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SOBRE LA EDICIÓN DE LAS CARTAS

El caudal de la correspondencia entre Antonio Buero Vallejo y Vicente Soto, desde finales de 1954 hasta el fallecimiento del primero en 2000, es ingente y su edición completa hubiera cubierto más del doble de la extensión de este epistolario. Lo que se presenta aquí es, pues, una selección, aunque también podría decirse que es una exclusión. No ha sido nada fácil dejar fuera muchas cartas que en su tono, informaciones y valor literario y biográfico en nada desmerecen a las que aquí se recogen. Sin embargo, creo que en esta amplia selección pervive el murmullo permanente del coloquio fraternal y la evolución de una amistad que fue haciéndose más entrañada y firme con las muestras de incondicionalidad por ambas partes. En los últimos años, el vaivén epistolar se espació bastante, complementado y en parte sustituido por el teléfono y también por las visitas de Vicente a Madrid, donde se había instalado su hija.

Para facilitar la lectura, he dividido el conjunto epistolar en cinco tramos cronológicos de acuerdo con criterios emanados de los acontecimientos personales o literarios que pautan la correspondencia. El primero, «Distancias insalvables (1954-1963)», cubre el periodo que va desde la llegada de Vicente Soto a Londres hasta que Antonio Buero recupera la libertad de salir de España. El segundo, «Deshielos (1964-1968)», abarca una etapa intensa para ambos en la que, tras un bache de sinsabores, obtienen rotundos éxitos con el Premio Nadal de Soto o los estrenos de El tragaluz y, en Inglaterra, de La doble historia del doctor Valmy. El tercer tramo, «Triunfos y desalientos (1969-1975)», comprende los años convulsos del final de la dictadura, las peripecias editoriales de Soto y la agridulce alternancia para Buero de los estrenos clamorosos o su ingreso en la RAE con obtusas descalificaciones. El cuarto apartado, «Zona de turbulencias (1976-1985)», corresponde a los años de la Transición y al acomodo de los dos escritores en el mapa de la frágil democracia. El quinto y último, «La vida, fuera (1986-2000)», adopta una frase de Vicente —con ella expresaba a la vez resignación y resolutivo descarte— para aludir a una etapa marcada por el accidente mortal de Enrique Buero en 1986 y la entrada en la senectud de ambos.

Cada uno de estos tramos va introducido por unas páginas en las que se contextualizan los hechos y los protagonistas aludidos en las cartas con el fin de evitar una farragosa anotación. También he añadido entre corchetes el nombre o los apellidos de las personas mencionadas para facilitar la identificación. Ello permite leer los escritos de Buero y Soto sin mediación ni interferencia. En esas introducciones, en aras de precisar una actitud o completar una información, cito pasajes de cartas entre Buero y Soto que no han sido incluidas aquí por razones de espacio o que pertenecen a otros epistolarios, como los que mantuvo Buero Vallejo con Max Aub o Guillermo de Torre.

Antonio Buero Vallejo siempre escribió a mano; Vicente Soto, por el contrario, prefirió mayoritariamente la máquina porque de ese modo escribía más en menos tiempo como consumado mecanógrafo que era. A veces, sin embargo, no tenía opción porque garrapateaba la carta —o las notas para la novela o el cuento en curso— en los largos trayectos en metro hacia la oficina, y entonces su caligrafía se apretaba y su sintaxis se acortaba como urgida por la marcha del convoy. Luego, escrita ya la carta a máquina o a mano, releía lo dicho y muy a menudo añadía apostillas o puntualizaciones que he señalado convenientemente entre corchetes.

Ofrezco el texto de las cartas íntegro, salvo en algún caso en que omito un párrafo que abordaba cuestiones prácticas irrelevantes. También he tenido que omitir muchos de los dibujos que se enviaban mutuamente, Soto los que hacían sus hijos (un pollito dibujado por Isabel o un retrato suyo trazado por Vincent) y Buero los que él mismo incluía en las cartas. De estos, sin embargo, he preservado algunas de las palomas que Buero Vallejo le enviaba a Soto como expresión de amistad y buenos deseos, casi siempre —pero no solo— por Navidad. Esas palomas se esperaban año tras año en Ashley Gardens.


Agradecimientos

Quiero hacer constar mi inmensa gratitud a las familias de Antonio Buero y Vicente Soto, a Victoria Rodríguez y a Blanca Soto, protagonistas de este epistolario tanto como sus esposos, y de manera muy especial a Carlos Buero, Isabel Soto y Vincent Soto, que han atendido con extrema diligencia y amabilidad mis consultas. Carlos e Isabel, además, han sido lectores minuciosos e insustituibles del libro; su lectura ha evitado no pocos errores e inexactitudes. Para decirlo sin rodeos, sin ellos —aquí no hay fórmula alguna sino declaración solemne— este libro sencillamente no existiría. De hecho estas Cartas boca arriba solo pueden ser suyas.

Asimismo, agradezco a Juan Eduardo Zúñiga, memoria viva de la tertulia del Lisboa, un par de charlas en las que accedió a rebuscar conmigo en su memoria, a veces asombrosamente precisa. Y a Juan Antonio Masoliver Ródenas por compartir algunos de sus recuerdos londinenses.

D. R. M.

Cartas boca arriba

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