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1957

[5]

A Antonio Buero Vallejo

Londres, 9 de junio de 1957

Querido Tony:

Te escribo con el retraso ya habitual. Y ahora no es por culpa directa de la familia: estoy solo hace casi un mes. Pero esto, si bien me descarga de gritos y carreras, me añade mil puñeterías domésticas —lavado, compra, cocineo, etc. La solución a la española, de tomar una mujer para que lo ventile todo, aquí es impracticable, a menos que seas rico. En fin, que sigo sin tener tiempo ni para rascarme.

En agosto, como te dije, me tendréis ahí. Muy poco en Madrid, pero lo suficiente para que charlemos, refresquemos cosas y actualicemos nuestras noticias. Esto de actualizar se va haciendo ya necesario. Cierto que nunca nos hemos escrito a vuelta de correo. Pero cada vez vamos dando más largas a nuestras respuestas, de modo que casi nos imponemos la situación de los tiempos de Maricastaña, en que los correos tardaban meses.

¿Cómo condolerme, en junio, de que no estrenaras en enero? ¿Cómo alentarte para proyectos de traducciones, adaptaciones, etc., que pueden ya estar realizadas o desechadas? Lo peor es que la amistad, que tiene más de utilitario que de sentimental —lo que le da todo su sentido—, también se enmohece sobre «novedades» anticuadas y noticias pasadas de rosca. Ojalá no lleguemos al punto de solo felicitarnos por Navidad.

Bueno. A ver si consigo decirte algo vivo.

Ya te diría Agustín que recibí oportunamente tus diez Escaleras. (Claro que debí decírtelo yo. Claro. Pero, ¡ay!…) He hecho trabajar con esta obra —y también con Las palabras— a un grupo interesantísimo. Son personas inteligentes, casi todas mujeres. Conocen bien el español y han hecho críticas, en general, estupendas. Críticas positivas, de reconocimiento de altos valores en la literatura española de hoy. Es uno de mis objetivos. Espeluzna el desconocimiento del inglés sobre España. Me da la impresión de que Francia, plantada ante sus narices, le hace creer que el mundo termina en París; y me da la impresión de que siempre ha sido así. (Tema fascinante que tiene mil ramificaciones. Si suena la cuerda, ya lo tocaremos cuando nos veamos.) Para ellos el mundo latino es un simpático, intrascendente fenómeno, en donde el tiempo se estancó p[ara] solaz de las razas rubias en sus vacaciones. Todos los tópicos que ahí presentimos —nuestra pereza, intensidad sexual, valentía— tienen aquí plena confirmación. Poseen una idea romántica de nuestro mundo, que admiran, ¡ay!, con un suspiro desdeñoso. Es para ellos como una deliciosa reliquia, en la que ya no pasa sino el eco de lo que pasó. En un ensayo sobre el bailarín Antonio —el enorme Antonio—, que les entusiasma hasta el frenesí, leí: «Y lo que no pudo conseguir Felipe II en toda su vida, lo consiguió Antonio en una sola noche: conquistar Londres». Eso es todo: lo que pasó. Nada más vale la pena, no ya en el campo del pensamiento, sino en el ajuste de los datos más elementales. El Daily Telegraph —nada menos— ha dicho hace muy pocos días —conservo el recorte—: «El yate… llegó a Río de Janeiro (Argentina)».

Poseo anécdotas delirantes. Vamos, de echarse a llorar.

Y como esto sería interminable, bajaré de los cerros de Úbeda. En agosto te liquidaré esos diez ejemplares. Blanca lo hubiera hecho, de haberos visto. Pero no pudo visitaros: est[uvo] en Madrid —ahora está en Valencia— pocos días, maniatada, además, por los dos niños.

Más noticias. El pobre Terrádez ha muerto. Tenía, como cada hijo de vecino, sus defectos. Pero era un tremendo español y un castellano finísimo. Después de casi veinte años de exilio, enfermo y decepcionado, se disponía a darse un paseo por ahí este verano. Lo vivía ya. Y se ha muerto. La cosa me impresionó tanto más cuanto que escasos días antes habíamos estado juntos, en su casa. Estaba delicado, pero tan campante. En fin.

Volviendo a todo eso de la «actualización»: ¿es aún tiempo de preguntarte por ese amorío con una chiquita «que me quiere bastante y a la que yo, ay, no quiero demasiado»? Desearía conocerla para hablarle mal de ti.

No sé si me escribirás antes de mi viaje. Aunque no sea así, yo os haré saber a ti y a Agustín cuándo llego, a fin de que enseguida nos vayamos a cenar —cena que pagará Agustín; díselo.

Estoy enfrascado en grandes proyectos. Algo en relación con la televisión. En cierto modo deseo que salgan bien, por el peso que sobre mí supondrá lo contrario. Ya te contaré, si la cosa marcha.

¿Cómo sigue tu madre? (He aquí el botón de muestra: hasta dentro de…, no sabré tu contestación.)

Corto ya, Tony. Un fuerte abrazo.

Vicente

¿Qué pasa con mi ejemplar de Hoy es fiesta? Deseo cebarme.


[6]

A Antonio Buero Vallejo

Londres, 18 de noviembre de 1957

Querido Tony:

Enhorabuena por ese gran triunfo. «¡Buero, Buero!»: estupendo. Adelante. Sin fiarte ni un pelo de ellos, desde luego —consejo que no te descubre nada nuevo, pero que quizá sirva para recordarte algo.

Tengo, sin cumplidos, ganas de leer la obra, cuyo título —ambos títulos— me gusta. Os envidio a todos: a ti, sin disimulos, y a todos los que acuden a los estrenos y discuten, presumen, sueñan y, de madrugada, en tertulia ambulante, se van a tomar churros. No quiero, no debo impacientarme, pero volveré un día —si desde aquí resuelvo mi futuro económico de ahí; si no, solo de vacaciones—. Esto es tremendo, esto es inconmensurable; pero salí demasiado viejo de ahí. Pero no temas que cometa la tontería de regresar para volver a pasar apuros. Antes la muerte.

Recibidos los diez Fiesta; y perdona por el acuse de recibo tardío. ¡La vida! Te diré que alternan la lectura de tu obra con la de Platero y yo. Ná menos.

Te acepto el regalo. Muchas gracias. Lo malo es que ya cobré el libro a los alumnos. Bueno, no era para ellos el regalo.

Unas palabras —pocas; no temas— sobre tus «Comentarios». Has de creerme dos cosas: 1.ª, cuando te escribí mi última recordé perfectamente que una vez te aconsejé siguieras escribiéndolos; 2.ª, pensé que también tú lo recordarías. Pero creí sinceramente que mis observaciones de ahora no se oponían a aquel consejo. Sigo, como Agustín, alentándote a que comentes cada una de tus obras. Los comentarios de Bernard Shaw me gustan, a veces, más que el texto dramático. Pero, sin pretender que ahora recuerdo todos sus comentarios y los tuyos, me parece que los de él son como nuevas derivaciones artísticas y filosóficas aprovechando el tema de la obra; los tuyos son sobre todo de pura autocrítica —aunque no solo esto—. Dicho un poco brutalmente: Shaw es famoso, aparte de por otras cosas, por sus obras y por sus comentarios; tu fama, si no me equivoco, no debe nada a tus comentarios. ¿O sí? No me hagas caso.

Te estoy escribiendo en los entreactos de una obra que televisan: Hombre en una luna. No es mala la obra —ni mucho menos; hasta aquí, cuando solo falta un acto—. No lo señalo por la obra, sino para que te des idea de la crisis que los satélites desatan por aquí. Horrible y ridículo, todo a un tiempo, por increíble que parezca. Protestas de sociedades protectoras de animales por el lanzamiento del perro, anuncios de pésimo gusto con satélites que hablan, bailan y eructan, presagios acerca de cuándo irá el primer hombre a la Luna, etc. Supongo que ahí pasa algo también, pero no creo que el histerismo británico tenga par. Junto a esto lees los artículos más serios y mejor documentados, los cuales, naturalmente, no interesan. Repugnante.

Hasta la tuya, Tony. Blanca, que está a mi lado, me encarga te mande sus recuerdos. Se alegra también de tu éxito último (leyó la obra antes que yo y le gustó muchísimo).

Agustín me debe carta, pero quizá —quizá— le escriba yo antes de recibir la suya. Díselo, por favor.

Verás que ya nunca te hablo de tu venida. ¿Para qué, si no quieres venir? ¿Vas a París? (En tu última hay una frase que podría sugerirlo así.)

Un fuerte abrazo,

Vicente

Nada me dices de cierto cuentecillo que mandé a Agustín. Yo olvidé pedirle que lo leyeras. Supongo que, o no lo has leído por otra causa, o no te ha gustado y no quieres vapulearme. ¡Ay!

(Perdona la letra: escrito en el metro, a 1.000 por hora).


[7]

A Vicente Soto

Madrid, 30 de noviembre de 1957

Querido Vicente:

Lo he pensado mucho antes de incluirte el recorte que acompaño, pues ya es proverbial eso de que los amigos solo avisan de las cosas malas. Pero, al fin, he creí­do que debías estar enterado. Es un recorte del semanario español SP, de reciente aparición, y que está resultando bastante bueno. Pertenece al número del 24 de noviembre.

Bien. Quizá por él se te va al cuerno —al menos parcialmente— uno de tus más felices hallazgos literarios. Por experiencia propia sé lo que es esto: me he quedado con una hermosa obra sin escribir sobre la tumba del soldado desconocido porque fui advertido a tiempo de cierta novela de Faulkner que, en esencia, era lo mismo. Y la tenía ya muy pensada… Pero siempre es eso mejor que advertir el parecido después, como también me ha ocurrido en otras ocasiones. Este curioso recorte lleva dentro la confirmación de esa agridulce experiencia literaria: la de las increíbles coincidencias, que la gente, sobre todo aquí, atribuye siempre al plagio.

Me molesta hacerte llegar esa mala noticia, puedes creerlo. Esa es la única diferencia, pero es grande, entre mi acción y la de esos «amigos» que envían noticias similares con lágrimas de cocodrilo pero relamiéndose de gusto. A mí lo tuyo me ha dolido casi como si fuera mío: recuerda que siempre tuve interés por que perfilases y dieses a conocer tu drama. En la vida literaria también hay que correr… No es un reproche, sino la melancólica corroboración de algo que yo he sufrido. (Aventura en lo gris fue otro caso; y hasta podría hablarte de Si yo volviera a nacer, un guion muy antiguo que escribí con [José] Romillo y [Francisco] Pérez Sánchez y gran parte del cual he visto después en René Clair.)

Bueno. No pensarlo mucho y a otra. El escritor solo vence esas cosas produciendo y supongo que a todos les ocurre alguna vez.

Mi obra sigue viento en popa, pese a los augurios de quienes, ante el éxito, se agarraron a la suposición de que «duraría poco» —el ínclito farsante de Sastre, entre ellos, a quien su desdichado estreno de El cuervo en el María Guerrero, pese a la estupenda crítica de Marqueríe, solo le ha durado 39 representaciones a ratos casi vacías. ¡La némesis griega por la que el gran pedantón está sufriendo en carne propia todo lo que procuró que nos sucediese a los demás!

Mi obra va por sus 51 representaciones, con una media de 27.000 pesetas. Le ha dado al público por ahí, y esto permite suponer que la compañía, que se va el 6 de enero, llegará a esa fecha con ella.

Ayer estrené en París L’Ardente Obscurité. Al fin, no pude ir, pese a tener preparado y decidido el viaje, por una causa enteramente independiente de mi voluntad. Ignoro lo que habrá sucedido, pero tengo ya noticias de las avant-première: fueron calurosas. Esto de París se hace en sesiones relâché: nueve en total, hasta fin de año. Si cuaja mucho, mucho, quizá pueda ser pasada la obra a cartel diario.

Por primera vez me han concedido el Premio Nacional de Teatro: a Hoy es fiesta. Sin mover un dedo, claro: ya sabes que yo no pido nada y que ese premio es de concesión automática, sin presentarse a él.

Claro que leí tu cuento, y que me gustó francamente. ¡Adelante!

Más que los satélites, me interesan los «platillos volantes». Cada día creo más en que tras ellos hay una impresionante realidad, no precisamente terrestre. Los datos son ya numerosos y curiosos. Hace unos días el ABC publicó un informe de una escuadrilla portuguesa que te dejaba patidifuso. ¡Vivimos una gran época! (¿Pobres de nosotros?)

Saludos a Blanquita y para ti el abrazo cordial de

Toni

Cartas boca arriba

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