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1963 [21]

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A Antonio Buero Vallejo

13 de enero de 1963

[Añadido al principio: Perdona el bolígrafo. ¡Qué porquería!]

Querido Tony:

Comencé a escribirte hace una semana, antes de recibir tus obras. Me interrumpieron. A la mañana siguiente me llegaron tu Concierto y tu Hamlet.

No he leído aún la segunda; tenía demasiadas ganas de leer el Concierto. Gracias, Buero, por ese envío y, más aún, por tus dedicatorias, que yo sé cuánto valen viniendo de ti y de tu espíritu nada protocolario.

Y vamos con el Concierto. No me sorprende que produjese un efecto sensacional. Haría falta releer y estudiar mucho para valorarlo exactamente dentro y fuera de tu teatro. Yo creo que probablemente uno de sus momentos es la cima de todo cuanto hasta aquí has escrito. No me estoy arrebatando. Me refiero a la escena en que David mata a Valindin.

En tu primera obra de ciegos, Carlos, ciego, mata a Ignacio, ciego, solo para heredar de este un angustioso anhelo de violencia. Aquí, David, ciego, en la superación increíble de su tragedia, VE. Al precio irremediable: al precio de hacer que el hasta entonces vidente NO VEA, sumido en la oscuridad. Tenía que ser así; toda tu línea de pensamiento y todo el simbolismo de la relación entre el vidente y el invidente habrían quedado incompletos. La tragedia que, claro, no terminó al caer el último telón de tus primeros ciegos (y que, por lo demás, tampoco podría terminar ahora) se ha hecho ahora, con esa transposición, más grande, más redentora. Dicho de otro modo: no podrías haber intentado otra obra de ciegos para no llegar más lejos que la primera vez: no habría tenido sentido el intento. Y el mismo hecho oscuro de que te hayas embarcado en un segundo experimento —lleno de similitudes con el primero y exento por completo de repeticiones: he ahí otro rasgo extraordinario—, ese mismo hecho, creo, prueba que es cierto lo que digo.

Es difícil escribir a un viejo amigo cuando hay que elogiarle; es difícil, quiero decir, que esos elogios no suenen a exagerados. Preferiría estar escribiendo a un desconocido; le diría lo mismo, pero sin esta dificultad. No pretendo, por otra parte, haber hecho un descubrimiento. Supongo —y deseo de veras, porque lo que importa es que la gente se empape y se forme—, supongo que más de un crítico habrá señalado ese acierto obvio y fenomenal.

[Nota en el margen: Muy brevemente: ¡Qué intolerable me resulta Torrente Ballester! He ahí lo que yo llamo un crítico temible por lo pedante. Aquí triunfaría. Esa actitud de «si yo dijese todas las cosas importantes que puedo decir» le ganaría el afecto de los infinitos genios incomprendidos.]

No te voy a dar la lata con nuevos toques al simbolismo y al ansia de libertad y de liberación y de luz; también te lo habrán repetido. Sí quiero, en cambio, aunque solo sea de pasada, señalar dos cosas:

El acierto de identificar la música con la luz y todo lo que significa, y el de trasladar con emoción esa identificación al lector (sospecho que más aún que al espectador).

La otra cosa que quiero señalar es curiosa. Pienso ahora en todo tu teatro. Quizá cuando con más fuerza he sentido esto ha sido leyendo Las Meninas, pero solo con el Concierto me nació el pensamiento concreto. Creo que aunque no supiese nada de ti lo vería igual. Allá va: veo en muchos momentos de tus obras al pintor. Hay composición, hay luz y sombra, hay movimiento; yo creo que hay hasta dibujo y, desde luego, una vocación invencible hacia el análisis físico de la carne y de las cosas y de sus dimensiones. Hay, si me entiendes, la necesidad de pintar escribiendo —que es muy distinta y más profunda y literaria que la de escribir pintando.

El concierto de San Ovidio —título que me gustó y que me desorientó enormemente antes de conocer la obra— es una pieza que se queda ahí «pa los restos». ¡De cuántas cosas más habría que hablar! Tiene, desde el comienzo —aunque quizá ese primer acto te costase mucho— toda la fuerza anunciadora que tienen las cosas buenas, y verdadera gracia —ejemplo no nuevo en tu teatro— para enhebrar la inspiración en la historia sin subordinar aquella a esta (algo muy difícil, sin duda).

En la carta que había comenzado a escribirte te hablaba de cuánto me gusta tu actitud. No eres rico, me decías, y tienes que seguir luchando. Nadando contra corriente —añado yo— y, desde el primer instante, sin trampa ni cartón. Todo esto es formidable. Lo es el mismo hecho de poder vivir en España escribiendo; sin trampa y en España, donde si leer es un lujo, interesarse honradamente por el teatro bueno entra ya en el reino de la extravagancia. Pero acaso esa constante creación a contrapelo es la que te salva. Tiene que ser terrible eso de saber que los únicos errores que puede cometer uno son errores imperdonables; pero si hubieses seguido una línea jaleada y acomodaticia, no habría dentro de cincuenta años nadie que se acordase ni de tus errores. Hay, preservando a muchos creadores, una antipatía misteriosa.

Tu desgracia y tu salvación están, desde otro ángulo, en el hecho de que escribes en castellano. Cada vez me irrita y me ofende más el éxito —fabuloso, medido en dinero— del nubarrón constituido por los autores de aquí. Qué nefastos son, con su monóculo de intelectuales, y qué vulgares y vacíos, con su prurito de vanguardismo y de experimentación. Qué estériles, qué increíblemente malos son. Muchísimas veces me ha indignado el pensamiento de que tú, por la aplastante razón de ser español y por la aplastante razón de no ser British —dos ideas que se complementan, ya te lo razonaré—, seas un autor ignorado aquí.

Adelante, Tony. Tengo que cortar alguna vez; lo mismo te escribía 30 cuartillas más. Quizá en mi próxima te hable algo de mí. Mi tragedia está en que nunca terminé de salir de España; nunca me resigné al hecho de haber salido. Y aquí estoy, cociéndome en un monólogo que ya dura nueve años (casi).

Saludos de Blanca. Recuérdame a Victorita. Capones a tus hijos. Y un abrazo muy fuerte para ti.

Vicente

[Nota en el margen: (Carlos) Muñiz debe ser joven, al menos literariamente. (Ricardo) Doménech, el más interesante de los tres. Hace un frío espantoso. Nieve y hielo. 10 y 12º bajo cero muchas noches. Claro que también Madrid…]


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