Читать книгу Cartas boca arriba - Antonio Buero Vallejo - Страница 20
Оглавление1959
[10]
A Antonio Buero Vallejo
Londres, 30 de marzo de 1959
Querido Tony; y querida Victoria:
Enhorabuena. Debiera habérosla dado mucho antes, ya lo sé. Ni siquiera trataré de justificarme hablándoos de mi muchísimo trabajo. Solo espero que me perdonéis. (Tengo verdadera avalancha de cartas por contestar, algunas importantes. A vosotros os escribo los primeros.)
Es demasiado transcendental lo que habéis hecho para que yo me salga ahora del paso con fórmulas tales como «sé que los dos habréis elegido bien» y «os deseo mucha felicidad». Lo que yo necesitaría es hablar muchas horas, especialmente con Victoria. ¿Cuándo podrá ser esto? No este verano; al menos, no en España. Voy a España, pero con muy poco tiempo para acercarme por Madrid; iré directamente a Valencia.
Y ahora, a ver si consigo ordenar algo que quiero deciros. Yo os debo un regalo. Esto es absolutamente indispensable; inútil que intentéis disuadirme. Es mejor que tratéis de ayudarme, orientándome: ¿qué queréis, qué necesitáis u os gustaría tener? Tenéis ya vuestra casa en marcha y sabéis ya de algo que os hace falta. Decídmelo, por favor. Me es difícil enviároslo desde aquí, pero sería fácil hacerlo desde Valencia. Si no me habláis, me descolgaré con algo absurdo. Estoy hecho un lío. ¿Cortinas? ¿Vasos? ¿Libros? Hablad.
Pero pensad en esta posibilidad. Muchas veces he dicho a Tony que venga. Ahora os digo a los dos que vengáis: ese sería mi regalo. Vosotros correríais con vuestros viajes; yo, con vuestra estancia aquí. Espera, Tony; no digas aún que no. Tengo coche —apaga esa sonrisa maligna—. Lo compré hace un par de meses y lo manejo ya sin tendencias homicidas. Está aún un poco duro —demasiado nuevo—, pero para cuando vinieseis ya lo habría terminado de «rodar». ¿Os figuráis lo que sería esto? Ir a Oxford, a Cambridge, a Bath; y, claro, escudriñar Londres de cabo a rabo. Todo ello, insisto, de mi cuenta. Renuncio a describiros lo que es Oxford —adonde fui hace unos días, conduciendo yo—, lo que son los bosques y ríos que hay que cruzar. Renuncio a deciros cómo es Cambridge, adonde fui, pero no en mi coche. Superior a toda ponderación. Sobrecogedor. Colleges —imposible traducirlo—, plazoletas dormidas desde hace siglos, cantinas de estudiantes, silencio, limpieza y dignidad. ¿Y Londres? Yo trabajo en la mismísima Fleet Street, centro del más rancio periodismo del mundo. Allí están el Times, el Observer, el Manchester Guardian, el Daily Telegraph. Allí hay tabernas en las que, por ejemplo, y desde hace siglos, no puede entrar una sola mujer y en donde se bebe una cerveza absurdamente buena. Claro que ya llevaríamos a Victoria a un buen «pub» abierto para señoras también. ¿Qué deciros? Mi consejo sería: avión Madrid-Londres. No mucho más caro que el tren —habida cuenta de maleteros, taxis, comidas, noche en coche-cama o en París— y… Iba a razonaros que es un medio mucho más rápido y limpio… Pa matarme, vamos. ¿Qué decides, Tony, qué decides, Victoria? Cuanto antes, mejor; no esperéis al otoño. Esta es la época. Deberíais salir de ahí un viernes, para estaros aquí unos, digamos, diez días. Se trata de que pescaseis dos «viernes-sáb-domingo», días en que yo estoy libre. Claro que el resto de los días también estaríamos juntos y, entre Blanca y yo, os llevaríamos a todos los rincones. Si voláis de noche, la combinación es mucho más barata. Yo os recogería en Waterloo de mañanita. Quizá, pues, mejor que viajaseis un jueves por la noche. El jueves que queráis, antes del 31 de julio, fecha en la que yo me largo a Valencia. O bien después del 20 de agosto, en que ya estaré aquí de regreso. Mejor antes de mi marcha. No os preocupéis de nada en absoluto. Tendréis una habitación tranquila y os comeréis cosas extrañas —por ejemplo, jamón asado con salsa de manzana—. Voy a daros mi último argumento: ¿no comprendéis que, lejos de constituir para mí un sacrificio, sería un acontecimiento? Sería formidable. Pero no insisto. Que me maten si esta invitación no es sincera. Si la rechazáis lo sentiré. Para Blanca —siempre en casa, aburrida— sería simplemente estupendo. Contestad pronto.
¿Cuándo leeré Un soñador para un pueblo? A la vista del título pensé —inevitable— en algo de corte ibseniano. Lo que me decías en tu última, sin embargo, prueba que la obra es española por los cuatro costados. Mi enhorabuena, también, por este gran éxito. Y si tienes un rato, cuéntame de vuestros proyectos. Por tiempo que estemos separados, siguen importándome mucho.
Tengo muchas ganas de escribir a Agustín. Con un poco de suerte, lo haré pronto. No es que haya de decirle nada concreto —aparte de comunicarle que Gredos, a la que, ¡ay!, aún no he dado las gracias, me envió la antología de Pavón, en que aparece un cuento mío—; solo es que tengo ganas de escribirle.
Termino. Esperaré con impaciencia vuestra decisión.
Abrazos.
Vicente
[Letra de Blanca: Estupendo si os animáis y venís. Conoceríais Londres y a Vicón —que no es menos asombroso—. De verdad, os esperamos, y cuanto antes mejor, ya le enseñaría yo a Victoria unas cuantas tiendas maravillosas para los ratitos perdidos. Un abrazo a los dos, y hasta pronto. Blanca.]
[11]
A Antonio Buero Vallejo
21 de diciembre de 1959
Querido Tony:
Primero por mi madre, después en recortes de prensa enviados por ella y por otros familiares, me entero de tu premiazo y pormenores del concurso. ¡300.000 pesetas! Lo primero que sentí fue una horrible envidia. Después —¡después!—, alegría. Gran alegría, Tony. Yo creo en ti —lo sabes— desde antes de que triunfaras, y siempre he tenido una actitud beligerante a tu lado. Ni sé por qué digo esto. Yo nunca hablo así —aunque una observación torpe puede quizá mostrarme equívocamente—. ¿Sabes lo que me pasa? En un sentido misterioso, siempre he participado de tus triunfos —y me he dolido de tus fracasos, pocos—. No, no se trata solo de amistad. Es incluso vanidad: la vanidad de haber visto antes que los demás un valor. Cada triunfo tuyo me llega siempre como un: «¿Qué tal, idiotas?», que yo lanzo a la cara de mil interlocutores invisibles.
Adelante. ¡Cuánto más tienes que hacer!
Si tuviera más espacio y tiempo, trataría de analizar algo. El premio de Hierro solo me ha dado alegría, mucho más moderada que la sentida por ti. El de Torrente Ballester, ni envidia ni alegría. Veo perfectamente todo lo que siento.
Bueno, yo solo quería felicitaros a ti y a tu mujer por Navidad —imposible substraerse al clima londinense de felicitaciones. De pronto llegó el notición y, claro, no te mando la habitual tarjeta navideña: no hay sitio allí para decir cosas.
Yo beberé whisky y ginebra, y comeré como un energúmeno. ¿Qué hacer, si no? Sé hacer unos «pepitos» —panecillos rellenos con un pisto de fórmula secreta, en la que entran pimiento morrón y el incomparable ajo, rebozados luego en leche y huevo, finalmente fritos a fuego lento— que me harán feliz e importante, durante la mañana del 25, en la cocina de casa.
En fin, lo de siempre: que esto de las cartas es muy pobre, que lo que me gustaría es una buena charla contigo. ¿Este verano? ¿Quién sabe?
Escribo también a Agustín, de quien no sé desde hace mil años.
Abrazos, muchos abrazos,
Vicente
[12]
A Vicente Soto
Madrid, 28 de diciembre de 1959
Querido Soto:
Conmovedora carta la tuya, desde la «horrible envidia» hasta el posible augurio de vernos en el verano. Respecto a lo primero, te recordaré aquel apólogo oriental que nos cuenta cómo a un derviche le fue concedida, en premio a su gran santidad, la realización de sus primeros deseos. Acto seguido empezaron a caer muertas personas a su alrededor, a los caballos se les quebraban las patas, etc. Horrorizado, suplicó a su dios. Alá le sonrió: «Te quitaré esa gracia —le dijo—. Pero no debes asustarte. El primer movimiento del ánimo no puede contar ni en un santo. Los que valen son los segundos».
Yo sé que con tu segundo movimiento del ánimo, que es el bueno, te has alegrado de verdad. Y te diré más: con ese sentirte a mi lado, con esa fe que no me quisiste regatear, me has ayudado mucho. De modo que no hay nada de literario en considerar que ese premio es también algo tuyo y de todos —no muchos, pero algunos— los mismos amigos que me han confortado siempre. Gracias a todos ellos; gracias a ti.
Sin embargo, no tomo esto como ninguna corroboración definitiva y, personalmente, lo acepto con muy moderada alegría. Ya antes del fallo pensaba incluso que prefería no ser premiado; lo he sido y no me viene nada mal, pero mi satisfacción principal es la de haberlo obtenido sin presentarme, sin poner buena cara a nadie y sin mover un dedo, como tuve ya buen cuidado en advertirlo, mediante cierta frase cortés pero serena, en la prensa del día siguiente.
Me van cayendo encima algunos premios, pero porque son de concesión automática y todavía, aunque no lo parezca, hay gentes de letras en los jurados que proceden con honestidad e independencia. Si hubiera que presentarse a ellos no los tendría —como no tengo ninguno de la Academia porque hay que presentarse—. Desde que gané en el 49 el Lope de Vega me propuse no volver a hacerlo si la vida no me apretaba mucho. Y así me han venido, sin pedirlos, los «María Rolland» y los nacionales; el último a Un soñador para el pueblo, paradójica recompensa en un país donde, por otra parte, esa obra no ha sido permitida en Jaén y en Málaga. El 8 de enero la estreno en Barcelona: hasta ahora va, por fortuna, de éxito en éxito, por provincias. Pronto te la envío, pues ya salió.
También ha salido el primer tomo de mi teatro en Losada —y también sin pedirlo—; quiero publicar pronto otro con otras cuatro obras.
Lo de Coventry, en cambio, se fue al cuerno por diversas razones.
Habrá que prepararse a las vacas flacas tal vez, pues este año ha sido excesivo: los griegos hablarían de hibris, pero, por mi parte, fue involuntaria. En él he tenido mi mayor éxito con el Soñador, en él me he casado; en él llovieron premiecillos, ediciones, y el premiazo que te permite respirar…, y en él se anuncia, amigo Vicente, un hijo. Este es otro de los varios premios de la vida, porque tampoco sabes, tal como está el mundo, si debes alegrarte. Solo sabes que has cumplido con la ley de tu carne y de tu alma, y que estás conmovido.
Mi mujer, a quien leo tu fórmula, se echa a reír con una maravillosa autenticidad —¡bendita sea!— y dice que esos «pepitos» los sabe hacer ella también.
De los dos, y para todos vosotros, nuestros cariñosos deseos en el 60.
¡Vicente, un gran abrazo!
Toni