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5 De Tambov a la hambruna
ОглавлениеAfinales de 1920, el régimen bolchevique parecía triunfar. El último ejército blanco había sido vencido, los cosacos estaban derrotados y los destacamentos de Majnó se retiraban. No obstante, si la guerra reconocida, la llevada a cabo por los rojos contra los blancos, estaba terminada, el enfrentamiento entre el régimen y amplios sectores de la sociedad continuaba con todo encarnizamiento. El apogeo de las guerras campesinas se sitúa a inicios de 1921, cuando provincias enteras escapaban del poder bolchevique. En la provincia de Tambov, una parte de las provincias del Volga (Samara, Saratov, Tsaritsin, Simbirsk), y en Siberia occidental, los bolcheviques no controlaban más que las ciudades. Los campos estaban bajo el control de centenares de bandas de verdes, incluso de verdaderos ejércitos campesinos. En las unidades del Ejército Rojo los motines estallaban cada día. Las huelgas, los disturbios y las protestas obreras se multiplicaban en los últimos centros industriales del país que todavía seguían en activo, en Moscú, Petrogrado, Ivanovo-Vosnessensk y Tula. A finales del mes de febrero de 1921, los marinos de la base naval de Kronstadt, en la zona de Petrogrado, se amotinaron a su vez. La situación se convertía en explosiva, y el país en ingobernable. Ante la amenaza de un verdadero maremoto social que significaría el riesgo de hundimiento del régimen, los dirigentes bolcheviques se vieron obligados a dar marcha atrás y a tomar la única medida que podía de momento calmar el descontento más masivo, el más general y el más peligroso: el descontento campesino. Prometieron poner término a las requisas, reemplazadas por un impuesto en especie. En ese contexto de enfrentamiento entre el régimen y la sociedad es cuando comenzó a partir de marzo de 1921, la NEP, la Nueva Política Económica.
Una historia política dominante durante largo tiempo ha acentuado de manera exagerada la «ruptura» de marzo de 1921. Ahora bien, adoptada precipitadamente, el último día del X Congreso del partido bolchevique, y bajo la amenaza de una explosión social, la sustitución de las requisas por el impuesto en especie no implicó ni el final de las revueltas campesinas ni el de las huelgas obreras, ni una relajación de la represión. Los archivos hoy en día accesibles muestran que la paz civil no se instauró de la noche a la mañana durante la primavera de 1921. Las tensiones siguieron siendo muy fuertes al menos hasta el verano de 1922, y en ciertas regiones mucho después. Los destacamentos de requisa continuaron asolando los campos, las huelgas obreras fueron salvajemente aplastadas, los últimos militantes socialistas detenidos, y la «erradicación de los bandidos de los bosques» se prosiguió por todos los medios —fusilamientos masivos de rehenes, bombardeos de aldeas con gas asfixiante—. A fin de cuentas, fue la hambruna de 1921-1922 la que doblegó los campos más agitados, aquellos que los destacamentos de requisa habían presionado más y que se habían sublevado para sobrevivir. El mapa del hambre cubre exactamente aquellas zonas donde hubo requisas más elevadas durante el curso de los años precedentes y donde se produjeron las revueltas campesinas más virulentas. Aliada «objetiva» del régimen, arma absoluta de pacificación, la hambruna sirvió, además, de pretexto a los bolcheviques para asestar un golpe decisivo contra la iglesia ortodoxa y la intelligentsia que se habían movilizado para luchar contra el desastre.
De todas las revueltas campesinas que habían estallado desde la instauración de las requisas en el verano de 1918, la revuelta de los campesinos de Tambov fue la más prolongada, la más importante y la mejor organizada. Situada a menos de quinientos kilómetros al sureste de Moscú, la provincia de Tambov era desde principios de siglo uno de los bastiones del partido socialista-revolucionario, heredero del populismo ruso. En 1918-1920, a pesar de las represiones que se habían abatido sobre este partido, sus militantes seguían siendo numerosos y activos. Pero la provincia de Tambov era también el granero de trigo más cercano a Moscú, y desde el otoño de 1918 más de cien destacamentos de requisa hacían estragos en esta provincia agrícola densamente poblada. En 1919 habían estallado decenas de bunty, motines sin futuro, siendo todos despiadadamente reprimidos. En 1920, las cuotas de requisa fueron elevadas sustancialmente, pasando de 18 a 27 millones de puds, mientras que los campesinos habían disminuido considerablemente la superficie sembrada, sabiendo que todo lo que no tuvieran tiempo de consumir sería inmediatamente requisado1. Cumplir con las cuotas significaba, por lo tanto, hacer morir de hambre al campesinado. El 19 de agosto de 1920, los incidentes habituales que se relacionaban con los destacamentos de suministros degeneraron en la aldea de Jitrovo. Como lo reconocían las mismas autoridades locales, «los destacamentos cometían toda clase de abusos; saqueaban todo a su paso, hasta las almohadas y los utensilios de cocina, se repartían el botín y daban palizas a los ancianos de setenta años, siendo visto y sabido por todos. Estos ancianos eran castigados por la ausencia de sus hijos desertores que se ocultaban en los bosques. (…) Lo que indignaba también a los campesinos era que el grano confiscado, transportado en carretas hasta la estación más próxima, se pudría allí a la intemperie2».
Iniciada en Jitrovo, la revuelta se extendió como una mancha de aceite. A finales de agosto de 1920, más de catorce mil hombres, desertores en su mayor parte, armados con fusiles, horcas y hoces, habían expulsado o asesinado a «todos los representantes del poder soviético» de tres distritos de la provincia de Tambov. En algunas semanas esta revuelta campesina, que no se distinguía inicialmente de centenares de otras revueltas que desde hacía dos años habían estallado en Rusia o en Ucrania, se transformó, en este bastión tradicional de los socialistas-revolucionarios, en un movimiento insurreccional bien organizado bajo la dirección de un hábil jefe militar, Aleksandr Stepanovich Antonov.
Militante socialista-revolucionario desde 1906, exiliado político en Siberia desde 1908 a la revolución de febrero de 1917, Antonov había estado, como otros socialistas-revolucionarios «de izquierdas», unido durante un tiempo al régimen bolchevique y había desempeñado las funciones de jefe de la milicia de Kirsanov, su distrito natal. En agosto de 1918 había roto con los bolcheviques y se había puesto a la cabeza de una de esas innumerables bandas de desertores que controlaban el campo, enfrentándose con los destacamentos de requisa y atacando a los escasos funcionarios soviéticos que se arriesgaban por los pueblos. Cuando la revuelta campesina afectó, en agosto de 1920, a su distrito de Kirsanov, Antonov puso en funcionamiento una organización eficaz de milicias campesinas, pero también un notable servicio de información que se infiltró hasta en la cheka de Tambov. Organizó igualmente un servicio de propaganda que difundía tratados y proclamas denunciando la «comisariocracia bolchevique» y que movilizó a los campesinos en torno a determinadas reivindicaciones populares, como la libertad de comercio, el fin de las requisas, las elecciones libres y la abolición de los comisarios bolcheviques y de la Cheka3.
En paralelo, la organización clandestina del partido socialista-revolucionario fundaba una Unión del Campesinado Trabajador, red clandestina de militantes campesinos de fuerte implantación local. A pesar de las fuertes tensiones existentes entre Antonov, socialista-revolucionario disidente, y la dirección de la Unión del Campesinado Trabajador, el movimiento campesino de la provincia de Tambov disponía de una organización militar, de un servicio de información y de un programa político que le proporcionaban una fuerza y una coherencia que no habían tenido con anterioridad la mayoría de los movimientos campesinos, con la excepción del movimiento majnovista.
En octubre de 1920, el poder bolchevique solo controlaba la ciudad de Tambov y algunos escasos centros urbanos provinciales. Los desertores se unían por miles al ejército campesino de Antonov, que iba a contar en su apogeo con más de cincuenta mil hombres armados. El 19 de octubre, Lenin, que finalmente había adquirido conciencia de la gravedad de la situación, escribió a Dzerzhinski: «Es indispensable aplastar de la manera más rápida y más ejemplar ese movimiento. (…) ¡Hay que dar muestra de la mayor energía!»4.
A inicios de noviembre, los bolcheviques reunían apenas a cinco mil hombres de las tropas de seguridad interna de la República pero, después de la derrota de Wrangel en Crimea, los efectivos de las tropas especiales enviados a Tambov aumentaron rápidamente hasta alcanzar los cien mil hombres, incluidos los destacamentos del Ejército Rojo, siempre minoritarios, porque eran juzgados poco fiables a la hora de reprimir las revueltas populares.
A comienzos del año 1921, las revueltas campesinas abarcaron nuevas regiones: todo el bajo Volga (las provincias de Samara, Saratov, Tsaritsin, Astracán) pero también Siberia occidental. La situación se iba convirtiendo en explosiva, y el hambre amenazaba estas ricas regiones, que habían sido despiadadamente saqueadas desde hacía años. En la provincia de Samara, el comandante del distrito militar del Volga informaba el 12 de febrero de 1921: «Multitudes de varios miles de campesinos hambrientos asedian los hangares en que los destacamentos han almacenado el grano requisado para las ciudades y el ejército. La situación ha degenerado en varias ocasiones y el ejército ha tenido que disparar sobre la turba ebria de cólera». Desde Saratov, los dirigentes bolcheviques locales telegrafiaron a Moscú: «El bandolerismo ha conquistado toda la provincia. Los campesinos se han apoderado de todas las reservas —tres millones de puds— de los hangares del Estado. Están fuertemente armados gracias a los fusiles que les proporcionan los desertores. Unidades enteras del Ejército Rojo se han volatilizado».
Al mismo tiempo, a más de mil kilómetros al este, adquiría forma un nuevo foco de disturbios campesinos. Tras haber absorbido todos los recursos posibles de las regiones agrícolas prósperas del sur de Rusia y de Ucrania, el Gobierno bolchevique se había vuelto, en el otoño de 1920, hacia la Siberia occidental, donde las cuotas de entrega fueron arbitrariamente fijadas en función de las exportaciones de cereales realizadas en… ¡1913! ¿Pero se podían comparar las entregas destinadas a las exportaciones pagadas en rublos-oro contantes y sonantes y las entregas reservadas por el campesino para las requisas arrancadas bajo amenazas? Como en todas partes, los campesinos siberianos se sublevaron para defender el fruto de su trabajo y asegurar su supervivencia. En enero-marzo de 1921, los bolcheviques perdieron el control de las provincias de Tiumen, de Omsk, de Cheliabinsk y de Ekaterimburgo, un territorio mayor que Francia, y el Transiberiano, la única vía férrea que unía la Rusia europea con Siberia, fue cortado. El 21 de febrero, un ejército popular campesino se apoderó de la ciudad de Tobolsk, que las unidades del Ejército Rojo no llegaron a recuperar hasta el 30 de marzo5. En el otro extremo del país, en las capitales —la antigua, Petrogrado, y la nueva, Moscú— la situación a inicios de 1921 era casi igual de explosiva. La economía estaba prácticamente paralizada. Los trenes ya no circulaban. Carentes de combustible, la mayoría de las fábricas estaban cerradas o trabajaban a un ritmo lento. El suministro de las ciudades no estaba asegurado. Los obreros estaban o en la calle o buscando alimento en los pueblos de alrededor, o discutiendo en los talleres glaciales y medio desocupados después de que todos hubieran robado lo que podían para cambiar «la manufactura» por un poco de alimento.
«El descontento es general», concluía, el 16 de enero, un informe del departamento de Información de la Cheka. «En los medios obreros se predice la caída próxima del régimen. Ya no trabaja nadie, la gente tiene hambre. Son inminentes las huelgas de gran intensidad. Las unidades de la guarnición de Moscú son cada vez menos seguras y pueden en cualquier instante escapar a nuestro control. Se imponen medidas profilácticas»6.
El 21 de enero, un decreto del Gobierno ordenó reducir en un tercio, a contar desde el día siguiente, las raciones de pan en Moscú, Petrogrado, Ivanovo-Voznessensk y Kronstadt. Esta medida, que se producía en un momento en que el régimen no podía agitar la amenaza del peligro contrarrevolucionario y apelar al patriotismo de clase de las masas trabajadoras (los dos últimos ejércitos blancos ya habían sido derrotados), provocó un estallido. Desde finales de enero hasta mediados de marzo de 1921, las huelgas, las reuniones de protesta, las marchas contra el hambre, las manifestaciones y las ocupaciones de fábricas se sucedieron diariamente. A finales de febrero e inicios de marzo alcanzaron su apogeo tanto en Moscú como en Petrogrado. Los días 22-24 de febrero, graves incidentes enfrentaron en Moscú a destacamentos de la Cheka con manifestantes obreros que intentaban forzar la entrada de los cuarteles para confraternizar con los soldados. Algunos obreros fueron muertos y centenares detenidos7.
En Petrogrado, los disturbios adquirieron una nueva amplitud a partir del 22 de febrero, cuando los obreros de varias grandes fábricas eligieron, como en marzo de 1918, una «asamblea de representantes obreros» con fuerte coloración menchevique y socialista-revolucionaria. En su primera proclama, esta asamblea exigió la abolición de la dictadura bolchevique, elecciones libres para los soviets, libertad de palabra, asociación y prensa, y la liberación de todos los presos políticos. Para conseguir esos objetivos, la asamblea convocaba a la huelga general. El comandante militar no consiguió impedir que varios regimientos celebraran reuniones en el curso de las cuales se adoptaron mociones de apoyo a los obreros. El 24 de febrero, algunos destacamentos de la Cheka, abrieron fuego sobre una manifestación obrera, matando a doce obreros. Ese mismo día, cerca de mil obreros y militantes socialistas fueron detenidos8. No obstante, las filas de los manifestantes aumentaban sin cesar, miles de soldados desertaban de sus unidades para unirse a los obreros. Cuatro años después de los días de febrero que habían derribado al régimen zarista, parecía que se repetía el mismo escenario: la confraternización de los manifestantes obreros y de los soldados amotinados. El 26 de febrero, a las 21 horas, Zinoviev, el dirigente de la organización bolchevique de Petrogrado, envió a Lenin un telegrama en el que se percibía el pánico: «Los obreros han entrado en contacto con los soldados acuartelados. (…) Seguimos esperando el refuerzo de las tropas solicitadas a Novgorod. Si no llegan tropas seguras en las próximas horas, vamos a vernos desbordados».
Dos días después se produjo el acontecimiento que los dirigentes bolcheviques temían por encima de todo: el amotinamiento de los marinos de los dos acorazados de la base de Kronstadt, situada en la cercanía de Petrogrado. El 28 de febrero, a las 23 horas, Zinoviev dirigió un nuevo telegrama a Lenin: «Kronstadt: los dos principales navios, el Sebastopol y el Petropavlosk, han adoptado resoluciones eseristas-cien-negros y dirigido un ultimátum al que debemos responder en veinticuatro horas. Entre los obreros de Petrogrado la situación sigue siendo muy inestable. Las grandes empresas están en huelga. Pensamos que los eseristas van a acelerar el movimiento»9.
Las reivindicaciones que Zinoviev calificaba de «eseristas-cien negros» no eran otras que las formuladas por la inmensa mayoría de los ciudadanos después de tres años de dictadura bolchevique: reelección de los soviets por sufragio secreto después de debates y de elecciones libres; libertad de palabra y de prensa —no obstante, se precisaba que sería «en favor de los obreros, de los campesinos, de los anarquistas y de los partidos socialistas de izquierdas»—; igualdad de racionamiento para todos y liberación de todos los detenidos políticos miembros de los partidos socialistas, de todos los obreros, campesinos, soldados y marinos detenidos en razón de sus actividades en los movimientos obrero y campesino; creación de una comisión encargada de examinar los casos de todos los detenidos en las prisiones y en los campos de concentración; supresión de las requisas; abolición de los destacamentos especiales de la Cheka; libertad absoluta para los campesinos de «hacer lo que deseen con su tierra y criar su propio ganado, a condición de que se las arreglen con sus propios medios»10.
En Kronstadt, los acontecimientos se precipitaban. El 1 de marzo se celebró un inmenso mitin que reunió a más de quince mil personas, la cuarta parte de la población civil y militar de la base naval. Al acudir al lugar para intentar salvar la situación, Mijaíl Kalinin, presidente del Comité Ejecutivo Central de los soviets, fue despedido bajo los abucheos de la multitud. Al día siguiente, los insurrectos, a los que se habían unido al menos la mitad de los dos mil bolcheviques de Kronstadt, formaron un comité revolucionario provisional que intentó inmediatamente entrar en contacto con los huelguistas y los soldados de Petrogrado.
Los informes cotidianos de la Cheka sobre la situación en Petrogrado durante la primera semana de marzo de 1921 dan testimonio de la amplitud del apoyo popular al motín de Kronstadt: «El comité revolucionario de Kronstadt espera de un día a otro una sublevación general en Petrogrado. Se ha establecido el contacto entre los amotinados y un gran número de fábricas. (…) Hoy, durante un mitin en la fábrica Arsenal, los obreros han votado una resolución en la que se llamaba a unirse a la insurrección. Una delegación de tres personas —un anarquista, un menchevique, y un socialista-revolucionario— ha sido elegida para mantener el contacto con Kronstadt11».
Para aplastar directamente el movimiento, la cheka de Petrogrado recibió la orden, el 7 de marzo, de «emprender acciones decisivas contra los obreros». En cuarenta y ocho horas, más de dos mil obreros, simpatizantes y militantes socialistas o anarquistas, fueron detenidos. A diferencia de los amotinados, los obreros no tenían armas y no podían oponer ninguna resistencia frente a los destacamentos de la Cheka. Tras haber aplastado la base de retaguardia de la insurrección, los bolcheviques prepararon minuciosamente el asalto contra Kronstadt. El general Tujachevski recibió el encargo de liquidar la rebelión. Para disparar contra el pueblo, el vencedor de la campaña de Polonia de 1920 recurrió a los jóvenes reclutas de la escuela militar, sin tradición revolucionaria, así como a las tropas especiales de la Cheka. Las operaciones se iniciaron el 8 de marzo. Diez días más tarde, Kronstadt caía al precio de miles de muertos en uno y otro lado. La represión de la insurrección fue despiadada. Varios centenares de insurgentes que habían caído prisioneros fueron pasados por las armas en los días que siguieron a su derrota. Los archivos publicados hacen referencia, solamente durante los meses de abril-junio de 1921, a 2.103 condenas a muerte y a 6.459 condenas a penas de prisión o de campo de concentración12. Justo antes de la toma de Kronstadt, cerca de ocho mil personas habían logrado huir, a través de las extensiones heladas del golfo, hasta Finlandia, donde fueron internadas en campos de tránsito, entre Terijoki, Vyborg e Ino. Engañadas por una promesa de amnistía, muchas de ellas regresaron en 1922 a Rusia, donde fueron inmediatamente detenidas y enviadas a los campos de concentración de las islas Solovki y a Jolmogori, uno de los campos de concentración más siniestros, cerca de Arcángel 13. Según una fuente procedente de medios anarquistas, de los cinco mil detenidos de Kronstadt enviados a Jolmogori, menos de mil quinientos seguían todavía con vida en la primavera de 192214.
El campo de Jolmogori, situado a orillas del gran río Dvina, era tristemente célebre por la manera expeditiva en que se desembarazaban en él de un gran numero de detenidos. Se los embarcaba en gabarras y se precipitaba a los desdichados, con una piedra al cuello y los brazos atados, a las aguas del río. Mijaíl Kedrov, uno de los principales dirigentes de la Cheka, había inaugurado estos asesinatos por ahogamiento masivos en junio de 1920. Según varios testimonios concordantes, un gran número de amotinados de Kronstadt, de cosacos y de campesinos de la provincia de Tambov, deportados a Jolmogori, habrían sido ahogados en el Dvina en 1922. Ese mismo año, una comisión especial de evacuación deportó a Siberia a 2.514 civiles de Kronstadt ¡por el simple hecho de haber permanecido en la plaza fuerte durante los acontecimientos!15.
Vencida la rebelión de Kronstadt, el régimen dedicó todas sus fuerzas a la caza de los militantes socialistas, a la lucha contra las huelgas y el «abandono obrero», al aplastamiento de las insurrecciones campesinas que continuaban en su apogeo a pesar de la proclamación oficial del final de las requisas, y a la represión contra la Iglesia.
El 28 de febrero de 1921, Dzerzhinski había ordenado a todas las chekas provinciales «1. Detener inmediatamente a toda la intelligentsia anarquizante, menchevique, socialista-revolucionaria, en particular a los funcionarios que trabajan en los comisariados del pueblo para la agricultura y los suministros; 2. Después de ese inicio, detener a todos los mencheviques, socialistas-revolucionarios y anarquistas que trabajan en las fábricas y que son susceptibles de convocar a huelgas o a manifestaciones»16.
Lejos de señalar un relajamiento en la política represiva, la introducción de la NEP, a partir de marzo de 1921, vino acompañada por un recrudecimiento de la represión contra los militantes socialistas moderados. Esta represión no fue dictada por el peligro de ver cómo se oponían a la nueva política económica, sino por el hecho de que la habían reclamado desde hacía mucho tiempo, mostrando así su perspicacia y la justicia de su análisis. «El único lugar de los mencheviques y de los eseristas, ya lo sean declarada o encubiertamente», escribía Lenin en abril de 1921, «es la prisión».
Algunos meses más tarde, juzgando que los socialistas eran todavía demasiado «revoltosos», escribió: «¡Si los mencheviques y los eseristas siguen enseñando todavía la punta de la nariz, fusilarlos sin piedad!». Entre marzo y junio de 1921, todavía fueron detenidos más de dos mil militantes y simpatizantes socialistas moderados. Todos los miembros del Comité Central del partido menchevique se encontraban en prisión. Amenazados con la deportación a Siberia, iniciaron, en enero de 1922, una huelga de hambre. Doce dirigentes, entre ellos Dan y Nikolayevski, fueron entonces expulsados al extranjero y llegaron a Berlín en febrero de 1922.
Una de las prioridades del régimen, en la primavera de 1921, era volver a poner en marcha la producción industrial que había caído a una décima parte de lo que había sido en 1913. Lejos de relajar la presión que se ejercía sobre los obreros, los bolcheviques mantuvieron, e incluso reforzaron, la militarización del trabajo puesta en vigor en el curso de los años anteriores. La política llevada a cabo en 1921, después de la adopción de la NEP, en la gran región industrial y minera del Donbass, que producía más del 80 por 100 del carbón y del acero del país, resulta, a este respecto, reveladora de los métodos dictatoriales empleados por los bolcheviques para «volver a poner a los obreros a trabajar». A finales de 1920, Piatakov, uno de los principales dirigentes y personaje cercano a Trotski, había sido nombrado para desempeñar la dirección central de la industria del carbón. En un año llegó a quintuplicar la producción de carbón, al precio de una política de explotación y represión de la clase obrera sin precedentes, que descansaba en la militarización del trabajo de los ciento veinte mil mineros que dependían de sus servicios. Piatakov impuso una disciplina rigurosa: cualquier ausencia era considerada un «acto de sabotaje» y sancionada con una pena de campo de concentración, incluso con la pena de muerte: dieciocho mineros fueron ejecutados en 1921 por «parasitismo grave». Procedió a un aumento de los horarios de trabajo (y fundamentalmente el trabajo en domingo) y generalizó el «chantaje de la cartilla de racionamiento» para obtener de los obreros un aumento de la productividad. Todas estas medidas fueron adoptadas en un momento en que los obreros recibían, como pago total, entre la tercera parte y la mitad del pan necesario para su supervivencia, y en que debían, al final de su jornada de trabajo, prestar su único par de zapatos a los compañeros que los relevaban. Como reconocía la dirección de la industria carbonífera, entre las numerosas razones del elevado absentismo figuraban, además de las epidemias, el «hambre permanente» y «la ausencia casi total de ropa, pantalones y calzado». Para reducir el número de bocas que había que alimentar cuando amenazaba el hambre, Piatakov ordenó, el 24 de junio de 1921, la expulsión de las ciudades mineras de todas las personas que no trabajaban en las minas, y que representaban, por lo tanto, «un peso muerto». Se retiraron las cartillas de racionamiento a los miembros de las familias de los mineros. Las normas de racionamiento fueron estrictamente relacionadas con los logros individuales de cada minero, y fue introducida una forma primitiva de salario a destajo17.
Todas estas medidas iban en contra de las ideas de igualdad y de «racionamiento garantizado» con las que todavía se ilusionaban muchos obreros, encandilados por la mitología obrerista bolchevique. Prefiguraban, de manera notable, las medidas antiobreras de los años treinta. Las masas obreras no eran más que la rabsila (la fuerza de trabajo) que había que explotar de la manera más eficaz posible, limitando la legislación laboral y los sindicatos inútiles reducidos al simple papel de aguijones de la productividad. La militarización del trabajo aparecía como la forma más eficaz de encuadramiento de esta mano de obra reacia, muerta de hambre y poco productiva. No podemos dejar de preguntarnos acerca de la relación existente entre esta forma de explotación del trabajo libre y el trabajo forzado de los grandes complejos penitenciarios creados a inicios de los años treinta. Como tantos otros episodios de estos años nacientes del bolchevismo —que no pueden verse limitados a la guerra civil—, lo que pasaba en el Donbass en 1921 anunciaba determinadas prácticas que iban a darse cita en el núcleo del estalinismo.
Entre las otras operaciones prioritarias en la primavera de 1921 figuraba, para el régimen bolchevique, la «pacificación» de todas las regiones controladas por bandas y destacamentos campesinos. El 27 de abril de 1921, el Politburó nombró al general Tujachevski responsable de «las operaciones de liquidación de las bandas de Antonov en la provincia de Tambov». A la cabeza de cerca de cien mil hombres, entre los que se encontraba una elevada proporción de destacamentos especiales de la Cheka, equipados con artillería pesada y aviones, Tujachevski acabó con los destacamentos de Antonov desencadenando una represión de una violencia inaudita. Tujachevski y Antonov-Ovseenko, presidente de la comisión plenipotenciaria del Comité ejecutivo central nombrado para establecer un verdadero régimen de ocupación en la provincia de Tambov, practicaron masivamente las detenciones de rehenes, las ejecuciones, los internamientos en campos de concentración, el exterminio mediante gases asfixiantes y la deportación de aldeas enteras de las que se sospechaba que ayudaban y daban cobijo a los «bandidos»18.
La orden del día número 171, de fecha 11 de junio de 1921, de Antonov-Ovseenko y Tujachevski, aclara los métodos con los que fue «pacificada» la provincia de Tambov. Esta orden estipulaba fundamentalmente:
Fusilar en el mismo lugar, sin juicio, a todo ciudadano que se niegue a dar su nombre.
Las comisiones políticas de distrito o las comisiones políticas de zona tienen el poder de pronunciar contra las aldeas en que están ocultas armas un veredicto para arrestar rehenes y fusilarlos en el caso de que no se entreguen las armas.
En el caso en que se encuentren armas ocultas, fusilar en el lugar, sin juicio, al hijo mayor de la familia.
La familia que haya ocultado a un bandido en su casa debe ser arrestada y deportada fuera de la provincia, sus bienes confiscados y el hijo mayor de esta familia fusilado sin juicio.
Considerar como bandidos a las familias que oculten miembros de las familias de los bandidos y fusilar en el mismo lugar, sin juicio, al hijo mayor de esta familia.
En el caso de que tenga lugar la huida de la familia de un bandido, repartir sus bienes entre los campesinos fieles al poder soviético y quemar o demoler las casas abandonadas.
Aplicar la presente orden del día rigurosamente y sin piedad19.
Al día siguiente de la promulgación del orden del día número 171, el general Tujachevski ordenó atacar con gases asfixiantes a los rebeldes. «Los residuos de las bandas deshechas y de los bandidos aislados continúan reuniéndose en los bosques. (…) Los bosques en que se ocultan los bandidos deben ser limpiados mediante el gas asfixiante. Todo debe de estar calculado para que la nube de gas penetre en el bosque y extermine a todo aquel que se oculte en el mismo. El inspector de artillería debe proporcionar inmediatamente las cantidades necesarias de gases asfixiantes así como especialistas competentes en este género de operaciones.» El 19 de julio, ante la oposición de numerosos dirigentes bolcheviques a esta forma extrema de «erradicación», la orden número 171 fue anulada20.
En este mes de julio de 1921, las autoridades militares y la Cheka habían abierto ya siete campos de concentración en los que, según datos todavía parciales, estaban encerradas al menos cincuenta mil personas, en su mayoría mujeres, ancianos y niños, «rehenes» y miembros de familias de campesinos desertores. La situación de estos campos era terrible: el tifus y el cólera eran endémicos, y los detenidos, medio desnudos, carecían de todo. Durante el verano de 1921 hizo su aparición el hambre. La mortalidad alcanzó, en el otoño, del 15 al 20 por 100 al mes. El 1 de septiembre de 1921 no quedaban más que algunas bandas que reunían en total apenas a más de un millar de hombres en armas, frente a los cuarenta mil que había en el apogeo del movimiento campesino en febrero de 1921. A partir de noviembre de 1921, aunque los campos habían sido «pacificados» hacía mucho tiempo, varios miles de detenidos entre los más capaces fueron deportados hacia los campos de concentración del norte de Rusia, a Arcángel y Jolmogori21.
Tal y como testifican los informes semanales de la Cheka dirigidos a los dirigentes bolcheviques, la «pacificación» de los campos continuó en numerosas regiones —Ucrania, Siberia occidental, provincias del Volga, Cáucaso— al menos hasta la segunda mitad del año 1922. Las costumbres adquiridas en el transcurso de los años precedentes seguían persistiendo y, aunque oficialmente las requisas habían sido abolidas en marzo de 1921, el cobro del impuesto en especie que reemplazaba a las requisas a menudo se llevaba a cabo con una extrema brutalidad. Las cuotas, muy elevadas en relación con la situación catastrófica de la agricultura en 1921, mantenían una tensión permanente en los campos donde muchos campesinos habían guardado armas.
Describiendo sus impresiones de viaje a las provincias de Tula, de Orel y de Voronezh en mayo de 1921, el comisario del pueblo para la Agricultura, Nikolai Ossinski, informaba de que los funcionarios locales estaban convencidos de que las requisas serían reestablecidas en otoño. Las autoridades locales «no podían considerar a los campesinos de otra manera que como saboteadores natos»22.
Informe del presidente de la comisión plenipotenciaria de cinco miembros acerca de las medidas represivas contra los bandidos de la provincia de Tambov, 10 de julio de 1921
Las operaciones de limpieza de la volost (cantón) Judriukovskaya se iniciaron el 27 de junio en la aldea Ossinovki, que había albergado en el pasado a grupos de bandidos. La actitud de los campesinos respecto a nuestros destacamentos represivos estaba caracterizada por cierta desconfianza. Los campesinos no denunciaban a los bandidos de los bosques y respondían que no sabían nada de las preguntas que se les formulaban.
Capturamos cuarenta rehenes, decretamos el estado de sitio en la aldea y concedimos dos horas a los aldeanos para que entregaran a los bandidos y las armas ocultas. Reunidos en asamblea, los aldeanos dudaban sobre la conducta que había que seguir, pero no se decidían a colaborar de manera activa en la caza de los bandidos. Al expirar el plazo, ejecutamos a 21 rehenes ante la asamblea de la aldea. La ejecución pública, mediante un fusilamiento individual, con todas las formalidades de rigor, en presencia de todos los miembros de la comisión plenipotenciaria, de los comunistas, etc., provocó un efecto considerable sobre los campesinos…
Por lo que se refiere a la aldea Kareyevka, que por su situación geográfica, constituía un emplazamiento privilegiado de los grupos de bandidos… la comisión decidió borrarla del mapa. Toda la población fue deportada, sus bienes confiscados, a excepción de las familias de los soldados que servían en el Ejército Rojo, que fueron trasladadas a la villa de Kurdiuki y realojadas en las casas confiscadas a las familias de los bandidos. Tras recuperar algunos objetos de valor —marcos de las ventanas, objetos de cristal y de madera, etc.— se prendió fuego a las casas de la aldea.
El 3 de julio emprendimos las operaciones en la villa de Bogoslovka. Rara vez nos hemos encontrado con unos campesinos tan reticentes y organizados. Cuando se discutía con estos campesinos, del más joven al más viejo, todos respondían unánimemente, adoptando un aire sorprendido: «¿Bandidos en nuestras casas? iNo piensen en ello! Quizá los hemos visto pasar alguna vez por los alrededores, pero a saber si eran bandidos. Nosotros, como se puede ver perfectamente, no hacemos daño a nadie, no sabemos nada».
Hemos adoptado las mismas medidas que en Ossinovka: hemos capturado 58 rehenes. El 4 de julio hemos fusilado públicamente a un primer grupo de 21 personas, luego, a las 3 de la tarde, hemos logrado que 60 familias de bandidos, es decir, unas 200 personas aproximadamente, no tuvieran la posibilidad de causar molestias. A fin de cuentas, hemos logrado nuestros objetivos y los campesinos se han visto obligados a encontrar a los bandidos y las armas ocultas…
La limpieza de las aldeas y villas mencionadas arriba concluyó el 6 de julio. La operación se vio coronada por el éxito y tiene consecuencias que sobrepasan los dos volost (cantones) limítrofes. Se continúa la rendición de los elementos bandidos.
El presidente de la comisión plenipotenciaria de cinco miembros, Uskonin.
Krestianskoe vosstanie v Tambovskoi gubernii v 1919-1921, op. cit., pág. 218.
Para acelerar el cobro del impuesto en Siberia, región que debía proporcionar el grueso de las entradas en productos agrícolas, en el momento en que el hambre devastaba todas las regiones del Volga, en diciembre de 1921 se envió como plenipotenciario extraordinario a Feliks Dzerzhinski. Este estableció «tribunales revolucionarios volantes» encargados de peinar las aldeas y de condenar sobre el terreno a penas de prisión o campo de concentración a los campesinos que no pagaban el impuesto23. Cuántos abusos no cometerían los destacamentos de requisa, estos tribunales, respaldados por «destacamentos fiscales», que el presidente del Tribunal Supremo mismo, Nicolai Krilenko, tuvo que ordenar una investigación sobre las acciones de esos órganos nombrados por el jefe de la Cheka. Desde Osmk, el 14 de febrero de 1922, escribía un inspector: «Los abusos de los destacamentos de requisas han alcanzado un grado inimaginable. Se encierra sistemáticamente a los campesinos detenidos en hangares sin calefacción, se les da latigazos, se les amenaza con la ejecución. Aquellos que no han cumplido de manera total su cuota de entrega son amarrados, obligados a correr, desnudos, a lo largo de la calle principal de la aldea, y después son encerrados en un hangar sin calefacción. Se ha golpeado a un gran número de mujeres hasta que pierden el conocimiento, se las introducía desnudas en agujeros cavados en la nieve…». En todas las provincias, las tensiones seguían siendo muy vivas.
De ello testifican estos extractos de un informe de la policía política en octubre de 1922, un año y medio después del inicio de la NEP:
En la provincia de Pskov, las cuotas fijadas para el impuesto en especie representan los 2/3 de la cosecha. Cuatro distritos han tomado las armas. (…). En la provincia de Novgorod no se cumplirán las cuotas, a pesar de la reducción del 25 por 100 recientemente acordada en vista de la mala cosecha. En las provincias de Riazán y del Tver, la realización de un 100 por 100 de las cuotas condenaría al campesinado a morir de hambre. (…) En la provincia del Novo-Nikolaievsk, el hambre amenaza y los campesinos se aprovisionan de hierba y de raíces para su propio consumo. (…) Pero todos estos hechos parecen anodinos en relación con las informaciones que nos llegan de la provincia de Kiev, donde se asiste a una oleada de suicidios como no se había visto jamás: los campesinos se suicidan en masa porque no pueden ni pagar sus impuestos, ni volver a tomar las armas que les han sido confiscadas. El hambre que se abate desde hace más de un año sobre toda la región provoca que los campesinos sean muy pesimistas en lo que se refiere a su porvenir.
En el otoño de 1922, lo peor, sin embargo, había pasado. Después de dos años de hambre, los supervivientes acababan de obtener una cosecha que debía permitirles pasar el invierno a condición, por supuesto, de que no se exigieran los impuestos en su totalidad. «Este año, la cosecha de cereales será inferior a la media de los últimos diez años»: en esos términos Pravda había mencionado por primera vez, el 2 de julio de 1921, en última página y en un suelto breve, la existencia de un «problema alimentario» en el «frente agrícola». Diez días más tarde, Mijaíl Kalinin, presidente del Comité Ejecutivo Central de los soviets, reconocía en un «llamamiento a todos los ciudadanos de la RSFSR» publicado en Pravda el 12 de julio de 1921, que «en numerosos distritos la sequía de este año ha destrozado la cosecha».
«Esta calamidad», explicaba una resolución del Comité Central de fecha de 21 de julio no deriva solamente de la sequía. Arranca y procede de toda la historia pasada, del retraso de nuestra agricultura, de la ausencia de organización, del escaso conocimiento en agronomía, de la pobreza técnica indigente y de las formas anticuadas de rotación de los cultivos. Se ve agravada por las consecuencias de la guerra y del bloqueo, por la lucha ininterrumpida desencadenada contra nosotros por los propietarios, los capitalistas y sus lacayos, por las acciones incesantes de los bandidos que ejecutan las órdenes de organizaciones hostiles a la Rusia soviética y a toda su población trabajadora24.»
En la larga enumeración de las causas de esta «calamidad» de la que todavía no se osaba decir el nombre, faltaba el factor capital: la política de requisas que desde hacía años sangraba una agricultura ya muy frágil. Los dirigentes de las provincias afectadas por el hambre, convocados a Moscú en junio de 1921, subrayaron unánimemente las responsabilidades del Gobierno, y en particular del todopoderoso comisariado del pueblo para el Suministro, en la extensión y el agravamiento del hambre. El representante de la provincia de Samara, un cierto Vavilin, explicó que el Comité Central de aprovisionamiento no había dejado, desde la instauración de las requisas, de hinchar las estimaciones de las cosechas.
A pesar de la mala cosecha de 1920, ese año habían sido requisados diez millones de puds. Se había echado mano de todas las reservas, incluidas las simientes para la futura cosecha. Desde enero de 1921, numerosos campesinos no tenían nada que comer. La mortalidad había comenzado a aumentar en febrero. En dos o tres meses, los motines y las revueltas contra el régimen habían cesado prácticamente en la provincia de Samara. «Hoy», explicaba Vavilin, «ya no hay revueltas. Se ven fenómenos nuevos: multitudes de miles de hambrientos asedian pacíficamente el Comité ejecutivo de los soviets o del partido y esperan, durante días, no se sabe qué llegada milagrosa de alimentos. No se consigue expulsar a esta multitud en la que la gente muere cada día como moscas. (…). Pienso que por lo menos hay novecientos mil hambrientos en la provincia25.»
Al leer los informes de la Cheka y de la inteligencia militar, se constata que la penuria había hecho acto de presencia en muchas regiones desde 1919. A lo largo del año 1920, la situación no había dejado de degradarse. En sus relaciones internas, la Cheka, el comisariado del pueblo para la Agricultura y el comisariado del pueblo para el Suministro, perfectamente conscientes de la situación, elaboraban desde el verano de 1920 una lista de los distritos y de las provincias «hambrientos» o «presa de la escasez». En enero de 1921, un informe señalaba entre las causas del hambre que se apoderaba de la provincia de Tambov «la orgía» de requisas del año 1920. Para el pueblo llano, resultaba evidente, según testificaban las frases relatadas por la policía política, que «el poder soviético quiere hacer morir de hambre a todos los campesinos que se atreven a resistirlo». Aunque perfectamente informado de las consecuencias ineludibles de su política de requisas, el Gobierno no adoptó ninguna medida. Mientras el hambre se apoderaba de un número creciente de regiones, Lenin y Molotov enviaron, el 30 de julio de 1921, un telegrama a todos los dirigentes de comités regionales y provinciales del partido pidiéndoles «que reforzaran los aparatos de la cosecha (…), que desarrollaran una intensa propaganda entre la población rural explicándole la importancia económica y política del pago puntual y total de los impuestos (…), y que pusieran a disposición de las agencias de recogida del impuesto en especie toda la autoridad del partido y la totalidad del poder de represión del aparato del Estado26».
Frente a la actitud de las autoridades, que perseguían a cualquier precio su política de despojamiento del campesinado, se movilizaron los medios informados e ilustrados de la intelligentsia. En junio de 1921, agrónomos, economistas y universitarios constituyeron, en el seno de la Sociedad Moscovita de Agricultura, un comité social de lucha contra el hambre. Entre los primeros miembros de este comité figuraban los eminentes economistas Kondratiev y Prokopovich, antiguo ministro de Suministros del gobierno provisional, Yekaterina Kuskova, una periodista cercana a Maksim Gorki, escritores, médicos y agrónomos. Gracias a la intercesión de Gorki, muy introducido en los medios dirigentes bolcheviques, una delegación del comité, que Lenin se había negado a recibir, obtuvo a mediados de julio de 1921 una audiencia con Lev Kamenev. Después de esta entrevista, Lenin, siempre desconfiado de la «sensiblería» de algunos dirigentes bolcheviques, envió una nota a sus colegas del Politburó: «Impedir rigurosamente que Kuskova pueda molestar. (…) Aceptamos de Kuskova el nombre, la firma, un vagón o dos de parte de aquellos que experimentan simpatía por ella (y por los de su especie). Nada más»27.
Finalmente, los miembros del comité llegaron a convencer a bastantes dirigentes de su utilidad. Representantes en su mayoría de la ciencia, de la literatura y la cultura rusas, conocidos en Occidente, en su mayor parte ya habían participado en la organización de la ayuda a las víctimas del hambre de 1891. Además, tenían numerosos contactos entre los intelectuales del mundo entero y podían convertirse en garantes de la justa distribución entre los hambrientos de una eventual ayuda internacional. Estaban dispuestos a prestar su garantía, pero exigían que se otorgara al comité de ayuda para los hambrientos un reconocimiento oficial.
El 21 de julio de 1921, el Gobierno bolchevique se decidió, no sin reticencias, a legalizar el comité social, que adoptó la denominación de Comité Pan-ruso de Ayuda a los Hambrientos. Se confirió al comité el emblema de la Cruz Roja. Tuvo derecho a procurarse en Rusia y en el extranjero víveres, forraje, medicamentos, a repartir las ayudas entre la población necesitada, a recurrir a los transportes excepcionales para llevar sus entregas, a organizar repartos populares de sopa, a crear secciones y comités locales, a «comunicarse libremente con los organismos y los apoderados que haya designado en el extranjero» e incluso a «debatir medidas adoptadas por las autoridades centrales y locales que, en su opinión, tengan relación con el tema de la lucha contra el hambre»28. En ningún momento de la historia soviética se otorgó tales derechos a una organización social. Las concesiones del Gobierno estaban a la altura de la crisis que atravesaba el país, cuatro meses después de la instauración oficial, por muy tímida que fuera, de la NEP.
El comité estableció contacto con el jefe de la Iglesia ortodoxa, el patriarca Tijón, que creó inmediatamente un Comité Eclesiástico Pan-ruso de Ayuda a los Hambrientos. El 7 de julio de 1921, el patriarca ordenó leer en todas las iglesias una carta pastoral: «La carroña se ha convertido en un plato selecto para la población hambrienta, e incluso ese plato es difícil de encontrar. Los llantos y los gemidos suenan por todas partes. Se ha llegado ya al canibalismo… ¡Tended una mano de socorro a vuestros hermanos y vuestras hermanas! Con el acuerdo de los fieles, podéis utilizar los tesoros de las iglesias que no tengan valor sacramental para socorrer a los hambrientos, tales como los anillos, las cadenas y los brazaletes, y los ornamentos que adornan los santos iconos, etc.».
Después de haber obtenido la ayuda de la Iglesia, el Comité Pan-ruso de Ayuda a los Hambrientos estableció contacto con distintas instituciones internacionales, como la Cruz Roja, los cuáqueros y la American Relief Association (ARA), que respondieron en todos los casos positivamente. No obstante, la colaboración entre el régimen y el comité no iba a durar más de cinco semanas: el 27 de agosto de 1921, el comité fue disuelto, seis días después de que el Gobierno hubiera firmado un acuerdo con el representante de la American Relief Association, presidida por Herbert Hoover. Para Lenin, ahora que los estadounidenses enviaban sus primeros cargamentos de suministros, el comité ya había desempeñado su papel: «el nombre y la firma de Kuskova» habían servido de garantía a los bolcheviques. Esto bastaba.
Propongo, hoy mismo, viernes 26 de agosto», escribió Lenin, «disolver el comité. (…). Detener a Prokopovich por intenciones sediciosas (…) y mantenerlo tres meses en prisión. (…) Expulsar de Moscú inmediatamente, hoy mismo, a los otros miembros del comité, enviarlos, por separado unos de otros, a capitales de distrito, si es posible, fuera de la red ferroviaria, y en residencia vigilada. (…). Publicaremos mañana un comunicado gubernamental breve y seco en cinco líneas: Comité disuelto por negarse a trabajar. Dar a los periódicos la directiva de comenzar desde mañana a cubrir de injurias a la gente del comité. Hijos de papá, guardias blancos, dispuestos a ir de viaje al extranjero, pero mucho menos a viajar por provincias, ridiculizarlos por todos los medios y hablar mal de ellos al menos una vez por semana durante dos meses29.
Siguiendo al pie de la letra estas instrucciones, la prensa se desencadenó contra los sesenta intelectuales famosos que habían tomado parte en el comité. Los títulos de los artículos publicados testifican con elocuencia el carácter de esta campaña de difamación: «No se juega con el hambre» (Pravda, 30 de agosto de 1921); «Especulaban con el hambre» (Komunisticheski Trud, de 31 de agosto de 1921); «el comité de ayuda… a la contrarrevolución» (Izvestia, de 30 de agosto de 1921). A una persona que vino a interceder en favor de los miembros del comité detenidos y deportados, Unschlicht, uno de los adjuntos de Dzerzhinski en la Cheka, le dijo: «Dice usted que el comité no ha cometido ningún acto desleal. Es cierto, pero ha aparecido como un polo de atracción para la sociedad. Y eso no podemos consentirlo. Usted sabe que cuando se pone en un vaso de agua un esqueje que todavía no tiene brotes se pone a crecer rápidamente. El comité ha comenzado a extender rápidamente sus ramificaciones por la colectividad social, (…) es preciso sacar el esqueje del agua y aplastarlo»30.
En lugar del comité, el Gobierno creó una Comisión Central de Ayuda a los Hambrientos, pesado organismo burocrático compuesto de funcionarios de diversos comisariados del pueblo, muy ineficaz y corrompido. En lo más álgido de la hambruna, que afectó en su apogeo, durante el verano de 1922, a más de treinta millones de personas, la comisión central aseguró una ayuda alimenticia irregular a menos de tres millones de personas. Por su parte, el ARA, la Cruz Roja y los cuáqueros alimentaban alrededor de once millones de personas cada día. A pesar de esta movilización internacional, al menos cinco millones de personas murieron de hambre en 1921-1922, de los 29 millones de personas afectadas por el hambre31. La última gran hambruna que había conocido Rusia, en 1891, aproximadamente en las mismas regiones (el Volga medio y bajo y una parte de Kazajstán), había causado de cuatrocientas a quinientas mil víctimas. El Estado y la sociedad habían rivalizado entonces en emulación por acudir en ayuda de los campesinos víctimas de la sequía. Joven abogado, Vladimir Ulianov-Lenin residía a inicios de los años noventa del siglo XIX en Samara, capital de una de las provincias más afectadas por el hambre de 1891. Fue el único representante de la intelligentsia local que no solamente no participó en la ayuda social a los hambrientos, sino que se pronunció categóricamente en contra de la misma. Como recordaba uno de sus amigos, «Vladimir Ilich Ulaniov tenía el valor de declarar abiertamente que el hambre tenía numerosas consecuencias positivas, a saber, la aparición de un proletariado industrial, ese enterrador del orden burgués. (…) Al destruir la atrasada economía campesina, el hambre, explicaba, nos acerca objetivamente a nuestra meta final, el socialismo, etapa inmediatamente posterior al capitalismo. El hambre destruye no solamente la fe en el zar, sino también en Dios»32.
Treinta años más tarde, el joven abogado, convertido en jefe del Gobierno bolchevique, retomaba su idea: el hambre podía y debía servir para «golpear mortalmente en la cabeza al enemigo». Este enemigo era la Iglesia ortodoxa. «La electricidad reemplazará a Dios. Dejad que el campesino rece a la electricidad, notará el poder de las autoridades más que el del cielo», decía Lenin en 1918, durante una discusión con Leonid Krassin sobre el tema de la electrificación de Rusia. Desde la llegada al poder de los bolcheviques, las relaciones entre el nuevo régimen y la Iglesia ortodoxa se habían degradado. El 5 de febrero de 1918, el Gobierno bolchevique había decretado la separación entre la Iglesia y el Estado, de la escuela y de la Iglesia, proclamado la libertad de conciencia y de culto, y anunciado la nacionalización de los bienes de la Iglesia. Frente a este atentado contra el papel tradicional de la Iglesia ortodoxa, religión estatal bajo el zarismo, el patriarca Tijón había protestado vigorosamente en cuatro cartas pastorales dirigidas a los creyentes. Los bolcheviques multiplicaron las provocaciones, «sometiendo a una prueba pericial» —es decir, profanando— las reliquias de los santos, organizando «carnavales antirreligiosos» durante las grandes fiestas religiosas, y exigiendo que el gran monasterio de la Trinidad, San Sergio, en los alrededores de Moscú, donde estaban conservadas las reliquias de San Sergio de Radonézh, fuera transformado en museo del ateísmo. Fue en ese clima ya tenso, en que numerosos sacerdotes y obispos habían sido detenidos por haberse opuesto a estas provocaciones, cuando los dirigentes bolcheviques, por iniciativa de Lenin, utilizaron el hambre como pretexto para desencadenar una gran operación política contra la Iglesia.
El 26 de febrero de 1922, la prensa publicó un decreto del Gobierno ordenando «la confiscación inmediata en las iglesias de todos los objetos preciosos de oro o plata, de todas las piedras preciosas que no sirvieran directamente para el culto. Estos objetos serán transmitidos a los órganos del comisariado del pueblo para las Finanzas que los transferirá a los fondos de la Comisión Central de Ayuda a los Hambrientos». Las operaciones de confiscación se iniciaron en los primeros días de marzo y fueron acompañadas de incidentes muy numerosos entre los destacamentos encargados de apoderarse de los tesoros de las iglesias y los fieles. Los más graves tuvieron lugar el 15 de marzo de 1922 en Shuya, una pequeña ciudad industrial de la provincia de Ivanovo, donde la tropa disparó sobre la multitud de los fieles, matando a una decena de personas. Lenin utilizó el pretexto de esta matanza para reforzar la campaña antirreligiosa.
En una carta dirigida a los miembros del Politburó, el 19 de marzo de 1922, explicaba, con el cinismo que le caracterizaba, cómo el hambre podía ser utilizada beneficiosamente para «golpear mortalmente al enemigo en la cabeza»:
En relación con los acontecimientos de Shuya, que van a ser discutidos en el Politburó, pienso que debe ser adoptada desde ahora una decisión firme, en el marco del plan general de lucha en este frente. (…) Si se tiene en cuenta lo que nos informan los periódicos a propósito de la actitud del clero en relación con la campaña de confiscación de los bienes de la Iglesia, más la toma de posición subversiva del patriarca Tijón, resulta perfectamente claro que el clero de los Cien Negros está a punto de poner en acción un plan elaborado cuya finalidad es infligirnos en estos momentos una derrota decisiva. (…) Pienso que nuestro enemigo está cometiendo un error estratégico monumental. Realmente, el momento actual es excepcionalmente favorable para nosotros, y no para ellos. Tenemos noventa y nueve oportunidades sobre cien de golpear mortalmente al enemigo en la cabeza con un éxito total, y de garantizarnos posiciones, para nosotros esenciales, para las décadas futuras. Con tanta gente hambrienta que se alimenta de carne humana, con los caminos congestionados de centenares y de miles de cadáveres, ahora y solamente ahora podemos (y en consecuencia debemos) confiscar los bienes de la Iglesia con una energía feroz y despiadada. Precisamente ahora y solamente ahora la inmensa mayoría de las masas campesinas puede apoyarnos, o más exactamente, puede no estar en condiciones de apoyar a ese puñado de clericales Cien Negros y de pequeño-burgueses reaccionarios… Podemos así proporcionarnos un tesoro de varios centenares de millones de rublos-oro (¡soñad en las riquezas de ciertos monasterios!). Sin ese tesoro, ninguna actividad estatal en general, ninguna realización económica en particular, y ninguna defensa de nuestras posiciones es concebible. Debemos, cueste lo que cueste, apropiarnos de ese tesoro de varios centenares de millones de rublos (¡quizá de varios miles de millones de rublos!). Todo esto no puede realizarse con éxito más que ahora. Todo indica que no alcanzaremos nuestro objetivo en otro momento, porque solamente la desesperación generada por el hambre puede acarrear una actitud benévola, o al menos neutra, de las masas en relación con nosotros… También, llego a la conclusión categórica de que es el momento de aplastar a los Cien Negros clericales de la manera más decisiva y despiadada, con tal brutalidad que se recuerde durante décadas. Contemplo la puesta en marcha de nuestro plan de campaña de la manera siguiente: solo el camarada Kalinin adoptará públicamente las medidas. En ningún caso el camarada Trotski deberá aparecer en la prensa o en público… Habrá que enviar a uno de los miembros más enérgicos y más inteligentes del Comité ejecutivo central… a Shuya, con instrucciones verbales de uno de los miembros del Politburó. Estas instrucciones estipularán que tiene como misión detener en Shuya el mayor número posible de miembros del clero, de pequeños burgueses y de burgueses, no menos de algunas docenas, que serán acusados de participación directa o indirecta en la resistencia violenta contra el decreto sobre la confiscación de los bienes de la Iglesia. De regreso de su misión, este responsable dará cuenta o al Politburó reunido al completo, o a dos de sus miembros. Sobre la base de este informe, el Politburó dará, verbalmente, directrices precisas a las autoridades judiciales, a saber, que el proceso de los rebeldes de Shuya debe ser llevado a cabo de la manera más rápida posible, con la única meta de ejecutar, mediante fusilamiento, a un número muy importante de los Cien Negros de Shuya, pero también de Moscú y de otros centros clericales… cuanto más elevado sea el número de representantes del clero reaccionario y de la burguesía reaccionaria pasados por las armas, mejor será para nosotros. Debemos dar inmediatamente una lección a todas esas gentes de tal manera que no sueñen ya en ninguna resistencia durante décadas…33.
Tal y como indican los informes semanales de la policía política, la campaña de confiscación de los bienes de la Iglesia alcanzó su apogeo en marzo, abril y mayo de 1922, provocando 1.414 incidentes censados y el arresto de varios miles de sacerdotes, de monjes y de monjas. Según fuentes eclesiásticas, 2.691 sacerdotes, 1.962 monjes y 3.447 monjas fueron asesinados en 192234. El Gobierno organizó varios grandes procesos públicos de miembros del clero, en Moscú, Ivanovo, Shuya, Smolensko y Petrogrado. El 22 de marzo, una semana después de los incidentes de Shuya, el Politburó propuso, conforme a las instrucciones de Lenin, toda una serie de medidas: «Detener al sínodo y al patriarca, no de inmediato, sino de aquí a un período de quince a veinticinco días. Publicar las circunstancias del asunto de Shuya. Juzgar a los sacerdotes y laicos de Shuya de aquí a una semana. Fusilar a los agitadores de la rebelión»35. En una nota dirigida al Politburó, Dzerzhinski indicó que «el patriarca y su banda (…) se oponen abiertamente a la confiscación de los bienes de la Iglesia. (…) Existen desde ahora más que suficientes motivos para detener a Tijón y a los miembros más reaccionarios del sínodo. La GPU estima que: 1. El arresto del sínodo y del patriarca es oportuno; 2. La designación de un nuevo sínodo no debe ser autorizada; 3. Todo sacerdote que se oponga a la confiscación de los bienes de la Iglesia debe ser desterrado como enemigo del pueblo a las regiones del Volga más afectadas por el hambre»36.
En Petrogrado, setenta y seis eclesiásticos fueron condenados a penas de campos de concentración, y cuatro ejecutados, entre ellos el metropolitano de Petrogrado, Benjamín, elegido en 1917, muy cercano al pueblo y que había defendido asiduamente la idea de una Iglesia independiente del Estado. En Moscú, 147 eclesiásticos y laicos fueron condenados a penas de campos de concentración, y seis a la pena de muerte, que fue inmediatamente ejecutada. El patriarca Tijón fue recluido en residencia vigilada en el monasterio Donskoi de Moscú.
Algunas semanas después de estas parodias de juicio se inició en Moscú, el 6 de junio de 1922, un gran proceso público, anunciado en la prensa desde el 28 de febrero: el proceso de 34 socialistas-revolucionarios acusados de haber llevado a cabo «actividades contrarrevolucionarias y terroristas contra el Gobierno soviético», entre las cuales figuraban fundamentalmente el atentado de 31 de agosto de 1918 contra Lenin y la «dirección política» de la revuelta campesina de Tambov. Según una práctica que iba a ser ampliamente utilizada en los años treinta, los acusados constituían un conjunto heterogéneo de auténticos dirigentes políticos, entre ellos doce miembros del Comité Central del partido socialista-revolucionario, dirigido por Abraham Gots y Dimitri Donskoi, y agentes provocadores encargados de testificar contra sus compañeros de acusación y de «confesar sus crímenes». Este proceso permitió también, como escribió Hélène Carrère d’Encausse, «poner a prueba el método de acusaciones escalonadas como si se tratara de muñecas rusas, que partiendo de un hecho exacto —en 1918 los socialistas-revolucionarios se habían opuesto al absolutismo dirigente de los bolcheviques— llegaba a un principio… el de que toda oposición equivalía en última instancia a cooperar con la burguesía internacional»37.
Como consecuencia de esta parodia de justicia, durante la cual las autoridades pusieron en escena manifestaciones populares que reclamaban la pena de muerte para los «terroristas», once de los acusados —los dirigentes del partido socialista-revolucionario— fueron condenados, el 7 de agosto de 1922, a la pena capital. Ante las protestas de la comunidad internacional movilizada por los socialistas rusos en el exilio, y, más todavía, ante la amenaza real de un reinicio de las insurrecciones en los campos en los que «el espíritu socialista-revolucionario» seguía vivo, la ejecución de las sentencias fue suspendida «a condición de que el partido socialista-revolucionario cese en todas sus actividades conspirativas, terroristas e insurreccionales». En enero de 1924, las condenas a muerte fueron conmutadas por penas de cinco años de campo de concentración. Sin embargo, los condenados no fueron nunca liberados, y se les ejecutó en los años treinta, en un momento en que ni la opinión internacional ni el peligro de insurrecciones campesinas eran ya tenidas en cuenta por la dirección bolchevique.
Con ocasión del proceso de los socialistas-revolucionarios se había aplicado el nuevo Código penal, que entró en vigor el 1 de junio de 1922. Lenin había seguido de manera particular la elaboración de este código que debía legalizar la violencia ejercida contra los enemigos políticos, al haber concluido oficialmente la fase de la eliminación expeditiva justificada por la guerra civil. Los primeros borradores sometidos a Lenin apelaron por su parte, el 15 de mayo de 1922, a estas frases dirigidas a Kurski, comisario del pueblo para la Justicia: «En mi opinión, hay que ampliar el campo de aplicación de la pena de muerte a toda clase de actividades de los mencheviques, socialistas-revolucionarios, etc. Encontrar una nueva pena, que sería la expulsión al extranjero. Y poner a punto una fórmula que vincule estas actividades con la burguesía internacional»38. Dos días más tarde, Lenin escribía nuevamente: «Camarada Kurski, quiero añadir a nuestra conversación este borrador de un párrafo complementario para el Código Penal. (…) Creo que lo esencial está claro. Hay que plantear abiertamente el principio, justo políticamente —y no solamente en términos estrechamente jurídicos—, que motiva la esencia y la justificación del terror, su necesidad y sus límites. El tribunal no debe suprimir el terror, decirlo sería mentirse o mentir; sino fundamentarlo, legalizarlo en los principios, claramente, sin disimular ni maquillar la verdad. La formulación debe ser lo más abierta posible, porque solo la conciencia legal revolucionaria y la conciencia revolucionaria crean las condiciones de aplicación fácticas39».
De acuerdo con las instrucciones de Lenin, el Código Penal definió el crimen contrarrevolucionario como todo acto «que pretendiera abatir o debilitar el poder de los soviets obreros y campesinos establecido por la revolución proletaria», pero también como todo acto «que contribuyera a ayudar a la parte de la burguesía internacional que no reconoce la igualdad de derechos del sistema comunista de propiedad que sucede al sistema capitalista, y que se esfuerza en derribarlo por la fuerza, la intervención militar, el bloqueo, el espionaje o la financiación de la prensa y otros medios similares».
Se castigaba con la pena de muerte no solo todas las actividades (revuelta, motín, sabotaje, espionaje, etc.) susceptibles de ser calificadas de «actos contrarrevolucionarios», sino también la participación o el concurso prestado a una organización «en el sentido de una ayuda a una parte de la burguesía internacional». Incluso la «propaganda susceptible de aportar una ayuda a una parte de la burguesía internacional» era considerada como un crimen contrarrevolucionario, punible con una privación de libertad «que no podría ser inferior a tres años» o con el destierro a perpetuidad.
En el marco de la legalización de la violencia política emprendida a inicios de 1922, conviene tener en consideración la transformación que experimentó el nombre de la policía política. El 6 de febrero de 1922, un decreto abolió la Cheka para reemplazarla inmediatamente por la GPU —Directorio Político Unificado del Estado— dependiente del comisariado del pueblo para el Interior. Aunque el nombre cambiaba, los responsables y las estructuras seguían siendo idénticos, dando claro testimonio de la continuidad de la institución. ¿Qué podía significar, por lo tanto, ese cambio de etiqueta? La Cheka era, como indicaba su propio nombre, una comisión extraordinaria, lo que sugería el carácter transitorio de su existencia y de aquello que la justificaba. La GPU mostraba, por el contrario, que el Estado debía disponer de instituciones normales y permanentes de control y de represión políticos. Detrás del cambio de denominación se dibujaban la perennización y la legalización del terror como modo de resolución de las relaciones conflictivas entre el nuevo Estado y la sociedad.
Una de las disposiciones inéditas del nuevo Código Penal era el destierro a perpetuidad, con la prohibición aneja de regresar a la URSS bajo pena de ejecución inmediata. Entró en vigor en el otoño de 1922, en el curso de una gran operación de expulsión que golpeó a cerca de doscientos intelectuales de renombre de los que se sospechaba que se oponían al bolchevismo. Entre estos figuraban en primer lugar todos aquellos que habían participado en el comité social de lucha contra el hambre, disuelto el 27 de julio de 1921.
El 20 de mayo de 1922, Lenin expuso, en una larga carta dirigida a Dzerzhinski, un vasto plan de «expulsión al extranjero de los escritores y de los profesores que ayudan a la contrarrevolución». «Hay que preparar cuidadosamente esta operación», escribía Lenin. «Reunir una comisión especial. Obligar a los miembros del Politburó a consagrar de dos a tres horas por semana a examinar un cierto número de libros y de revistas. (…) Reunir informaciones sistemáticas sobre el pasado político, los trabajos y la actividad literaria de los profesores y de los escritores.»
Y Lenin daba un ejemplo: «Por lo que se refiere a la revista Ekonomist, por ejemplo, se trata evidentemente de un centro de guardias blancos. El número 3 (¡el tercer número solamente! ¡nota bene!) lleva en la cubierta la lista de los colaboradores. Pienso que casi todos son candidatos muy legítimos a la expulsión. Todos son contrarrevolucionarios claros, cómplices de l’Entente, que constituyen una organización de sus lacayos, de espías y de corruptores de la juventud estudiantil. Hay que organizar las cosas de manera que se persiga a estos espías y se les dé caza de manera permanente, organizada y sistemática, para expulsarlos al extranjero»40.
El 22 de mayo, el Politburó creó una comisión especial, que incluía fundamentalmente a Kamenev, Kurski, Unschlicht y Mantsev (dos adjuntos directos de Dzerzhinski), cuya misión consistía en fichar a cierto número de intelectuales para proceder a su arresto y después a su expulsión. Los primeros en ser expulsados, en junio de 1923, fueron los dos principales dirigentes del antiguo Comité Social de la Lucha Contra el Hambre, Serguei Prokopovich e Ykaterina Kuskova. Un primer grupo de ciento sesenta intelectuales de renombre, filósofos, escritores, historiadores y profesores de universidad, detenidos los días 16 y 17 de agosto, fue expulsado por barco en septiembre. Entre ellos figuraban fundamentalmente algunos nombres que ya habían adquirido o debían adquirir una fama internacional: Nikolai Berdiayev, Serguei Bulgakov, Semion Frank, Nikolai Losski, Lev Karsavin, Fedor Stepun, Serguei Trubetskoi, Aleksandr Izgoyev, Ivan Lapshin, Mijaíl Ossorguin, Aleksandr Kiesewetter… Todos tuvieron que firmar un documento estipulando que en caso de regreso a la URSS serían inmediatamente fusilados. ¡El expulsado estaba autorizado a llevar un abrigo de invierno y un abrigo de verano, un traje y una muda de ropa interior, dos camisas de día y dos de noche, dos calzoncillos y dos pares de zapatos! Además de estos efectos personales, cada expulsado tenía derecho a llevarse veinte dólares en divisas.
Paralelamente a estas expulsiones, la policía política continuaba fichando a todos los intelectuales de segunda fila que resultaran sospechosos, con vistas a la deportación administrativa a zonas lejanas del país, legalizada en virtud de un decreto de 10 de agosto de 1922, o con la intención de internarlos en un campo de concentración. El 5 de septiembre de 1922, Dzerzhinski escribió a su adjunto Unschlicht:
¡Camarada Unschlicht! En la tarea de fichar a la intelligentsia, las cosas continúan siendo artesanales. Desde la marcha de Agranov, ya no tenemos un responsable competente en este terreno. Zaraiski es un poco joven. Me parece que “para progresar”, sería necesario que el camarada Menzhinski tomara el asunto en sus manos. (…) Resulta indispensable elaborar un buen plan de trabajo, que se corregiría y completaría regularmente. Hay que clasificar a toda la intelligentsia en grupos y en subgrupos: 1. Escritores; 2. Periodistas y políticos; 3. Economistas (resulta indispensable trazar subgrupos: a. financieros, b. especialistas en energía, c. especialistas en transportes, d. comerciantes, e. especialistas en cooperación, etc.); 4. Especialidades técnicas (aquí también se imponen los subgrupos: a. ingenieros, b. agrónomos, c. médicos, etc.); 5. Profesores de universidad y ayudantes, etc. Las informaciones sobre todos estos señores deben de proceder de nuestros departamentos y ser sintetizadas por el departamento «Intelligentsia». Debemos contar con un expediente de cada intelectual. (…) Hay que tener siempre en mente que el objetivo de nuestro departamento no es solo el expulsar o detener individuos, sino también el contribuir a la elaboración de la línea política general en relación con los especialistas: vigilarlos estrechamente, dividirlos, pero también promover a aquellos que estén dispuestos, no solamente de palabra, sino también de obra, a ayudar al poder soviético41.
Algunos días más tarde, Lenin dirigió un largo memorándum a Stalin, en el cual volvía ampliamente, y con un sentido maniático del detalle, sobre el tema de la «limpieza definitiva» de Rusia de todos los socialistas, intelectuales, liberales y otros «señores»:
Sobre la cuestión de la expulsión de los mencheviques, de los socialistas populares, de los cadetes, etc., me gustaría plantear algunas cuestiones, porque esta medida que se había iniciado antes de mi marcha no siempre se ha concluido. ¿Se ha decidido extirpar a todos los socialistas populares? ¿Peshejonov, Miakotin, Gornfeld? ¿Petrishchev y los demás? Creo que habría que expulsarlos a todos. Son más peligrosos que los eseristas porque son más malignos. Y también Potressov, Izgoyev y toda la gente de la revista Ekonomist (Ozerov y muchos otros). Los mencheviques Rozanov (un médico astuto), Vigdorchik (Migulo o algo así), Liubov Nikolayevna Radchenko y su joven hija (por lo que parece, las enemigas más pérfidas del bolchevismo); N. A. Rozhkov (hay que expulsarlo, es incorregible). (…) La comisión Mantsev-Messing debería establecer listas y varios centenares de estos señores deberían ser despiadadamente expulsados. Limpiaremos Rusia de una vez por todas. (…) También todos los autores de la Casa de los Escritores y del Pensamiento (de Petrogrado). Hay que registrar Járkov de cabo a rabo, no tenemos ninguna duda acerca de lo que pasa allí. Para nosotros es un país extranjero. La ciudad debe ser limpiada radical y rápidamente, no más tarde del final del proceso de los eseristas. Ocupaos de los autores y de los escritores de Petrogrado (sus direcciones figuran en el Nuevo Pensamiento ruso, número 4, 1922, pág. 37) y también de la lista de los editores privados (pág. 29). ¡Es archiimportante!42.