Читать книгу Cartas boca arriba - Antonio Buero Vallejo - Страница 18

1958 [8]

Оглавление

A Antonio Buero Vallejo

Londres, 20 de abril de 1958

Querido Tony:

Como esta no va a ser corta y como tengo que escribir varias cartas en este paréntesis de libertad que me he fabricado, vas a perdonarme que te escriba otra vez a máquina.

Con todo el retraso que la separación y la vida imponen y con toda la alegría del mundo: enhorabuena por el éxito de Con las cartas boca abajo. Agustín me ha hecho el elogio de la obra. Ardo en deseos de leerla. A ver qué pasa.

He conocido a Felipe Lorda, quien me habló de que te había escrito pidiéndote tus obras —nos conocimos en la BBC, por los motivos que luego te explico—. Aun metiéndome en lo que no me importa, desearía poder darte una idea acabada del tipo y del proyecto. Poco sé. Él parece hombre interesado en cosas de literatura, muy bullidor, quizá con más formación periodística y «radiofónica» que de estudio serio. No sé, ni quiero precipitarme. El proyecto, como debes saber ya, es presentar lo que envíes a una señora empleada en la BBC y que forma parte de la dirección de Tavistock Theatre, el primer teatro experimental —si hay que creer a Lorda—de Londres. Sin pararme a pensar mucho, no sé si realmente te interesa. Económicamente, temo que no. Profesionalmente… Yo creo que el teatro experimental sirve para dar a conocer a autores que aún no han llegado y para dar a conocer a autores y obras prohibidos. Tú no estás en ninguno de los dos casos. Con los ingleses, además, no hay más que una llave: paciencia. Nada les mete prisa; prefieren siempre perder el tren a tomar uno equivocado. Les tiene absolutamente sin cuidado la novedad y se embarcan en lo viejo conocido, con tal que lleve una garantía mínima. Hace unos días pusieron por televisión Canción de cuna, de [Gregorio] Martínez Sierra. Hace unas semanas, Doña (no sé qué), de los Quintero. En fin, a lo mejor es acertado que envíes tus obras a Lorda. Hay otros puntos de vista: la vida es breve, hay que pegar el empujón como sea, etc. Decidas lo que decidas, estoy seguro de que obrarás con sentido común. Él me pidió que te escribiera, sin duda para reforzar su posición en cuanto a ese plan. Claro está que me interesa más tu posición. No ataco en absoluto a Lorda —¿por qué había de hacerlo?—, pero ahí queda dicho todo lo que pienso (bueno, creo que he dicho bien poco).

Paciencia con los ingleses. Bien me sé esa lección. El 31 de enero me examiné en la BBC para una plaza de traductor. Sé que el jefe de la Sección Española (lo sé por Lorda, quien, dicho sea de paso, no me lo soltó espontáneamente, sino al cabo de varias semanas de conversaciones y forzado por un tercero), en reunión con todos los miembros, les dijo, refiriéndose a mí, que se había examinado alguien que era más traductor que todos ellos juntos (no añado ni una letra). Pues bien: aquí me tienes. Esperando. Me llaman; voy. No me llaman; no voy. Tres semanas seguidas he estado yendo, a traducir y a leer ante el micro. La semana que empieza mañana debo ir tres días (por cierto: miércoles, jueves y viernes, esto es, 23, 24 y 25, puedes oírme, a las 10:30 —hora inglesa, que quizá sea la vuestra— y en un programa titulado «Panorama de actualidades»; díselo a Agustín; no tenéis más datos para reconocerme que el de mi voz, ni lo que leo en ese programa es mío; con seguridad casi absoluta podréis oírme en fechas sucesivas, hacia la misma hora). Hace ya casi tres meses que me examiné; casi seis horas traduciendo y escribiendo (terminé para el arrastre). Resultado: por una parte, ya te he transcrito lo dicho por Lorda (miembro de la Sección); por otra, que si informes morales y políticos (lo segundo lo supongo), que si tal y que si cual. Si tengo paciencia, claro está que entraré; si no, no. Y quizá no la tenga. Pues yo no soy inglés, sino español (dicho con un enorme complejo y con un enorme orgullo). ¿Sabes lo que significaría para mí entrar en la BBC? Acaso la solución de mi vida: sueldo espléndido (superior, con mucho, a cuanto yo hubiera podido imaginar) y un horario de trabajo que siempre te deja medio día libre. Es decir, ahuyentado el problema económico y resuelto el del tiempo para lo que, aparte de mi familia, más me interesa: escribir. Ya veremos. De momento no tengo otro camino que el de matarme a trabajar: primero ocho horas de traducir en mi oficina, después las clases, después la BBC. Salgo de casa a las 8:45 de la mañana y regreso a las once de la noche. (La BBC ya me está pagando por todos mis trabajos, y muy bien; pero no lo aceptaría, a no ser por la esperanza de conseguir el puesto definitivo.)

Nada de esto quería haberos dicho hasta que no fuese seguro. Como es muy posible que Lorda lo comente contigo en vuestra correspondencia, te lo digo. Por favor, cuéntaselo a Agustín. Se alegrará.

Me recomendabas en tu última que me interesara por las ciencias nucleares. No sabes, Tony, cuánto he de hacer en ese sentido; porque leo para mi capote y porque traduzco (cosas que entiendo y cosas que no entiendo). Uno comprueba aquí que algunos de los tópicos sobre España son inciertos; comprueba que otros son ciertos; y descubre cosas nuevas. El tópico de que nuestro país va cincuenta años detrás de los primeros países civilizados es desgraciadamente certísimo. No sé si cincuenta o ciento cincuenta: muy detrás. El nuevo horizonte en torno al átomo es aquí algo ya metido en la vida real. Las secciones de anuncios de la prensa piden técnicos y obreros para Calder Hall, para Harwell, para cien sitios. El programa de energía atómica está en marcha. No puedo trasladarte brevemente hasta qué punto el pueblo está familiarizado e interesado en ese nuevo mundo. En un plazo muy corto Inglaterra tendrá fluido eléctrico producido por desintegración atómica, ahorrando millones de toneladas de combustible y, con seguridad, arrinconando la necesidad del combustible tradicional en no muchos años.

¿Y España? ¡Qué angustia! Constantemente dialogo contigo, con Agustín, con otros amigos de Valencia o de Madrid, a quienes no conoces. España es siempre el tema de nuestras conversaciones. Pero si empiezo por este camino voy a escribir siete hojas. Ya hablaremos.

Ya hablaremos, pero no este verano. No voy, desgraciadamente. Demasiado que hacer aquí y planes desquiciados en Valencia (la mujer de mi hermano da a luz en junio y esto, por la presencia del rorro, trastornaría todos nuestros proyectos playeros). Con seguridad me veréis por ahí en el verano del 59. Si antes no vienes tú. Una vez más: ¿por qué no vienes? ¡Cuánto te gustaría! Yo prefiero —creo— París, pero apostaría de antemano a que esto te fascinaría a ti más —no es Londres: es la vida londinense—. Tengo cama y mesa para ti, demasiado lo sabes. Tú dirás. Cuenta con una… (bueno, cuenta con muchas cosas).

No quiero terminar sin comentar contigo el fenómeno extraordinario de potencia dramática ofrecida por el viejo [Eugene] O’Neill hace un par de semanas: a la vez, en una misma fecha, y con éxito estremecedor acaparó las dos emisoras de televisión y uno de los más importantes teatros. La BBC puso Extraño interludio, la ATV El emperador Jones (la primera, claro, dividida en dos largas noches). En el ­teatro se estrenó, bajo la admiración del público y de la crítica más severa, The Iceman Cometh (título que no me atrevería a traducir sin ver la obra y que literalmente significa El hombre de hielo viene). El gran O’Neill habrá sonreído agriamente desde su tumba.

Esta noche veo El pato salvaje, televisada por segunda vez desde que yo estoy aquí. Si vieras, además, qué representaciones… No se puede pedir más perfección. (Bueno, te supongo enterado de que la televisión se ha cargado del modo más espectacular y catastrófico a la industria del cine. Es ya un hecho.)

Me parece que voy a terminar ya. Iba a escribir más cartas… No, voy a trabajar en mi novelón. Tengo que terminarlo o me suicidaré.

No tardes en escribirme. Para mí, más que para vosotros, es un acontecimiento cada carta. Llega temprano. No la toco. Me afeito, desayuno. Le doy cien vueltas al sobre, me guardo la carta en el bolsillo. Y solo cuando ya estoy en el metro, sentado y con morosidad, abro y leo.

Muchos recuerdos, míos y de Blanca, para tu madre, Carmen, Agustín y tú, claro.

Y un abrazo para ti.

Vicente

[Al margen: Di a Agustín que le escribiré pronto.]


Cartas boca arriba

Подняться наверх