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ОглавлениеA Antonio Buero Vallejo
8 de marzo de 1965
Querido Tony:
Te empecé una carta el 3, después de recibir la tuya. A mano, bajo un complejo terrible tras recibir tus dos folios con tinta. Me interrumpieron tantas veces que hube de dejarla. Sigo ahora (es decir, comienzo de nuevo, como ves) a máquina: problema angustioso de tiempo. Y no quiero tardar en escribirte.
No te puedes figurar la alegría que me dio tu carta. Iba a escribirte otra vez, sin esperar tu respuesta. Pues tu primera, nunca te lo diré bastante, me ha afectado. No sé, cosas raras. Nunca te he sentido tan amigo mío como entonces. Más raro aún: sentía, al escribirte, que yo era tu amigo mayor, en vez de al revés. No me hagas caso. Basta.
Adelante. Así te quiero ver. Claro que has de estar legítimamente orgulloso de todo cuanto has conseguido. Contra viento y marea. Está bien que te digas eso de que la partida se pierde: tonifica. Pero adelante. Creo que sí, que debes hacer el esfuerzo por renovar la técnica. No es solo una cuestión económica —esencial no ya para vivir, sino para escribir—; es también, muy probablemente, la posibilidad de arrancar nuevas bellezas al tema. El tema. Uno de mis propósitos para escribirte otra vez era sugerirte algo que te parecerá peregrino. Pensaba en tu angustia, «sin ideas». Yo sé muy bien que los temas no son para «oídos», y que ni siquiera es el tema, sino el tratamiento del mismo, lo que cuenta. Pese a lo cual te voy a pedir un favor: que leas algo que conoces muy bien: El curioso impertinente. No improviso (te escribo a mil por hora). Siempre vi ahí maravillosas posibilidades dramáticas. Cierto: el problema del cornudo anhelante y el problemón del adulterio hacen tragar saliva desde un punto de vista de escenario español. Pero tienes el escudo de Cervantes (ná menos). ¡Si hasta es el cura quien da lectura a la historia! Yo creo que yo preferiría trasladarlo a nuestra época, o quizá saltar entre una época y otra, como quizá haría [Jean] Anouilh (Pobre Bitos: lástima de obra). Hay algo esencial de fondo en el diálogo actual y en las situaciones sugeridas de hoy que, lejos de destruir el mito y los complejos de ayer —de siempre—, les dan validez. Todo esto puede ser impertinencia, pero ya he empezado. Por favor, léelo; es un favor que te pido. Y, esto es importantísimo, olvídate de que yo te lo pido (no es imposible conseguirlo). Cervantes, sus fuentes (¿el Orlando? Sí).
¡Tantas cosas de que hablar! Mann, Kafka, París. Hasta Corrales. Recordaba perfectamente que prefieres Kafka a Mann. Te voy a ser muy sincero. Hacía mucho tiempo que me turbaba el pensamiento de Mann. Se cumplen los treinta, los cuarenta, los cincuenta. Hay que revisar y tener el coraje suficiente para salirse de los caminos trazados. Quizá podemos hacer poco contra vivencias infantiles, pero no es tan difícil —aunque lo es— respecto a impresiones juveniles. Hay aquí algo muy turbio y entrañable, porque todo viene de épocas en que uno daba de sí mismo demasiado. Uno de los fantasmas más duros de pelar es el de la pedantería juvenil; ya ves si te hablo con claridad. Hasta de leer La montaña mágica tenía miedo. Mucho. Entonces me tentó la Génesis de una novela. Recelando, casi sin comunicarme a mí mismo que iba a leer la obra.
Yo sé que tú vas a creerme: cuando yo te hacía el panegírico de esta obra en mi anterior, lo que realmente traslucía era mi emoción ante la proximidad del Dr. Fausto. Sí, era indispensable leerlo. Era un asunto grave para mí, créeme. La Génesis es interesantísima, sin línea de desperdicio. Qué lucha, qué misterio. Pero el Dr. Fausto, la «herida abierta» de la que el pobre Mann nos habla en la Génesis, es, desde la elección de la música como elemento donde plasmar las crisis y el caos de este pobre planeta (ya he puesto dos veces «pobre») hasta la revelación final, el esfuerzo más bello y más honrado que yo conozco en literatura moderna (quizá en todas). Me paran dos cosas: la prisa que tengo y el temor a darte el tostón; es decir, la creencia en que lo más probable es que lo hayas leído. (No recuerdo en absoluto haber comentado contigo el tema del Fausto —tan distinto en su tratamiento de este, y tan igual— y, sin embargo, creo recordar y no adivinar que te interesa mucho). En todo caso, un pequeño favor: me interesaría mucho saber dónde comprar la edición castellana del libro. Tiene que existir. Hay ahí, como seguramente sabes, un problema de lingüística peliagudo (y brillantemente resuelto en la traducción inglesa: una obra de romanos; esa traducción inglesa que tanto preocupó a Mann). Bueno, si te es posible dame el nombre de la editorial (que me figuro en Sudamérica). Resumiendo mucho: estoy contento.
Kafka. Lo conozco poco. El proceso; nada más. No creas que te hago una concesión: me parece, con ese solo botón de muestra —que me propongo ampliar—, asombroso. Aquí está mi hermana, quien podría decir con qué palabras se lo recomendé hace un par de meses.
Pero Kafka, para mí, es un genio surgido en lo subconsciente, por manida que suene la frase. Es un milagro vegetativo, o, mejor, un milagro, pero vegetativo. Es —no había más remedio que decirlo— un genio de la evocación.
Aún no le he llamado genio a Mann. Para mí Mann es, pese a todo lo que los separa, Cervantes, equilibrio clásico, humanismo, ironía —insuperable—, hombre de Occidente puesto a pensar con la cabeza. ¿Genio? Necesito otra palabra, muy difícil de encajar en el lindero entre su pensamiento y su arte. Hay que cortar.
Más. Me parece casi irremediable que prefieras a Kafka. Pues tú, querido Tony, tú estás con Mann y con Cervantes, con su amargura, su ironía y su frialdad. En el fondo tu preferencia por Kafka me parece un rasgo de generosidad absolutamente espontáneo: de idéntico origen al movimiento que llevaba a Mann a ver afinidades entre él y Joyce. ¡Cuánto me gustaría tener dos horas para darte la lata con esto! No creas que quiero convencerte; no hay aquí ni una palabra de adulación (obsérvalo). Casi me molestaría convencerte, casi me desilusionaría, porque habría probado que no tengo razón (y van tres «casis» de aúpa en este párrafo).
Antes de que se me olvide. Hay muchas páginas en el Fausto de Mann, sobre todo las abundantísimas referidas a nuevas técnicas musicales, que me dejan en ayunas (creo que harían pestañear a Yehudi Menuhin, por citar a un músico inteligente). Más de un lector, ignorante de la honestidad y la atención con que Mann se asesoró en contacto constante con los mejores musicólogos que pudo encontrar, creerá que se halla ante un fenomenal camelo. Siento dos necesidades de satisfacción imposible: estudiar alemán y estudiar composición y armonía. Bueno. Lo que iba a decir es que, pese a esa laguna importante, la obra me ha vuelto del revés y me ha hecho ver cuántos errores he cometido entusiasmándome (por decirlo de alguna manera) con obras realmente menores leídas en años recientes.
Corrales. No, no le escribo. Aciertas rotundamente figurándote su disgusto al descubrir que te escribo a ti. Es complejo esto. Lo quiero bastante. Hemos vivido mucho juntos, hemos gozado los dos con las alarmas y las bromas en que yo le hacía zozobrar (la lavativa y el «Don Pedro», el gorro de dormir, las abluciones rejuvenecedoras). Pero nada ocurre porque sí. No es ya que me parezca —que me lo parece— un hombre que a veces dice cosas interesantes, pero siempre equivocadas, un hombre con un instinto asustadizo que le lleva a la generalización (a partir de cuyo transporte deja de ver claro). No es eso. Tiene que haber en mí algún oscuro resentimiento. Tiene que haberme dolido algún rasgo suyo de egoísmo. Tendría que pararme a pensar mucho rato para ver algo aquí. Hay, además, esto: me aterran sus cartas de vieja refunfuñona. Por favor, no le digas esto jamás; si se lo digo yo un día, sabré cómo decírselo haciéndole reír. Si se lo dices tú —no tú, un tercero— se ofenderá. Quiero decir que invariablemente me reñía, pero muy avinagradamente, cada vez que me escribía por mi falta de puntualidad en contestarle. Tienes razón: chico protocolario. Pero yo lo quiero. En fin, todo esto es tan contradictorio y tan confuso que me dan ganas de romper esta. No sé. ¿Le escribiré un día? Es improbable.
Vivo desde hace una temporada, cerrando los ojos a la presión brutal del trabajo, metido en una crisis de efusiones y emociones. Nada tiene que ver con Mann, por supuesto. Quizá te hable de ello un día; quizá no lo haga. En todo caso, no te alarmes: no es alarmante, es maravilloso. Blanca comparte mi secreto.
Hablándote de Corrales, y de lo que me tengo reído con él, pienso que cada vez me río menos. Hosco, absurdo; pero no lo puedo remediar. Te diré también que, a medida que me hago viejo y pellejo, me río mejor, más pérfidamente. Quizá ya solo con Blanca. Ya sabes: tienes un ser predilecto con quien discutir, otro con quien charlar, otro con quien estar en silencio. Por alguna razón extraña, desde siempre me he reído con Blanca como un loco. Ahora, haciéndome viejo, llego ya a la fase en que le digo: «Blanquita, hija», y ella me llama «¡Bonito!» También aquí me detendría para decirte que una de las causas de mi deseado regreso a España está en la necesidad de reírme ahí. [Añadido a mano: (Sin demasiadas ilusiones.)] Si un día vienes, transcurridos muy pocos días dirás para tu capote: «Fuyamos desta nasción». [Añadido a mano: No es fino esto, no lo es.]
Si algún día vienes… Otro de los motivos que me habrían hecho escribirte aun sin tener carta tuya era ese: el deseo de invitarte muy en serio a que te vinieses tres o cuatro semanas. No te lo ocultaré: pensaba ofrecértelo como «cura de reposo», para que cambiases y refrescases ideas. Me dices que has estado dos veces en París. Eso me alegra; parece como si hubieses desvelado un extraño artilugio. Hazte el ánimo, ven a verme. No mañana, ya lo sé; también yo necesitaría que me dieses cierta preparación (para liquidar trabajos urgentes). Es algo que podríamos planear para dentro de unos meses.
Esta vida es un cachondeo. Quizá lo que pudiera ser más importante de esta carta va a ser lo menos importante: lo de El curioso impertinente. ¿En qué quedará eso? En nada.
Te parecerá larga esta. Lo cierto es que llenaría para ti ocho o diez folios más. No siéndome posible, da muchos recuerdos a Victorita y recibe un fuerte abrazo de tu buen amigo
Vicente