor y de tres leyes que no se deben transgredir: 1) orden y jerarquía, 2) vínculo, 3) equilibrio entre dar y tomar. Champetier de Ribes explica el porqué de este orden:

Los individuos están al servicio de la supervivencia de su sistema. Es una ley natural que se encuentra en cada escalón de la existencia. Entre los seres humanos, los pequeños están, inconscientemente al servicio de su conciencia familiar. Su respeto a los ancestros y su asentimiento harán que los mayores se vuelquen hacia ellos, protegiéndoles. Con el tiempo, los más jóvenes se transformarán también en ancestros. En un grupo ordenado, toda la energía se vuelca a la tarea. Por el contrario, el desorden, hace que cada uno gaste su energía buscando su lugar, sumiéndose en los conocidos problemas de “dinámica de grupo”. Respetar el orden es una tarea de cada momento, un estar despierto, pues en cada grupo y en cada momento hay un lugar específico y distinto para cada uno. Y este ponerse en su lugar es una de las claves de la paz, pues desactiva las dinámicas ocultas internas de los grupos provocadoras de conflictos (Champetier de Ribes, 2010:52).

Para las hindúes el dharma es el orden natural que integra toda forma de vida vegetal, animal y humana. Constituye el cosmos ético y social del que todos formamos parte. Actuar conforme a él significa permanecer en el ser, e ir en su contra trae destrucción y muerte y exige reparación.

El Sanatana dharma (la religión hindú) sostiene que al dharma lo determinan las conductas que están de acuerdo con el rita (el orden que hace posible la vida y el universo) e incluye deberes, derechos, leyes, conducta, virtudes y un recto modo de vivir. Para el hinduismo, el dharma es la ley universal de la naturaleza, ley que se encuentra en cada individuo lo mismo que en todo el universo. El llamado a percibir a Dios dentro de uno mismo: Om namah shivaya (honro a Dios, que existe dentro de mí) es justamente esto. A nivel cósmico esta ley se manifiesta en movimientos regulares y cíclicos. Por este motivo se simboliza al dharma como una rueda llamada dharma-chakra que torna o gira sobre sí misma. La bandera de la India tiene este símbolo. A nivel del individuo, el dharma significa el deber ético y religioso. Cross explica lo siguiente.

Dharma es virtud, deber, mérito, rectitud. Es la ley. Análogo a la noción griega de justicia, el dharma es asumir la propia responsabilidad hacia sí mismo y hacia los demás, actuar correctamente. Es también la ley natural que en los Vedas se encuentra prefigurada en el concepto del r̥ta, orden cósmico, ley por la cual sale el Sol, los cuerpos celestes giran alrededor de sus órbitas, el agua fluye, el fuego quema. En una escala humana, el dharma cumple lo que el r̥ta en el ámbito cósmico. El significado literal de dharma es “lo que mantiene unido”, y se refiere al orden moral y social (Cross, 1996:15).

Yoga y Psicoterapia Gestalt

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