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Prólogo a esta edición

Ya hace un cuarto de siglo, ¡una eternidad!, un pequeño equipo de historiadores —ocho franceses, un checo y un polaco— publicaba el Libro negro del comunismo, que, para sorpresa general, empezando por la de sus propios autores, se convirtió en pocos meses en un best seller mundial; traducido a veintiséis idiomas, la edición española fue la primera. Veinticuatro años después, esta reedición resulta indispensable, pues una nueva generación accede a esta historia del comunismo que marcó todo el siglo XX a fuego. El caudal de información proporcionado por el Libro negro en 1997 no solo no ha sido desmentido, sino que, por el contario, ha sido confirmado de manera continuada por los trabajos de historiadores de todo el mundo. A pesar de que, aen su momento, una de las principales críticas a la obra se refería al cómputo global de las víctimas, las investigaciones realizadas desde 1998 han ratificado las cifras anunciadas en 1997.

Cada año y cada mes los historiadores rusos —en particular los miembros de la asociación Memorial, perseguidos por su gobierno— descubren nuevas fosas comunes con decenas de cadáveres, como los de Sandormoj, en la región de Carelia, entre San Petersburgo y la frontera finlandesa. Exhuman archivos que nos desvelan la existencia de un tal Vasili Mijailovich Blojin, el principal verdugo de la Lubianka —sede de la policía política en Moscú—, que operó durante una treintena de años y asesinó con sus manos, con una bala en la cabeza, a unas 15.000 (¡quince mil!) personas. Esa fue precisamente la razón de su imparable ascenso en la jerarquía del NKVD y, después, en el KGB, hasta alcanzar el grado de mayor general en 1945 y recibir la Orden de Lenin, de la Bandera Roja (tres veces), de la Bandera Roja al Trabajo, de la Estrella Roja y de la Insignia de Honor. Tantas condecoraciones que refrendan el carácter criminal del régimen comunista: honrar el trabajo del terror en masa convertido en una práctica gubernamental sistemática.

Los mismos descubrimientos archivísticos y macabros tuvieron lugar en los países invadidos y anexionados por la URSS de 1939 a 1941 —en tiempos de la alianza entre Hitler y Stalin—, en particular en Polonia, donde Andrzej Paczkowski, coautor de este libro, ha demostrado la similitud del comportamiento de nazis y comunistas respecto a la población polaca, en concreto hacia las élites militares masacradas por el NKVD, en Katyn, en abril y mayo de 1940, donde numerosas familias fueron deportadas al Gulag o recluidas para ser exterminadas en el campo de Auschwitz, creado con este objetivo por las SS en abril de 1940. Lo mismo ocurrió en los países bálticos, en especial en Estonia, donde el historiador Mart Laar ha demostrado, a partir de la documentación de los archivos, la amplitud del terror comunista, estableciendo en cerca del 17% de la población el número de víctimas asesinadas a raíz de la anexión del país por parte de la URSS en 1940-1941 y, posteriormente, en el periodo 1944-1945.

Esta misma evolución historiográfica se manifestó en Europa central y oriental, un territorio un tanto infravalorado en el Libro negro. Así, el número de víctimas del régimen comunista de Tito en Yugoslavia había sido subestimado y está en proceso de reevaluación tras el descubrimiento de numerosas fosas comunes, especialmente en Eslovenia. Ocurre lo mismo en Rumania, donde el Centro de la Memoria de las Víctimas del Comunismo y de la Resistencia de Sighet lleva a cabo, desde hace treinta años, un enorme trabajo de documentación y museografía del terror comunista, así como de pedagogía entre las nuevas generaciones.

Algo parecido sucede con China, a pesar de estar controlada estrechamente por un «pequeño» partido comunista de ochenta millones de miembros, donde la información sobre el delirio utópico y el terror maoísta comienza a abrirse camino; buen ejemplo de ello es la obra extraordinaria del periodista Jisheng Yang, Stèles, que confirma las estimaciones del Libro negro sobre la inmensa hambruna provocada en 1959-1961 por el gran salto adelante: de cuarenta y cinco a cincuenta millones de campesinos muertos de hambre en tres años. Por no hablar de las víctimas de la plaza de Tiananmén en 1989, cuyo número aún no se ha calculado exactamente, mientras que el régimen de Xi Jinping ha llevado a cabo una operación de etnocidio sobre la población uigur de Xinjiang, similar a la practicada contra los tibetanos en su momento. Respecto a Corea del Norte, su régimen comunista sigue siendo tan impenetrable como siempre, aunque la práctica generalizada del terror se vea confirmada por los que logran escapar del país.

Por haberme encargado personalmente de la publicación del Libro negro en toda Europa puedo testimoniar que la obra hizo saltar por los aires un enorme tabú: la cuasi prohibición de evocar el terror comunista. Este tabú influía en todas las sociedades, por supuesto en los regímenes comunistas, pero también en las democracias en las que los partidos comunistas e izquierdistas eran poderosos: en Francia, en Italia, en España o incluso… en Noruega. Más aún, las opiniones no comunistas o anticomunistas dudaban antes de evocar esa dimensión criminal fundamental, por miedo a que se les echase en cara la cifra de los seis millones de judíos asesinados por los nazis. Hasta ese punto la propaganda comunista asimilaba con el fascismo y el nazismo cualquier crítica.

Una vez vencido el tabú, los historiadores han multiplicado los trabajos que confirman a diario la amplitud y el carácter sistemático del terror en los regímenes comunistas. Hoy por hoy su principal aportación concierne a la reflexión cada vez más profunda del fenómeno totalitario. Precisamente fue este asunto el que, a raíz de la publicación en Francia del Libro negro, el 7 de noviembre de 1997, provocó la polémica principal maquinada por los comunistas, los izquierdistas de distinta filiación e incluso una parte de los socialistas que siguen admirando la revolución de Octubre y a su líder, Lenin. En efecto, este terror masivo se inició en los primeros meses del régimen bolchevique, bajo las órdenes directas de aquel, el inventor del primer sistema totalitario de la historia. Un tipo de dictadura inédito que no se conforma con tomar el poder y controlar a la sociedad, sino que exige remodelar al individuo para crear un «hombre nuevo» cuyo modelo de producción lo proporcionó George Orwell en su famosa novela 1984.

Este virus totalitario no se limitó a la URSS, sino que contaminó desde los años veinte a la Internacional Comunista y a todos los partidos comunistas. La apertura de los archivos de la Komintern y de la URSS —aunque parcial— a partir de 1991-1992 demostró, sin objeción posible, la sumisión cada vez más absoluta de esos partidos al Partido Bolchevique, convertido en Partido Comunista de la Unión Soviética. Sumisión ideológica y política, pero también financiera, organizativa y policial, asegurada mediante la selección, la formación y el control estrecho de los cuadros dirigentes. Como demostró hace tiempo la obra de Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo Queridos camaradas, el Partido Comunista de España vivió esa experiencia. Mis propios trabajos y los de otros historiadores, desde hace treinta años, sobre el Partido Comunista Francés subrayan las mismas similitudes. Lo que no impide que los comunistas intenten reiterar la operación de amnistía de la dirección soviética y de amnesia obligatoria de todos los soviéticos que inició Nikita Jruschov en su famoso «informe secreto» de febrero de 1956, en el que, para salvaguardar la legitimidad del régimen y del conjunto del sistema comunista mundial, acusaba a Stalin de todos sus males con el fin de exonerar mejor a Lenin. Esta maniobra, que funcionó durante un tiempo, ha dejado de ser válida. Cada día Lenin aparece un poco más no solo como el fundador del bolchevismo, sino como el inventor de la lógica totalitaria que, por contagio nazi alemán y fascista italiano, transformó el siglo XX en una inmensa matanza de civiles inocentes.

STÉPHANE COURTOIS

París, 10 de abril de 2021

Nota del editor español

Este libro fue publicado originalmente en 1997, pero, como expresa Stéphane Courtois en el prólogo de esta edición, no solo mantiene su vigencia, sino que las investigaciones posteriores corroboraron, y en ocasiones aumentaron, los datos expuestos en su momento.

Con el fin de actualizar el texto, y de acuerdo con los autores, el editor ha ajustado algunas frases para evitar ciertas incoherencias cronológicas. Aun así, en algunas partes del libro hemos considerado necesario respetar el texto original en lo referido al desfase temporal con lo narrado originalmente.

El libro negro del comunismo

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