Читать книгу Cartas boca arriba - Antonio Buero Vallejo - Страница 22
Оглавление1961
[16]
A Vicente Soto
Madrid, 4 de enero de 1961
Querido Vicente:
Habrás atribuido mi largo silencio a egoísmo: recibida la foto y dados sus frutos el incordio al amigo, a no escribir. La verdad es muy otra: te he recordado a menudo, y también en el estreno. Lo que pasó —y sigue pasando— fue que estuve abrumado de trabajo: tenía que terminar mi drama a marchas forzadas, para lo que trabajé tarde y noche; luego vinieron los ensayos, con sus mil problemas y sus zozobras; luego, el estreno… Entre tanto, mi correspondencia pendiente, que ya va siendo la de un escritor a la americana, crecía, y a ella, por si fuera poco, se añadieron los christmas card de fin de año, y cuatrocientas cosas más. En fin: una etapa dura de veras, pero que, con inmensa suerte para mí, ha dado su fruto. Las Meninas se estrenaron, ante la estupefacción y la consternación de muchos al oír lo que oían, el 9 de diciembre, y su estreno fue el más clamoroso de todos los años: tú has presenciado alguno clamoroso, conque calcula. Su crítica, al día siguiente, fue —en general— también la más calurosa: la mayor parte dijo que era mi mejor obra —cosa que yo ni niego ni afirmo—. Pero, además, los días siguientes se repetían, como en el estreno mismo, las frases ovacionadas, los «bravos» y las llamadas al autor. Ayer mismo, a las cuarenta y tantas representaciones, pedían que saliese. Ha sido, o viene siendo también, es claro, mi mayor éxito económico hasta ahora. Llevamos una media de 39.000 y pico de pesetas diarias, cosa, en el Español, que trabaja a precios menores, inaudita. De modo que, si no ocurre nada anómalo, tenemos obra para mucho tiempo. La obra «está en la calle»; se comenta y discute a fondo. Produce también, de tanto en tanto, algún artículo venenoso… y el rechazo cortés en diversos periódicos, según he sido informado de otros que hablaban a mi favor y contra las interpretaciones malignas que se han querido dar a la obra. Yo he pintado un Velázquez íntimamente rebelde y forzado a hablar —y creo que debió ser así—; pero esto ha disgustado a muchos, claro. Y me acusan de demagógico y arbitrario, con notorio olvido de Quevedo, Gracián y otros ingenios del tiempo, de cuya mentalidad la de Velázquez no debía diferir mucho. Aunque Velázquez no fuese así, sería lo de menos tratándose de una creación literaria: pero como en realidad son estas las cosas que molestan en la obra, se excusan con el pretexto, discutible, de la inexactitud histórica de mi Velázquez.
¡Cuánta angustia, cuánto temor a perder esta difícil batalla, durante dos años, desde que empecé a pensar en escribir la obra! Me jugaba la vida y dos o tres temporadas de silencio. Pero la he ganado. El montaje es en general muy bueno: Victorita trabaja también y ha gustado mucho en la infanta María Teresa.
Carlitos está hecho un torete, guapo, sano y despierto. Ríe como un diablo y no es llorón. Una buena etapa que anuncia, inevitablemente, etapas no tan buenas; pero, poco a poco, vamos consolidándonos. Ahora, que yo mismo me lo he puesto muy difícil después de esto; noto, casi físicamente, la «verde envidia» rodeándome por todos lados. De momento preparo una versión que me han encargado de Hamlet: tres traducciones a la vista y el texto inglés al lado. Endemoniada cosa, pero la hago con escrupuloso cuidado. Tendré en cuenta en ella, también, ciertas alteraciones del orden de escenas que, al parecer, la crítica inglesa ha dado como preferente ateniéndose a un «cuarto» antiguo.
También te hablaría de la exposición «Velázquez y lo velazqueño» que se ha inaugurado aquí y en la que, pese a ausencias deplorables, hemos podido caernos de culo ante La Venus del espejo y diez o quince Velázquez más asombrosos, aparte de otros atribuidos y de muchas cosas de discípulos llenas de interés. Pero ya no queda espacio… Vicentito: gracias por tu ayuda y porque sé que esta carta te alegrará. Dale muchos recuerdos a Blanca de nuestra parte y que todos seáis muy felices en el nuevo año. Te envía un fuerte abrazo,
Toni
[17]
A Antonio Buero Vallejo
Febrero de 1961
Querido Tony:
Hace unos días comencé a escribirte. Tuve que dejarlo. Seguí un par de días después. Tuve que dejarlo. ¿Habrá suerte ahora? Veamos.
Enhorabuena grande, grande por tu triunfo con Las Meninas. Algo sabía ya, por carta de Agustín llegada poco antes que la tuya. Estoy seguro de que el éxito ha sido colosal. Me revienta la idea de que es muy, muy improbable que yo pueda ver la obra, cuyo tema me interesa mucho. En fin, algo sería poder leerla —ahí queda eso—. No creo que nadie se atreva ya a discutir honradamente tu altura —única, en el panorama actual—, ni dudo que en las camarillas de la envidia habrá reinado el más repugnante comadreo —atacando quizá a un biógrafo que se fabrican a su gusto, cuando ya no pueden atacar al dramaturgo.
De todo esto me gustaría poder charlar contigo. De esto y de mil cosas. Tengo unas ganas difícilmente sufribles de volver a vivir en España. Lo necesito. Me siento, después de casi siete años, tan extranjero como cuando llegué —sin ninguna de aquellas compensaciones turísticas, tan buenas, de los primeros días. Vivo, desde el punto de vista económico, tan bien como quizá jamás hubiera llegado a vivir ahí. Tengo profundos motivos de reconocimiento —y no solo financiero— hacia este país. Pero tengo también la posibilidad de hacerle una crítica y una disección terribles. No cabría aquí. No me hago tampoco ilusiones acerca de ese hipotético regreso: ni dejaría de irritarme horriblemente mi país, ni dejaría de añorar este —muy probablemente, avivado por mis propias críticas—. Pero tampoco es esto, sino algo más fatal que, si no regreso a España —a vivir, se entiende—, me entristecerá hasta matarme.
No tengo aquí ni un verdadero amigo. He llegado a la conclusión de que esto es así porque yo tengo una noción de la fidelidad a la amistad —a los viejos amigos— extrañamente orgullosa y cerrada. Acaso eso suene afectadamente; pero yo creo que es así. Tengo, sí, dos estupendos amigos en mis hijos. ¿Otra frase hecha? Ni hablar. He descubierto, con ellos y con Blanca, un pasatiempo sencillo y profundo: quemar leña en una chimenea estupenda que tenemos. No te puedes figurar la maravilla que hay ahí encerrada y de qué modo da plenitud a horas espantosamente vacías de los fines de semana. Tiene su ciencia quemar leños. Mi chico —cerca de cinco años— es el jefe. Hay que rascar el ascua del tronco, hay que golpear ligera y secamente el tronco, y darle vueltas, y hacer una buena cuna. Fuera sopla un frío que pela. Apagamos la luz y yo les cuento a mis chicos —la nena tiene casi nueve años— cuentos y mentiras de pastores españoles y de lobos españoles y de cazadores españoles. No sé quién lo vive más intensamente. A veces asamos a la lumbre chuletas y setas, que comemos con ajo arriero (o alioli, mucho más fino y civilizado que la mayonesa) y regamos —Blanca y yo; a los niños que les den morcilla— con un vinillo riojano que yo encuentro en el Soho.
Todo lo cual quedó escrito hace varios días. Terrible. Pero en medio de tanto trabajo —muy interesante, a veces— aún tengo tiempo —poco— para trabajar en mi novela. Me consuela la idea de que otros tardaron doce o catorce años en terminar una obra. Preparo también un libro de cuentos, Lejos del sol —es decir, de España—, por el que van desfilando emigrados con su tragedia y su cómica inadaptación a cuestas. Me parecía un libro necesario.
Pasaré este verano por Madrid. No estaré ahí más que un par de días, casi con seguridad el 4 y el 5 de agosto. Iré con el familión. Se me ocurre que quizá para entonces os habréis largado hacia vientos frescos. Lo sentiría mucho, mucho. Tengo verdaderas ganas de conocer a Victorita. Y en cuanto a Carlitos —a quien no llevaré una manta—, no te digo ná.
Nunca te he dicho que me compré una casa. Sí, me la compré. No un piso —aquí no existe eso apenas—, sino algo muy private, muy inglés: una especie de realización plena de lo que aspiraba a tener en Ciudad Jardín. Solo que, ¡ay!, no en Ciudad Jardín. Sí: raíces, intereses creados y un pasar de años pavoroso. Tal es el dilema: no hay más remedio que volver a España. Pero ¿cómo? ¿A pedir anticipos en una oficina? Aparte, claro está, del discutibilísimo derecho que yo pueda tener a arrastrar conmigo a mis hijos, que serán mayores muy poco después de que la tinta de esta carta se haya secado. Dios mío, Dios mío.
A ver si un día tienes cinco minutos para contarme algo y decirme si estaréis en Madrid. Blanca, que pa qué las ganas que tiene de conocer a los tuyos, os saluda. Bueno, yo también. Un fuerte abrazo,
Vicente
[18]
A Vicente Soto
Madrid, 27 de mayo de 1961
Querido Soto:
Casi con el pie puesto en el estribo, contesto a tus dos cartas pendientes —pues ya había una—. El 1 salgo con Victorita para Granada, donde Las Meninas comienzan una gira provinciana. Estaré unos días; luego vuelvo a Madrid, y en Madrid me estaré, pese a algún otro viaje fugaz, pues quiero ver si logro trabajar. Para agosto, cuando vengáis, también es posible que esté Victorita, pues ya va por el tercer mes de un segundo embarazo —conseguido merced a los más perfectos métodos de Ogino— y para entonces tal vez haya de ser sustituida. Entre tanto Carlitos —«Cucularo» para los amigos— terminará de hacerse un torete, pues ya es un becerro y un bestia, aunque no demasiado incordiante.
La obra se retiró a las 286 representaciones —a una semana de las 300— con 26.300 pesetas de media. Tamayo se disponía a terminar con ella la temporada —quedaban unos diecisiete días—, pues estaba vivísima, como sus datos muestran. Pero hubo más arriba otro criterio, tardío, que se justificó con el compromiso moral (!) de reponer (¡para diez días!) una obra de Marquina. Y así se ha hecho, y con ello habrán quedado algo menos fastidiados los que ya veían a la mía pasar de las 300 y agotar la temporada. Tampoco la permiten en los festivales oficiales pese a haberla estrenado en un teatro oficial; alegan al parecer que no cumple los propósitos para que estos fueron creados y que son los de una educación popular. Pero como eso no está prohibido, Tamayo la llevará privadamente y le dará más representaciones. Así son nuestras inefables paradojas.
No te puedes imaginar la murga que me han dado con que si yo falseaba la historia y a Velázquez. Lo cual, por otra parte, no es cierto, dentro de la libertad de creación del género histórico; y a algunos, verbalmente, les he tapado la boca con datos de la vida de Velázquez que no nos lo presentan precisamente como a un palatino manso y acomodaticio. Pero eran otras cosas las que irritaban, claro, aunque no lo hayan dicho. Los amigos del Sr. Sastre, eso sí, comentaron que en la obra se advertía cierto «posibilismo monárquico». Y es que él y un grupito se morían —pues nada varió al respecto desde tus tiempos— de envidia. No hace mucho tuve que contestarle públicamente a un artículo donde llegaba ya a cometer la avilantez de acusarme de conformista: así están las cosas. Ahora él ha estrenado a bombo y platillo en París, ayudado por plataformas no precisamente literarias; pero los críticos no se han tragado Ana Kleiber, que es malísima, y le han vapuleado ruidosamente. Volverá, por lo tanto, mucho más irritado contra mí… Paciencia. Habrá que seguir aguantándole petulancias y autopropagandas compensadoras de sus fracasos.
¿Y tú quieres volver a España? Esa frase de mi Velázquez no era inconsciente; cuando la escribí, me pesaba dentro tu caso, y el de tantos que emigraron y agonizan por volver. Pero yo —claro que lo digo desde aquí— no volvería. ¡Aguanta! Gástate el dinero en vacaciones españolas largas; suscríbete a las dos o tres revistas de aquí que merecen la pena; manda a los concursos cuando tengas obras, pero defiéndete y defiende tu casa de esta intemperie. Permanece allí, haz dinero si puedes; apriétate el corazón y usa la cabeza. Yo solo volvería si un día tuviera millones. ¡Ay, Soto, cuánto te comprendo y cómo me gustaría poder consolarte! Pero también convencerte…
Tú notaste algo en «D.ª Marcela» y no has errado. Nunca es tan armoniosa una obra, que no tenga lunares o cojeras. En el proyecto primitivo, su relación con la intriga y con Velázquez tenía más desarrollo y más desenlace. Pero otros equilibrios serían amenazados entonces, y hube de cercenar y sacrificar, como siempre ocurre. Esa es la servidumbre del teatro —bueno, y de todo arte.
Espero verte y abrazarte cuando vengas. Charlaremos. Recuerdos a Blanquita y todo el afecto de tu amigo,
Antonio