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ОглавлениеA Antonio Buero Vallejo
10 de julio de 1963
Querido Tony:
Bajo una avalancha de trabajo —horrible, de veras— hago sitio para escribirte. Es una frase de tu última la que me insta a hacerlo: solo un día. No, no tendremos más tiempo para charlar. Y ya sabes lo que decía Ortega de los temas: tienen su vida propia, mueren como uno no los desembuche a su tiempo; imposible almacenarlos. Además, esta, tan inmediata a la tuya, tendrá así más sabor de diálogo.
Me duele todo lo que me cuentas de tu situación; me duele sin sorprenderme: no sabría decírtelo de otro modo. Hay algo terrible en lo que te pasa. Está uno a punto de llegar a una conclusión trágica: el heroísmo —yo lo llamo así— puede no servir de nada. Es decir, todo el consuelo que la hombría y la ética de uno puedan darle, ¿lleva a alguna parte? Más aún —y más cruel—: ¿le consuela a uno?
Hay tanto que hablar, querido Buero. España, España, España, repite uno. Yo lo repito constantemente, y cuando oigo a alguien quejarse de Inglaterra y del orgullo inglés —a mi hermana, a Blanca, a un amigo— suelo contestar con palabras que podría tomar de tu carta: «El orgullo nacional inglés no es más insoportable que el ruso, el alemán, etc. No eres objetivo». Pero después me queda una furia íntima. Porque no es verdad. Porque el orgullo inglés es el más intolerable de todos. Los franceses tienen un sello dedicado a Cervantes. Pero no quiero seguir por ahí; necesitaría 100 páginas. La conclusión a que quería llegar, quizá consoladora, es esta: no estoy tan seguro de que aquí encontraras un reconocimiento más fácil que ahí. No lo digo porque Lawrence Olivier te haya rechazado (aunque la cosa sea tremendamente significativa). Lo digo suponiendo por un instante que hubieses nacido inglés. Recuerdo muy bien haber abominado en cartas a ti de la pésima calidad de lo que suele escribirse por aquí y del éxito indignante de esa informe pedantería, dándote acaso la impresión de que, por elemental comparación de valores, tu triunfo aquí habría sido sencillo. Querido Tony: ahí te estrellas con la envidia y aquí te estrellarías con —cuidado: lo he pensado— la paletez. El inglés es inmensamente paleto y zafio, en el pensar, en el comer y en el vestir. Se ha pasado su historia imitando astutamente al mundo latino —a través de Francia—, y uno de los más colosales espectáculos a que, sin apercibirse, ha asistido el mundo moderno ha sido el del fracaso del inglés por imponer un estilo de vida a los demás. Finamente, instintivamente se lo han rechazado desde Jamaica hasta Australia.
¡Ay, Tony! Una noche, tras llevar años y años aquí, me soltaron por televisión El ladrón de bicicletas. Ná menos. No me acosté llorando porque, con lo gordo que estoy, habría sido ridículo.
Corto. La avalancha —preguntas, teléfonos— me ahoga. Creo que no te he dicho ni aun aproximadamente lo que quería decirte. Creo también que, sin embargo, tú me entiendes. Ya hablaremos. Creo que iré a Madrid solo; Blanca se quedará en Valencia con los niños.
Recién llegado aquí, quemado por el sol de Madrid y con un traje claro —rasgos que hicieron a alguien preguntarme si yo era turco—, un día, en el Home Office, pedía yo intensamente al «Dios de los ingleses» que me permitiera quedarme. Hoy sigo dándole gracias con toda mi alma porque lo permitió. El valor espiritual del dinero sigue pareciéndome de lo más prodigioso —ya hablaremos de esto— que al hombre le ha sido dado gozar; algo con raíces en el mismísimo libre albedrío. Inglaterra, además, me ha dado una atalaya —como me decía un hombre bastante inteligente— que habré de agradecerle siempre. No, no hay ingratitud. Solo que eso no tiene nada que ver con la perspectiva de hablar en inglés a mis nietos y de tratar a «hijos políticos» que indefectiblemente hablarían mal a mis nietos de mí, de ti, de mi padre.
Te llevaré los clavitos.
Saludos a Victorita, besos a los peques, un fuerte abrazo para todos de
Vicente