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7 Colectivización forzosa y deskulakización

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Como lo confirman los archivos hoy en día accesibles, la colectivización forzosa del campo fue una verdadera guerra declarada por el Estado soviético contra toda una nación de pequeños productores. Más de dos millones de campesinos deportados, de los cuales un millón ochocientos mil lo fue en 1930-1931, seis millones de muertos a causa del hambre, centenares de miles de muertos en la deportación: estas cifras dan la medida de la tragedia humana que fue ese gran «ataque» contra el campesinado. Lejos de reducirse al invierno de 1929-1930, esta guerra duró al menos hasta mediados los años treinta, culminando en el curso de los años 1932-1933, marcados por una terrible hambruna deliberadamente provocada por las autoridades para quebrantar la resistencia del campesinado. La violencia ejercida contra los campesinos permitió experimentar métodos aplicados a continuación a otros grupos sociales. En este sentido, constituye una etapa decisiva en el desarrollo del terror estalinista.

En su informe al pleno del Comité Central de noviembre de 1939, Vyacheslav Molotov había declarado: «En el marco del plan no se plantea la cuestión de los ritmos de la colectivización. (…) Queda noviembre, diciembre, enero, febrero, marzo, cuatro meses y medio en el curso de los cuales, si los imperialistas nos atacan directamente, tenemos que realizar una penetración decisiva en el área de la economía y de la colectivización». Las decisiones del pleno se ocuparon de esta huida hacia adelante. Una comisión elaboró un nuevo calendario de colectivización que, después de varias revisiones al alza, fue promulgado el 5 de enero de 1930. El Cáucaso del Norte, y el Volga bajo y medio debían ser completamente colectivizados desde el otoño de 1930. Las otras regiones productoras de cereales lo serían un año más tarde1.

El 27 de diciembre de 1929, Stalin ya había anunciado el paso de «la limitación de las tendencias explotadoras de los kulaks a la liquidación de los kulaks como clase». Una comisión del Politburó, presidida por Molotov, fue encargada de poner en funcionamiento las medidas prácticas para esta liquidación. Definió tres categorías de kulaks: los primeros, «involucrados en actividades contrarrevolucionarias», debían ser detenidos y trasladados a los campos de trabajo de la GPU o ejecutados en caso de resistencia, siendo sus familias deportadas y sus bienes confiscados. Los kulaks de segunda categoría, definidos como «aquellos que manifiestan una oposición menos activa, pero no obstante archiexplotadores, y, por este hecho, naturalmente inclinados a ayudar a la contrarrevolución», debían ser detenidos y deportados con su familia a regiones apartadas del país. Finalmente, los kulaks de tercera categoría, calificados de «leales al régimen», serían instalados de oficio en las márgenes de los distritos en los que residían, «fuera de las zonas colectivizadas en tierras que necesitaran una bonificación». El decreto precisaba que «la cantidad de explotaciones kulaks que había que liquidar en un plazo de cuatro meses (…) se sitúa en una horquilla que va del 3 al 5 por 100 del número total de las explotaciones», cifra indicativa que pretendía guiar las operaciones de deskulakización2.

Coordinados en cada distrito por una troika compuesta por el primer secretario del comité del partido, el presidente del comité ejecutivo de los soviets y el responsable local de la GPU, las operaciones fueron llevadas a cabo en el terreno por comisiones y brigadas de deskulakización. La lista de los kulaks de primera categoría, que comprendía sesenta mil cabezas de familia según el «plan indicativo» establecido por el Politburó, era de competencia exclusiva de la policía política. En cuanto a las listas de kulaks de las otras categorías, eran preparadas sobre el terreno teniendo en cuenta las «recomendaciones» de los «activistas» del pueblo. ¿Quiénes eran esos activistas? Uno de los más cercanos colaboradores de Stalin, Sergo Ordzhonikidze, los describía de la siguiente manera: «ya que no hay militantes del partido en el pueblo, se ha puesto generalmente a un joven comunista, se le ha colocado como adjuntos a dos o tres campesinos pobres y este aktiv (grupo de activistas) se ha encargado de realizar de manera personal todos los asuntos del pueblo: colectivización, deskulakización»3. Las instrucciones eran claras: colectivizar el mayor número posible de explotaciones y detener a los recalcitrantes, a los que se etiquetaba de kulaks.

Tales prácticas abrían de manera natural el camino a incontables abusos igual que a cualquier tipo de ajuste de cuentas. ¿Cómo definir al kulak? ¿El de segunda o el de tercera categoría? En enero-febrero de 1930 ya no se podían ni siquiera utilizar los criterios que definían la explotación kulak, pacientemente elaborados después de cuidadosas discusiones mantenidas por diferentes ideólogos y economistas del partido durante los años previos. Efectivamente, en el curso del último año, los kulaks se habían empobrecido considerablemente para hacer frente a los impuestos cada vez más gravosos que pesaban sobre ellos. Ante la ausencia de signos exteriores de riqueza, las comisiones debían recurrir a las listas fiscales, a menudo antiguas e incompletas, conservadas por el soviet rural, a los informes de la GPU, a las denuncias de vecinos atraídos por la posibilidad de robar los bienes de otro. Efectivamente, en lugar de proceder a un inventario preciso y detallado de los bienes y transferirlos, según las instrucciones oficiales, al fondo inalienable del koljoz, las brigadas de deskulakización actuaban según la orden «comamos y bebamos, todo es nuestro». Como lo señalaba un informe de la GPU procedente de la provincia de Smolensk, «los deskulakizadores quitaban a los campesinos acomodados sus ropas de invierno y su ropa interior caliente, apoderándose en primer lugar del calzado. Dejaban a los kulaks en calzones, echaban mano de todo, incluidos los viejos calzados de caucho, las ropas de mujer, el té de 50 kopecks, atizadores, jarros… Las brigadas confiscaban hasta las pequeñas almohadas que se colocaban bajo la cabeza de los niños, incluso la kasha que se cocía en el horno y que arrojaban sobre los iconos después de haberlos roto»4. Las propiedades de los campesinos deskulakizados fueron a menudo simplemente saqueadas o vendidas al mejor postor a precios irrisorios. Algunas isbas fueron compradas por 60 kopecks, vacas por 15 kopecks —es decir, a precios varios centenares de veces inferiores a su valor real— por los miembros de las brigadas de deskulakización. Como posibilidad ilimitada de pillaje, la deskulakización sirvió también a menudo de pretexto para arreglar cuentas personales.

En esas condiciones, no resulta sorprendente que, en algunos distritos, entre el 80 y el 90 por 100 de los campesinos deskulakizados hubieran sido serednyaki, es decir, campesinos medios. Había que alcanzar, y si era posible superar, el número «indicativo» de los kulaks presentado por las autoridades locales. Se detuvo y deportó a campesinos nada más que por haber vendido durante el verano granos en el mercado o por haber empleado dos meses en 1925 o en 1926 a un obrero agrícola, por haber poseído dos samovares, por haber dado muerte a un cerdo en septiembre de 1929 «con la finalidad de consumirlo y de sustraerlo así a la apropiación socialista». Un campesino de ese tipo era detenido bajo el pretexto de que se había «entregado al comercio» aunque no era más que un campesino pobre que vendía los productos de su propia elaboración. Otro era deportado bajo el pretexto de que su tío había sido oficial zarista. Otro más era etiquetado de kulak a causa de que «frecuentaba de manera asidua la iglesia». Pero por regla general, se era catalogado como kulak por el único hecho de ser abiertamente opuesto a la colectivización. Reinaba tal confusión en las brigadas de deskulakización que se alcanzaba a veces las cimas de lo absurdo. Así, en una población de Ucrania, por no citar más que este ejemplo, un serednyak, miembro de una brigada de deskulakización, fue arrestado como kulak por representantes de otra brigada de deskulakización ¡que estaba realizando su labor en el otro extremo de la población!

No obstante, después de una primera fase que sirvió en algunos casos de pretexto para llevar a cabo ajustes de cuentas pendientes, o simplemente para entregarse al pillaje, la comunidad campesina no tardó en unirse frente a los «deskulakizadores» y a los «colectivizadores». En enero de 1930, la GPU censó 402 revueltas y «manifestaciones de masas» campesinas contra la colectivización y la deskulakización: en febrero 1.048 y en marzo 6.5285.

Esta resistencia masiva e inesperada del campesinado obligó al poder a modificar momentáneamente sus planes. El 2 de marzo de 1930, todos los periódicos soviéticos publicaron el famoso artículo de Stalin, «El vértigo del éxito», en el que este condenaba, «las numerosas violaciones del principio del voluntariado en la adhesión de los campesinos a los koljozes», imputando los «excesos» de la colectivización y de la deskulakización a los responsables locales «ebrios de éxito». El impacto del artículo fue inmediato. Durante solamente el mes de marzo, más de cinco millones de campesinos abandonaron los koljozes. Sin embargo, los problemas y desórdenes relacionados con la reapropiación, a menudo violenta, de los útiles y del ganado por parte de sus propietarios no cesaron. Durante el curso del mes de marzo, las autoridades centrales recibieron cotidianamente informes de la GPU señalando sublevaciones masivas en Ucrania occidental, en la región central de las tierras negras, en el Cáucaso Norte y en el Kazajstán. En total, la GPU contabilizó durante ese mes crítico más de 6.500 «manifestaciones de masas», de las que más de 800 debieron ser «aplastadas por la fuerza armada». En el curso de estos acontecimientos, más de 1.500 funcionarios fueron muertos, resultaron heridos o recibieron palizas. El número de víctimas entre los insurgentes no se conoce, pero debe contarse por miles6.

Al inicio del mes de abril, el poder se vio obligado a realizar nuevas concesiones. Envió a las autoridades locales varias circulares solicitando un ritmo más lento de colectivización, reconociendo que existía un peligro real de «una verdadera oleada de guerras campesinas» y de «un aniquilamiento físico de la mitad de los funcionarios locales del poder soviético». En abril, el número de revueltas y de manifestaciones campesinas bajó, resultando todavía impresionante con 1.992 casos registrados por la GPU. El descenso se aceleró a partir del verano: 886 revueltas en junio, 618 en julio y 256 en agosto. En total, durante el año 1930, cerca de dos millones y medio de campesinos participaron en cerca de 14.000 revueltas, motines y manifestaciones de masas contra el régimen. Las regiones más afectadas fueron Ucrania, en particular Ucrania occidental, donde distritos enteros, fundamentalmente en las fronteras de Polonia y de Rumania, escaparon al control del régimen, la región de las tierras negras y el Cáucaso del Norte7.

Una de las particularidades de estos movimientos fue el papel clave que desempeñaban en los mismos las mujeres, enviadas a primera línea con la esperanza de que no serían sometidas a represiones demasiado severas8. Pero si las manifestaciones de campesinas protestando contra la clausura de la iglesia o la colectivización de las vacas lecheras, que ponía en tela de juicio la propia supervivencia de sus hijos, afectaron de manera muy particular a las autoridades, también hubo numerosos enfrentamientos sangrientos entre destacamentos de la GPU y grupos de campesinos armados con horcas y hachas. Centenares de soviets fueron saqueados, mientras que los comités campesinos tomaban en sus manos, por algunas horas o por algunos días, los asuntos de la aldea, formulando una lista de reivindicaciones, entre las que figuraban la restitución de los útiles y del ganado confiscado, la disolución del koljós, la restauración de la libertad de comercio, la reapertura de la iglesia, la restitución a los kulaks de sus bienes, el regreso de los campesinos deportados, la abolición del poder bolchevique o… el restablecimiento de una «Ucrania independiente»9.

Aunque los campesinos llegaron, fundamentalmente en marzo y en abril, a perturbar los planes gubernamentales de colectivización acelerada, sus éxitos fueron de corta duración. A diferencia de lo que había pasado en 1920-1921, no llegaron a poner en funcionamiento una verdadera organización, a encontrar dirigentes y a federarse salvo en el ámbito regional. Carentes de tiempo frente a un régimen que reaccionó con rapidez, carentes de cuadros porque habían sido diezmados durante la guerra civil, carentes de armas porque progresivamente habían sido confiscadas en el curso de los años veinte, las revueltas campesinas no duraron mucho.

La represión fue terrible. Solamente en los distritos fronterizos de la Ucrania occidental, la «limpieza de los elementos contrarrevolucionarios» condujo al arresto, a finales del mes de marzo de 1930, de más de 15.000 personas. La GPU de Ucrania detuvo además en el plazo de cuarenta días, del 1 de febrero al 15 de marzo, a otras 26.000 personas, de las que 650 fueron fusiladas. Según los datos de la GPU, 20.200 personas fueron condenadas a muerte en 1930 solamente por las jurisdicciones de excepción de la policía política10.

Mientras que se proseguía la represión de los «elementos contrarrevolucionarios», la GPU aplicaba la directiva número 44/21 de G. Yagoda sobre el arresto de 60.000 kulaks de primera categoría. A juzgar por los informes cotidianos enviados a Yagoda, la operación fue llevada a cabo a la perfección: el primer informe, de fecha de 6 de febrero, hace referencia a 15.985 individuos detenidos. El 9 de febrero, 25.245 personas habían sido, según la propia expresión de la GPU, «retiradas de la circulación». El «informe secreto» (spetzsvodka) de fecha de 15 de febrero precisaba: «En liquidaciones, en individuos retirados de la circulación y en operaciones de masa, se alcanza un total de 64.589, de los que 52.166 han sido retirados en el curso de las operaciones preparatorias (1.a categoría); y 12.423 retirados en el curso de las operaciones de masa». En unos días, el «plan» de 60.000 kulaks de primera categoría había sido superado11.

En realidad, los kulaks solo representaban una parte de las personas «retiradas de la circulación». Los agentes locales de la GPU habían aprovechado la ocasión para «limpiar» su distrito de los «elementos socialmente extraños», entre los que figuraban «policías del antiguo régimen», «oficiales blancos», «ministros de culto», «monjas», «artesanos rurales», antiguos «comerciantes», «miembros de la intelligentsia rural» y «otros». Al final del informe de 15 de febrero de 1930, que detallaba las diversas categorías de individuos detenidos en el contexto de la liquidación de los kulaks de primera clase, Yagoda escribió: «Las regiones Noreste y Leningrado no han comprendido nuestras consignas o no quieren entenderlas. Hay que obligarles a comprender. Estamos limpiando los territorios de popes, comerciantes y demás. Si dicen «demás» quiere decir que no saben a quiénes detienen. Tendremos todo el tiempo del mundo para desembarazarnos de los popes y de los comerciantes, hoy en día donde hay que golpear precisamente es en el blanco: los kulaks y los kulaks contrarrevolucionarios» 12. ¿Cuántos individuos detenidos en el marco de la operación de «liquidación de los kulaks de primera categoría» fueron ejecutados? Hasta el día de hoy no está disponible ningún dato al respecto.

Los kulaks de «1.a categoría» constituyeron, sin duda, una parte notable de los primeros contingentes de detenidos transferidos a los campos de trabajo. En el verano de 1930, la GPU había ya puesto en funcionamiento una vasta red de campos de este tipo. El conjunto penitenciario más antiguo, el de las islas Solovki, continuó su extensión por el litoral del mar Blanco, de Carelia a la región de Arcángel. Más de 40.000 detenidos construían la ruta Kem-Ujta y aseguraban la mayor parte de la producción de madera exportada desde el puerto de Arcángel. El grupo de campos de concentración del norte, que reunía aproximadamente a 40.000 detenidos, se dedicaba a la construcción de una vía de ferrocarril de trescientos kilómetros que enlazaría Ust, Sysolsk y Piniug, y a un camino de doscientos noventa kilómetros que uniría Ust, Sysolsk y Ujta. En el grupo de los campos de concentración de Extremo Oriente, los 15.000 detenidos constituían la mano de obra exclusiva de la construcción de la línea ferroviaria de Boguchachinsk. Un cuarto conjunto, el denominado de la Vichera que incluía a 20.000 detenidos aproximadamente, proporcionaba la mano de obra para el gran complejo químico de Berezniki en los Urales. Finalmente, el grupo de campos de concentración de Siberia, es decir 24.000 detenidos aproximadamente, contribuía a la construcción de la línea de ferrocarril Tomsk-Yenisseisk y del complejo metalúrgico de Kuznetsk13.

En un año y medio, de finales de 1928 al verano de 1930, la mano de obra penal explotada en los campos de la GPU se había multiplicado por 3,5, pasando de 40.000 a 140.000 detenidos aproximadamente. Los éxitos de la explotación de esta fuerza de trabajo estimularon al poder para realizar nuevos grandes proyectos. En junio de 1930, el Gobierno decidió construir un canal de doscientos cuarenta kilómetros de largo, excavado en su mayor parte en una roca granítica, que uniría el mar Báltico con el mar Blanco. Carente de medios técnicos y de máquinas, este proyecto faraónico necesitaba una mano de obra de al menos 120.000 detenidos, que trabajara solamente con útiles del tipo de picos, palas y carretillas. Pero en el verano de 1930, con la deskulakización que llegaba a su apogeo, la mano de obra penal era, menos que nunca, un producto deficitario.

En realidad, la masa de deskulakizados era tal —más de 700.000 personas a finales de 1930, más de 1.800.000 a finales de 193114— que «las estructuras de encuadramiento» no «podían formarse a la misma velocidad». En la improvisación y la anarquía más completa se desarrollaron las operaciones de deportación de la inmensa mayoría de los kulaks de las denominadas «segunda» o «tercera» categoría. Llegaron a una forma sin precedente de «deportación-abandono», a la rentabilidad económica nula para las autoridades, pese a que uno de los objetivos principales de las deskulakización era la revalorización, gracias a los deportados, de regiones inhóspitas, pero ricas en recursos naturales, del país15.

Las deportaciones de kulaks de segunda categoría comenzaron desde la primera semana de febrero de 1930. Según el plan acordado por el Politburó, 60.000 familias debían ser deportadas en el curso de una primera fase que debía concluir a finales de abril. La región norte debía acoger a 45.000 familias, los Urales a 15.000. El 16 de febrero, sin embargo, Stalin telegrafió a Eije, primer secretario del comité regional del partido de Siberia occidental: «Es inadmisible que Siberia y el Kazajstán pretendan no estar preparados para la acogida de los deportados. Siberia debe recibir de manera imperativa a 15.000 familias de aquí a finales de abril». En respuesta, Eije envió a Moscú un «presupuesto» estimativo de los costes para «la instalación» del contingente planificado de deportados que ascendía a cuarenta millones de rublos, ¡suma que no recibió jamás!16.

También las operaciones de deportación se vieron señaladas por una ausencia completa de coordinación entre los diferentes eslabones de la cadena. Los campesinos detenidos fueron alojados durante semanas en locales improvisados —cuarteles, edificios administrativos, estaciones—, de donde un gran número de ellos consiguió huir. La GPU había previsto para la primera fase 240 envíos de 53 vagones, estando cada envío, según las normas definidas por la GPU, compuesto de 44 vagones de ganado en cada uno de los cuales había cuarenta deportados, de ocho vagones para el transporte de los útiles, el avituallamiento y algunos bienes que pertenecían a los deportados, con un límite de 480 kilos por familia, y de un vagón para el transporte de los guardianes. Según testifica la correspondencia acerba cruzada entre la GPU y el comisariado del pueblo para el Transporte, los convoyes no llegaban más que con cuentagotas. En los grandes centros de clasificación, en Vologda, Kotlas, Rostov, Sverdlovsk y Omsk, se quedaban inmovilizados durante semanas con su cargamento humano. El estacionamiento prolongado de estos transportes de réprobos, en los que mujeres, niños y ancianos estaban representados en buen número, no pasaba por regla general inadvertido a la población local, según lo atestiguan las numerosas cartas colectivas enviadas a Moscú, estigmatizando «la matanza de inocentes» y firmadas por el «colectivo de obreros y empleados de Vologda» o de los «ferroviarios de Kotlas»17.

En estos envíos inmovilizados en pleno invierno en alguna vía secundaria, a la espera de un lugar de destino donde pudieran ser «instalados» los deportados, el frío, la ausencia de higiene y las epidemias implicaban, según los transportes, una mortalidad sobre la cual se dispone de pocas cifras para los años 1930-1931.

Una vez encaminados por transporte ferroviario hasta una estación, los hombres válidos eran a menudo separados de su familia, instalados provisionalmente en barracones levantadas deprisa y corriendo, y enviados bajo escolta hacia los «lugares de colonización» situados, como lo preveían las instrucciones oficiales, «a distancia de las vías de comunicación». El interminable periplo se continuaba, por lo tanto, durante varios centenares de kilómetros todavía, con o sin la familia, si era en invierno en convoyes de trineos, o en carretas si era verano, o incluso a pie. Desde un punto de vista práctico, esta última etapa del periplo de los «kulaks de segunda categoría» se parecía a menudo a la deportación de los «kulaks de tercera categoría» desplazados hacia «tierras que necesitaban una bonificación en el interior de su región» —regiones que cubrían, en Siberia o en los Urales, varios centenares de miles de kilómetros cuadrados. Tal y como informaban el 7 de marzo de 1930 las autoridades del distrito de Tomsk en Siberia occidental, «los primeros transportes de kulaks de tercera categoría llegaron a pie, en ausencia de caballos, de trineos, de arneses. (…) En general, los caballos destinados a los transportes resultan absolutamente inútiles para desplazamientos de trescientos kilómetros y más, puesto que durante la formación de los convoyes todos los buenos caballos que pertenecen a los deportados han sido reemplazados por malatones. (…) Vista la situación, no se puede plantear el transporte de los objetos y los suministros de dos meses a los que tienen derecho los kulaks, lo que se aplica también a los niños y a los ancianos, que representan más del 50 por 100 del contingente»18.

En otro informe del mismo tenor, el Comité Ejecutivo Central de Siberia occidental demostraba, mediante el absurdo, la imposibilidad de poner en funcionamiento las instrucciones de la GPU referidas a la deportación de 4.902 kulaks de tercera categoría procedentes de los dos distritos de la provincia de Novossibirsk. «El transporte, a lo largo de trescientos setenta kilómetros de caminos execrables, de las 8.560 toneladas de cereales y de forraje a la que los deportados tenían teóricamente derecho “para su viaje y su instalación” implicaría la movilización de 28.909 caballos y de 7.227 vigilantes (un vigilante por cada cuatro caballos)». El informe concluía que «la realización de tal operación comprometería la campaña de siembra de la primavera en la medida en que los caballos, agotados, necesitarían un largo período de reposo (…). También es indispensable revisar muy a la baja las provisiones que se autoriza llevar a los deportados»19.

Por lo tanto, los deportados debían instalarse sin provisiones ni útiles, y por regla general sin abrigo. Un informe procedente de la región de Arcángel reconocía en septiembre de 1930 que de las 1.641 habitaciones «programadas» para los deportados, solamente se habían construido siete. Los deportados «se instalaban» en algún trozo de tierra, en medio de la estepa o de la taiga. Los que tenían más suerte, y habían tenido la posibilidad de llevar algunos útiles, podían entonces intentar confeccionarse un abrigo rudimentario, por regla general la tradicional zemlianka, un sencillo agujero en la tierra cubierto con ramas. En algunos casos, cuando los deportados eran asignados por miles a residencias cerca de una gran obra o de un lugar industrial en construcción, se les alojaba en barracones someras, con tres catres superpuestos y varios centenares por barracón.

¿De las 1.803.392 personas oficialmente deportadas en virtud de la «deskulakización» en 1930-1931, cuántas perecieron de frío y de hambre durante los primeros meses de su «nueva vida»? Los archivos de Novossibirsk han conservado un documento sobrecogedor, el informe enviado a Stalin en mayo de 1933 por un instructor del partido de Narym en Siberia occidental, sobre la suerte reservada a dos convoyes que comprendían a más de 6.000 personas deportadas procedentes de Moscú y San Petersburgo. Aunque tardío y referido a otra categoría de deportados, no a campesinos sino a «elementos desclasados» expulsados de la nueva «ciudad socialista» a partir de finales de 1932, este documento ilustra una situación que no era, sin duda, excepcional, y que podría calificarse de «deportación-abandono».

He aquí algunos extractos de este terrible testimonio:

Los días 29 y 30 de abril de 1933, dos convoyes de elementos desclasados nos fueron enviados por tren desde Moscú y Leningrado. Llegados a Tomsk, estos elementos fueron introducidos en gabarras y desembarcados, unos el 18 de mayo y los restantes el 26 de mayo, en la isla de Nazino, situada en la confluencia del Ob y del Nazina. El primer convoy constaba de 5.070 personas; el segundo de 1.044, es decir, en total eran 6.114 personas. Las condiciones de transporte eran terribles: alimentación insuficiente y execrable; falta de aire y de sitio; vejaciones sufridas por los más débiles. (…) Resultado: una mortalidad cotidiana de alrededor de 35-40 personas. No obstante, estas condiciones de existencia aparecen como un verdadero lujo en relación con lo que esperaba a los deportados en la isla de Nazino (donde debían ser expedidos, en grupos, hasta su destino final, hacia sectores de colonización situados aguas arriba del río Nazina). La isla de Nazino es un enclave totalmente virgen, sin ningún habitante. (…) No había útiles, ni semillas, ni alimentos… Comenzó la nueva vida. Al día siguiente de la llegada del primer convoy, el 19 de mayo, empezó a nevar y el viento se puso a soplar. Hambrientos, depauperados, sin techo, sin útiles (…) los deportados se encontraron en una situación sin salida. Solo pudieron encender algunos fuegos para intentar escapar del frío. La gente comenzó a morirse. (…) El primer día se enterraron 295 cadáveres. (…) Solo al cuarto o al quinto día después de la llegada de los deportados a la isla las autoridades enviaron, por barco, algo de harina, a razón de algunos centenares de gramos por persona. Tras recibir su magra ración, la gente corría hacia la orilla e intentaba mezclar, en su shapka20, su pantalón o su chaqueta un poco de esa harina con agua. Pero la mayoría de los deportados intentaba tragarse la harina como estaba y morían a menudo ahogados. Durante toda su estancia en la isla, lo único que recibieron los deportados fue un poco de harina. Los más avispados intentaron cocer galletas, pero no había el menor recipiente. (…) Muy pronto se produjeron casos de canibalismo.

A finales del mes de junio comenzó el envío de deportados hacia las auto-denominadas aldeas de colonización. Estos lugares se encontraban aproximadamente a doscientos kilómetros de la isla, remontando el río Nazina, en plena taiga. La aldea en cuestión era la naturaleza virgen. No obstante, se consiguió instalar un horno primitivo, lo que permitió fabricar una especie de pan. Pero, para el resto, hubo pocos cambios en relación con la vida en la isla de Nazino: la misma ociosidad, los mismos fuegos y la misma desnudez. Solo hubo una diferencia: la especie de pan que se distribuyó una vez para los días restantes. La mortalidad continuaba. Solo un ejemplo: de 78 personas embarcadas en la isla en dirección al quinto sector de colonización, 12 llegaron con vida. Muy pronto, las autoridades reconocieron que estos enclaves no eran colonizables, y todo el contigente que había sobrevivido fue reenviado, por barco, río abajo. Las evasiones se multiplicaron. (…) En los nuevos lugares de asentamiento, los deportados sobrevivientes, a los que por fin se había entregado algunas herramientas, se pusieron a construir, a partir de la segunda quincena de julio, abrigos medio enterrados en el suelo. (…) Todavía siguieron produciéndose algunos casos de canibalismo. (…) Pero la vida fue recuperando progresivamente sus derechos: la gente volvió a ponerse a trabajar, pero la usura de los organismos era tal que, incluso cuando recibían 750-1.000 gramos de pan diarios, continuaban cayendo enfermos, reventando, comiendo musgo, hierba, hojas, etc. El resultado de todo esto fue que de las 6.100 personas que salieron de Tomsk (a las que hay que añadir 500-700 personas enviadas a la región desde otras partes), el 20 de agosto solo quedaban con vida unas 2.200 personas21.

¿Cuántos Nazinos, cuántos casos similares de deportación-abandono se produjeron? Algunas cifras proporcionan la medida de las pérdidas. Entre febrero de 1930 y diciembre de 1931, un poco más de 1.800.000 deskulakizados fueron deportados. Ahora bien, el 1 de enero de 1932, cuando las autoridades efectuaron un primer control general, no se censó más que a 1.317.022 personas22. Las pérdidas alcanzaban el medio millón, es decir, cerca del 30 por 100 de los deportados. Ciertamente el número de aquellos que habían conseguido huir era sin duda elevado23. En 1932, la evolución de los «contingentes» fue por primera vez objeto de un estudio sistemático por parte de la GPU. Esta era desde el verano de 1931 la única responsable de los deportados etiquetados como «colonos especiales» en todos los eslabones de la cadena, desde la deportación hasta la gestión de los «pueblos de colonización». Según este estudio, habían existido más de 210.000 evadidos y se habían producido alrededor de 90.000 muertes. En 1933, año de la hambruna, las autoridades registraron a 151.601 fallecidos de los 1.142.000 colonos especiales contabilizados el 1 de enero de 1933. La tasa de mortalidad anual era, por lo tanto, del 6,8 por 100 aproximadamente en 1932, y del 13,3 por 100 en 1933. Para los años 1930-1931 no se dispone más que de datos parciales, pero son elocuentes: en 1931, la mortalidad era de 1,3 por 100 entre los deportados del Kazajstán, de 0,8 por 100 al mes entre los de Siberia occidental. En cuanto a la mortalidad infantil, oscilaba entre el 8 y el 12 por 100… mensual, con máximos del 15 por 100 al mes en Magnitogorsk. Del 1 de junio de 1931 al 1 de junio de 1932, la mortalidad entre los deportados en la región de Narym, en Siberia occidental, alcanzó el 11,7 por 100 al año. Globalmente es poco probable que en 1930-1931 la tasa de mortalidad haya sido inferior a la de 1932: sin duda se aproximaba o incluso sobrepasaba el 10 por 100 anual. Así, en tres años, se puede estimar que al menos 300.000 deportados murieron en la deportación24.

Para las autoridades centrales, preocupadas por «rentabilizar» el trabajo de aquellos que designaban bajo el término de «desplazados especiales» o, a partir de 1932, de «colonos de trabajo», la deportación-abandono no era nada más que un mal menor imputable, como escribía N. Puzitski, uno de los dirigentes de la GPU encargado de los colonos de trabajo, «a la negligencia general y a la miopía política de los responsables locales que no han asimilado la idea de colonización por los antiguos kulaks»25.

En marzo de 1931, para poner fin al «insoportable atolladero de mano de obra deportada», fue puesta en funcionamiento una comisión especial, directamente relacionada con el Politburó, presidida por Andreyev y donde Yagoda desempeñaba un papel clave. El objetivo primero de esta comisión era «una gestión racional y eficaz de los colonos de trabajo». Las primeras encuestas llevadas a cabo por la comisión habían revelado efectivamente la productividad casi nula de la mano de obra deportada. Así, de los 300.000 colonos de trabajo instalados en los Urales, solamente el 8 por 100 en abril de 1931 habían sido destinados «a la tala de bosques y a otros trabajos productivos». El resto de los adultos válidos «construía alojamientos para sí mismos (…) y se las arreglaba para sobrevivir». Otro documento reconocía que el conjunto de las operaciones de deskulakización había sido deficitario para el Estado: el valor medio de los bienes confiscados a los kulaks en 1930 se elevaba a 564 rublos por explotación, una suma irrisoria (equivalente a una quincena de meses del salario obrero), que decía mucho sobre la supuesta «riqueza» del kulak. Por lo que se refiere a los gastos dedicados a la deportación de los kulaks, ¡ascendían a más de 1.000 rublos por familia!26

Para la comisión Andreyev, la racionalización de la gestión de los colonos del trabajo pasaba en primer lugar por una reorganización administrativa de las estructuras responsables de los deportados. Durante el verano de 1931, la GPU recibió el monopolio de la gestión administrativa de las «poblaciones especiales» que dependían hasta entonces de las autoridades locales. Se puso en funcionamiento toda una red de comandancias, verdadera administración paralela que permitía a la GPU beneficiarse de una especie de extraterritorialidad y controlar enteramente inmensos territorios en los que los colonos especiales constituían además lo esencial de la población local. Estos estaban sometidos a un reglamento interno muy estricto. Con una residencia asignada, eran destinados por la administración o bien a una empresa del Estado, o bien a una «cooperativa agrícola o artesanal de estatus especial, dirigida por el comandante local de la GPU», o bien a trabajos de construcción y de conservación de carreteras o de roturación. Por supuesto, las normas y los salarios revelaban también un estatus especial: por término medio, las normas eran del 30 al 50 por 100 superiores a las de los trabajadores libres; en cuanto a los salarios, cuando eran pagados, experimentaban una retención del 15 al 25 por 100 directamente entregada a la administración de la GPU.

En realidad, como testifican los documentos de la comisión Andreyev, la GPU se felicitaba por un «coste de encuadramiento» de los colonos de trabajo nueve veces inferior al de los detenidos de los campos. Así, en junio de 1933, los 203.000 colonos especiales de Siberia occidental, repartidos en 83 comandancias, solo eran vigilados por 971 personas27. La GPU tenía como objetivo proporcionar, a cambio de una comisión compuesta por un porcentaje sobre los salarios y por una suma a tanto alzado por contrato, su mano de obra a cierto número de grandes consorcios encargados de la explotación de recursos naturales de las regiones septentrionales y orientales del país, como Urallesprom (explotación forestal), Uralugol, Vostugol (carbón), Vostokstal (acererías), Tsvetmetzoloto (minerales no férricos), Kuznetzstroi (metalurgia), etc. En principio, la empresa se encargaba de asegurar las infraestructuras de albergue, de escolarización y de suministros de los deportados. En realidad, como lo reconocían incluso los mismos funcionarios de la GPU, las empresas tenían la tendencia a considerar esta mano de obra como provista de un estatus ambiguo, semilibre, semidetenido, como un recurso gratuito. Los colonos de trabajo a menudo no percibían ningún salario, en la medida en que las sumas que ganaban eran en general inferiores a las retenidas por la administración para la construcción de barracones, los útiles, las cotizaciones obligatorias a favor de los sindicatos, el préstamo del Estado, etc.

Inscritos en la última categoría de racionamiento, verdaderos parias, estaban sometidos de manera permanente a la escasez y al hambre, así como a todo tipo de vejaciones y de abusos. Entre los abusos más escandalosos señalados en los informes de la administración se encontraban: instauración de normas irrealizables, salarios no entregados, deportados a los que se administraba bastonazos o se encerraba en pleno invierno en calabozos improvisados sin la menor calefacción, deportadas «cambiadas por los comandantes de la GPU por mercancías» o enviadas gratuitamente como criadas «para todo» a la casa de los pequeños dirigentes locales. Esta afirmación de un director de una empresa forestal de los Urales que empleaba a colonos de trabajo, citada y criticada en un informe de la GPU de 1933, resumía muy bien el criterio de muchos dirigentes en relación con una mano de obra a la que se podía explotar a voluntad: «Se os podría liquidar a todos, ¡de todas formas la GPU nos enviará en vuestro lugar una nueva hornada de cien mil como vosotros!».

Poco a poco, la utilización de colonos de trabajo se convirtió en más racional desde el punto de vista de la estricta productividad. Desde 1932 se asistió a un abandono progresivo de las «zonas de poblamiento» o de «colonización» más inhóspitas en beneficio de las grandes obras, de los polos mineros e industriales. En algunos sectores era muy importante, incluso predominante, la parte de la mano de obra deportada, que trabajaba en las mismas empresas o en las mismas obras que los trabajadores libres y vivía en barracones contiguos. En la minas del Kuzbass, a finales de 1933, más de 41.000 colonos de trabajo representaban el 47 por 100 del conjunto de los mineros. En Magnitogorsk, los 42.462 deportados censados en septiembre de 1932 constituían los dos tercios de la población local28. Asignados a residencias en cuatro zonas de poblamiento especiales, a una distancia de dos a seis kilómetros del lugar principal de construcción, trabajaban, no obstante, en los mismos equipos que los obreros libres, situación que tenía una tendencia a difuminar en parte las fronteras existentes entre la diferente condición de unos y otros. Por la fuerza de las cosas, dicho de otra manera, por imperativos económicos, los deskulakizados de la víspera, convertidos en colonos de trabajo, se reintegraban en una sociedad marcada por una penalización general de las relaciones sociales y en la que nadie sabía quiénes serían los próximos excluidos.

El libro negro del comunismo

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