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8 La gran hambruna

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Entre los «puntos negros» de la historia soviética ha figurado desde hace mucho tiempo la gran hambruna de 1932-1933 que, según fuentes hoy en día incontestables, causó más de seis millones de víctimas1. Esta catástrofe no fue, sin embargo, una hambruna como otras, en la línea de las hambrunas que conoció a intervalos regulares la Rusia zarista. Fue una consecuencia directa del nuevo sistema de «explotación militar feudal» del campesinado —según la expresión del dirigente bolchevique antiestalinista Nikolai Bujarin— puesto en funcionamiento durante la colectivización forzada, y una ilustración trágica de la formidable regresión social que acompañó al ataque contra el campo realizado por el poder soviético a finales de los años veinte.

A diferencia de la hambruna de 1921-1922, reconocida por las autoridades soviéticas que apelaron ampliamente a la ayuda internacional, la de 1932-1933 fue siempre negada por el régimen, que cubrió con su propaganda aquellas voces que, en el extranjero, atrajeron la atención sobre esta tragedia. En ello se vieron enormemente ayudadas por «testimonios» solicitados, como el del diputado francés y dirigente del Partido Radical Edouard Herriot, quien, tras viajar a Ucrania en el verano de 1933, señaló que allí no había más que «huertos de koljozes admirablemente irrigados y cultivados» y «cosechas decididamente admirables» antes de concluir perentorio: «He atravesado Ucrania. ¡Pues bien, afirmo que la he visto como un jardín a pleno rendimiento!»2. Esta ceguera fue inicialmente el resultado de una formidable puesta en escena organizada por la GPU para los huéspedes extranjeros, cuyo itinerario estuvo jalonado de koljozes y de jardines de infancia modelos. Esta ceguera era evidentemente apoyada por consideraciones políticas, fundamentalmente procedentes de los dirigentes franceses que entonces se encontraban en el poder y que tenían buen cuidado de no romper el planeado proceso de aproximación con la Unión Soviética frente a una Alemania que cada vez se había convertido en más amenazadora después de la reciente llegada al poder de Adolf Hitler.

No obstante, cierto número de altos dirigentes políticos, en particular alemanes e italianos, tuvieron conocimiento con notable precisión del hambre de 1932-1933. Los informes de los diplomáticos italianos en funciones en Járkov, Odessa o Novorossisk, recientemente descubiertos y publicados por el historiador italiano Andrea Graziosi3, muestran que Mussolini, que leía estos textos con cuidado, estaba perfectamente informado de la situación, pero que no la utilizó para su propaganda anticomunista. Por el contrario, el verano de 1933 se vio caracterizado por la firma de un tratado de comercio italo-soviético, seguida de la de un pacto de amistad y no-agresión. Negada, o sacrificada en el altar de la razón de Estado, la verdad sobre la gran hambruna, mencionada en publicaciones de escasa tirada de las organizaciones ucranianas en el extranjero, solo comenzó a imponerse a partir de la segunda mitad de los años ochenta, después de la publicación de una serie de trabajos y de investigaciones, realizados tanto por historiadores oficiales como por investigadores de la antigua Unión Soviética.

No se puede ciertamente comprender el hambre de 1932-1933 sin situarla en el contexto de las nuevas relaciones entre el Estado soviético y el campesinado, surgidas de la colectivización forzosa de los campos. En los campos colectivizados, el papel del koljoz resultaba estratégico. Tenía como función asegurar al Estado las entregas fijas de productos agrícolas, mediante una requisa cada vez más fuerte realizada sobre la cosecha «colectiva». Cada otoño, la campaña de la cosecha se transformaba en una verdadera prueba de fuerza entre el Estado y un campesinado que intentaba desesperadamente guardar para sí una parte de la cosecha. El envite era de envergadura: para el Estado significaba el hacerse con ella, para el campesino la supervivencia. Cuanto más fértil era la región, más se extraía de ella. En 1930, el Estado cosechó el 30 por 100 de la producción agrícola en Ucrania, el 38 por 100 en las ricas llanuras del Kubán en el Cáucaso del Norte, y el 33 por 100 de la cosecha en Kazajstán. En 1931, para una cosecha muy inferior, estos porcentajes alcanzaron, respectivamente, el 41,5 por 100, el 47 por 100 y el 39,5 por 100. Una requisa semejante no podía más que desorganizar totalmente el ciclo productivo. Basta aquí recordar que bajo la NEP los campesinos solo comercializaban del 15 al 20 por 100 de su cosecha, reservando de un 12 a un 15 por 100 para simiente, del 25 al 30 por 100 para el ganado y el resto para su propio consumo. El conflicto resultaba inevitable entre los campesinos, decididos a utilizar todas las estratagemas para conservar una parte de su cosecha, y las autoridades locales, obligadas a realizar a cualquier precio un plan que cada vez era más irreal: en 1932, el plan de cosecha era superior en un 32 por 100 al de 19314.

La campaña de la cosecha de 1932 adquirió un ritmo muy lento. Desde que comenzó la siega de la mies, los koljozianos se esforzaron por ocultar, o por «robar» de noche, una parte de la cosecha. Se constituyó un verdadero «frente de resistencia pasiva», fortalecido por el acuerdo tácito y recíproco que iba a menudo del koljoziano al jefe de brigada, del jefe de brigada al contable, del contable al director del koljoz, él mismo campesino recientemente ascendido, del director al secretario local del partido. Las autoridades centrales tuvieron que enviar nuevas «brigadas de choque» reclutadas en la ciudad entre los komsomoles y los comunistas para «apoderarse de los cereales».

En el verdadero clima de guerra que reinaba entonces en los campos, esto es lo que describía a sus superiores un instructor del Comité Ejecutivo Central enviado en misión a un distrito cerealista del bajo Volga:

Los arrestos y los registros son realizados por cualquier persona: por los miembros del soviet rural, los emisarios de todo tipo, los miembros de las brigadas de choque, por cualquier komsomol que no sea perezoso. Este año, el 12 por 100 de los trabajadores del distrito ha comparecido delante del tribunal, sin contar los kulaks deportados, los campesinos multados, etc. Según los cálculos del antiguo fiscal adjunto del distrito, en el curso del último año el 15 por 100 de la población adulta ha sido víctima de represión bajo una forma u otra. Si se añade a esto que en el último mes 800 trabajadores aproximadamente han sido excluidos de los koljozes, se tendrá una idea de la amplitud de la represión en el distrito. (…) Si se excluyen los casos en que la represión de masas está realmente justificada, hay que decir que la eficacia de las medidas represivas no deja de disminuir teniendo en cuenta que, cuando sobrepasan determinado umbral, se hace difícil ponerlas en práctica. (…) Todas las prisiones están llenas hasta reventar. La prisión de Balashevo contiene cinco veces más personas de las que estaba previsto, y en Elan hay, en la pequeña prisión del distrito, 610 personas. En el curso del último mes, la prisión de Balashevo ha «entregado» a Elan 78 condenados, entre los cuales 48 tenían menos de diez años; 21 fueron inmediatamente liberados… (…) Para acabar con este famoso método, el único empleado aquí —el método de la fuerza—, dos palabras acerca de los campesinos particulares, a los cuales se les ha hecho de todo con la finalidad de impedirles que siembren y produzcan.

El ejemplo siguiente muestra hasta qué punto los campesinos particulares están aterrorizados: en Mortsy, un campesino particular, que había cumplido, sin embargo, su plan hasta un 100 por 100, vino a ver al camarada Fomichev, presidente del Comité Ejecutivo del distrito, y le pidió que le deportara al norte porque, de todas maneras, explicó, «no se puede vivir en estas condiciones». Igualmente paradigmática es la petición, firmada por 16 campesinos individuales del soviet rural de Alexandrov, en la que suplican que se les deporte fuera de su región. (…) En resumen, la única forma de «trabajo de masas» es «el asalto»: se «agarra por asalto» las simientes, los créditos, la cría de ganado, se «va al asalto» del trabajo, etc. Nada se hace sin «asalto». (…) Se «asedia» por la noche, de las nueve a las diez de la noche hasta el alba. El «asalto» se desarrolla de la manera siguiente: la «brigada de choque», que asedia una isba, «convoca» por turno a todas las personas que no han cumplido tal o cual obligación o plan y las «convence» por diversos medios para que cumplan con sus obligaciones. Se «asedia» de este modo a cada persona de la lista y se vuelve a empezar y así durante toda la noche5.

Una ley famosa promulgada el 7 de agosto de 1932, en el período más agudo de la guerra entre el campesinado y el régimen, desempeñó un papel decisivo dentro del arsenal represivo. Preveía la condena de hasta diez años de campo de concentración o a la pena de muerte «por cualquier robo o dilapidación de la propiedad socialista». Fue conocida entre el pueblo bajo el nombre de «ley de las espigas» porque las personas eran condenadas generalmente por haber robado unas espigas de trigo o de cebada en los campos koljozianos. Esta ley inicua permitió condenar, de agosto de 1932 a diciembre de 1933, a más de 125.000 personas, de las cuales 5.400 fueron condenadas a la pena capital6.

A pesar de estas medidas draconianas, el trigo no «entraba». A mediados de octubre de 1932, el plan de cosecha para las principales regiones cerealistas del país no se había cumplido más que entre el 15 y el 20 por 100. El 22 de octubre de 1932, el Politburó decidió, por lo tanto, enviar a Ucrania y al Cáucaso del Norte a dos comisiones extraordinarias, una dirigida por Vyacheslav Molotov y la otra por Lazar Kaganovich, con el objetivo de «acelerar las cosechas7. El 2 de noviembre, la comisión de Lazar Kaganovich, de la que formaba parte Guenrij Yagoda, llegó a Rostov del Don. Convocó inmediatamente una reunión de todos los secretarios de distrito del partido de la región del Cáucaso del Norte, al término de la cual fue adoptada la resolución siguiente: «como consecuencia del fracaso particularmente vergonzoso del plan de cosecha de cereales, obligar a las organizaciones locales del partido a quebrar el sabotaje organizado por los elementos kulaks contrarrevolucionarios, aniquilar la resistencia de los comunistas locales y de los presidentes de koljoz que se han colocado a la cabeza de este sabotaje». Para determinados distritos inscritos en la «lista negra» (según la terminología oficial) se tomaron las siguientes medidas: retirada de todos los productos de los almacenes, supresión total del comercio, reembolso inmediato de todos los créditos en curso, imposición excepcional y arresto de todos los «saboteadores», «elementos extraños» y «contrarrevolucionarios» siguiendo un procedimiento acelerado, bajo la dirección de la GPU. En caso de que prosiguiera el «sabotaje», la población sería susceptible de ser deportada en masa.

Solo en el curso del mes de noviembre de 1932, el primer mes de «lucha contra el sabotaje», se arrestó a 5.000 comunistas rurales juzgados «criminalmente complacientes» con el «sabotaje» de la campaña de la cosecha, y 15.000 koljozianos en esta región altamente estratégica desde el punto de vista de la producción agrícola que era el Cáucaso del Norte. En diciembre comenzaron las deportaciones masivas no solo de los kulaks, sino también de poblaciones enteras, fundamentalmente de stanitsy8 cosacos ya golpeados en 1920 por medidas semejantes9. El número de los colonos especiales se incrementó rápidamente. Si para 1932 los datos de la administración del Gulag señalaban la llegada de 71.236 deportados, el año 1933 registró una afluencia de 268.091 nuevos colonos especiales10.

En Ucrania, la comisión Molotov adoptó medidas análogas: inscripción en la «lista negra» de aquellos distritos cuyo plan de cosecha no había sido cumplido, con todas las consecuencias previamente descritas: purga de las organizaciones locales del partido, arrestos masivos no solamente de koljozianos, sino también de los dirigentes de los koljozes, sospechosos de «minimizar la producción». Muy pronto se extendieron estas medidas a otras regiones productoras de cereales.

¿Podían estas medidas represivas lograr que el Estado ganara la guerra contra los campesinos? No, subrayaba, en un informe particularmente perspicaz, el cónsul italiano de Novorossisk:

El aparato soviético, excesivamente armado y poderoso, se encuentra de hecho en la imposibilidad de conseguir la victoria en una o en varias batallas. El enemigo no se presenta en masa, está disperso y uno se agota en una serie infinita de minúsculas operaciones: aquí no se ha escardado un campo, allí se han ocultado algunos quintales de trigo; sin contar un tractor que no funciona, otro segundo voluntariamente averiado, un tercero de paseo en lugar de trabajando… Y constatar de inmediato que ha sido desvalijado un almacén, que los directores de los koljozes, por miedo o por malevolencia, no declaran la verdad en sus informes… Y así continuamente, hasta el infinito, ¡y siempre igual en este inmenso territorio! (…) El enemigo, hay que ir a buscarlo casa por casa, población por población. ¡Es como llevar agua en una cubeta agujereada!11.

Para vencer «al enemigo» no quedaba más que una única solución: matarlo de hambre.

Los primeros informes sobre los riesgos de una «situación alimenticia crítica» para el invierno de 1932-1933 llegaron a Moscú a partir del verano de 1932. En agosto, Molotov informó al Politburó que existía «una amenaza real de hambre incluso en distritos en los que la cosecha había sido excelente». No obstante, propuso llevar a cabo, costara lo que costara, el plan de cosecha. Ese mismo mes de agosto, Issayev, el presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo de Kazajstán, informó a Stalin de la amplitud del hambre en esa república, donde la colectivización-sedentarización había desorganizado completamente la economía nómada tradicional. Incluso estalinistas endurecidos como Stalisnas Kossior, primer secretario del Partido Comunista de Ucrania, o Mijaíl Jatayevich, primer secretario del partido de la región de Dniepropetrovsk, solicitaron a Stalin y a Molotov que redujeran el plan de cosecha. «Para que en el porvenir la producción pueda aumentar conforme a las necesidades del Estado proletario —escribía Jatayevich a Molotov en noviembre de 1932— debemos tomar en consideración las necesidades mínimas de los koljozianos, de lo contrario no habrá nadie para sembrar y asegurar la producción.»

Su posición», respondió Molotov, «es profundamente incorrecta, no bolchevique. Nosotros, los bolcheviques, no podemos colocar las necesidades del Estado —necesidades definidas precisamente por resoluciones del partido— en décimo lugar, ni siquiera en segundo12.

Algunos días más tarde el Politburó enviaba a las autoridades locales una circular en la que se ordenaba que los koljozes que no habían cumplido todavía con su plan fueran inmediatamente privados de «todo el grano que tenían, incluido el que se denominaba reserva para simiente».

Millones de campesinos de las regiones más ricas de la Unión Soviética se vieron entregados de esta manera al hambre y no tuvieron otro recurso que marchar hacia las ciudades tras haber sido obligados a entregar bajo amenaza, incluso de tortura, todas sus escasas reservas, sin tener ni los medios ni la posibilidad de comprar nada. Ahora bien, el Gobierno acababa de instaurar el 27 de diciembre de 1932 el pasaporte interior y el registro obligatorio para los habitantes de las ciudades con la finalidad de limitar el éxodo rural, de «liquidar el parasitismo social» y de «combatir la infiltración de los elementos kulaks en las ciudades». Frente a esta huida de los campesinos para sobrevivir, dictó, por lo tanto, el 22 de enero de 1933 una circular que condenaba a una muerte programada a millones de personas hambrientas. Firmada por Stalin y Molotov, ordenaba a las autoridades locales y en particular a la GPU prohibir «por todos los medios las marchas masivas de campesinos de Ucrania y del Cáucaso del Norte hacia las ciudades. Después del arresto de los elementos contrarrevolucionarios, los demás fugitivos serán reconducidos a su lugar de residencia». La circular explicaba la situación de la siguiente manera: «El Comité Central y el Gobierno tienen pruebas de que este éxodo masivo de los campesinos está organizado por los enemigos del poder soviético, los contrarrevolucionarios y los agentes polacos con una finalidad de propaganda contra el sistema koljoziano en particular y el poder soviético en general»13.

En todas las regiones afectadas por el hambre, la venta de billetes de tren fue inmediatamente suspendida. Se pusieron en funcionamiento cordones policiales controlados por unidades especiales de la GPU para impedir que los campesinos abandonaran su distrito. A inicios del mes de marzo de 1933, un informe de la policía política precisaba que en el espacio de un mes 219.940 personas habían sido interceptadas en el marco de las operaciones destinadas a limitar el éxodo de campesinos hambrientos hacia las ciudades; y que 186.588 habían sido «reconducidos a su región de origen», siendo los demás arrestados y juzgados. Pero el informe se mantenía mudo en relación con el estado de las personas expulsadas de las ciudades.

Sobre este aspecto, contamos con el testimonio del cónsul italiano de Járkov, en el corazón de una de las regiones más afectadas por el hambre:

Desde hace una semana se ha organizado un servicio de acogida de los niños abandonados. Efectivamente, cada vez hay más campesinos que fluyen hacia la ciudad porque no tienen ninguna esperanza de sobrevivir en el campo, hay niños a los que han traído aquí y que inmediatamente son abandonados por los padres, los cuales regresan a su población para morir en ella. Estos últimos esperan que en la ciudad alguien cuidará de sus hijos. (…) Desde hace una semana se ha movilizado a los dvorniki (porteros) con bata blanca que patrullan la ciudad y que llevan a los niños hasta la comisaría de policía más cercana. (…) Hacia medianoche, se comienza a transportarlos en camiones hasta la estación de mercancías de Severodonetsk. Aquí se reúne también a los niños que se han encontrado en las estaciones, los trenes, a las familias de los campesinos, a las personas aisladas de mayor edad, atrapadas en la ciudad durante su viaje. Hay personal médico (…) que realiza la «selección». Aquellos que no se han hinchado y ofrecen una posibilidad de sobrevivir son dirigidos hacia los barracones de Golodnaya Gora, donde en hangares, sobre paja, agoniza una población de cerca de 8.000 almas, compuesta fundamentalmente por niños. (…) Las personas hinchadas son transportadas en tren de mercancías hasta el campo y abandonadas a cincuenta o sesenta kilómetros de la ciudad de manera que mueran sin que se les vea. (…) A la llegada a los lugares de descarga, se excavan grandes fosas y se retira a todos los muertos de los vagones14.

En los campos, la mortalidad alcanzó cifras máximas en la primavera de 1933. Al hambre se unió el tifus. En poblaciones de varios miles de habitantes los supervivientes no se contaron más que por decenas. En los informes de la GPU se señalaron algunos casos de canibalismo, al igual que en los de los diplomáticos italianos de servicio en Járkov:

Se traen a Járkov cada noche cerca de 250 cadáveres de personas muertas de hambre o de tifus. Se nota que un número muy elevado de entre ellos no tiene ya hígado: este parece haber sido retirado a través de un corte ancho. La policía acaba por atrapar a algunos de los misteriosos «amputadores» que confiesan que con esta carne confeccionaban un sucedáneo de pirozhki (empanadillas) que vendían inmediatamente en el mercado15.

En abril de 1933, el escritor Mijaíl Shólojov, de paso por una población de Kubán, escribió dos cartas a Stalin exponiendo en detalle la manera en que las autoridades locales se habían apoderado, bajo tortura, de todas las reservas de los koljozianos, reducidos al hambre. Pedía al primer secretario que enviara una ayuda alimenticia. En su respuesta al escritor, Stalin desvelaba sin ambages su posición: los campesinos habían sido justamente castigados por haber «hecho huelga, realizado sabotaje», por haber «llevado a cabo una guerra de desgaste contra el poder soviético, una guerra a muerte» 16. Mientras que durante aquel año de 1933 millones de campesinos morían de hambre, el Gobierno soviético continuaba exportando al extranjero 18 millones de quintales de trigo por «necesidades de la industrialización».

Los archivos demográficos y los censos de 1937 y de 1939, mantenidos en secreto durante décadas, permiten evaluar la amplitud de la hambruna de 1933. Geográficamente, la «zona del hambre» cubría el conjunto de Ucrania, una parte de la zona de las tierras negras, las ricas llanuras del Don, del Kubán y del Cáucaso del Norte, una gran parte del Kazajstán. Cerca de 40 millones de personas fueron afectadas por el hambre o la carestía. En las regiones más golpeadas, como las zonas rurales alrededor de Járkov, la mortalidad entre enero y junio de 1933 se multiplicó por 10 en relación con la media: 100.000 fallecidos en junio de 1933 en la región de Járkov, frente a 9.000 en junio de 1932. Es preciso señalar que un número de fallecimientos muy numeroso ni siquiera fue registrado. Las zonas rurales, por supuesto, fueron golpeadas más duramente que las ciudades, pero estas tampoco quedaron a salvo. Járkov perdió en un año más de 120.000 habitantes, Krasnodar 40.000 y Stavropol 20.000.

Fuera de la «zona del hambre», las pérdidas demográficas, debidas en parte a la escasez, no fueron desdeñables. En las zonas rurales de la región de Moscú, la mortalidad aumentó un 50 por 100 entre enero y junio de 1933. En la ciudad de Ivanovo, teatro de motines de hambre en 1932, la mortalidad subió un 35 por 100 en el curso del primer semestre de 1933. Para el año 1933 y para el conjunto del país, se observa una sobretasa de fallecimientos superior a los seis millones. Al deberse la inmensa mayoría de esta sobretasa al hambre, el balance de esta tragedia se puede ciertamente estimar en seis millones de víctimas aproximadamente. El campesinado de Ucrania pagó el tributo más pesado con al menos cuatro millones de muertos. En Kazajstán se produjo un millón de muertos aproximadamente, sobre todo entre la población nómada privada de todo su ganado desde la colectivización y sedentarizada a la fuerza. En el Cáucaso del Norte y en la región de las tierras negras se produjo un millón de muertos…17.

Extractos de la carta enviada por Mijaíl Shólojov, autor de El Don apacible, el 4 de abril de 1933 a Stalin

Camarada Stalin:

El distrito Veshenski, como muchos otros distritos del norte del Cáucaso, no ha cumplido el plan de entrega de cereales no por culpa de algún «sabotaje kulak», sino de la mala dirección local del partido…

En el mes de diciembre pasado, el comité regional del partido envió para «acelerar» la campaña de recogida a un «plenipotenciario», el camarada Ovchinnikov. Este adoptó las medidas siguientes: 1) requisar todos los cereales disponibles, incluido el «anticipo» entregado por la dirección de los koljozes a los koljozianos para simiente de la cosecha futura, 2) repartir por hogares las entregas debidas al Estado por cada koljoz. ¿Cuáles han sido los resultados de estas medidas? Cuando comenzaron las requisas, los campesinos se pusieron a ocultar y a enterrar el trigo. Ahora, algunas palabras sobre los resultados numéricos de todas estas requisas. Cereales «encontrados»: 5.930 quintales… Y ahora algunos de los métodos empleados para obtener esas 593 toneladas, de las que una parte llevaba enterrada… ¡desde 1918!

El método del frío… Se desnuda al koljoziano y se le pone «al fresco», completamente desnudo, en un hangar. A menudo se ponía «al fresco» a los koljozianos por brigadas enteras.

El método del calor. Se rocían los pies y las faldas de las koljozianas con keroseno y se las prende fuego. Después se apaga y se vuelve a empezar…

En el koljoz Napolovski, un tal Plotkin, «plenipotenciario» del comité de distrito, obligaba a los koljozianos interrogados a tenderse sobre una placa calentada al rojo vivo, después los «descalentaba» encerrándolos desnudos en un hangar…

En el koljoz Lebyazhenski se situaba a los koljozianos a lo largo de un muro y se simulaba una ejecución…

Podría multiplicar hasta el infinito este tipo de ejemplos. No se trata de «abusos», no, ese es el método corriente de recogida del trigo…

Si le parece que mi carta es digna de exigir la atención del Comité Central, envíe aquí a verdaderos comunistas que tendrán el valor de desenmascarar a todos aquellos que han asestado un golpe mortal a la construcción koljoziana en este distrito… Usted es nuestra única esperanza.

Suyo Mijaíl Shólojov.

(Archivos presidenciales, 45/1/827/7-22.)

Y la respuesta de Stalin a M. Shólojov, el 6 de mayo de 1933

Querido camarada Shólojov:

He recibido sus dos cartas. La ayuda que me pide ha sido concedida. He enviado al camarada Shkiryatov para que desenrede los asuntos de los que me habla. Le ruego que le ayude. Ya está. Sin embargo, camarada Shólojov, eso no es todo lo que deseaba decirle. En realidad, sus cartas proporcionan una visión que yo calificaría de no objetiva y, a ese respecto, desearía escribirle algunas palabras.

Le he agradecido sus cartas que indican una pequeña enfermedad de nuestro aparato, que muestran que deseando hacer las cosas bien, es decir, desarmar a nuestros enemigos, algunos de nuestros funcionarios del partido se enfrentan con nuestros amigos y pueden incluso llegar a ser francamente sádicos. Pero que me percate de eso no significa que esté de acuerdo EN TODO con usted. Usted ve UN aspecto de las cosas, y no lo ve mal. Pero solo es UN aspecto de las cosas. Para no equivocarse en política —y sus cartas no son literatura, sino que son pura política— hay que saber ver EL OTRO lado de la realidad. Y el otro aspecto es que los respetados trabajadores de su distrito —y no solo del suyo— estaban en huelga, llevaban a cabo un sabotaje y ¡estaban dispuestos a dejar sin pan a los obreros y al Ejército Rojo! El hecho de que ese sabotaje fuera silencioso y en apariencia pacífico (sin derramamiento de sangre) no cambia en absoluto el fondo del asunto, a saber, que los respetados trabajadores llevaban a cabo una guerra de zapa contra el poder soviético. ¡Una guerra a muerte, querido camarada Shólojov!

Por supuesto, estas especificidades no pueden justificar los abusos que, según usted, han sido cometidos por los funcionarios y los culpables tendrán que responder de su comportamiento. Pero resulta tan claro como el agua que nuestros respetados trabajadores no son inocentes corderos, como podría pensarse leyendo sus cartas.

Que siga usted bien.

Le estrecha la mano. Suyo I. Stalin.

(Archivos presidenciales, 3/61/549/194.)

Cinco años antes del gran terror que golpeará en primer lugar a la intelligentsia y a los cuadros económicos del partido, la gran hambruna de 1932-1933, apogeo del segundo acto de la guerra anticampesina iniciada en 1929 por el Partido-Estado, aparece como un episodio decisivo en la puesta en funcionamiento de un sistema represivo experimentado paso a paso, y según las oportunidades políticas del momento, contra uno u otro grupo social. Con su cortejo de violencias, de torturas, de envío a la muerte de poblaciones enteras, la gran hambruna pone de manifiesto una formidable regresión, a la vez política y social. Se asiste a una multiplicación de los tiranos y de los déspotas locales, dispuestos a todo con tal de arrancar a los campesinos sus últimas provisiones, y a una instalación de la barbarie. Los abusos se convirtieron en práctica cotidiana, los niños fueron abandonados, y el canibalismo reapareció con las epidemias y el bandolerismo. Se instalaron «barracones de la muerte», y los campesinos conocieron una nueva forma de servidumbre, bajo la férula del Partido-Estado. Como escribía con perspicacia Sergo Ordzhonikidze a Serguei Kírov en enero de 1934: «Nuestros cuadros que conocieron la situación de 1932-1933 y que soportaron el golpe están verdaderamente templados como el acero. Pienso que con ellos se construirá un Estado como la historia no ha conocido nunca».

¿Hay que ver en esta hambre, como lo hacen hoy en día algunos publicistas e historiadores ucranianos, un «genocidio del pueblo ucraniano»18? Resulta innegable que el campesinado ucraniano fue la principal víctima de la hambruna de 1932-1933 y que este «ataque» fue precedido desde 1929 por varias ofensivas contra la intelligentsia ucraniana, acusada en primer lugar de «desviación nacionalista», y después, a partir de 1932, contra una parte de los comunistas ucranianos. Se puede sin duda, retomando la expresión de Andrei Sajarov, hablar de «ucranofobia de Stalin». Sin embargo, resulta también importante señalar que proporcionalmente la represión por el hambre afectó de la misma manera a las zonas cosacas del Kubán y del Don, y de Kazajstán. En esta última república, desde 1930, la colectivización y la sedentarización forzada de los nómadas habían tenido consecuencias desastrosas. El 80 por 100 del ganado fue diezmado en dos años. Desposeídos de sus bienes, reducidos al hambre, dos millones de kazakos emigraron, cerca de medio millón hacia Asia central y un millón y medio aproximadamente hacia China.

En realidad, en numerosas regiones, como Ucrania, las regiones cosacas, e incluso ciertos distritos de la región de las tierras negras, el hambre aparece como el último episodio del enfrentamiento, comenzado en los años 1918-1922, entre el Estado bolchevique y el campesinado. Se constata en efecto una notable coincidencia de las zonas de fuerte resistencia frente a las requisas de 1918-1921 y frente a la colectivización de 1929-1930, y de las zonas afectadas por el hambre. De los 14.000 motines y revueltas campesinos censados por la GPU en 1930, más del 85 por 100 tuvieron lugar en las regiones «castigadas» por la hambruna de 1932-1933. Son las regiones agrícolas más ricas y más dinámicas, las que tenían a la vez más que dar al Estado y más que perder con el sistema de extorsión de la producción agrícola puesto en funcionamiento al término de la colectivización forzosa, las que fueron más afectadas por la gran hambruna de 1932-1933.


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